Antonio Caballero y Góngora (1723–1796): Arzobispo y Virrey que Pacificó el Nuevo Reino de Granada

Orígenes y Formación Académica

La familia Caballero y Góngora

Antonio Caballero y Góngora nació en Priego, un pintoresco municipio de la provincia de Córdoba, España, el 24 de mayo de 1723. Su familia pertenecía a la nobleza local. Su padre, Juan Caballero y Espinar, fue un hombre destacado en la vida pública, ejerciendo roles como escribano, regidor y alcalde del Cabildo. Su madre, Ana Antonia de Góngora, era originaria de Córdoba, y su linaje también estaba marcado por la nobleza. Fue en este ambiente de alta posición social que Antonio creció, rodeado de influencias que facilitaron su acceso a la educación y a una carrera eclesiástica prominente.

Primeros años y formación en Granada

Desde temprana edad, Antonio mostró una notable inclinación hacia los estudios. A los 15 años, se trasladó a Granada, donde comenzó su educación formal en el ámbito eclesiástico. En la ciudad andaluza, ganó una beca para estudiar teología en el Colegio de San Bartolomé y Santiago. Su formación académica fue exhaustiva, marcando el inicio de una carrera que estaría profundamente vinculada con la iglesia. Además de la teología, su talento en la oratoria y su amor por la literatura le permitieron destacar entre sus compañeros.

En este entorno académico, también mostró su devoción por la investigación religiosa, lo que le permitió adentrarse más en los estudios de la historia y literatura eclesiástica. Al finalizar sus estudios en Granada, ingresó al Colegio Imperial de Santa Catalina, donde continuó con su formación, afianzando aún más su carrera religiosa.

Inicios en la Carrera Eclesiástica

El sacerdocio y el cargo de capellán de la Capilla Real

En 1750, a los 27 años, Antonio Caballero se ordenó sacerdote. Su primer cargo importante fue como capellán de la Capilla Real de la catedral granadina. Durante su tiempo en este puesto, además de cumplir con sus responsabilidades litúrgicas, Caballero cultivó una faceta literaria que le permitió escribir una biografía del poeta granadino Porcel y Salablanca, uno de los personajes más influyentes de la literatura de la época. Este período también le permitió establecer importantes conexiones dentro del círculo eclesiástico y cultural, lo que sería clave para su carrera futura.

Ascenso como canónigo y su dedicación a la censura eclesiástica

En 1753, fue nombrado canónigo lectoral de la catedral de Córdoba, una posición de gran prestigio dentro de la jerarquía eclesiástica española. Durante sus años en este cargo, Caballero destacó por su oratoria, así como por su firmeza en la censura eclesiástica. No solo se dedicó a la predicación, sino que también se ocupó de mantener la disciplina dentro del clero, un papel que desempeñó con gran rigor. Sus esfuerzos por «moralizar» la vida eclesiástica le ganaron una reputación de severidad, algo que más tarde sería objeto de controversia en su carrera.

De Mérida a Santafé de Bogotá

El obispado de Mérida y su trabajo pastoral

En 1775, Caballero fue nombrado obispo de Mérida en la península de Yucatán. Sin embargo, poco después se presentó una vacante en el obispado de Mérida en Yucatán, por lo que Caballero aceptó este destino, un lugar en el que llevaría a cabo una profunda labor pastoral. Su visita pastoral por toda la diócesis fue de gran importancia, pues permitió restablecer el orden dentro del clero y reformar muchas de las prácticas religiosas que, según él, se habían deteriorado con el tiempo. Además, se preocupó por reorganizar el Colegio de San Pedro, que había perdido relevancia tras la expulsión de los jesuitas.

Durante su estancia en Mérida, Caballero ganó notoriedad por su capacidad de liderazgo y por la firmeza con la que abordó los asuntos espirituales y administrativos de la región. Esta labor tan encomiable en su diócesis le permitió ser considerado para otros cargos más relevantes dentro del ámbito eclesiástico.

Arzobispo de Santafé de Bogotá

En 1777, fue nombrado arzobispo de Santafé de Bogotá en el Nuevo Reino de Granada. Tras su llegada a Cartagena en 1778 y su posterior traslado a la capital de Santafé de Bogotá, Caballero se dedicó a reorganizar y estabilizar la arquidiócesis. Durante este tiempo, adoptó una serie de medidas para mejorar las finanzas de la Iglesia, como el ajuste de la renta de los diezmos, y trató de reorganizar la administración eclesiástica mediante la creación de nuevos obispados en Venezuela y Quito.

Aunque tuvo algunos éxitos, como el ajuste de los diezmos y la reorganización de las diócesis, también fracasó en otros proyectos importantes, como el intento de fundar un nuevo obispado en Antioquia y reorganizar la jurisdicción de Panamá.

El Movimiento Comunero y la Paz en el Nuevo Reino de Granada

Causas del Movimiento Comunero

En 1780, el Nuevo Reino de Granada vivió un importante levantamiento popular conocido como el movimiento comunero. Esta revuelta fue una respuesta directa a las reformas fiscales impuestas por la Corona de España, en particular a la subida de impuestos ordenada por el rey Carlos III. La población, ya cansada de los altos tributos y las restricciones comerciales, se levantó contra las políticas de la administración virreinal. Este fenómeno fue paralelo a la rebelión de Túpac Amaru en el Perú y tuvo repercusiones significativas en toda América Latina.

El visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres había sido enviado a la región para implementar las reformas fiscales, y su presencia en el territorio exacerbó las tensiones sociales. En 1780, se ordenó la creación de nuevos impuestos, como el estanco del tabaco y el aumento de las tasas sobre el aguardiente. Esta presión económica desencadenó el levantamiento en varias regiones del Nuevo Reino de Granada, comenzando en Simacota, y extendiéndose a pueblos como San Gil, Charalá, y Girón. Los comuneros, compuestos principalmente por mestizos, criollos e indígenas, marcharon hacia la capital, Santafé, exigiendo la derogación de los nuevos impuestos.

La mediación de Caballero y Góngora

Ante la grave situación, el arzobispo Caballero y Góngora fue convocado por los oidores de la Real Audiencia para mediar entre las autoridades coloniales y los líderes comuneros. En un intento de resolver la crisis, Caballero se unió a los delegados enviados a negociar con los comuneros. En Zipaquirá, a tan solo 60 kilómetros de Bogotá, los delegados se encontraron con los líderes del movimiento, entre ellos Juan Francisco Berbeo, el General del Común. Este presentó un conjunto de 35 capitulaciones en las que los comuneros exigían la derogación de los nuevos impuestos y la disminución de los gravámenes existentes.

Aunque las discusiones fueron largas y complejas, la negociación culminó con un acuerdo aparentemente satisfactorio para ambas partes. Caballero y los oidores aceptaron todas las demandas de los comuneros para evitar que la protesta se intensificara. Después de firmar el acuerdo, se celebró una misa solemne, presidida por el propio arzobispo, y los comuneros regresaron a sus pueblos convencidos de que sus demandas habían sido escuchadas. Sin embargo, lo que parecía una resolución pacífica se convertiría rápidamente en un episodio controvertido en la biografía de Caballero.

El engaño y la represión

A pesar del acuerdo, al llegar a Bogotá, los oidores y Caballero cambiaron de postura y declararon el pacto como inválido, argumentando que se había alcanzado bajo coacción. La decisión fue rechazada por los líderes comuneros, quienes se sintieron traicionados. Ante esta nueva decepción, el movimiento comunero se reavivó, aunque esta vez con menos fuerza y menos apoyo popular. La respuesta de las autoridades fue brutal: los comuneros fueron reprimidos con una violencia extrema por las fuerzas realistas, y sus líderes, entre ellos José Antonio Galán, fueron arrestados y ejecutados en 1782.

Este episodio quedó marcado por la traición del acuerdo que Caballero había firmado, lo que ha generado controversia en torno a su figura. Muchos lo acusaron de falta de honradez y de utilizar la manipulación política para asegurar el control de las instituciones coloniales, una mancha que persiguió su legado.

Caballero y Góngora como Virrey del Nuevo Reino de Granada

La sucesión del virrey y su nombramiento como virrey

La situación política en el virreinato del Nuevo Reino de Granada se vio alterada con la muerte de Juan de Torrezar Díaz Pimienta en junio de 1782, quien había sido nombrado virrey poco antes de su fallecimiento. Ante esta vacante, el “Pliego de Mortaja”, un documento legal que definía los sucesores en caso de fallecimiento de un virrey, reveló que el elegido para ocupar el cargo sería Antonio Caballero y Góngora. A pesar de ser el arzobispo, Caballero asumió el virreinato interinamente, dado su conocimiento de los asuntos del Reino y la situación de inestabilidad generada por la rebelión comunera.

Medidas para pacificar el territorio

Como virrey, Caballero adoptó una serie de políticas para restaurar la paz en el territorio y estabilizar la situación. Su principal medida fue la promulgación de un indulto para los rebeldes comuneros, concedido por el rey Carlos III, con la esperanza de disuadir a los sublevados y evitar nuevas revueltas. También reorganizó el ejército para fortalecer la defensa y evitar que la sublevación se extendiera más allá de las zonas donde ya se había manifestado.

Además de la política militar, Caballero adoptó un enfoque religioso para pacificar el Nuevo Reino. Envío misioneros franciscanos a las regiones más conflictivas, con el fin de predicar la paz y la obediencia al rey. También gestionó con éxito el fin de las reformas fiscales que habían sido el motor de la rebelión, persuadiendo a la Corona para que no implementara nuevas reformas que pudieran desestabilizar aún más la región. Su capacidad para gestionar esta crisis de manera estratégica le valió el reconocimiento como un líder eficiente y prudente.

Legado Religioso, Cultural y Político

El obispo auxiliar y la Expedición Botánica

El virrey Caballero y Góngora también se destacó por su visión cultural y científica. En 1783, solicitó y obtuvo el nombramiento de un obispo auxiliar para Bogotá, José Manuel de Carrión y Marfil, lo que mejoró la estructura de la administración eclesiástica de la región. Además, fue el impulsor de la Expedición Botánica en el Nuevo Reino de Granada, confiando su dirección al sabio José Celestino Mutis. Esta expedición, que comenzó en abril de 1783, tuvo un enorme impacto en el conocimiento de la flora y fauna de la región y contribuyó al desarrollo científico de la Nueva Granada.

Los últimos años y regreso a España

En 1787, Caballero solicitó la renuncia a sus cargos virreinales, lo cual fue aceptado por el rey. Regresó a España en 1788, donde fue nombrado obispo de Córdoba. En su nuevo destino, continuó con su labor pastoral, realizando visitas y ejerciendo una profunda dedicación a la Iglesia hasta su muerte el 24 de marzo de 1796.

Con su fallecimiento, Antonio Caballero y Góngora dejó un legado mixto, marcado tanto por su capacidad para gestionar las crisis como por la controversia generada por su actitud durante el movimiento comunero. Si bien su influencia como líder religioso y político fue indiscutible, su traición al acuerdo con los comuneros ensombreció la imagen de un hombre que, en muchos sentidos, fue clave para la consolidación del control español en el Nuevo Reino de Granada.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Antonio Caballero y Góngora (1723–1796): Arzobispo y Virrey que Pacificó el Nuevo Reino de Granada". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/caballero-y-gongora-antonio [consulta: 3 de octubre de 2025].