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Cejador y Frauca, Julio (1864-1927).

Filólogo, catedrático de latín y novelista español nacido en Zaragoza el 7 de enero de 1864 y fallecido en Madrid el 1 de enero de 1927.

Vida

Huérfano de madre en 1871 y de padre en 1876, quizás por estos reveses de la fortuna ya desde su más tierna edad gustaba de estar solo y de leer. Cursó sus primeros estudios en Tudela y posteriormente en Francia. En 1880 ingresó en la Compañía de Jesús. Realizó el noviciado en Loyola, donde estudió por espacio de cuatro años. De estos años, nos dice el propio Cejador: “Jamás me dieron cargo alguno y sin duda era sino mío, porque jamás después los he tenido en ninguna parte, fuera o dentro de la Compañía, que siempre he sido soldado de filas, sin jurisdicción sobre nadie”. También afirma don Julio que el ejemplar del Quijote que les permitían leer estaba censurado: “Lo leí seis veces en otros tantos años. Menos lo de la venta, que estaba pegado entre papeles para que no se leyese”.

Tras este tiempo, fue enviado a Oña, donde estudió Filosofía durante tres años, estudios que mezcló con algo de aritmética, geometría, física y astronomía. Pasados estos años, fue enviado a Deusto, para enseñar griego, actividad que realizó durante dos años. A continuación, fue destinado a Carrión de los Condes, donde desempeñó las clases de Fisiología e Higiene, Ciencias naturales, Agricultura, y, además, dirigió la banda de música. Terminados estos dos años, viajó por Oriente para imponerse en diversas lenguas, como el árabe, copto, siriaco, hebreo y otras. Tras regresar a España, fue destinado a Ocaña, donde estudió Teología y tuvo sus primeros problemas con los elementos más ultramontanos de la Compañía. Al tercer año de su estancia en Ocaña fue destinado de nuevo a Deusto para seguir enseñando griego.

En 1900 abandonó la Compañía de Jesús y pasó al clero seglar, pues en sus años de jesuita se había ordenado de sacerdote. De Cejador ha dicho su biógrafo Antonio Domínguez: “Su alma, saturada toda ella por una vigorosa sinceridad aragonesa y de gran amplitud liberal, no puede ya convivir con la férrea disciplina de la Compañía a que pertenece, y el choque se efectúa, teniendo, por consiguiente, que abandonarla". Fuera ya de la Compañía, se instaló a Madrid, donde enseñó griego y hebreo durante un año en la Facultad de Escritura del Seminario de Madrid. De 1902 a 1906 dirigió la clase de lingüística en la Escuela Superior del Ateneo. En 1906, ganó, por oposición, la cátedra de latín del Instituto de Palencia. Finalmente, en 1914 consiguió, también por oposición, la Cátedra de Lengua y Literatura Latina, de la Universidad Central de Madrid.

Antonio Domínguez cuenta cómo era la vida de Cejador en sus años madrileños: “Fijada su residencia en Madrid, su vida puede describirse en tres rasgos: trabajo, humildad, virtud […] Tenía por costumbre levantarse muy temprano; liaba su cigarrera, calentaba su cuerpo con una tacita de café y se sentaba en su mesa de trabajo, rodeado de su más fiel y querido compañero, el “Titín”, su hermoso gato de Angora, único que le distraía algunos ratos, que él empleaba en hacerle arrumacos y mimos. Enfrascado con sus libros […] permanecía hasta que sus familiares le sacaban de su arrobamiento, que a veces llegó hasta estarse seis o siete horas sin levantar la vista y sin dar al cuerpo el alimento que necesitaba para soportar tal exceso de trabajo. Durante la comida aprovechaba el tiempo para conversar familiarmente cualquier acontecimiento literario, que recibía siempre gustoso. Era muy sobrio en el comer y en el beber. Salía a su cátedra, de la que siempre fue mártir por el cumplimiento de su deber, terminada la cual, si el tiempo se lo permitía, se daba un paseo por Rosales, donde solía conversar con cualquiera, sin darse a conocer a nadie. Era de trato un poco brusco, pero sencillo y candoroso en todo. En las injusticias y malas acciones obró siempre con una magnanimidad y grandeza de alma que fue la admiración de cuantos le conocimos y le amamos”. “Su carácter, como de buen aragonés, fue muy entero”. “Amigos muy íntimos, algunos ministros de la Corona, solicitaron de él favores, y algún catedrático llegó hasta ofrecerle cuanto quisiera, incluso un sillón en la Academia, si transigía por dar su voto a un su pariente que estaba en oposiciones por una cátedra, pero todo era inútil: su criterio era férreo y su decisión inquebrantable”.

El 23 de diciembre de 1926, una bronconeumonía lo postró en cama. Ya no pudo recuperarse, y el día 1 de enero de 1927 don Julio Cejador y Frauca falleció en su casa madrileña del nº 10, principal, centro, de la Glorieta de Quevedo. Fue enterrado, envuelto en el humilde hábito de San Francisco, en el cuartel 6º, segunda meseta, manzana 37, letra A del entonces nuevo cementerio de Madrid. De nuevo, Antonio Domínguez indica: “Se marchó de este mundo Cejador sin tener que agradecer al Estado la más mínima recompensa, ni a su talento, ni a su trabajo, ni a su persona. Pero sí con mucho que disculpar y aun más que perdonar, pues se le tuvo en el más completo olvido y abandonado de toda protección, aun por parte de aquellos que a él mucho le debieron y de quien su alma, toda candor y nobleza, no llegó a sospechar en que pudieran traicionarle”.

La obra de Cejador es amplísima, pues abarca tanto la literatura de creación como la lingüística, arqueología, toponimia, inscripciones, paremiología, periodismo, etc. En lingüística se dedicó preferentemente al estudio del origen y evolución de las lenguas y del lenguaje, gramáticas y métodos prácticos de aprendizaje de las lenguas clásicas, vocabularios históricos, historia de la literatura y ediciones de autores clásicos, como el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, Mateo Alemán, Quevedo, Cervantes y el Lazarillo de Tormes. Cejador fue un pedagogo que intentó innovar los métodos de enseñanza de las lenguas clásicas, y por consiguiente, como todos los innovadores, fue criticado en su época. Marcelino Menéndez Pelayo informa con claridad de cómo eran los manuales de principios del siglo XX: “Hacen casi inútil entre nosotros el estudio elemental de las humanidades cuando debieran ser, y en todas partes son, base de la cultura literaria, juntamente con el estudio y aprendizaje de la lengua nativa. A su ineficacia actual en nuestra enseñanza contribuyen no sólo los rezagados partidarios del empirismo gramatical, que se transmite por insensatos procedimientos de repetición mecánica, sino también los que habiendo adquirido una superficial noticia de los adelantos modernos de la Lingüística, y creyéndose capaces de aplicar el método histórico- comparativo, porque han saludado sus rudimentos, abruman al mísero principiante con un fárrago de doctrina filológica mal digerida, y le dejan incapaz de traducir el texto latino más sencillo. Como Vd. es filólogo de verdad, ha sabido huir prudentemente de tales escollos. El método práctico, el análisis y la traducción, es el centro de su sistema. El estudio racional del organismo de la lengua le sirve de apoyo y complemento “.

Como lingüista, Cejador estudió y comparó las diversas lenguas para buscar el origen del lenguaje, desentrañar la lengua primitiva. El propio Cejador expone las conclusiones a que llegó: “No sólo el bascuence era para mí la lengua matriz de las indoeuropeas, sino que era la lengua primitiva”. Éste es el punto más débil de la obra de Cejador, pues ni aun en su época encontró adeptos que apoyaran su teoría, pero no puede negársele su loable intento de renovar el pobre panorama de la lingüística española de principios del siglo XX, ni tampoco su gran preparación, muy superior a la de cualquiera de sus colegas españoles de entonces. Mucha más actualidad tienen sus vocabularios históricos, como el dedicado a la lengua de Cervantes, aún en nuestros días aprovechados por los diversos anotadores de las obras cervantinas. Cejador se quejó siempre de que su falta de medios económicos y de apoyo oficial le impidieran publicar un diccionario para el que tenía numerosos materiales. Dice de esta suerte: “Mi capital no ha llegado jamás a poder imprimir un diccionario de la lengua castellana completo, con un sinfín de voces que he allegado recorriendo toda España y papeleteando todos los mejores libros de los siglos pasados. La Academia tiene mucho dinero y no sabe hacer más que edición tras edición, echando a perder el diccionario primero de autoridades. Es acaso el único fracaso de mi vida y de mis esperanzas este de no haber podido publicar el tal diccionario para el cual tengo materiales sobrantes”.

Sus estudios literarios han dado lugar a vivas polémicas. Así, Simón Díaz (olvidando los numerosos errores de sus propias obras) dice de la Historia de la lengua y literatura castellana: “La más extensa de todas las existentes, de eficacia muy limitada por su absurda clasificación cronológica, falta de índices y errores abundantes”. Más ecuánime se muestra Emilia de Zuleta: “Merece ser recordado por su Historia de la lengua y literatura castellana y por su Tesoro de la lengua castellana [forma parte de su libro El lenguaje], obras clásicas en su momento y que contribuyeron grandemente al conocimiento de la literatura nacional en los años de entre guerras“. (Historia de la crítica española contemporánea. 1966). Abierto defensor de Cejador se muestra el ilustre cervantista don Manuel Fernández Nieto: ”Mención especial merece el tan denostado como excelente historiador don Julio Cejador y Frauca. Su estudio biográfico [de Cervantes], escueto pero muy claro, sigue vigente tanto por lo que dice de Cervantes como por lo que sugiere sobre las obras del gran novelista hasta el punto de que la sensación del lector, tras leer su exposición, es la de hallarse ante un primer apunte de lo que podía ser el mejor trabajo sobre el autor del Quijote”. (Biógrafos y vidas de Cervantes, 1998).

Las ediciones de textos clásicos que preparó Cejador supusieron un gran avance sobre sus predecesoras españolas, y aunque superadas, en parte, por la moderna filología, han tenido una importancia fundamental en la formación de numerosos filólogos, pues durante decenios fueron las utilizadas para leer La Celestina, el Libro de Buen Amor y el Lazarillo, y aun en ellas todavía tienen vigor la acertada anotación e interpretación de numerosos pasajes y el denso material erudito que las acompaña. Cejador fue un enamorado de la poesía popular castellana, cuya visión fue un acierto de comprensión, y un necesario contrapeso en una época que iba deslizándose por la pendiente de los ismos. Su antología de La verdadera poesía castellana se lee con agrado, y ha merecido ser reeditada en nuestros días.

Mucho han perjudicado a Cejador sus críticas a la Academia y a la escuela de Menéndez Pidal, lo que le valió el silencio parcial de su obra. Sobre la Real de la Lengua, dice lo siguiente: “Hoy me río de ser académico, cosa que han logrado casi todos los que lo son y han sido sin saber lingüística ni castellano ni teóricamente ni aun en la práctica. Hay que tener fama de novelista, dramaturgo, periodista, sobre todo, para entrar allí y nada de esto basta, por supuesto, si no se hace la tertulia y no se pega uno a algún académico de nota, molestándole a la continua hasta que, por echárselo de encima al moscón, lo mete allá. Otros entran por lo de “do ut des”, yo te meteré y te haré y tú me meterás en otra parte y me harás esto o lo otro. No he valido jamás para tales tratos y bajezas. Los pasos y lloriqueos que les ha costado a algunos el entrar en la Academia no se pagan con que le llamen a uno académico, sabiendo al mismo tiempo el que se lo llama que no entiende pizca de castellano y teniendo muy bien sabido cuánto le ha costado el título”.

Las críticas a Menéndez Pidal no le impidieron alabar sus estudios sobre la lengua del Cantar de Mío Cid, ejemplo que sus antagonistas nunca siguieron en la Revista de Filología Española, donde siempre olvidaron la obra de Cejador. Éste no se achicó jamás sino que arremetió contra ellos con todo brío, como se demuestra por el fragmento que sigue: “Dichos señores [los de la Institución Libre de Enseñanza], mayormente el que pasa por maestro de todos ellos […], esto es, don Ramón Menéndez Pidal y no menos su discípulo y fidus Achates, don Américo Castro, un brasileño que le tomó las sobaqueras al maestro y es su perrillo faldero y aullador, no se han dado a los estudios a los cuales yo me he dedicado, de suerte que no sé cómo podrían enseñarme y volverme al buen camino. Porque todo el mundo sabe y aun el maestro lo confiesa, dichos señores no saben latín, griego, sánscrito ni demás lenguas indoeuropeas, ni han saludado los estudios indoeuropeos comparados, ni saben árabe, hebreo, siriaco, copto, egipcio, ni saben bascuence, lenguas a las que dediqué mi vida entera. Saben, según dicen, la historia de la evolución de la lengua castellana, aunque sin conocer los idiomas de los cuales la lengua castellana procede, que están entre los idiomas citados, y sin conocer la lingüística comparada indoeuropea, fundamentos de cualquier estudio lingüístico. Menéndez Pidal ha publicado hasta ahora una magnífica obra, la “Gramática y diccionario” del “Cantar de Mío Cid”, obra de investigación en que le han ayudado sus discípulos y que yo considero digna de toda alabanza. La “Gramática histórica” del castellano es un pequeño compendio para su clase, sacado de Meyer Lübcke. Sus restantes trabajos acerca de la epopeya castellana han quedado rebatidos por mi obra “El Cantar de Mío Cid y la epopeya castellana.” Su edición de la “Crónica General” como preparada por las manos mercenarias de sus discípulos, deja tanto que desear que conozco a un hispanista que está preparando otra para mostrar sus muchos yerros”.

Ángel Valbuena Prat ha caracterizado, en breves rasgos, la vida y obra de Cejador: “Baturro tozudo, de reciumbre [sic] y brío, de gran corazón, de ímpetu apasionado, tuvo que chocar necesariamente con algunos jesuitas pacatos, de cuya orden salió, como Mir y otros temperamentos más o menos semejantes. Su erudición y su crítica tienen mucho de su carácter, terco, injusto, a veces, tosco pero hondo en lo popular, incapaz de comprender finuras científicas.” […] “Entre sus errores […], aparecen atisbos críticos, […] semblanzas de figuras literarias, que demuestran su capacidad y su talento”. Aunque todavía pervive buena parte de sus obras y juicios, incluso cuando aquéllas se olviden, don Julio Cejador será recordado por su hombría de bien y su gran personalidad, tanto más destacada en una profesión cuyos miembros, durante decenios, parecían clones con sello de procedencia de la Institución Libre de Enseñanza y del Centro de Estudios Históricos.

Cejador, crítico literario: obra

Gramática griega, según el sistema histórico comparado (1900).
Tierra y alma española (1900).
El lenguaje (1901-1914). Doce tomos, que contienen:
Tomo I: Introducción a la ciencia del lenguaje.
Tomo II: Los gérmenes del lenguaje.
Tomo III: Embriogenia del lenguaje.
Tomos IV- XII: Teoría de la lengua literaria, origen y vida del lenguaje, lo que dicen las palabras.
El Quijote y la lengua castellana (1905).
La lengua de Cervantes. Gramática y diccionario de la lengua castellana en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1905-1906).
Cabos sueltos. Literatura y lingüística (1907).
Nuevo método teórico-práctico para aprender la lengua latina (1907-1908). Cuatro tomos, con una carta- prólogo de Menéndez Pelayo, que contienen:
Oro y oropel (novela) (1911).
Pasavolantes (colección de artículos) 1912.
Mirando a Loyola: El alma de la Compañía de Jesús (novela) 1913.
Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor (edición, introducción y notas) (1913).
Fernando de Rojas, La Celestina (edición, introducción y notas) (1913).
Mateo Alemán, Primera parte de la vida de Guzmán de Alfarache (1913).
Baltasar Gracián, El Criticón (edición y prólogo) (1913-1914).
Los sufijos indo-europeos -tu, -ta, -ti (tesis doctoral) (1914).
La Vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades (edición, introducción y notas) (1914).
¡De la tierra…! (colección de artículos) 1914.
Trazas del amor (novela psicológica) (1914).
Epítome de literatura latina (1914).
Historia de la lengua y literatura castellana (1915-1922) [Hay edición facsímil de los 14 tomos publicada en 1972].
Miguel de Cervantes Saavedra. Biografía, bibliografía, crítica (1916).
Francisco de Quevedo, Los sueños (edición, introducción y notas) (1916).
"El Cantar de Mío Cid y la epopeya castellana", en Revue Hispanique, XLIX (1920), pp. 1- 310.
La verdadera poesía castellana. Floresta de la antigua lírica popular (1921-1930) [Hay edición facsímil de los 9 tomos publicada en 1987].
Fraseología o estilística castellana (1921-1925) (cuatro tomos).
La comedia de “El Condenado por desconfiado” (1923).
El madrigal de Cetina (1923).
Diccionario etimológico-analítico latino-castellano (1926).
Recuerdos de mi vida. Autobiografía (con prólogo de Ramón Pérez de Ayala) (1927) [El prólogo de Pérez de Ayala es importante para conocer los problemas de Cejador, y aun del propio Ayala, con la Compañía de Jesús].
Origen del lenguaje y etimología castellana (1927).
Horacio, fiel y delicadamente vuelto en lengua castellana (1927).
Origen del alfabeto, modelos e inscripciones ibéricas. 1927.
Cintarazos. Artículos inéditos (1927).
Toponimia hispánica hasta los romanos… (1928).
Refranero general castellano (1928-1929) (tres tomos).
Vocabulario medieval castellano (1929) [Existe edición facsímil publicada en 1990].
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha (texto completo precedido de la Vida y obra de Cervantes y El Quijote y la lengua castellana) (1944).

Cejador, periodista: obra

Cejador fue autor de una amplia obra periodística. La Revista de Aragón vio sus primeras colaboraciones, firmadas con el seudónimo de “Xu del Cairo” (curiosamente, Rogers y Lapuerta no mencionan este seudónimo en su Diccionario de seudónimos literarios españoles). Establecido en Madrid, escribió en periódicos y revistas como El Imparcial, España y América, España Moderna, La Tribuna, Nuevo Mundo, La España Quincenal, etc. Muchos de estos artículos fueron compilados en diversos libros que se citan en la bibliografía.

Bibliografía

  • GONZÁLEZ RUANO, C.: Breves notas sobre Julio Cejador (1927).

  • PÉREZ GOYENA, A.: "El historiador de la literatura castellana don Julio Cejador", en Razón y Fe, LXXVIII (1927), pp. 423-436.

  • DOMÍNGUEZ Q., A.: Julio Cejador y Frauca (1927).

  • GONZÁLEZ BLANCO, E.: Un sabio español menos (1927).

  • CASTAN PALOMAR, F.: Aragoneses contemporáneos. Diccionario biográfico (1934), pp. 139- 140.

VAF

Autor

  • vaf; agm