Burgos Mantilla, Francisco de (ca. 1612-1672).
Pintor español nacido en Burgos hacia 1612 (o 1614, aunque parece más segura la primera fecha) y fallecido en Madrid el 1 de abril de 1672. De familia distinguida y acomodada, hijo del licenciado Francisco de Burgos Mantilla, abogado de la Real Audiencia, y Ana Cuende de la Amadilla, fue padre del pintor y poeta Isidoro de Burgos Mantilla, quien en 1671 pintó los retratos de los reyes españoles para la sala de invitados de la Cartuja del Paular (Madrid).
El joven Francisco recibió su primera formación en el taller de Pedro de las Cuevas de Madrid, adonde se había mudado todavía de niño, y conoció ahí a los futuros pintores Antonio de Pereda, Juan Carreño de Miranda y Jusepe Leonardo. Fue también amigo de Francisco Palacios, Pedro Nuñez, Juan de Espinosa y Gabriel de Terrasa. También (según Díaz del Valle) fue discípulo y fiel seguidor de Diego de Velázquez, a quien le unió una fuerte amistad a lo largo de su vida.
El 29 de abril de 1629 Burgos y Mantilla contrae matrimonio con Catalina Lozano en la madrileña parroquia de Santa Cruz. Fue, aparte de su actividad meramente artística en la producción de cuadros, un muy buscado tasador de arte. Hay constancia de que tasó varias colecciones de pintura, entre ellas las de personas muy influyentes de la corte, en 1634, 1635, 1638, 1644, 1647, 1650, 1652, 1662, 1664, 1665 y 1668. El 20 de octubre de 1644 hizo el inventario y tasó la colección del contador Domingo Soria de Arteaga, uno de los más importantes coleccionistas de pintura de bodegones.
Del 21 de abril de 1645 data el certificado de defunción de Catalina Lozano, su primera mujer, aunque el 25 de junio del mismo año se volvió a casar con Manuela Marquéz en la madrileña parroquia de San Juan, confirmando este matrimonio el 2 de julio. Del 25 de junio de 1648 data la información de su tercera boda, esta vez con Damiana (o María) de Bárcena, celebrada en la parroquia de San Justo y San Pastor de Madrid, en el que el especialista en la pintura de uvas, Juan de Espinosa, ejerció de testigo. El inventario y la valoración de sus bienes, hecho por el pintor Francisco de Herrera Hurtado con fecha del mismo día es el documento más sustancioso para la evaluación de la actividad artística de Francisco de Burgos Mantilla. El documento confirma el relato de Díaz del Valle según el cual Burgos Mantilla tenía mucha fama y éxito como retratista, aunque hoy día no se conozca ningún retrato de su mano. El inventario revela también su actividad de copista de obras famosas de pintores afamados, como es el caso de Tiziano y de Velázquez. Además de varias copias de Velázquez poseía también originales suyos, y es posible que algunos de los cuadros atribuidos al maestro sevillano de manera no del todo convincente fuesen realizados por Burgos Mantilla. Del hecho de que el pintor contase entre sus bienes también con un significativo número de láminas de cobre “para retratos”, deduce Pérez Sánchez una actividad acreditada como estimado miniaturista.
La actividad de bodegonista, confirmada por la existencia de su firmado Bodegón de frutos secos de 1631 y la copia de una naturaleza muerta de Van der Hamen entre sus bienes, no debió de ocupar mucho espacio dentro de su producción pictórica, ya que en el inventario de 1648 sólo aparecen cuatro lienzos que pueden ser considerados naturaleza muertas, en un sentido amplio de la palabra.
La relación amistosa y de maestro-alumno con Velázquez se confirma el 24 de diciembre de 1658 en Madrid, cuando Burgos Mantilla declaró como testigo a favor de la patente de nobleza de Velázquez para que éste consiguiese la concesión del habito de Santiago, y afirma conocerle desde hace treinta y cuatro años, estableciendo así el comienzo de su amistad en 1624, poco después de que Velázquez llegase de Sevilla a la corte.
Su único cuadro conocido hoy día es el ya mencionado Bodegón de frutos secos (EEUU, New Haven, Yale University Art Gallery) con firma y fecha (fr. Burgensis Mantilla ft. 1631), realizado el mismo año, coincidiendo con la fecha en la que el primer especialista en la pintura de bodegones, fruteros y floreros, Juan Van der Hamen, falleciera en Madrid. En uno de los formatos horizontales más extremos de toda la pintura española de bodegones, en el que se presentan frutos secos, castañas y nueces, tratados desde una inmediata cercanía y estudiados desde arriba. A la oferta reducida de los objetos representados responde la gama limitada de colores, que hace que el cuadro parezca casi monocromático. La ausencia de toda sensación de monumentalidad, característica de muchas composiciones simétricas de Van der Hamen, evoca una atmósfera intimista y relajada, al fijarse en la variedad de frutos secos. Tanto las bellotas, nueces y castañas dispuestas sobre el alféizar como los higos secos, las pasas y las nueces que salen de los cucuruchos de papel representan la renuncia al valor representativo de los objetos, también característico de muchos bodegones de Van der Hamen. La alusión alegórica a la estación de invierno a través de la selección de estas golosinas es subrayada por los tonos grises y el color tierra que dominan esta pintura que, en la concentración en los frutos secos se asemeja al bodegón redondo de nueces que pintó minuciosamente Antonio de Pereda, pero que en su estilo pictórico, mucho más suelto, y en sus tonos fríos evoca mucho más el ejemplo de Velázquez.
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Félix Scheffler
