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HistoriaPolíticaBiografía

Cerda y Aragón, Tomás Antonio de la (1638-1692).

Administrador colonial español, nacido el 24 de diciembre de 1638 en Cogolludo y muerto en abril de 1692. Fue virrey de Nueva España (1680-86), conde de Paredes de Nava y marqués de la Laguna de Camero-Viejo.

Segundo hijo de Juan Luis de la Cerda, Duque de Medinaceli y de María Luisa Enríquez de Ribera, descendientes ambos de los reyes de Castilla, recibió las aguas bautismales en la iglesia de San Pedro en su Cogolludo natal. Fue Maestre de Campo del Tercio provincial de Sevilla y Consejero de Indias a partir de 1675. Este año casó con María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, dama de la reina madre y una de las mujeres más distinguidas de la corte, hija del virrey y capitán general de Valencia, don Vespaciano de Gonzaga. Desempeñaba a plena satisfacción de la corona la Capitanía General de las costas de Andalucía, cuando en 1679 recibió el encargo real de ocupar el mando supremo de Galicia.

Cuando se disponía a partir para Galicia, en mayo de 1680 recibió inesperadamente el encargo de trasladarse a Nueva España, en funciones de virrey. Llegó a Veracruz, acompañado de su esposa, a mediados de octubre y el 27 de este mes se encontró en Otumba con su antecesor, el arzobispo Fray Payo Enríquez, que le entregó el bastón de mando. Tres días más tarde, el nuevo virrey entró en la villa de Guadalupe, antes de trasladarse a Chapultepec para preparar las ceremonias oficiales y conocer previamente el palacio virreinal. Hizo el juramento y tomó posesión de su cargo el 7 de noviembre pero el desfile acostumbrado se realizó el 30 del mismo mes. A pesar de los buenos augurios y de las esperanzas puestas en su discreción y buen sentido, según Vicente Riva Palacio, “su gobierno resultó tristemente célebre, por una continua sucesión de descalabros, accidentes y sucesos”.

Recién llegado a la ciudad de México tuvo amplia y triste noticia del levantamiento generalizado de los indios de Nuevo México, que habían pasado a cuchillo a soldados, colonos y misioneros, para obligar al gobernador Antonio de Otermín y al resto de sus acompañantes a salir de Santa Fe y retirarse a la ciudad de Paso del Norte. Tomás Antonio de la Cerda ordenó de inmediato el envío de algunos contingentes de caballería, que partieron de Nueva Vizcaya en persecución de las tribus indias. Gracias a esta intervención, al cabo de algunos años, se consiguió repoblar Santa Fe y se reforzaron las guarniciones de los territorios recuperados.

Durante su virreinato salieron nuevos contingentes militares, se despacharon expediciones de pobladores criollos con sus familias, se renovó el título de la ciudad de Santa Fe, se instalaron nuevos presidios en la frontera y florecieron conventos y ciudades recién instaladas, que a pesar de todo no consiguieron recuperar la totalidad de los territorios perdidos.

También en 1681 estalló en Antequera (Oaxaca) un gran tumulto, como consecuencia del propósito de las autoridades de cobrar las alcabalas. Los datos referidos a estos años señalan que entre 1860 y 1686 se enviaron a España más de 80 millones de pesos, casi todos ellos amonedados o en barras de plata y otras mercaderías, lo que constituyó una apreciable contribución a las arcas reales.

Las frecuentes incursiones de piratas y otros aventureros, que hostilizaban a la marina mercante y sembraban el terror en las costas, causaban gran inquietud en las costas del Golfo y especialmente en los puertos de Veracruz y Campeche. Antonio de la Iseca, gobernador de Yucatán, condujo en 1681 una expedición de castigo contra los piratas, que llegó hasta la Laguna de Términos para sus ranchos y los plantíos de palo de tinte que habían ido almacenando los intrusos. Sin embargo, pronto llegaron refuerzos ingleses y más civiles, que levantaron nuevos ranchos y cultivaron plantaciones más extensas.

En 1682 llegó la noticia de que el obispado de Brandemburgo había enviado a las Indias una poderosa Armada, para cobrarse los sueldos de las tropas con las que había auxiliado a España en la guerra de Flandes. El virrey se aprestó a la defensa de las costas, pero finalmente las naves enemigas no lograron pasar del estrecho de las Bahamas y tuvieron que regresar a Europa. En cambio, los barcos franceses, al mando del almirante Ganared, tras declararse la guerra con España, navegaban libremente por el golfo de México. Un año más tarde, partió de Londres otra flota muy bien equipada, al mando de Lord Darmunt.

Pero uno de los mayores descalabros de la época ocurrió el 17 de mayo de 1683, cuando desembarcó en Veracruz un contingente de piratas mandados por Nicolás de Agramont, también llamado Banoven, acompañado de Laurent de Graff, al que se conocía por “Lorencillo” y otros bandidos, que asaltaron la ciudad por sorpresa, entregándose a la matanza de personas y el saqueo de sus bienes. Los incidentes duraron varios días, en el curso de los cuales se cometieron las mayores atrocidades con los habitantes de la plaza, al tiempo que saqueaban viviendas e instalaciones oficiales.

Al retirarse los piratas, se llevaron consigo gran número de prisioneros y un botín de incalculable valor. Cuando la noticia de estos hechos llegó a la capital y ante la inexistencia de contingentes de tropas regulares, el virrey trató de armar una columna de voluntarios, que se envió a la costa lo antes posible, pero su llegada a Veracruz resultó tardía e inútil. No obstante, el gobernador de la plaza fue procesado y condenado a la pena capital, finalmente conmutada por su envío a la Península. La persecución de los barcos piratas, sin embargo, permitió recuperar algunos rehenes y parte del botín. En su momento, se criticó la actitud del virrey, que prefirió permanecer en la capital en espera del nacimiento de su primogénito, ocurrido el 5 de julio, antes que trasladarse a Veracruz, visita que realizó a finales de mes. Estuvo en aquella plaza hasta mediados de septiembre, pero fue muy poco lo que pudo remediar.

Como la corte seguía preocupada por las noticias recogidas por el virrey, relativas a la presencia de colonos franceses en las costas del Golfo, se envió una nueva expedición de descubierta, al mando del piloto Juan Enrique Barroso (o Barroto) que salió de La Habana el 21 de noviembre de 1685 y regresó meses después a Veracruz, tras recorrer gran parte de las costas del Golfo, incluida la bahía de Panzacola, sin haber encontrado el rastro de ninguna instalación hostil.

En las costas del Pacífico, por su parte, actuaba el pirata inglés William Dampier, que en compañía de Cook había salido de Virginia para correr desde Tehuantepec hasta Colima, provocando inquietud y descalabros en los pueblos vecinos. Se dice que habían intentado desembarcar en Acapulco, pero fue rechazado por los defensores de este puerto; su pretensión era apoderarse del galeón de Filipinas, que afortunadamente pudo sortearlos y llegar felizmente a su destino.

Ese mismo año, el 5 de abril de 1683 el almirante Isidoro de Atondo, acompañado de algunos jesuitas, entre ellos el famoso Francisco Kino y otros misioneros, además de veinticuatro soldados, fondeados en la bahía que a partir de entonces se llamaría de La Paz, bajaron a tierra y tomaron posesión de aquellos territorios, en nombre del rey de España y de las Indias. La fórmula empleada, según testimonio escrito del propio almirante, fue “Viva D. Carlos II, monarca de las Españas, nuestro rey y señor natural”; se añade además que los llamó "provincia de la santísima Trinidad de las Californias" y que el lugar se tituló de Nuestra Señora de la Paz. De este modo se iniciaban las acciones colonizadoras y misioneras que se desplegarían por esta zona a lo largo de muchos años.

Las crónicas cuentan que por entonces el virrey hizo ahorcar a un aventurero llamado Antonio Benavides, más conocido por el pueblo como “El Tapado”, que andaba extendiendo el rumor de que traía ordenes del visitador de la colonia para hacerse con la gobernación de Acapulco; lo más probable es que hubiera desembarcado en alguna de las incursiones piratas de años anteriores. Fue ejecutado el 14 de julio de 1683, en la plazuela de El Volador de la ciudad de México.

En 1685 reapareció el conocido Lorenzillo, esta vez en la zona de Campeche, que sufrió la misma suerte de Veracruz dos años antes. Sin embargo, encerrado el pirata en el interior de la ciudad y sitiado por las tropas virreinales, se vio obligado a incendiarla y a reembarcar precipitadamente. A la vista de los asedios constantes a que era sometida esta ciudad, el conde de Paredes ordenó levantar una muralla protectora, que se inició en 1686.

Agobiado por tantos sinsabores y agotado su segundo mandato, el conde de Paredes solicitó cesar en el gobierno virreinal, favor que le fue concedido en abril de 1686, aunque su sucesor, el conde de la Monclova, tardaría algunos meses en llegar al virreinato. Tras regresar a España un año más tarde, el rey Carlos II le favoreció con los honores de la grandeza, por lo que el 22 de junio de 1689, en el Palacio Real, se cubrió en presencia del rey como Grande de España.

De la Cerda siguió desempeñando su representación en el Consejo de Indias y fue nombrado mayordomo mayor de la segunda esposa de Carlos II, Mariana de Baviera Neoburgo. Su muerte ocurrió el 22 de abril de 1692.

Bibliografía

  • OROZCO y BERRA M. Historia de la dominación española en México. México, 1938.

  • RIVA PALACIO, V. El Virreinato. Tomo II de México a través de los siglos, México, Compañía General de Ediciones, 1961.

  • RUBIO MAÑÉ, I. Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España. México, Ediciones Selectas, 1959 y México, UNAM, 1961

Manuel Ortuño

Autor

  • 0109 Manuel Ortuño