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Bullrich, Silvina (1915-1990).

Narradora, ensayista, traductora, crítica literaria, profesora universitaria y guionista cinematográfica argentina, nacida en Buenos Aires el 4 de octubre de 1915 y fallecida en Ginebra (Suiza) el 2 de julio de 1990. Figura controvertida en el ámbito de las Letras argentinas -debido, principalmente, a que compuso numerosas novelas vulgares y reiterativas, de mera “subsistencia”, que contrastan con otras narraciones suyas de calidad incuestionable-, es, con todo, una de las autoras más interesantes del panorama literario hispanoamericano del siglo XX.

Vino al mundo en el seno de una familia ilustre y acomodada, formada por descendientes de emigrantes alemanes y portugueses. Su padre, el doctor Rafael Bullrich, era hijo del diplomático Augusto Bullrich, un argentino de ancestros alemanes que había desempeñado el cargo de cónsul en París durante muchos años. Allí creció y se educó el joven Rafael, quien desarrolló una auténtica pasión por la cultura francesa y el coleccionismo de obras de arte (aficiones que luego habría de inculcar a su hija Silvina).

A su regreso a Argentina, Rafael Bullrich desplegó todos los conocimientos científicos que había adquirido en Europa, hasta convertirse en uno de los facultativos más eminentes del país austral (decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, se le considera el fundador de la cardiología argentina). Por otra parte, su formación humanística le empujó a reunir en su elegante mansión bonaerense una de las bibliotecas más ricas de la ciudad, en cuyos anaqueles descubrió la pequeña Silvina, de forma autodidáctica, los principales tesoros de la literatura clásica universal.

La madre de la escritora, doña María Meyrelles, aportaba a la familia idénticas dosis de cultura, refinamiento, riqueza y cosmopolitismo. Nacida en Uruguay, era hija del embajador de Portugal en Argentina, por lo que había recibido también desde niña una esmerada formación anclada en la mejor tradición de la cultura europea.

En este ambiente idílico crecieron las tres hijas del matrimonio (la futura escritora y sus hermanas Laura y Marta), rodeadas de atenciones y oportunidades, entre las que ocupaban un lugar preferente los viajes a París. Sin embargo, como solía ser habitual entre la población femenina de su época, ni Silvina ni sus hermanas recibieron una formación académica que fuera más allá del nivel primario, por lo que los conocimientos artísticos, literarios y, en general, culturales que en su madurez exhibió la autora bonaerense procedían de su propio esfuerzo y su innata voracidad intelectual.

Había abandonado, en efecto, el prestigioso colegio Onésimo Leguizamón a muy corta edad, tan pronto como hubo concluido esos estudios básicos que se impartían a las niñas de la alta sociedad, destinadas por sus familias -como lo estaban la propia Silvina y sus dos hermanas- a concertar cuanto antes un matrimonio ventajoso y convertirse en las esposas perfectas. Sólo un aspecto diferenciaba, por aquel entonces, a la futura escritora del resto de las niñas de su entorno: aborrecía las muñecas, los muebles y vestidos de juguete y el resto de los entretenimientos reservados específicamente al sexo femenino, y se volvía loca, en cambio, por los arcos, las flechas, los rifles, los soldaditos de plomo..., hasta el extremo de que su padre solía decir de ella que era “su hijo varón”. Según confesó más tarde la propia escritora en sus memorias, esta actitud de firmeza y decisión a la hora de sostener en público sus gustos, ideas y aficiones habría de ser una constante de su personalidad a lo largo de toda su vida.

Curiosamente, aunque abandonó la escuela -como ya se ha apuntado más arriba- a muy temprana edad, no dejó de asistir, durante su adolescencia y juventud, a las lecciones de francés que sus padres le pagaban en la Alliance Française. Este interés de sus progenitores por la cultura europea le permitió, por un lado, obtener una escasamente útil titulación académica (una diplomatura en formación humanística en lengua francesa); y, por otra parte, acceder a las principales obras literarias de los grandes genios de las Letras galas, algunos de los cuales -como Pierre Corneille, Jean Racine, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert y Émile Zola- se convirtieron en sus autores predilectos. Y tanto interés y devoción llegó a sentir por la literatura francesa, que durante aquel período inicial de su vida la consideró como propia, en detrimento de las Letras de su nación.

Su pasión por la literatura la impulsó, por aquel tiempo, a escribir una serie de poemas que dio a conocer entre las páginas de la revista Atlántida. A pesar del escaso apoyo familiar que recibió en estos comienzos de su carrera literaria -que coincidieron con su primera ocupación laboral como secretaria de su progenitor-, la joven Silvina decidió seguir adelante en su empeño y se costeó, de su propio bolsillo, su primer poemario, que publicó a los veinte años de edad bajo el título de Vibraciones (1935).

A raíz de esas primeras publicaciones en la revista Atlántida, Silvina Bullrich entabló lazos de amistad con el autor bonaerense Manuel Mujica Láinez, cinco años mayor que la escritora novel. Por mediación de éste, la joven poetisa entró en contacto con algunos ilustres literatos de la generación anterior, como Jorge Luis Borges (1899-1986), José Bianco y Adolfo Bioy Casares.

Poco después de la publicación del poemario Vibraciones, Silvina Bullrich contrajo nupcias, a la temprana edad de veintiún años, con Arturo Palenque Carrera, hombre con el que desde un principio le resultó muy complicado convivir. Destinado al fracaso prácticamente desde sus orígenes, este matrimonio se rompió en muy poco tiempo, aunque duró lo suficiente para que naciera un hijo que, tras la ruptura, quedó a cargo de la desventurada escritora. Poco tiempo atrás, la desaparición de don Rafael Bullrich había sumido a su familia en una delicada situación económica, por lo que la joven Silvina, privada de la ayuda de los suyos y forzada a mantener por su cuenta al fruto de su fracasado matrimonio, se vio empujada al cultivo compulsivo de la literatura para asegurar su sustento y el de su retoño.

En ese apurado trance, los contactos que había entablado recientemente en el mundillo literario bonaerense le fueron de gran utilidad. El propio Borges se avino a corregirle sus textos primerizos, mientras que el gran novelista Eduardo Mallea propició su incorporación al selecto grupo de colaboradores del suplemento cultural del prestigioso rotativo bonaerense La Nación, en cuyas páginas se estrenó Silvina Bullrich como crítica literaria. Además, contó con el apoyo inestimable de algunos intelectuales españoles que, en su huida de la Guerra Civil y del posterior régimen franquista, habían recalado en Buenos Aires, como José Ortega y Gasset y María de Maeztu; y recibió asimismo la ayuda de otras destacadas figuras de las Letras hispanoamericanas, como el periodista y ensayista cubano Ricardo Baeza.

El debut de la Bullrich como crítica literaria en La Nación venía avalado por las obras que ya había dado a la imprenta por aquel entonces, costeadas por la propia escritora con el dinero que le entregaba su madre (quien tuvo que empeñar y desempeñar sus joyas en varias ocasiones, para promocionar la incipiente carrera literaria de Silvina). Se trata, al margen del ya mencionado poemario Vibraciones, de sus primeros escritos literarios en prosa, publicados bajo los títulos de Calles de Buenos Aires: Barrio Norte (Buenos Aires, 1939), Saloma (Buenos Aires, 1940), Su vida y yo (Buenos Aires, 1941) y La redoma del primer ángel (Buenos Aires, 1943), novela -esta última- que se alzó con el Premio Municipal, en su modalidad de narrativa, de 1944.

Durante las décadas de los cuarenta y los cincuenta, las novelas y los cuentos de Silvina Bullrich tuvieron un enorme éxito entre los lectores argentinos, y especialmente entre el público femenino, que apreciaba en grado sumo la maestría de la escritora bonaerense a la hora de crear ficciones muy realistas sobre las principales preocupaciones e inquietudes de la mujer de su tiempo (las discusiones entre madres e hijas por culpa de las diferencias generacionales; el fracaso matrimonial debido a la incomunicación entre ambos cónyuges; la infidelidad de los hombres; la importancia del enamoramiento en la mujer, mientras que el hombre parece más proclive a la traición amorosa; el tradicional postergamiento de las féminas; etc.). Se trata, en general, de obras de relativa calidad literaria, pero con todos los ingredientes para convertirse en auténticos best-sellers de la época; entre ellas, cabe destacar las tituladas La tercera versión (Buenos Aires, 1944), Entre mis veinte y treinta años (Buenos Aires, 1946), Historia de un silencio (Buenos Aires, 1949) y, sobre todo, Bodas de cristal (Buenos Aires, 1951), novela que granjeó a su autora suculentos beneficios.

Merced a estas ganancias y una rigurosa política de austeridad, Silvina Bullrich pudo sacar adelante a su hijo, asegurar su propia supervivencia e, incluso, comprarse una modesta casa de campo en la que pasaba largas temporadas. Entregada de lleno a la escritura, alternaba esta dedicación a la prosa de ficción con la redacción de otros muchos trabajos pertenecientes a los géneros más variados, como la biografía, el ensayo y la crítica literaria, artística y cinematográfica. Y realizó, además, numerosas traducciones que pusieron de manifiesto espléndido conocimiento de la lengua, la literatura y la cultura francesas, centradas en textos paradigmáticos de Prosper Merimée, Guy de Maupassant, Simone de Beauvoir y, entre otros, George Sand, a la que, por aquel tiempo, dedicó uno de sus ensayos biográficos: George Sand (Buenos Aires, 1946).

Alternaba, eso sí, sus prolongadas estancias en su casa de campo con sus frecuentes salidas del país, que le llevaron a recorrer numerosos lugares del mundo y a conocer in situ paisajes, tipos humanos, legados culturales y formas de vida que luego aprovechaba como material literario para sus narraciones. Y, entre viaje y viaje, recalaba siempre que podía en su amada ciudad de París, donde, a comienzos de los cincuenta, conoció a Marcelo Dupont, quien se convirtió en su segundo esposo.

Durante aquel segundo matrimonio, Silvina Bullrich redujo considerablemente su dedicación a la escritura para centrarse en la vida conyugal. Sólo escribió, en efecto, una novela -Teléfono ocupado (Buenos Aires, 1954)- mientras estuvo casada con Dupont; pero, por desgracia para ella, la fatalidad volvió a enturbiarle ese período de dicha, pues su segundo esposo falleció, víctima de un terrible cáncer, en muy poco tiempo. Esta tragedia -que vino a sumarse a la reciente muerte de Marta Bullrich, una de sus hermanas- sumió a la escritora en una profunda tristeza que quedó bien patente en sus publicaciones de aquella época, como Tres novelas (Buenos Aires, 1956) y, sobre todo, Mientas los demás viven (Buenos Aires, 1958), obra en la que Silvina Bullrich noveló su relación con el difunto Marcelo Dupont. Al cabo de más de diez años, amplió esta temática en otra brillante narración extensa: Los pasajeros del jardín (Buenos Aires, 1971).

Entre una y otra publicación, la narrativa de Silvina Bullrich experimentó un brusco giro a la hora de seleccionar argumentos, temas y mensajes al lector. Alejada voluntariamente de esas banales concesiones al público femenino de escaso nivel intelectual que había prodigado en sus primeras novelas, la autora bonaerense empezó a tomar conciencia de la degradación de su país, que ya no era aquel boyante paraíso económico y cultural que había conocido en su infancia, cuando millares de emigrantes procedentes de los lugares más pobres de Europa (España, Italia, Polonia...) arribaban al puerto de Buenos Aires en busca de una nueva oportunidad. A fuerza de viajar constantemente al extranjero (y no sólo en visitas turísticas, sino también para tomar parte activa en congresos literarios y presentaciones de sus obras), la Bullrich advirtió con nitidez que Argentina ya había dejado de ser un culto y refinado enclave "europeo" situado "por accidente" en América del Sur, para convertirse en un crudo testimonio de los peores avatares de la realidad política, social y económica hispanoamericana (expolios, injusticias, opresiones, dictaduras...).

Fue así como, desde el mero despojamiento, Silvina Bullrich -como tantos otros argentinos de su tiempo- tomó conciencia de su propia "argentinidad" y se propuso desentrañar en sus obras las claves de la identidad nacional de sus compatriotas. Así, en las novelas de su última etapa -entre las que figuran las mejores de su producción impresa- empezó a cobrar protagonismo un específico panorama sociopolítico marcado por los golpes militares, la demagogia y el populismo engañoso de los gobernantes, las trampas y artimañas fraudulentas del poder financiero, etc. Sus obras más destacadas dentro de esta temática son Los burgueses (Buenos Aires, 1964), La creciente (Buenos Aires, 1965), Los salvadores de la patria (Buenos Aires, 1965), Los monstruos sagrados (Buenos Aires, 1971), La Argentina contradictoria (Buenos Aires, 1986) y La bicicleta (Buenos Aires, 1986).

Inmersa hasta el final de sus días en una frenética actividad literaria, Silvina Bullrich pasó sus años postreros en la ciudad uruguaya de Punta del Este, en la que se había afincado huyendo del trasiego y la agitación de la vida social y cultural bonaerense. Finalmente, regresó a su amada Buenos Aires, donde falleció a comienzos de octubre de 1990.

Obra

Lo más destacable de la producción literaria de Silvina Bullrich es lo que se ha denominado su "trilogía sociopolítica", conformada por Los burgueses, Los salvadores de la patria y Los monstruos sagrados. En estas tres novelas -en las que puede apreciarse la influencia de la literatura francesa contemporánea, y muy especialmente la del movimiento conocido como Nouveau Roman, cuyas propuestas estéticas e ideológicas resultaban muy familiares a la escritora bonaerense a raíz de sus traducciones al castellano de algunos textos de Nathalie Sarraute- la Bullrich pretendió reflejar la corrupción dominante en los que ella consideraba los tres pilares básicos sobre los que reposaba toda la nación a comienzos de la segunda mitad del siglo XX: la oligarquía financiera, la clase política (con los miembros del Parlamento a la cabeza) y el mundillo intelectual.

Dispuesta a no dejar títere con cabeza a la hora de repartir mandobles, Silvina Bullrich empezó por su propio grupo social. Así, en Los burgueses denunció con acritud -sirviéndose de técnicas narrativas ciertamente innovadoras en su obra, como el monólogo interior y la perspectiva polifónica- que la oligarquía hegemónica, heredera de los grandes terratenientes del siglo XIX, había consentido y aun propiciado la degradación social y cultural de todo el territorio argentino, a cambio de obtener pingües beneficios económicos en una loca carrera hacia el enriquecimiento. Esta alta burguesía ambiciosa e hipócrita, que había malversado el ingente legado cultural argentino en aras de la zafia ostentación de riquezas, era, en opinión de Silvina Bullrich, una de las principales responsables de la pérdida de la identidad nacional.

Por su parte, Los salvadores de la patria descarga todo el furor de la Bullrich sobre la clase política y los legisladores. Según reflejó la autora bonaerense en esta novela, los representantes que el pueblo enviara legítimamente al Parlamento se habían vendido a la citada oligarquía, a los lobbies de poder y, en último término, a la satisfacción de sus propios intereses particulares. Por medio de una ácida, dura y, en ocasiones, atroz sátira de una sesión ordinaria en la cámara de diputados, Silvina Bullrich mostró nuevamente la tajante separación existente entre la oligarquía y las clases medias, representada la primera en los herederos de grandes fortunas y linajudos apellidos, y conformadas estas últimas por descendientes de inmigrantes que habían venido al país a trabajar. Valiente, una vez más, en la censura de los comportamientos innobles del grupo social al que pertenecía, la autora argentina dejaba claro en esta obra que la alta burguesía no había sabido hacer honor a esos antepasados de los que se vanagloriaba; y que, pendiente sólo de sus bienes, se valía de los parlamentarios (a los que manejaba como títeres, a cambio de prebendas) para abrir aún más la brecha que la separaba de las clases medias y populares, lo que de redundaba negativamente en la forja de un espíritu o identidad nacional.

Finalmente, en Los monstruos sagrados Silvina Bullrich plasmó el penoso papel de los intelectuales argentinos de su tiempo, quienes, conscientes de esta corrupción y esta progresiva degradación del país, reaccionaron de las peores formas posibles, ora arrimándose a quienes ostentaban el poder (en procura de fama o bienes materiales), ora huyendo de la realidad argentina cuando más necesarios eran a sus compatriotas.

Autora de una vastísima producción literaria, Silvina Bullrich dio a la imprenta, al margen de los títulos ya citados en parágrafos anteriores, otras obras como El hechicero (Buenos Aires, 1961), Un momento muy largo (Buenos Aires, 1961), Mañana digo basta (Buenos Aires, 1968), Carta abierta a los hijos (Buenos Aires, 1969), El calor humano (Buenos Aires, 1969), El mundo que yo vi (Buenos Aires, 1969), La aventura interior (Buenos Aires, 1970), Carta a un joven cuentista (Buenos Aires, 1971), La mujer argentina en la literatura (Buenos Aires, 1971), Mal don (Buenos Aires, 1973), Un hombre con historia (Buenos Aires, 1973), Su excelencia envió el informe (Buenos Aires, 1974), Te acordarás de Taormina (Buenos Aires, 1977), Reunión de directorio (Buenos Aires, 1977), Los despiadados (Buenos Aires, 1978), Mis memorias (Buenos Aires, 1980), Después del escándalo (Buenos Aires, 1981), Escándalo bancario (Buenos Aires, 1982), Flora Tristán (Buenos Aires, 1982), La mujer postergada (Buenos Aires, 1982), Cuento cruel (Buenos Aires, 1983), ¿A qué hora murió el enfermo? (Buenos Aires, 1986), Cuando cae el telón (Buenos Aires, 1987) y Mis novelas escogidas (Buenos Aires, 1990).

Bibliografía

  • FROUMAN-SMITH, Erica. "Silvina Bullrich", en Escritoras de Hispanoamérica (Bogotá: Siglo XXI Editores, 1990), págs. 76-87.

  • GONZÁLEZ LÓPEZ, María Cristina. Visión sociopolítica en la novelística de Silvina Bullrich (Madrid: Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología [Tesis Doctoral], 2002).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.