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Camarillo y Roa, María Enriqueta (1872-1968).

Poetisa, narradora, ensayista, traductora y pedagoga mexicana, nacida en Coatepec (en el estado de Veracruz) el 19 de enero de 1872, y fallecida en Ciudad de México en 1968. Esposa del historiador e hispanista Carlos Pereyra, tomó el apellido de éste para, añadido al suyo, firmar la mayor parte de sus obras con el nombre de María Enriqueta Camarillo de Pereyra. También usó, al comienzo de su carrera literaria, el pseudónimo de Iván Moszkowski.

Vino al mundo en el seno de una familia acomodada, perteneciente a esa alta burguesía mexicana que se consolidó definitivamente en la cima del poder durante el largo gobierno de Porfirio Díaz -período conocido como Porfiriato (1876-1911)-. Sus padres, don Alejo Camarillo y doña Dolores Roa Bárcena, le proporcionaron desde niña una relativamente buena educación, orientada hacia el ámbito de la literatura (debido, en parte, a que su madre cultivaba la creación literaria, aunque jamás llegó a dar a la imprenta los relatos y poemas que escribía). Y recibió, además, la temprana y acusada influencia de su tío José María Roa Bárcena, reputado escritor que aportó, a las letras mexicanas de la segunda mitad del siglo XIX, un interesante tratamiento del relato breve, basado en la recuperación de temas, motivos y personajes extraídos de las leyendas indígenas.

Creció, pues, en un ambiente rico en tertulias literarias, aunque, como era habitual entre las jóvenes de su tiempo, no recibió otra formación académica que los estudios que se consideraban imprescindibles para dotar de cierto barniz cultural a quien estaba destinada primordialmente al matrimonio (piano, pintura, algo de literatura y nociones elementales de lengua francesa).

Los primeros años de su infancia transcurrieron felizmente en el medio rural en el que había venido al mundo, del que la autora guardó siempre un recuerdo idílico (como dejó bien patente en su obra). Y, al cumplir los siete años de edad (1879), se trasladó con los suyos a Ciudad de México, ya que su padre debía ocupar allí un escaño en el Congreso de la Unión, después de haber sido elegido Diputado Federal por el estado de Veracruz. El paso de la tranquilidad provinciana de su primera infancia a vértigo de la gran urbe fue, ciertamente, traumático para la jovencísima escritora; pero, con el tiempo, resultó especialmente fructífero para su desarrollo intelectual, pues le permitió cultivar sus aficiones artísticas en las mejores escuelas y academias de la capital mexicana. Así, en 1887 ingresó en el Conservatorio Nacional de Música, donde, al cabo de ocho años, obtuvo el título de Maestra de Piano (1895). Además, en Ciudad de México tuvo acceso a librerías y bibliotecas que le permitieron enriquecer la vasta formación literaria que se estaba procurando de forma autodidáctica, y pudo establecer contactos con figuras y grupos que le pusieron al tanto de las principales modas y corrientes del momento (especialmente, de la estela amplia y avasalladora del Modernismo, que comenzaba a hacer furor por aquella época).

Entre los personajes que conoció en México estaba el joven historiador Carlos Pereyra Gómez, hermano de su amiga Josefina Pereyra y, ya por aquel entonces, una de las figuras más prometedoras de la intelectualidad mexicana de finales del siglo XIX. María Enriqueta se sintió atraída por sus amplios conocimientos -volcados, fundamentalmente, hacia el ámbito de los estudios hispánicos- y por la relevancia que ya había adquirido en el ámbito de la política cultural del Porfiriato; pero, antes de formalizar sus relaciones con él, hubo de pasar por un período de separación, pues su familia emprendió un nuevo traslado a raíz de que don Alejo Camarillo fuera nombrado Administrador del Timbre en Nuevo Laredo (ciudad perteneciente al estado de Tamaulipas).

En su nuevo lugar de residencia, María Enriqueta Camarillo comenzó a trabajar -contra el parecer de su padre- como profesora de piano, al tiempo que se afianzaba como escritora en el panorama cultural mexicano. Ya en 1894, dos años antes de su traslado a Nuevo Laredo, había publicado sus primeros poemas en el rotativo El Universal (de México), bajo el pseudónimo de Iván Maszkowski; poco después, al constatar que estas composiciones primerizas eran objeto de abundantes elogios por parte de la crítica y los lectores, la escritora novel se atrevió a divulgar sus escritos bajo su auténtico nombre, con lo que el apellido Camarillo empezó a aparecer -entre otras publicaciones- en la Revista Azul, en la que colaboraban los principales modernistas mexicanos del momento. Allí había publicado María Enriqueta, cuando aún residía en Ciudad de México, su primer relato breve, y allí siguió enviando otros escritos -principalmente, poemas- durante los dos años que permaneció en Nuevo Laredo.

Colaboró, en fin, durante aquel fructífero bienio (1896-1898) con otros medios como El Universal, El Mundo Ilustrado -suplemento cultural de El Mundo-, El Espectador (de Monterrey), Crónica (de Guadalajara) y El Diario (de Ciudad de México), en los que alcanzó tal proyección que, ya por aquel entonces, llegó a ser elogiada por algunas figuras precipuas de las Letras hispanoamericanas, como Amado Nervo y Rubén Darío. Así pues, ya era un personaje bien conocido en los foros y cenáculos literarios de todo México cuando, en 1898, regresó a la capital y, en apenas unos meses, contrajo matrimonio con Carlos Pereyra.

Durante el primer decenio del siglo XX, María Enriqueta Camarillo de Pereyra fue, posiblemente, la escritora más respetada por la intelectualidad mexicana de la época. Consagrada por aquel tiempo a la creación poética, publicó profusamente sus versos en los principales periódicos y revistas, al tiempo que daba a la imprenta sus primeros poemarios, aparecidos bajo los títulos de Las consecuencias de un sueño (México, 1902) y Rumores de mi huerto (México, 1908). Entre la edición de ambos volúmenes tuvo lugar el fallecimiento de don Alejo Camarillo, circunstancia que supuso un duro mazazo para la escritora de Coatepec (quien, a lo largo de su obra posterior, habría de tener muy en cuenta la personalidad de su padre como referente de sus personajes masculinos).

La peripecia vital de María Enriqueta Camarillo experimentó un decisivo cambio de rumbo a partir de 1910, fecha en la que su esposo Carlos Pereyra empezó a prestar servicios diplomáticos al gobierno mexicano. Nombrado encargado de los negocios de su país en Cuba, se instaló con su esposa en La Habana, donde los círculos artísticos e intelectuales saludaron a la escritora como a una gran figura de las Letras hispanoamericanas. Al año siguiente, tras un breve retorno a su país natal, Pereyra fue designado primer secretario de la Embajada de México en Washington, donde el matrimonio habría de pasar los dos próximos años. María Enriqueta Camarillo se dedicó, entonces, a redactar los cinco volúmenes que conformaron su famosísimo libro Rosas de infancia (París/México, 1914), un texto destinado a introducir al público infantil en el mundo de la lectura. Durante varias décadas, muchas generaciones de compatriotas de Camarillo aprendieron a leer con esta popularísima obra, que llegó a ser declarada lectura obligatoria en los programas oficiales educativos de determinados gobiernos mexicanos de la primera mitad del siglo XX.

Entretanto, la autora de Coatepec continuaba enviando poemas, relatos y artículos literarios a diferentes publicaciones periódicas de su país natal, como las revistas Argos y Nosotros. Su retorno -bien es verdad que casi anecdótico- a México tuvo lugar en 1913, cuando, acompañada de su esposo, hizo escala naval en Veracruz para recoger a doña Dolores Roa Bárcena y dirigirse con ella -vía Nueva York- hasta la ciudad belga de Amberes. Este traslado a Europa obedecía a que Carlos Pereyra había sido nombrado ministro plenipotenciario del gobierno de México en Bélgica y Holanda. Poca imaginaba María Enriqueta Camarillo, durante aquel periplo a través del Atlántico, que habría de permanecer ligada al Viejo Continente por espacio de siete lustros.

Tras tomar posesión de su cargo en Bruselas -donde, al poco tiempo de haberse instalado, falleció su suegra doña Dolores Roa-, Carlos Pereyra apenas tuvo ocasión de ejercer sus funciones diplomáticas, debido a dos turbulentos episodios bélicos: el estallido de la I Guerra Mundial (1914-1919) y el recrudecimiento de la Revolución Mexicana (1910-1940). La entrada de las tropas alemanas en Bruselas, unida a la simultánea incomunicación de la Embajada Mexicana -que no tenía quien le brindase información, apoyo ni recursos desde el gobierno de su país, agitado por la encarnizada lucha revolucionaria-, provocó la apresurada huida de los Pereyra rumbo a la neutral Suiza, donde encontraron refugio en Lausana merced a las gestiones del Cónsul de Argentina en dicha ciudad.

Pero la vida allí no resultaba fácil para el ex-embajador y reputado intelectual Pereyra, su afamada esposa -que no había dejado de escribir durante todo aquel tiempo, especialmente motivada por la belleza de algunas ciudades europeas como Brujas- y la compañía familiar que se les había unido en su refugio en Lausana: el joven Miguel Pereyra (un sobrino de don Carlos que el matrimonio se había llevado a Europa, al igual que había hecho con la difunta doña Dolores Roa); y el hijo de ésta y hermano mayor de la escritora, Leopoldo Camarillo, que había cruzado el Atlántico en el mismo viaje que hicieran todos ellos, para ocupar el cargo de Vicecónsul de México en Bélgica y Holanda (con sede en Amberes). Así que, ante la difícil situación por la que atravesaban en una Suiza que, aunque neutral, estaba en el epicentro de la conflagración bélica, todos ellos acordaron mudarse a España, donde esperaban encontrar mejores oportunidades para el desarrollo de sus respectivas actividades profesionales e intelectuales.

En efecto, al poco de haberse instalado en Madrid (1916), tanto María Enriqueta Camarillo como su esposo contaron con la inestimable amistad y ayuda del gran escritor venezolano Rufino Blanco-Fombona (1874-1944), a la sazón afincado en la capital española después de haber huido del París amenazado por la guerra. En la céntrica ciudad hispánica había fundado, al poco de llegar, la Editorial América, en la que no sólo publicó algunos de los libros de María Enriqueta Camarillo, sino que también ofreció trabajo al matrimonio Pereyra. Así, la escritora comenzó a ganarse la vida como traductora, vertiendo al castellano diferentes obras de autores franceses; además, Blanco-Fombona y Pereyra coincidían en sus ideas políticas -furiosamente antiimperialistas- y en su visión de la historia reciente y contemporánea, lo que dio pie a que el venezolano pusiera a disposición de mexicano su empresa editorial, para que publicara, por mediación de ella, sus principales obras historiográficas.

Asegurada, así, la estabilidad económica de los Pereyra en Madrid, la autora de Coatepec compaginó sus obligaciones laborales de traductora con su innata vocación literaria, y continuó redactando obras de creación hasta que logró alcanzar también una notable reputación como escritora en España. El punto de partida de este reconocimiento tuvo lugar en 1918, cuando, merced a un relato titulado "La revelación de las ánforas", se alzó con el primer premio de un concurso convocado por la prestigiosa revista Blanco y Negro. Aprovechando este éxito, María Enriqueta Camarillo dio a la imprenta su primera novela, Mirlitón, el compañero de Juan (Madrid, 1918), a la que pronto añadió una nueva narración extensa, Jirón del mundo (Madrid, 1919). A partir de entonces, fue abandonando paulatinamente el ejercicio de la traducción para ir concentrándose en su carrera literaria, que, tras la aparición de nuevas narraciones como Sorpresas de la vida (1921) y El secreto (Madrid, 1922), pareció decantarse definitivamente por la prosa de ficción.

Con esta última obra, María Enriqueta Camarillo de Pereyra obtuvo, en París, el Premio a la Mejor Novela Extranjera que otorgaba la relevante publicación Cahiers Féminas. A partir de entonces, tanto sus poemarios como sus textos en prosa empezarían a ser divulgados en Francia y en otros lugares de Europa, convenientemente traducidos al francés, al portugués y al italiano. Y su carrera literaria empezó a depararle honores y galardones que, hasta entonces, habían conocido muy pocas autoras hispanoamericana: en 1923, a pesar del tiempo que llevaba ya fuera de México, fue nombrada "Hija Predilecta" de Coatepec; y, al cabo de cinco años, sus compatriotas volvieron a honrarla con el título de "Socia Honoraria de la Asociación de Universitarias Mexicanas" (1928); entre uno y otro reconocimiento, en España fue nombrado "Socia Correspondiente de la Real Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz; y, en fin, más adelante recibió otras muchas distinciones en diversas partes del mundo, como en Portugal (donde, en 1930, fue designada "Socia Correspondiente del Instituto Histórico del Miño"), en los Estados Unidos de América (donde, tres años después, se incorporó a la "International Poetry Society", con sede en Nueva York), o, una vez más, en su lugar de origen (donde fue nombrada "Socia Honoraria del Ateneo Mexicano de Mujeres" en 1936).

Sus éxitos literarios y sus premios, distinciones y nombramientos honorarios estaban, en parte, ensombrecidos por una nueva tragedia familia, esta vez vivida en el Madrid de 1923, fecha en la que pereció prematuramente Leopoldo Camarillo. A partir de entonces, al igual que había ocurrido tras los decesos de sus progenitores, la figura del hermano muerto habría de reaparecer, de diversos modos, en varios pasajes de su obra. Ésta, por cierto, continuaba incrementándose de manera vertiginosa durante aquella feraz etapa de su vida, en la que María Enriqueta Camarillo cultivó con singular acierto la literatura infantil -Entre el polvo de un castillo (Buenos Aires, 1925) y Cuentecillos de cristal (Barcelona, 1966)-, pero sobre todo la prosa de ficción para adultos, género en el que llegó a consagrarse definitivamente como una de las grandes narradoras del momento, con las colecciones de cuentos tituladas El misterio de su muerte (1926), Enigma y símbolo (1926), Lo irremediable (1927) y El arca de colores (1929).

Además, durante dicho fecundo período en el Madrid anterior a la Guerra Civil (1936-1939), la autora de Coatepec continuó cultivando -bien es verdad que con menor dedicación- la creación poética, género en el que se inscriben otras obras suyas de aquellos años, como Rincones románticos (1922), Álbum sentimental (1926) y Poemas del campo (1935); e incrementó su producción impresa con otros libros de muy variada naturaleza, como la colección de crónicas de viajes Brujas, Lisboa, Madrid (1930); el volumen autobiográfico Del tapiz de mi vida (1931); y el libro misceláneo Fantasía y realidad (1933), en el que reunió diversos textos en prosa junto con algunos poemas sueltos que no había dado a la imprenta hasta entonces.

El estallido de la Guerra Civil provocó que el matrimonio Pereyra pasase tres años prácticamente recluido en la casa que ocupaba, a la sazón, en la zona conocida como "Ciudad Jardín" (contigua a la actual barriada de Prosperidad), donde Carlos Pereyra y su esposa, tras haberse consolidado definitivamente en Madrid, habían adquirido en propiedad un vivienda ubicada en una calle que, años después, habría de llevar el nombre del intelectual mexicano. En vano intentó la Embajada Mexicana expatriar a ambos escritores ante el peligroso cariz que estaba tomando la situación política y militar en Madrid; tan sólo se permitió la matrimonio que colocara una gran bandera de México en el balcón de dicha casa, para que los contendientes de uno u otro bando tuviesen conocimiento de la neutralidad de quienes allí moraban.

Al término de la Guerra Civil, Carlos Pereyra fue invitado a incorporarse, en calidad de investigado, al Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, en el que apenas tuvo tiempo de culminar grandes proyectos, pues la muerte le sorprendió a mediados de 1942. A partir de entonces, María Enriqueta Camarillo decidió que había llegado el momento de retornar a su tierra natal, a la que hasta entonces no había imaginado regresar debido a que su esposo, fiel a sus ideas políticas, había hecho el firme propósito de mantenerse "autoexiliado" de por vida.

Pero el retorno de la escritora a México se demoró hasta 1948, pues María Enriqueta quería volver a su país con los restos mortales de su esposo, y la legislación española prohibía la exhumación de cadáveres hasta que no hubiese transcurrido un lustro desde el entierro. Poco antes de partir, la autora de Coatepec fue honrada en España con el Lazo de Isabel la Católica (1947) y con la Gran Cruz de Alfonso X "El Sabio" (1948). Además, el gobierno español honró la memoria de Carlos Pereyra con la concesión, a título póstumo, de la Gran Cruz de Isabel la Católica.

A su llegada a México tras treinta y cinco años de ausencia, la ya anciana María Enriqueta Camarillo (que contaba, a la sazón, setenta y seis años de edad) se vio rodeada de múltiples muestras de admiración y reconocimiento por parte de sus compatriotas. Instalada en Ciudad de México, volvió a publicar sus colaboraciones periodísticas en diferentes medios de comunicación de su país natal, como El Informador (de Guadalajara) y El Heraldo (de Chihuahua); y comenzó a colaborar con periódicos y revistas estadounidenses de lengua española, como La Prensa (de San Antonio, Texas) y La Opinión (de Los Ángeles, California).
En medio de ese reconocimiento que le dispensaron sus compatriotas a su regreso a México, María Enriqueta Camarillo vio cómo se daba su nombre a varias escuelas e instituciones culturales relacionadas con su peripecia vital. Fue invitada a participar en debates y coloquios, y a incorporarse a varias instituciones de gran prestigio en la vida intelectual mexicana (hasta el extremo de que se llegó a rumorear que podía ser la primera mujer admitida en la Academia Mexicana de la Lengua. El gobierno llegó a concederle una pensión vitalicia, que no bastó para que, al final de sus días, cuando estaba a punto de alcanzar la condición de centenaria, viviese en una lamentable precariedad económica, cercana a la miseria. Por aquel tiempo, el revuelo organizado a propósito de su retorno había dejado paso a un ominoso silencio que condenó a la anciana escritora al olvido.

Bibliografía

  • DOTOR, Ángel. María Enriqueta y su obra (Madrid: Aguilar, 1943).

  • PONCE DE LEÓN, Salvador. María Enriqueta Camarillo y su retorno a México (México: EDIMUSA, 1961).

  • SOLTERO SÁNCHEZ, Evangelina. María Enriqueta Camarillo: la obra narrativa de una mexicana en Madrid (Madrid: Universidad Complutense [Tesis Doctoral], 2004).

  • URRUTIA, Elena. "María Enriqueta Camarillo, 1872-1968", en Evocación de mujeres ilustres (México) (1980), págs. 75-93.

  • YAKOLEV BALDIN, Valentín. "María Enriqueta Camarillo, insigne escritora mexicana", en Lectura (México), nº 1 (1968), págs. 16-20.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.