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PolíticaHistoriaBiografía

Cañamares o Canyamás, Juan de (¿-1492).

Magnicida español, autor de uno de los mayores atentados de la Historia peninsular: el intento de asesinato de Fernando el Católico, acontecido en Barcelona el 7 de diciembre de 1492. Después de la conquista de Granada, y después de haber dictado también la orden de expulsión contra los judíos, el Rey Católico viajó a Barcelona para ocuparse de negociar con los franceses la cuestión del Rosellón, territorio aragonés invadido por tropas de Francia. El 7 de diciembre de 1492, el rey había asistido a varias causas judiciales en la Ciudad Condal y se dirigía desde la catedral hacia sus aposentos en compañía de varios de sus oficiales cuando, al pasar por la Plaza del Rey, Fernando de Aragón se detuvo para charlar con alguno de los miembros de su séquito. En ese instante, de entre la muchedumbre saltó un hombre que, como recoge el cronista Andrés Bernáldez (op. cit., p. 266), le asestó

una cuchillada desde encima de la cabeça, por cerca de la oreja, el pescueço ayuso fasta los honbros, en que le dieron siete puntos. E como el rey se sintió herido, púsose las manos en la cabeça, e dixo: "¡Ó, Santa María y válame!" E començó de mirar a todos, e dixo: "¡Ó, qué traición!, ¡ó, que traición!"

La reacción del séquito fue inmediata: dos de los integrantes de la casa del rey, el mozo de espuelas Alonso de Hoyos y el trinchante Ferroel, se abalanzaron sobre el regicida y comenzaron a golpearle sin control para reducirle y evitar que escapara entre la multitud. Fernando el Católico, casi desvaneciéndose por la herida, todavía pudo indicar que no le mataran, pues quería saber las razones que le habían impulsado a tal acción... en el caso de sobrevivir. Y aunque el monarca sobrevivió, la suerte se alió con él, ya que unos milímetros más de profundidad y hubiera muerto casi instantáneamente. Una carta enviada por la reina Isabel al obispo de Granada, Hernando de Talavera, demuestra la gravedad de la misma (recogida por Sesma Muñoz, op. cit., p. 230):

Fue la herida tan grande, según dice el doctor de Guadalupe (que yo no tuve corazón para verla) tan grande y tan honda, que de honda entraban cuatro dedos y de larga otro tantos, cosa que me tiembla el corazón en decirlo.

Rápidamente, todo el organigrama regio se organizó de forma calculada para evitar males mayores. Los conselleres catalanes dispusieron una vigilancia especial para los miembros de la familia real presentes en Barcelona (sobre todo la propia reina Isabel), así como la preparación de unas galeras por si era necesaria una evacuación. Y es que, como puede entreverse de las palabras que Bernáldez pone en boca del herido monarca (traición), desde el principio flotó en el ambiente la existencia de una conspiración de gran calado contra la vida de Fernando de Aragón. De nuevo el cronista (pp. 266-267) nos afirma del revuelo montado a causa de esta supuesta conspiración:

E en este caso, muchas eran las opiniones: unos dezían, "¡francés es!"; otros dezían: "¡navarro es!"; otros dezían: "¡no es sino castellano!"; e otros dezían: "¡catalán es el traidor!" Y Nuestro Señor quiso non dar lugar que muriessen gentes; que maravilla fue non perderse la cibdad, segund lo que dezían las nasciones unas a otras.

Sin embargo, nada pudo demostrarse. Del magnicida, Juan de Cañamares, parecía sospecharse una procedencia castellana merced al topónimo conquense de su apellido, pero parece ser que era un campesino payés natural de Cataluña, donde existía una aldea llamada Canyamás, actualmente integrada en el municipio tarraconés de El Vendrell. Por este origen humilde y campesino enseguida se le relacionó con el movimiento de los payeses de remença, sobre todo con aquellos descontentos por la Sentencia Arbitral de Guadalupe, dictada en 1486 por el monarca herido para solucionar los conflictos remensas. En cualquier caso, el episodio del atentado de Barcelona sí parece dejar constancia de que entre los múltiples súbditos de los Reyes Católicos existían ciertas tiranteces que sólo el carisma de los monarcas fue capaz de superar, dado que los indicios de revuelta en la ciudad por causa del supuesto origen de Juan de Cañamares, aunque silenciados en las fuentes, son indicativos de estas tensiones dentro de la supuesta unidad peninsular. A las pocas horas, con el anuncio de que Fernando el Católico se hallaba a salvo de morir, la ciudad recobró la tranquilidad y las tensiones entre navarros, castellanos y catalanes del séquito regio desaparecieron.

La suerte de Juan de Cañamares fue la habitual en estos casos. Entregado a la Inquisición, fue torturado hasta que se le arrancó una causa para haber intentado tal osadía. Según las noticias de Pedro Mártir de Anglería (en Sesma Muñoz, op. cit., p. 232), esta causa es insólita:

Obligado a confesar el pastor payés, pública y privadamente ha declarado que los móviles que le impulsaron a perpetrar tal crimen fueron el que si mataba al Rey él lo substituiría. Ni aun en el tormento pudo arrancársele otra confesión, y siempre negó que se hubiera movido a ello por consejos de alguien. En tal versión coinciden testigos, verdugos y jueces.

¿Fue Juan de Cañamares un visionario? Es cierto que las creencias de corte milenarista y escatológico habían tenido un gran arraigo en la Corona de Aragón durante todo el siglo XV, muchas veces alentado por los propios panegiristas de Fernando el Católico. Sin embargo, si se pone en relación esta inusual excusa con las tensiones debidas a la sospecha de un complot contra el rey, algo parece no casar, sobre todo teniendo en cuenta que el cronista Bernáldez dice que "la ciudad de Barcelona y los caballeros y cónsules fueron en muy gran tristeza y mostraron mucho sentimiento por haber acaecido un caso como éste en ella y por manos de catalán" (op. cit., p. 267). El hecho de que entre la abundantísima y rigurosa documentación de la cancillería aragonesa, y aun de la Inquisición, no se conserve el documento del juicio contra Juan de Cañamares no hace sino alentar las sospechas, aunque objetivamente, con los datos conservados, el frustrado regicida obró por una enajenación mental según la cual, acabando con la vida de Fernando el Católico, él mismo sería el todopoderoso rey de Aragón y Castilla.

El atentado de Juan de Cañamares supuso un amargo contrapunto a ese mismo año, 1492, considerado como la culminación del proyecto político de los Reyes Católicos. En la primavera de 1493, con Fernando de Aragón ya totalmente recuperado, la ciudad de Barcelona organizó un torneo caballeresco, una de las diversiones que más satisfacían al convaleciente rey, para honrar esta pronta recuperación. La historiografía oficial echó tierra sobre el funesto incidente, que sufrió un complejo proceso de aquilatación literaria hasta convertirse en tópico. No obstante, el cronista Bernáldez nos informa del truculento final de Juan de Cañamares. El reo fue entregado por la Inquisición al brazo secular, que cumplió la sentencia reservada a crímenes de lesa majestad, con agravante de atentado contra la vida:

Fue puesto en un carro e traído por toda la cibdad; e primeramente le cortaron la mano con que dio al rey, e luego con tenazas de fierro ardiendo le sacaron una teta, e luego un ojo, e después le cortaron la otra mano, e luego le sacaron el otro ojo, e luego la otra teta, e luego las narizes; e todo el cuerpo e vientre le abocadaron los herreros con tenazas ardiendo, e fuéronle cortados los pies; e después que todos los mienbros le fueron cortados, sacáronle el coraçón por las espaldas. E echáronlo fuera de la cibdad, donde los moços e mochachos de la cibdad lo apedrearon e lo quemaron con fuego, e aventaron la ceniza al viento.

(Bernáldez, op. cit., pp. 267-268).

Bibliografía

  • ALCALÁ, A. "La herida del rey (7 de diciembre de 1492): del hecho a la crónica y a la elaboración literaria". (La Torre, 1 [1987], pp. 343-364).

  • BERNÁLDEZ, A. Memorias del reinado de los Reyes Católicos. (Ed. J. de M. Carriazo & M. Gómez-Moreno, Madrid, Real Academia de la Historia, 1962).

  • SESMA MUÑOZ, J. A. Fernando de Aragón. Hispaniarum rex. (Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1992).

Autor

  • Óscar Perea Rodríguez