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Casas, Bartolomé de las (1474-1566)

Sacerdote dominico, cronista, teólogo, obispo de Chiapas en México y gran defensor de los indígenas americanos, considerado el apóstol de las Indias, nació en Sevilla en 1474 y murió en Madrid en 1566. Su padre, Pedro de las Casas, mercader de profesión, nació en Tarifa y era de linaje converso; su madre, Isabel de Sosa, descendía de cristianos viejos. Bartolomé de las Casas tenía 19 años cuando pudo contemplar, el 31 de marzo de 1493, el regreso a Sevilla de Cristóbal Colón que acababa de descubrir América, "con gran alarde de indígenas, loros y papagayos". (Véase Cristóbal Colón, Descubrimiento de América -en voz Descubrimiento- y Viajes colombinos).

A los pocos meses, se hicieron los preparativos para el segundo viaje del almirante y tanto el padre de Bartolomé como uno de sus tíos, Francisco de Peñalosa, se embarcaron en la segunda expedición, de carácter poblador, que partió para América el 25 septiembre de ese año. Entre tanto, Las Casas, que había iniciado los estudios primarios en la escuela catedralicia situada en el colegio de San Miguel, tuvo una breve experiencia bélica como soldado en las milicias concejiles sevillanas, enviadas a combatir en 1497 la primera sublevación de los moriscos granadinos. Al parecer, de regreso a Sevilla adquirió sólidos conocimientos de latín en la academia catedralicia dirigida por el célebre Antonio de Nebrija. Al regresar su padre de las Indias en 1499, le trajo como regalo un indio taíno, que permanecería con él hasta que le fue incautado a mediados de 1500, por decreto de Isabel La Católica que ordenaba devolver a sus tierras de origen a todos los indígenas que los conquistadores habían traído consigo (Real Cédula del 20 de Julio de 1500). A principios de 1502, Bartolomé de Las Casas se embarcó para las Indias junto a su padre y su tío, en la flota del nuevo gobernador Nicolás de Ovando. Tenía entonces 28 años y había realizado estudios religiosos pero aún no se había ordenado sacerdote. Le movía un ideal de extensión evangélica, junto a la sed de aventuras, afán de riquezas y experiencias nuevas propias de un espíritu inquieto. Desde su llegada a La Española (hoy República Dominicana y Haití) el 15 de abril de 1502, actuó como un colono más, ya que fue minero y encomendero y participó en la represión de las insurrecciones de los indígenas de las regiones de Jaraguá y del Higüey. Tuvo también una hacienda en las orillas del río Janique y se dedicó a explotar la tierra empleando para sus trabajos a los indígenas. A finales de 1506 regresa a Sevilla y continua su viaje hacia Roma, donde completa su preparación humanística y religiosa recibiendo el subdiaconado y el diaconado. De regreso a la Española en 1508, el almirante Diego Colón le concede una excelente heredad con repartimiento de indígenas cerca de su corte, en La Concepción, donde empezó a evangelizar como doctrinero. Por entonces Las Casas debió recibir el presbiterado de manos del obispo de Puerto Rico, D. Alonso Manso, y se suele afirmar que fue el primer sacerdote ordenado en el Nuevo Mundo. Allí tuvo ocasión de escuchar las protestas de los dominicos fray Pedro de Córdoba y Antonio de Montesinos, que denunciaban el maltrato infligido a los indígenas, situación que condujo a ambos frailes a viajar a España para defenderlos, logrando con sus gestiones favorecer la revisión y moderación de las Ordenanzas de Burgos sobre el trabajo de los indígenas, fechadas en Valladolid el 26 de julio de 1513. Las leyes castellnas habían declarado a los indígenas súbditos libres de la Corona, aunque sometidos a tutela, por lo que tenían derecho a su libertad personal y la posesión de sus bienes. Por otra parte, sólo se admitía que trabajasen para los conquistadores voluntariamente, a cambio de un salario y atención espiritual. Esta situación no fue aceptada por los encomenderos, por lo que la separación entre la ley y la praxis marcaría la conquista y colonización del Nuevo Mundo.
(Véase Encomienda).

Las Casas pasó a Cuba en 1513 como capellán y consejero de Pánfilo de Narváez, que había emprendido junto a Diego Velázquez la conquista y población de la isla. Las Casas se separó de él muy pronto, disgustado por el suplicio de los indígenas Hatuey y la matanza de Caonao. En Cuba obtuvo un nuevo repartimiento que progresó extraordinariamente, pero en 1514 las noticias traídas por algunos frailes dominicos venidos de La Española acerca de los abusos cometidos por los encomenderos y el mal trato recibido por los indígenas de la isla le suscitaron dudas sobre la legitimidad del sistema de encomiendas, mediante el cual los indígenas quedaban bajo la teórica protección de los encomenderos a cambio de una prestación en trabajo o dinero. En un sermón predicado el día de la Asunción de María, el 15 de agosto de 1514, Las Casas denunció la iniquidad de todos estos procedimientos y renunció a cuanto había obtenido. En 1515, de regreso a La Española y alentado por fray Pedro de Córdoba, resuelve retornar a España para exponer en la corte la situación de los indígenas. La tesis que defendería en la península y la que siempre mantendría era la de que España y las Indias conformaban una unidad indivisible y que el deber y razón de la colonización española en el Nuevo Mundo era la de llevar la luz del Evangelio; España era un instrumento de la Providencia para realizar esta misión. En diciembre de 1515 Las Casas se entrevista en Plasencia con Fernando el Católico, que ya muy enfermo lo lo remitió a los encargados de los asuntos indianos, Rodríguez de Fonseca y Lope Conchillos, que no le conceden mayor atención. A raíz de la muerte del rey en 1516 Las Casas encuentra comprensión para su causa en los cardenales Cisneros y Adriano de Utrecht, futuro papa Adriano VI.
(Véase Cardenal Cisneros).

En los memoriales de agravios, remedios y denuncias que les presenta en 1516, llama la atención entre otras cosas sobre la desastrosa situación de los taínos repartidos a los pobladores para la extracción del oro, donde perecían en breve plazo agotados por la fatiga, el hambre y las enfermedades y la insensibilidad, corrupción y abusos de los funcionarios reales. Posteriormente, Las Casas fue recibido por una comisión especial que le encarga elaborar un plan de "Reformación de las Indias", donde se establecerían comunidades indígenas libres, otras intervenidas por funcionarios reales, y en todo caso, la reforma de incumplidas Leyes de Burgos. El cardenal Cisneros envió a América tres monjes jerónimos para investigar la veracidad de las denuncias de Las Casas y a un juez ejecutor, Alonso de Zuazo, para castigar los abusos cometidos. No obstante, los enviados, amenazados o sobornados por los encomenderos, elevaron un informe contrario a las mismas, la llamada «Información Jeronimita» (1-4-1517), y recomendaron mayor rigor aún en el tratamiento hacia los indígenas, a los que definían como indolentes y malvados. De este modo, cuando Las Casas, que había sido nombrado en septiembre de 1516 procurador de los indígenas, llega a La Española en enero de 1517, se ve bloqueado por las maniobras de sus adversarios, situación que le obliga a regresar a España. A su llegada a Castilla la posición política de Cisneros estaba muy debilitada. De julio a diciembre de 1517, Las Casas se dedica a estudiar problemas jurídicos relacionados con los indígenas en el colegio de los dominicos de Valladolid. Con el ascenso al trono español de Carlos I, entra en contacto con sus consejeros flamencos y logra el apoyo del canciller Jean le Sauvage. Sus puntos de vista fueron públicamente conocidos en la sesión real del 11 de diciembre de 1517, donde se exponían las doctrinas fundamentales sobre la humanidad de los indígenas, su posible cristianización y civilización, la organización de sus comunidades y la represión de los abusos de los colonos. Por otra parte, Las Casas sugirió que, mientras se mantuviesen los sistemas de explotación de mano de obra servil, se llevasen a las Indias esclavos negros, más resistentes y aptos para los trabajos pesados, aliviándose de este modo las penurias de los indígenas. Esta idea alcanzó un éxito insospechado. Muy poco tiempo después, unos comerciantes genoveses consiguieron que la corona les otorgase una concesión para transportar 4.000 negros de Africa a América, siendo éste el comienzo de uno de los negocios mas lucrativos de la época colonial, la trata negrera. No obstante, Las Casas comprendió su error, afirmando en sus Memorias que tan injusto era el cautiverio y la explotación de indígenas como de los negros africanos. En todo caso, pese a la aceptación de sus argumentos, las medidas tomadas por Sauvage quedaron prácticamente sin resultados positivos por su fallecimiento en Zaragoza en 1518. Tras la rápida extinción de los taínos de La Española, Las Casas emprendió la defensa de los indígenas de Tierra Firme, por lo que se trasladó a Barcelona en marzo de 1519 para tratar de obtener en la corte una capitulación que le autorizara a intentar la evangelización y población de la costa de Tierra Firme.
(Véase Capitulaciones de Santa Fe).

El 19 de mayo de 1520, Carlos I firma en La Coruña la "Capitulación para poblar la costa de Paria concedida a su capellán Bartolomé de Las Casas", mediante la cual se comprometía a colonizar y evangelizar una franja de costa de 300 leguas desde Paria en Venezuela hasta Santa Marta en Colombia y a fundar tres ciudades con privilegios para sus pobladores sin excluir el tráfico de otros españoles. En esa capitulación se declaró la libertad personal de los indígenas. Las Casas zarpó de Sevilla en diciembre de 1520, pasando a Puerto Rico en enero de 1521 y luego a Santo Domingo. Allí tuvo conocimiento de los sucesos acaecidos en Cumaná, en el oriente venezolano, donde los indígenas habían destruido dos misiones y habían dado muerte a religiosos y españoles en venganza por una expedición esclavista realizada en septiembre del año anterior. Dadas las circunstancias se vio obligado a asociarse con Diego Colón y los miembros de la Audiencia de Santo Domingo, permitir la esclavización de los indígenas caníbales que se encontraran y ceder parte de los beneficios de la colonización a cambio de que le dieran el apoyo militar de la hueste de Gonzalo de Ocampo y le mantuvieran en el mando de la expedición. Su intento de colonización pacífica fracasará, tanto por la poca receptividad de los indígenas como por las incursiones esclavistas hechas en su ausencia, que provocaron el ataque y destrucción de la misión en enero de 1522. Las Casas, muy abatido, decidió ingresar en la orden de los predicadores en diciembre de 1522, acogiéndose al convento de la capital de La Española, donde profesó al año siguiente. Durante tres años permaneció en silencio dedicado al estudio de la teología y al perfeccionamiento de sus conocimientos jurídicos. A fines de 1526, ante su indignación por la tolerancia de las autoridades de La Española con los armadores, captores y traficantes de indígenas esclavos, formuló una reclamación ante el nuevo presidente de la Audiencia, el arzobispo D. Alonso de Fuenmayor, sin otro resultado que el ser alejado con el encargo de fundar un nuevo convento al norte de La Española, en Puerto Plata. Allí daría comienzo en 1527 a su gran obra, Historia de Indias, que 25 años después, en 1552, sería dividida en General y Apologética o natural. En 1529 fue llamado por el obispo de México, fray Juan de Zumárraga, y el de Tlaxcala, fray Julián Garcés, como posible reformador de los dominicos de México.
(Véase Zumárraga, Juan de).

Mal recibido, tuvo que regresar a La Española sin realizar su misión. No obstante, los años y los fracasos, lejos de desmoralizar a Las Casas, le fortalecieron en sus creencias y lo llevaron a posiciones cada vez más radicales. Sostenía la ilegitimidad de toda forma de violencia en la relación con los indígenas, y comenzó a predicar la obligatoriedad moral de devolver a los indígenas todo lo que se les había arrebatado. Esto lo convirtió en una grave amenaza para las autoridades españolas comprometidas en la explotación de los indígenas. Tras lograr de un encomendero que en su lecho de muerte libertara a sus indígenas y restituyera sus extorsiones, el sobrino de aquel, Pedro de Vadillo, consiguió que la Audiencia de La Española, de la que era oidor, le recluyera en el convento de Santo Domingo, con aprobación del Consejo de Indias. No obstante, su actuación en el sometimiento pacífico del cacique indio Enriquillo, sublevado desde 1519, movió a la Audiencia a relajar su reclusión. En 1534, Las Casas partió al Perú con el propósito de trabajar en defensa de los indígenas y de fortalecer las actividades de su orden, pero la nave fue arrojada a las costas de Nicaragua. Desde allí dirigió una extensa carta al Emperador y al Consejo de Indias para exponer su situación y enjuiciar los títulos de dominio español sobre el Nuevo Mundo. El Consejo, a pesar de las buenas intenciones de algunos nuevos consejeros (Bernal Díaz de Luco y Mercado de Peñalosa), seguía dominado por Fonseca y sus amigos, por lo cual nada se hizo al respecto. En enero de 1536, ante la expedición de conquista y esclavización del gobernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras, Las Casas protestó ardorosa y vehementemente desde el púlpito, logrando que la emperatriz retrasara por dos años su expedición en Centroamérica. Junto al obispo de Tlaxcala, fray Julián Garcés, Las Casas escribió la obra "De único vocationis modo", conocida en español como "Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión", en la cual condenó enérgicamente la guerra como medio de conversión a la fe. Gracias a esta obra se obtuvo la bula Sublimis Deus de Paulo III (1537), en la que el Papa, suponiendo la naturaleza humana de los indígenas, los declara totalmente aptos para la fe, que debía ser recibida en total libertad. Las Casas decidió entonces acometer en compañía de fray Rodrigo de Ladrada el proyecto de penetración pacífica en Guatemala, en la región de Tuzulutlán, considerada tierra de guerra por la ferocidad de sus naturales, que ya habían hecho varias veces retroceder a los ejércitos españoles. La entrada en la que se llamaría la Vera Paz implicaba la prohibición de gente de guerra, en tanto que allí se efectuaba la conversión de los indígenas por medio del diálogo y la conversión. A finales de 1539 Las Casas regresó a España a continuar su lucha. Allí logró la expedición de varias reales cédulas que favorecieron su misión en Tuzulutlán. Residiendo en Valladolid, establece contacto con Carlos I, que preocupado por la situación indiana responde a sus demandas y decide convocar una Junta en 1542, donde Las Casas presenta un largo Memorial, "Los dieciséis remedios para la reformación de las Indias", de los cuales el octavo pedía "que se declare a los indígenas, así a los ya sujetos como a los que adelante se sujetaren, como súbditos y vasallos libres que son, y ningunos estén encomendados a cristianos españoles". Consecuencia de esta magna junta de Valladolid fue la promulgación de las Leyes Nuevas el 20 de noviembre de 1542 y la reorganización del Consejo de Indias en 1543. Estas Leyes, que supusieron el triunfo de las ideas lascasianas, establecían, entre otras cosas, la prohibición de la esclavitud de los indígenas, y se ordenaba que éstos quedaran libres de los encomenderos y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. Se disponía además que, en lo concerniente a la penetración en tierras hasta entonces no exploradas, debían participar siempre dos religiosos que vigilarían que los contactos con indígenas se llevaran a cabo en forma pacífica para propiciar su conversión. En marzo de 1543 fue presentado para el obispado de Chiapas, que aceptó con la esperanza de renovar su experiencia de Tuzulutlán, región que se incluía dentro de los límites de su diócesis. Consagrado obispo en la capilla del convento de San Pablo en Sevilla, partió en julio de 1544 con más de 40 jóvenes dominicos. En Ciudad Real de Chiapas redactó entonces los doce puntos de su Confesionario, que publicaría más tarde con el título de Avisos y reglas de confesores, en los que prohibía a los sacerdotes absolver a quienes poseyeran encomiendas, disposición que provocó reacciones muy adversas. En septiembre de 1546 y apoyado por Juan de Zumárraga logró realizar una reunión de los obispos de Nueva España, que aceptaron sus conclusiones, pronunciándose a favor de la libertad de los indígenas y la obligación de la restitución de lo que se hubiera obtenido de ellos, pero ante la oposición de muchos de sus contrincantes prefirió regresar a España en 1547, donde esperaba ser más útil a los indígenas buscando el apoyo del emperador, procurando el envío de obispos y misioneros y participando en el debate intelectual. En julio de 1550 se reunió en Valladolid una junta de teólogos, expertos en derecho canónico y miembros de los Consejos de Castilla y de las Indias, con el propósito de discutir la forma de proceder en los descubrimientos, conquistas y población de las Indias. En ella participaron, además de Las Casas, Juan Ginés de Sepúlveda, fray Domingo de Soto, fray Melchor Cano y fray Bartolomé Carranza. De allí surgió la memorable polémica entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda. Éste último, historiador y también eclesiástico, que en su obra Demócrates alter, había escrito que los indígenas, como seres inferiores, debían quedar sometidos a los españoles, sostenía que la empresa de la conquista se justificaba por la desigualdad natural de los hombres, basando su tesis en los diversos testimonios de Aristóteles acerca de los esclavos naturales. Estos eran, según la explicación aristotélica, criaturas hipotéticas que poseían suficiente entendimiento como para ser capaces de seguir instrucciones, pero no tanto como para vivir una verdadera y civilizada vida por sí mismos. Su destino era ser esclavos de aquellos amos naturales que se encargarían de pensar y decidir por ellos, quedando legitimada de este modo la conducta de los conquistadores. Las Casas, por su parte, con gran sencillez, reconoció su inferioridad en el conocimiento de textos clásicos, pero afirmó que había aprendido bien que el cristianismo sostenía la igualdad total entre los hombres, cualquiera que fuera su origen. El Consejo de Indias acogió las ideas de Las Casas y falló en su favor el 11 de abril de 1551. Durante este tiempo Las Casas presentó la renuncia a su obispado, dedicando su tiempo a diversas actividades. Tras dirigirse a Sevilla en enero de 1552 para organizar una expedición de misioneros dedicó sus horas libres en el convento de San Pablo a consultar libros y manuscritos de la Biblioteca de Hernando Colón a fin de completar y reelaborar su Historia de Indias e imprimir numerosos tratados, entre los cuales destaca la Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, que había terminado de redactar en diciembre de 1543 en Valencia, además del Tratado sobre esclavos, el Confesionario y otros textos que aparecieron en Sevilla en ese mismo año. Fue entonces cuando inició la redacción de la Apologética historia sumaria, verdadero tratado de antropología comparada en el que, haciendo parangón entre las culturas indígenas y las de la antigüedad clásica, subraya las virtudes y grandes merecimientos de los habitantes del Nuevo Mundo. Los últimos años de su vida los pasó en Madrid. En 1562 había terminado su Historia de las Indias, donde auguraba la destrucción de la propia España como castigo por las desgracias e injusticias que los españoles y en general los pueblos europeos colonizadores habían infligido a los indígenas. Todavía escribió varios memoriales, así como De Thesauris, obra en la que cuestionaba el derecho de propiedad por parte de los españoles tanto de los tesoros entregados por el rescate del inca Atahualpa como de aquellos otros encontrados en los sepulcros o huacas de los indígenas. En febrero de 1564 realizó su testamento en el convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid. Aunque contaba ya con 90 años, todavía pudo escribir un memorial al Consejo de Indias reafirmándose en su defensa de los naturales del Nuevo Mundo. Fray Bartolomé de las Casas murió el 17 de julio de 1566 en el mencionado convento de Madrid, siendo sepultado en la capilla mayor. Sus restos fueron llevados más tarde al convento dominico de San Gregorio en Valladolid.

Las ideas de Las Casas contienen los principios básicos de la moderna misionología reafirmada por el Concilio Vaticano II. Por otra parte, tanto los escritos de Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca, basados en la doctrina lascasiana, que negaban el derecho de conquista sobre tierras cuyos legítimos y originales poseedores eran los aborígenes americanos (Relectio De Indis, 1539), como las propias denuncias formuladas por Las Casas, especialmente en la Brevísima relación de la Destrucción de las Indias, dieron argumentos a los impulsores de la Leyenda Negra española. Esta constituye una singular deformación histórica que critica duramente los procedimientos empleados por los españoles y, en general, la política de España durante la conquista y la colonización de América.
(Véase Ginés de Sepúlveda, Juan).

Bibliografía

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  • MORALES PADRÓN, F. Historia del Descubrimiento y Conquista de América, Madrid, 1971

Autor

  • Antonio Cortijo Ocaña