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LiteraturaBiografía

Callejas, Mariana Inés (1932-VVVV)

Narradora chilena, nacida en Rapel (cerca de Montepatria, en la IV Región de Coquimbo) el 11 de abril de 1932.

Vida

Nacida en el seno de una familia de comerciantes que, desde tiempos remotos, abastecía a los buscadores de minas del norte de Chile, era nieta de José Santos Callejas y María Avilés -propietarios, tras muchos años de dedicación al comercio de mulas, de varias fincas en la localidad de Lagunillas (cerca de Ovalle)-, y de Manuel Honores y Nicolasa Santander -que regentaban una tienda de tejidos, comestibles y útiles de minería-. El padre de la futura escritora, Javier Callejas, llevó una vida ociosa, cómoda y regalada hasta los cuarenta años de edad, tiempo en el que contrajo matrimonio con la joven María Isabel, que a la sazón contaba sólo dieciséis. Fruto de esta unión conyugal fueron seis hijos, entre los que Mariana Inés -nacida cuando su padre era ya sexagenario- ocupaba el último lugar.

Javier Callejas, militante del Partido Radical, había sido destinado en calidad de oficial del Registro Civil y Juez de Paz a la pequeña población de Rapel, en la que vino al mundo la futura escritora. Comoquiera que sus ocupaciones laborales le dejaban mucho tiempo libre -que dedicaba, generalmente, a cazar perdices en compañía de sus amigos-, con la ayuda económica de su progenitor -el abuelo paterno de Mariana Inés- abrió en Rapel un almacén de productos variados en el que se abastecía la mayor parte de los lugareños. Bien atendido por su esposa, este negocio proporcionó a la familia una envidiable estabilidad financiera que le permitió adquirir varias propiedades agrarias -entre ellas, un viñedo- y disponer su traslado a una ciudad más grande cuando así lo exigió la educación de los hijos. Al cabo de más de treinta años, Mariana Inés Callejas, ya convertida en señora de Michael Townley, habría de regresar a su localidad natal para visitar la casa en la que había nacido, recorrer sus pequeñas callejuelas, interesarse por la historia local (en la que destacaba el penoso episodio de las violentas lluvias que habían arrasado el lugar) y conocer a algunos de sus escasos pobladores (entre ellos, el sacerdote yugoslavo Lazslo); fruto de esta nostálgica visita fue su excelente novela titulada Ángel de rincones (1982).

Javier Callejas consiguió, pues, un ventajoso traslado laboral a La Serena (capital de la IV Región de Coquimbo), en donde se estableció con el deseo de facilitar la formación académica de sus vástagos. Hombre de escasas aptitudes para el trabajo -que solía delegar en su mujer-, pero dotado de un gran don de gentes y de una innata curiosidad intelectual, inculcó a sus hijos la pasión por la lectura y llenó el hogar familiar de libros y publicaciones periódicas que despertaron la vocación literaria de la pequeña Mariana Inés. Amable, alegre y extravertido, el padre de la futura escritora pronto se integró plenamente en la vida social de la ciudad, donde fue muy conocido por su apasionada inquina contra cualquier forma de totalitarismo político, desde el nazismo hasta el comunismo. Por su parte, María Isabel Honores -madre de Mariana Inés- era una apasionada lectora de poesía; y, aunque no había recibido una adecuada instrucción escolar (como la mayor parte de las mujeres chilenas de su tiempo), mantenía viva su afición a los versos copiando en un cuaderno todos aquellos poemas que le habían causado una honda impresión. Con estos antecedentes familiares, no es de extrañar que la joven Mariana Inés, alumna -por aquel entonces- del Liceo de La Serena, orientara definitivamente sus pasos hacia el estudio de las Humanidades.

Poco después, la familia Callejas-Honores se trasladó a Santiago de Chile y se instaló en una casa ubicada en la Gran Avenida. Javier Callejas, destinado ahora al Registro Civil de San Miguel, fue incapaz de adaptarse, ya en su edad provecta, a las formas de vida de la gran ciudad: echaba de menos sus correrías cinegéticas campestres, no sabía desplazarse en los modernos medios de locomoción urbanos, y, acostumbrado a la tranquilidad de la vida provinciana, descuidaba su seguridad, por lo que fue víctima de varios robos. Su esposa, en cambio, evolucionó rápidamente al compás de los avances y la mentalidad de su tiempo, se convirtió en una mujer progresista y preocupada por la causa feminista, y acabó asumiendo por completo la administración del hogar y la dirección de la familia. El ejemplo de esta fortaleza materna caló hondo en el espíritu de la joven Mariana Inés, a la sazón matriculada en el famoso Liceo Tres, una de las instituciones de enseñanza más prestigiosas de la capital chilena. Seguía profesando un vivo afecto hacia su progenitor, quien, liberado -como a lo largo de toda su vida- de graves ocupaciones, solía pasar a recogerla a la salida de clase, hasta que hubo de dejar de hacerlo porque las compañeras de su hija la ofendían cuando comentaban que venía a buscarla su abuelo. Pero estas buenas relaciones paterno-filiales no impidieron que Mariana Inés, a los catorce años de edad -cuando era un pésima estudiante, más interesada por la situación del mundo tras la Segunda Guerra Mundial que por sus obligaciones académicas-, comenzara a relacionarse con algunos jóvenes izquierdistas que orientaron su ideología -pese a las prevenciones de su padre- hacia el comunismo. Poco a poco, la abismal diferencia generacional entre Javier Callejas y su jovencísima hija fue agigantándose, hasta que la actitud rebelde de Mariana Inés y el progresivo conservadurismo de su padre dieron pie a una ruptura total de relaciones entre ambos.

En efecto, la joven Mariana Inés, cada vez más desinteresada por sus estudios, comenzó a salir con frecuencia de Santiago acompañada por su amigo filocomunista Raúl, unas veces para asistir a los conciertos al aire libre celebrados los fines de semana en Pedro de Valdivia Norte, y en otras ocasiones para visitar a unos parientes que vivían en la comuna de Providencia. Estos eventuales abandonos de la capital, que provocaron su definitivo fracaso escolar (fue de liceo en liceo sin llegar a concluir su formación secundaria), exasperaban a Javier Callejas, quien reaccionó a la contra intentado autoritariamente retener en casa a su hija. La respuesta de la joven a esta actitud intransigente de su progenitor no se hizo esperar: decidida a liberarse de la cada vez más opresiva tutela paterna, en 1949, con tan sólo diecisiete años de edad, contrajo nupcias con un joven de veintiún años perteneciente a una familia judía. Como cabía esperar, una unión conyugal tan irreflexiva y precipitada como ésta no tardó en hacer aguas, por lo que, a los cuatro meses de la boda -que se había celebrado únicamente por lo civil-, ambos contrayentes decidieron, de mutuo acuerdo, deshacer su matrimonio; pero la animosa e independiente Mariana Inés no estaba dispuesta, por orgullo, a regresar a un hogar del que su padre la había expulsado cuando celebró su connubio, por lo que, alentada por las ideas y las amistades de su ex-esposo, entró en contacto con la Federación Sionista de Santiago y decidió imprimir un giro radical a su existencia.

En efecto, la futura escritora se marchó a Israel en 1950 para integrarse plenamente en la vida comunitaria de un kibutz, en el que, a pesar de su total ignorancia de la lengua hebrea, logró hacerse entender merced a su buen dominio del inglés (única asignatura que había cursado con aprovechamiento durante su formación secundaria). Recién llegada a Israel, conoció a quien habría de convertirse en su segundo esposo, un joven judío neoyorquino, de veintitrés años de edad, llamado Al. Con apenas dieciocho años, Mariana Inés celebró su segundo enlace matrimonial -ahora, por el rito religioso hebreo- y, ya con un nuevo estado civil, se instaló en compañía de su reciente esposo en un kibutz ubicado en la franja de Gaza. Las condiciones de vida no eran, allí, demasiado favorables, porque al áspero clima de la zona (con días de calor agobiante y noches extremadamente frías) se sumaba la inestabilidad política de la región, generada por el constante enfrentamiento entre los colonos israelíes y el pueblo palestino. Un día, mientras labraba un campo a bordo de un tractor, Al pasó por encima de una mina enterrada y provocó una violenta explosión que le causó graves heridas en el rostro, de las que habrían de quedarle cicatrices durante el resto de su vida. Poco tiempo después, tras el nacimiento de su primer hijo -los otros dos vástagos de la pareja habrían de venir al mundo en Nueva York-, Al y Mariana Inés decidieron que las condiciones extremas en que vivían en el kibutz no eran las más adecuadas para la seguridad, la crianza y la educación del niño, por lo que optaron por marcharse a vivir a la ciudad natal del cabeza de familia.

Previamente, el matrimonio pasó un breve período de tiempo en Chile, en donde comprobó que en el país de la futura escritora no le sería fácil iniciar -como ambos deseaban- una nueva vida. De ahí que, en 1954, Al y Mariana Inés se afincaran en Washington Heights, un apacible barrio del norte de Manhattan poblado mayoritariamente por ciudadanos judíos. Allí, la ciudadana chilena -todavía ajena al ámbito de la literatura- fue madre de un niño y una niña, y permaneció en casa cuidando a su familia mientras su marido trabajaba en una compañía dedicada a la explotación de asbesto (una variedad del amianto, empleada en la confección de ropajes ignífugos). El hastío provocado por su completa entrega a las labores domésticas aconsejó a Mariana Inés, en 1959, realizar una nueva visita a su país natal; en 1960, a su regresó a Nueva York, comunicó a Al su deseo de iniciar los trámites de un divorcio al que no se opuso su segundo esposo.

Con los tres hijos del matrimonio a su cargo -cuya manutención, a pesar de la distancia, siempre estuvo generosamente cubierta por el dinero que enviaba Al-, Mariana Inés retornó a Santiago de Chile y, tras reconciliarse con su familia -con la que vivió durante un breve período de tiempo-, se instaló en un departamento en el que siguió recibiendo la ayuda de sus padres, quienes llegaron a correr con los gastos de una niñera encargada de atender a los pequeños mientras la futura escritora salía a trabajar (se había colocado como recepcionista en una compañía constructora americana que pertenecía a un miembro de la familia Rockefeller, y que estaba edificando la famosa "Villa El Dorado"). El reencuentro con los viejos amigos del pasado -entre ellos, el fotógrafo Bob Borowicz, al que había conocido en 1954, durante aquella visita a Chile previa a su asentamiento en Nueva York- la introdujo en nuevos círculos de amistades en los que halló, en octubre de 1960, a quien habría de ser su tercer marido: el joven estadounidense Michael Townley, quien se enamoró fulminantemente de Marina Inés a pesar de la diferencia de edad que separaba a ambos (él contaba, a la sazón, dieciocho años de edad, diez menos que la futura escritora). A las dos semanas de haberse conocido, Townley rogó a Mariana Inés que se casara con él, pero ésta le exigió que, previamente, encontrara un empleo; el joven lo buscó con tanto ahínco y tan buena fortuna que, en poco tiempo, ganaba en un par de días más de lo que su prometida ingresaba en un mes, circunstancia que favoreció el tercer matrimonio de Mariana Callejas, celebrado en Santiago a comienzos del verano de 1961.

El ascenso meteórico de Michael Townley dentro del sello editorial americano para el que trabajaba permitió que el matrimonio se instalase en una lujosa y cómoda vivienda sita en la calle Espoz de la comuna de Vitacura, donde Mariana Inés, convertida nuevamente en ama de casa, se consagró al cuidado de su marido, sus tres hijos y su nuevo hogar. Fueron aquéllos los años más felices en la vida de la futura escritora, rodeada constantemente de atenciones por parte de su nuevo esposo, quien se mostraba sumamente afectuoso también con los tres hijos de Mariana y Al (posteriormente, la autora chilena sería madre de otros dos hijos, frutos de su matrimonio con Townley). Por aquel tiempo, Mariana Inés se preocupaba intensamente por la vida pública de su nación, con especial interés en la política de Jorge Alessandri Rodríguez (1896-1986), que ocupó la presidencia del gobierno chileno entre 1958 y 1964. Se consideraba una alessandrista a ultranza, y alababa abiertamente los principales logros y reformas de su gobierno de coalición (del que formaban parte liberales, radicales y conservadores), como el Plan Habitacional (destinado a facilitar el acceso a la vivienda a la amplia masa de población que había emigrado del campo a la ciudad), la estabilización de precios y salarios, la Reforma Agraria (1962) y la Ley de Reforma Tributaria (1964).

A pesar de lo bien que le rodaban las cosas en Chile, a mediados de los años sesenta la familia decidió trasladarse a los Estados Unidos de América y afincarse en Miami, en donde Mariana Inés se sintió atraída por el movimiento hippie y simpatizó con el New Party of Florida, una agrupación política de izquierda que, entre otras reivindicaciones sociales, exigía la legalización del aborto y del consumo de marihuana. Michael Townley, convertido en un adicto al trabajo, seguía aportando generosos ingresos al hogar familiar, procedentes ahora de una taller de reparación de vehículos que había montado junto a dos socios judíos; entretanto, su esposa se manifestaba en las calles en contra del intervención militar de Estados Unidos en Vietnam, y asistía al Hunter College para concluir esos estudios secundarios que dejó interrumpidos en su adolescencia. Fruto de este regreso a los estudios fue su descubrimiento, en 1968, de los relatos de Borges (1899-1986), que le causaron una honda fascinación y la impulsaron al cultivo de la escritura creativa. Matriculada en unos talleres literarios de la Universidad de Miami, pronto dio muestras de poseer una innata capacidad para la prosa de ficción, que quedó bien patente en algunos relatos primerizos como el titulado "¿Conoció usted a Bobby Ackerman?" (1968), escrito originariamente en lengua inglesa y traducido luego por la propia autora al castellano.

La agitación política que se vivía en Chile a comienzos de la década de los años setenta, con unas elecciones presidenciales inminentes a las que concurrían el susodicho Alessandri y el socialista Salvador Allende (1908-1973) -derrotado en las urnas por Alessandri en 1958, y por Eduardo Frei en 1964-, resucitó en Mariana Inés Callejas su antiguo interés por la política chilena. Pese a su firme convencimiento en las posibilidades de victoria de su admirado Alessandri, en dichas presidenciales se produjo el apretado triunfo de la coalición izquierdista liderada por Allende, proclamado presidente de Chile el 24 de octubre de 1970, gracias al apoyo in extremis del Partido Demócrata Cristiano. Consciente de la igualdad de fuerzas entre las tres principales formaciones que habían concurrido a las urnas -la Unión Popular de Allende, el partido derechista de Alessandri y la Democracia Cristiana de Radomiro Tomic, quien había resultado decisivo para que su partido acabara apoyando la investidura de Allende-, Mariana Inés intuyó revueltas inminentes en su país natal y decidió regresar a Chile antes de que quedara aislado, con la intención -según declaró la propia autora años después, en medio de las acusaciones políticas y judiciales que recayeron sobre ella- de que sus hijos pudieran seguir estudiando en los colegios en que estaban matriculados antes de su traslado a Miami. A partir de este momento, la azarosa y novelesca peripecia vital de María Inés Calleja quedó ensombrecida por turbias intrigas políticas que, bajo imputaciones tan graves como la de asesinato, difundieron su nombre y el de su marido por todo el mundo.

MIentras Michael Townley permanecía en los Estados Unidos de América liquidando sus negocios -o quien sabe si entrando en contacto con organizaciones secretas que planeaban la desestabilización del gobierno de Allende desde su primer día de legítimo mandato-, Mariana Inés se instaló nuevamente en Santiago y aguardó pacientemente el regreso de su esposo, quien se mostraba muy receloso ante el rumbo que podía seguir la política del líder de la izquierda chilena. Finalmente, retornó al país natal de su esposa y, en 1971, ambos se incorporaron al movimiento político Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL), que emprendió una campaña sistemática de atentados dirigidos a entorpecer el abastecimiento de productos de primera necesidad en las grandes urbes, con el fin de levantar a la ciudadanía contra el gobierno de Allende. Sorprendentemente, una mujer como Mariana Inés Callejas, que había simpatizado en su juventud con el comunismo, luego se había mostrado abiertamente pro-sionista y, más tarde, defensora de las libertades reclamadas por el movimiento hippie, recalaba, antes de haber cumplido los cuarenta años de edad, en una turbia organización terrorista de ideología neonazi, ultranacionalista y reaccionaria; y se implicaba en ella hasta el extremo de instalar, junto a su huidizo e intrigante esposo, una emisora de radio clandestina desde la que lanzaban duras consignas contra la Unión Popular y el gobierno de Allende.

Los acontecimientos que se sucedieron en la vida de la escritora chilena durante este oscuro período -todos confusos y enmarañados por sus propias declaraciones y las de sus allegados, y algunos de ellos todavía sub iudice en las magistraturas de algunos países como Chile y Argentina- no logran eclipsar los méritos de su producción literaria, pero ponen en duda su calidad humana y dicen muy poco en favor de su integridad moral. El primer episodio delictivo con el que fue relacionada tuvo lugar en 1971, cuando, ya plenamente integrada en el FNPL, envió a Townley a Concepción para que investigara sobre las interferencias que impedían las emisiones del Canal 5 de la Universidad Católica. Poco después, llegó hasta Santiago la noticia de que el responsable de los equipos interceptores que dificultaban la salida al aire de esta cadena había sido hallado muerto, con la boca y la nariz cubiertas por una apretada mordaza que le produjo el fallecimiento por asfixia. Bajo el temor de ser acusado del asesinato y de trabajar en secreto como agente desestabilizador de la CIA -en la actualidad, pocos ponen en duda que lo fuera-, Michael Townley huyó apresuradamente de Chile y se refugió en Miami, hasta donde le siguió, poco después, su fiel compañera.

Discretamente apartado de la vida pública chilena durante un par de años, el matrimonio decidió, exultante, regresar al territorio andino en el otoño de 1973, tras el cruento golpe de estado del 11 de septiembre que había costado la vida, entre otras muchas víctimas, a Salvador Allende. La primera en volver a pisar suelo chileno fue Mariana Inés, quien se encargó de averiguar si el proceso judicial incoado contra Michael Townley a raíz de los hechos que provocaron su huida del país seguía abierto tras la caída del gobierno de izquierda. Pero una de las primeras medidas tomadas por los militares golpistas tras su llegada al poder fue la garantía de impunidad para los miembros del Frente Nacionalista Patria y Libertad -sospechosamente autodisuelto tan pronto como hubo caído Allende-, y la inmediata puesta en libertad de los militantes de esta organización que habían sido detenidos durante el mandato socialista. Michael Townley regresó, pues, a Chile, pero bajo la falsa identidad de Kenneth William Enyart, y comenzó a trabajar como mecánico en un taller de reparación de vehículos, actividad que reportaba pocos ingresos a la familia. Instalados en una casa sita en la calle Pío X, Townley y Callejas pronto hicieron valer los dudosos méritos contraídos en el pasado reciente para incorporarse a la terrorífica DINA, la policía política de la dictadura militar. Poco después tuvo lugar el segundo episodio criminal que empaña la vida de la escritora, y por el que aún es reclamada por la judicatura argentina.

En septiembre de 1974, en el populoso barrio bonaerense de Palermo, el general Carlos Prats (ex comandante en jefe del Ejército argentino) y Sofía Cuthbert (su esposa) fueron víctimas mortales de un atentado provocado por el estallido de un artefacto explosivo. Pronto se relacionó el asesinato de Prats -quien se había significado, desde su alta graduación militar, por su negativa a seguir los rumbos trazados por los golpistas de las Fuerzas Armadas argentinas- con el Servicio de Inteligencia del Ejército Argentino (SIDE), con la siniestra organización terrorista de extrema derecha Triple A, y con su grupo operativo "Milicia", colectivos estrechamente relacionados con la no menos inquietante Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) chilena. Las investigaciones judiciales reabiertas en Argentina tras la caída de la dictadura militar, tenazmente obstaculizadas por los gobiernos conservadores argentinos y, desde Chile, por el régimen dictatorial de Pinochet (1985- ), parecen establecer la responsabilidad directa en el crimen de Michael Townley y Mariana Inés Calleja, y apuntan incluso que fue la propia escritora quien activó el mecanismo detonador de la bomba que acabó con la vida de Carlos Prats y su cónyuge. En marzo de 1998, Manuel Contreras, ex jefe de la DINA, declaró que el general argentino Otto Carlos Paladino, responsable del SIDE, le aseguró que Townley y Callejas habían sido los autores directos del atentado, y que la propia escritora había apretado el botón del control remoto que provocó el estallido del artefacto explosivo. Según este testimonio de Contreras, depuesto ante la Corte Suprema de Argentina, el matrimonio de activistas había viajado a Buenos Aires el 10 de septiembre de 1974, y había abandonado la capital austral apresuradamente el día 30 del mismo mes, fecha en la que fueron asesinados Prats y su esposa. Las sospechas sobre la implicación directa de Townley y Callejas en el atentado cobraron mayor verosimilitud cuando se comprobó que en el pasaporte del norteamericano se había anulado la anotación de su entrada en Chile, y en su lugar se había anotado un falso registro de ingreso en Montevideo, fechado el día 1 de octubre.

Pero las acusaciones explícitas de Manuel Contreras no paraban aquí. El ex jefe de la DINA afirmó que Mariana Inés Callejas había acompañado a su esposo en la mayor parte de los desplazamientos que relacionaban a éste con turbias operaciones terroristas, que la escritora había manipulado y falsificado numerosos documentos, y que, desde mayo de 1976, conocía a la perfección los planes urdidos para acabar con la vida de Orlando Letelier (1932-1976). Letelier, embajador de Chile en Washington entre 1971 y 1973, responsable de varias carteras ministeriales durante el mandato de Allende (Asuntos Exteriores, Interior y Defensa), prisionero de Pinochet tras el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, y a la postre exiliado en los Estados Unidos de América, había emprendido en Washington una vigorosa campaña en pro del retorno de la democracia a Chile, lo que le convirtió en uno de los principales enemigos externos del régimen dictatorial de Pinochet, por las magníficas relaciones que mantenía con políticos estadounidenses y, en su condición de ex-embajador, con numerosos diplomáticos internacionales. El 19 de septiembre de 1976, Michael Townley, acompañado por otros dos agentes de la DINA (los cubanos Virgilio Paz y José Dionisio Suárez, reclutados entre la militancia anticastrista), colocó bajo el automóvil de Orlando Letelier un mecanismo explosivo que acabó con la vida del diplomático exiliado y de su secretaria, la ciudadana estadounidense Ronnie Karpen Moffit -cuyo marido, Michael P. Moffit, también resultó herido por la deflagración-. Dos años después, el rotativo chileno El Mercurio comenzó a relacionar fehacientemente a Townley con la muerte cruenta de Letelier, por lo que Estados Unidos solicitó a Chile la detención y extradición del activista, quien fue puesto de inmediato a disposición de las autoridades judiciales norteamericanas.

Durante el proceso judicial incoado en los Estados Unidos de América para esclarecer este atentado, los tres autores materiales del asesinato fueron hallados culpables, fallo que indujo a Townley a acogerse al sistema de protección de testigos para, a cambio de la reducción de su condena, mudar de identidad y facilitar a las autoridades judiciales toda la información que conocía acerca de este y otros episodios delictivos. En 1984 quedó en libertad, y quince años después -ya separado de Mariana Inés, vuelto a casar con otra mujer y, finalmente, viudo-, durante uno de los juicios celebrados en Buenos Aires con motivo del "caso Prats", Townley, bajo su nueva identidad, reconoció también su autoría material del atentado e inculpó a los restantes miembros de la DINA que habían tomado parte en el horrible crimen.

En la actualidad (año 2002), la escritora de Rapel vive en Santiago de Chile en compañía de dos hermanos suyos. La justicia argentina sigue reclamando su comparecencia ante los tribunales que juzgan la causa en la que, al parecer, intervino de forma activa.

Obra

Por extraño que pueda parecer, al tiempo que desplegaba sus oscuras actividades dentro de la DINA, Mariana Inés Callejas fue desarrollando una tardía pero notable producción literaria que en nada hacía sospechar su relación con crímenes tan horrendos como el asesinato de Concepción, el "caso Prats" o el atentado que costó la vida al diplomático Letelier. Matriculada en 1974 en el taller literario del prestigioso narrador santiaguino Enrique Lafourcade -quien, paradójicamente, había denunciado con acritud los excesos del dictador dominicano Leónidas Trujillo (1891-1961) en su primera novela, titulada La fiesta del rey (1959)-, realizó la traducción al castellano de su ya mencionado relato "¿Conoció usted a Bobby Ackerman?" y la envió a un certamen de cuentos convocado por el cotidiano El Mercurio, en el que resultó ganadora. Por aquel tiempo, el propio Lafourcade y otros escritores amigos de Mariana Inés -como Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Carlos Iturra- frecuentaban la casa de la escritora de Rapel, en la que se celebraban animadas tertulias literarias bien ajenas a las actividades secretas desplegadas, simultáneamente, por Callejas y Townley.

Su incipiente carrera literaria comenzó a encontrar numerosos obstáculos a raíz de la publicación, en 1978, de las primeras sospechas que relacionaban a Townley con la muerte de Letelier. En 1980 concluyó la redacción definitiva de las veintisiete narraciones breves que conforman su volumen titulado La larga noche (1982), gran parte de las cuales había comenzado a escribir en Miami, a partir de su descubrimiento de la prosa de ficción de Borges. Tras someter esta colección de relatos a la preceptiva censura de la Dirección de Comunicación Social, no obtuvo la pertinente aprobación hasta dos años después, y aún así encontró numerosas dificultades para sacarla a la luz, por lo que se vio obligada a correr ella misma con los gastos de la edición. También en 1980 había enviado uno de estos relatos al certamen de cuentos convocado por la revista La bicicleta, cuyo jurado estimó, antes de conocer la identidad de los autores, que el relato de Callejas era merecedor del segundo premio. Abiertas las plicas que descubrían los nombres de los galardonados, los organizadores del certamen se hallaron con la desagradable sorpresa de que habían premiado a una autora que, desde hacía dos años, estaba en el centro de una agria polémica, y no precisamente literaria; fue necesaria una larga deliberación del comité editorial de la revista para acabar reconociendo que la escritora de Rapel merecía el galardón, pues se trataba de valorar la calidad literaria de los escritos presentados, no la catadura moral de sus autores.

De aquel fructífero año de 1980 data también la primera narración extensa de Mariana Inés Callejas, una novela que, presentada bajo el título de Los puentes, fue distinguida con una mención de honor en el prestigioso premio de narrativa "Andrés Bello". Dos años después, la autora chilena concluyó la que habría de ser considerada unánimemente por críticos y lectores como su obra maestra: la novela titulada Ángel de rincones (1982), galardonada con el premio especial del jurado en la convocatoria de 1983 del mencionado certamen "Andrés Bello". La crítica especializada, por encima de cualquier inclinación política o escrúpulo moral, elogió sin tapujos esta espléndida novela de Mariana Inés Callejas y censuró duramente al jurado que -sin lugar a dudas, por razones ajenas a las estrictamente literarias- se había negado a otorgarle el primer premio. Poco después, el "Premio al Mejor Libro del Año" otorgado por el Pen Club ratificó la incuestionable calidad literaria de Ángel de rincones. La escritora de Rapel quedó definitivamente consagrada como una de las grandes voces de la prosa chilena de finales del siglo XX al obtener, por aquellas fechas, el prestigioso premio "Gabriela Mistral" concedido por la Municipalidad de Santiago, que recayó en Mariana Inés Callejas tanto en su categoría de relato breve como en su modalidad de novela extensa.

En el verano de 1995, Callejas se decidió a contar su versión acerca de los lazos que la habían unido a la DINA a mediados de la década de los años setenta, y en apenas un mes redactó el libro testimonial titulado Siembra vientos (1995), en el que se explayó sobre los detalles que conocía del asesinato de Letelier. Intentó, con ello, poner fin a un capítulo que ella misma había iniciado en 1978, cuando declaró a los medios de comunicación de su país natal: "Todo Chile sabe que he mentido. Confieso que he mentido".

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.