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BiografíaFotografía

Clergue, Lucien (1934-VVVV).

Fotógrafo francés nacido en Arlés en 1934. Con la edad de diecisiete años comenzó su formación autodidacta en el campo de la fotografía al tiempo que estudiaba en el Lycée Frédéric Mistral de su ciudad natal. La influencia inicial de autores como Cocteau, Picasso o Lorca iluminó su adolescencia demasiado “insular”, encerrada entre los brazos del Ródano. El joven artista encontró en la obra de estos autores una inspiración ciertamente positiva. Tanto es así que años más tarde ilustró obras de Lorca como Birth of Aphrodite, Corps mémorable de Éluard o la serie de fotografías de Arlequines de clara influencia picassiana.

Hacia 1960 se inició en el campo de la enseñanza. Clergue era ya toda una figura en el ámbito de la fotografía en Arlés. En 1970 fundó los “Encuentros de fotografía” de la ciudad junto con otros fotógrafos y, en menos de diez años, el favor del público y el ardor de los primeros participantes hicieron que estos discretos “encuentros” se convirtieran en los célebres “Rencontres Internationales de la Photographie d’Arlés”. Se abrieron escuelas, organizaron seminarios y acogieron anualmente lo mejor de la fotografía de todo el mundo.

Pero Clergue no fue sólo una figura de la fotografía; también hizo su incursión en el vigoroso mundo del cine y obtuvo el Prix Louis Lumière en 1966 con su película titulada Le Phare.

En 1979 se doctoró en letras con la especialización de fotografía en la Universidad de Provenza (fue el primer doctor francés en esta materia) y luego se trasladó a Estados Unidos, donde trabajó como profesor en la New School for Social Research de Nueva York durante algunos años, concretamente hasta 1982, año en el que decidió trasladarse a su Arlés natal. Allí siguió disfrutando del mismo cargo académico en la escuela de fotografía de la ciudad.

La obra de Clergue es un canto al desnudo. Aunque no desterró otras técnicas fotográficas como el paisaje o el retrato, es el desnudo el que le ha propiciado su fama internacional. Las imágenes de Lucien Clergue hacen emerger el cuerpo femenino de las aguas cual Venus, ora matronas rollizas y pacíficas, ora sílfides estilizadas y agresivas. La fascinación por este tipo de imágenes ha sido una constante en su obra, así como su obsesión por el tema de la muerte. De sus desnudos iniciales emanaba algo primitivo; podría decirse que utilizó todos los recursos mediterráneos en el terreno del desnudo femenino acuático y vaporoso, pero fue en ese preciso instante cuando en Lucien se creó el vínculo entre su amada tierra natal de Arlés y el Nuevo Mundo: América se adueñó de él, pareció olvidar los vínculos culturales para realizar sólo lo que tarde o temprano impresionó a todos: el desnudo instintivo. Podría decirse que Nueva York lo estimuló hacia la necesidad de mezclar elementos en principio contrarios. Introdujo la carne en la ciudad, los cuerpos en los edificios, sus desnudos se prodigaban en ese mundo de rascacielos de hierro, de vidrio, de suciedad urbana, la suave tibieza hasta entonces rechazada de los cuerpos desnudos en un entorno urbano. La serie “desnudos de la ciudad” no gustó a todos: la yuxtaposición de estos elementos contradictorios (la era industrial y los vientres fecundos) chocaba con los que cerraban los ojos ante la violencia que el progreso y la máquina ejercen a diario sobre la materia viva.

Enfrentarse a la obra de Lucien Clergue es sumergirse en un fabuloso mundo de texturas y de luces. El color, magistralmente tratado por el autor, se recrea en las tonalidades del cuerpo y su entorno. Los cuerpos bronceados se disfrazan camaleónicamente con el rojo de las rocas que los rodean o bien hacen estallar su tono dorado ante el cian intenso de un cielo profundamente azul. Si bien es cierto que su estancia en América le descubrió el desnudo más intimista de interior, donde los cuerpos y sus sombras se proyectan sobre los fríos suelos marmóreos al tiempo que a través de las ventanas se observa un mundo absolutamente industrial, no es menos cierto que siguen siendo desnudos de una belleza apasionada sin ningún tipo de provocación.

Esa pasión sin provocación también se observa en sus fotografías de paisajes, donde un mundo de luz suave se apodera del encuadre, o en sus retratos, formato al que se dedicó en menor medida.

Bibliografía

  • BAROCHE, Christiane: Clergue o los espejos entornados, Barcelona: Orbis, 1984.

  • SOUGEZ, Marie-Loup: Historia de la fotografía, Madrid: Cátedra, 1985.

Autor

  • Enciclonet