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LiteraturaHistoriaBiografía

Braganza y Borbón, María de las Nieves (1852-1941).

Memorialista y figura destacada del carlismo, nacida en Kleinkeuback (en la región alemana de Baviera) el 5 de agosto de 1852, y fallecida en Viena (Austria) el 14 de febrero de 1941. Hija del rey Miguel I de Portugal, sobrina de María Teresa de Braganza -que había contraído matrimonio con Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII y pretendiente al trono español bajo el nombre de Carlos V- y esposa de Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este, duque de san Jaime, a lo largo de su longeva existencia se mantuvo firme en la defensa de los derechos dinásticos esgrimidos por la facción carlista y el Partido Tradicionalista Católico.

Afincado en su exilio alemán desde 1834, el destronado Miguel I de Portugal contrajo nupcias en 1851 con la princesa Adelaida Sofía de Loewestein-Rochefort, en la que llegó a engendrar siete hijos. El primero de ellos fue María de las Nieves de Braganza y Borbón, que recibió desde niña una esmerada formación académica en la corte bávara y pasó después a estudiar en el Colegio del Sagrado Corazón de Pontigny (Francia), de donde regresó al lado de su familia para integrarse en los más selectos salones aristocráticos de la Europa Central, con vistas a preparar el enlace conyugal más adecuado a su elevado rango social. En este punto intervino de forma decisiva su tía María Teresa, cuyos vínculos familiares con la realeza española la animaron a aconsejar a su sobrina el matrimonio con el citado duque de San Jaime, hermano de Carlos VII, duque de Madrid y aspirante carlista a la corona de España.

El compromiso nupcial se celebró, en efecto, en 1871, y el nuevo matrimonio fijó su residencia en la isla mediterránea de Malta, en donde permaneció por espacio de un año, ya que en 1872 Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este fue requerido por su hermano desde España para que se pusiera al frente del levantamiento carlista sobrevenido aquel año en Cataluña y Navarra. María de las Nieves de Braganza y Borbón acompañó a su esposo hasta el territorio continental y se estableció en la vecina localidad francesa de Perpiñán, desde donde siguió con atención las operaciones militares dirigidas por su esposo hasta que decidió que debía estar a su lado en la defensa de una causa que, por tradición familiar y convicciones ideológicas -había heredado el férreo conservadurismo absolutista de su progenitor-, era también la suya. Así las cosas, haciendo gala de un arrojo y una determinación poco frecuentes en una dama de su alcurnia, se adentró en suelo hispano y fue siguiendo los movimientos de campaña de su marido a través de todos los frentes abiertos en la lucha, donde pronto fue conocida por las huestes legitimistas por el apelativo de "doña Blanca". Al parecer, las simpatías despertadas por la aristócrata lusa entre las tropas tradicionalistas no nacían exclusivamente del apoyo emocional que la dama brindaba a su esposo, sino también -y aun principalmente- de la eficaz labor que María de las Nieves de Braganza estaba desplegando en plena contienda, tanto como encargada de asuntos de intendencia como en su condición de portadora de mensajes entre el alto mando carlista.

Aplastado el levantamiento, la penosa derrota infligida a las huestes tradicionalistas precipitó la huida de España del matrimonio formado por la aguerrida "doña Blanca" y el duque de San Jaime, ambos acusados no sólo de crímenes de guerra, sino también de delitos comunes que permitieron a las autoridades españolas reclamar su búsqueda y captura en otros países (la ocupación de la ciudad de Cuenca por parte de las tropas carlistas catalanas comandadas por don Alfonso Carlos de Borbón llegó a ser tan violenta y cruel, que Cánovas del Castillo solicitó su extradición bajo la acusación de violación, asesinato e incendio provocado). Aunque la intención de ambos cónyuges era buscar refugio bien en el palacio que albergaba en Viena a la antigua familia real portuguesa, bien en la pequeña corte establecida en Trieste (Italia) por María Teresa de Braganza (que, a la sazón, era el único santuario europeo que le quedaba al legitimismo carlista), a la postre se recogieron discretamente en la ciudad austríaca de Graz, donde iniciaron una nueva vida alejada por completo de las elevadas pretensiones dinásticas de la familia de Alfonso Carlos de Borbón.

Incitada por su curiosidad humanística, María de las Nieves de Braganza convenció a su esposo para iniciar una nueva etapa en la que cobraron singular relieve los desplazamientos de ambos hacia los territorios más exóticos del planeta, como el continente africano y la lejana y -a la sazón- todavía misteriosa India, donde la aristócrata perteneciente a la dinastía lusa de Braganza pudo dar cumplida satisfacción a sus deseos de estudiar las costumbres y la idiosincrasia algunas de las tribus peor descritas por la antropología de comienzos del siglo XX. Estas inquietudes intelectuales centraron su atención hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, que sorprendió a la antigua "doña Blanca" en Viena, donde recuperó sus bríos juveniles y, echando mano de su larga experiencia al frente de la intendencia en el conflicto bélico carlista, consiguió poner en funcionamiento y dirigir personalmente un centro hospitalario destinado a recibir donaciones de sangre para los soldados heridos en la contienda internacional. Al término de la guerra volvió a enfocar su vida hacia esos largos desplazamientos de alcance cultural que habían atraído su interés en la década anterior, y así vivió durante algunos años más hasta que la llegada al poder, en España, del dictador Miguel Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923) generó un clima conservador que hizo posible el regreso de doña María de las Nieves de Braganza y don Alfonso Carlos de Borbón a la Península Ibérica, donde ya no estaba en vigor el requerimiento dictado por Cánovas.

La nueva residencia del matrimonio formado por "doña Blanca" y el duque de San Jaime quedó establecida primero en Madrid, aunque ambos cónyuges pronto se mudaron a otros lugares más tranquilos del territorio español, como la isla de Mallorca, para acabar asentándose definitivamente en la capital andaluza, donde en abril de 1931 les sorprendió la proclamación de la II República. De nuevo forzados a una precipitada huida del país, María de las Nieves y Alfonso Carlos se refugiaron esta vez en el palacio que la antigua dinastía portuguesa seguía conservando en Viena, hasta donde llegaron las noticias del acercamiento entre otros dos ilustres exiliados de la monarquía española: el recién destituido rey Alfonso XIII, y don Jaime de Borbón, hijo de Carlos María de Borbón (el Carlos VII de los legitimistas) y sobrino, por tanto, del duque de San Jaime. Al parecer, el último aspirante al trono de la rama carlista, perdidas ya todas las esperanzas de ceñir la corona española, negociaba con Alfonso XIII con la intención de acabar de una vez por todas con esa virulenta disputa dinástica que se prolongaba ya más de un siglo, confabulación que desató la cólera de los tradicionalistas más ortodoxos, entre los que se contaba el esposo de María de las Nieves de Braganza. Así las cosas, la residencia vienesa de ambos cónyuges se convirtió en el último baluarte del carlismo ultramontano, y don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este no tuvo inconveniente alguno a la hora de ocupar, a sus ochenta y dos años de edad, el primer puesto en la línea sucesoria de los legitimistas, vacante a raíz de la muerte, aquel mismo año de 1931, de su citado sobrino Jaime (conocido entre ellos como Jaime III).

Con alientos impropios de quienes eran ya octogenarios, en 1932 don Alfonso Carlos y doña María de las Nieves se empecinaron en reorganizar y revitalizar el movimiento carlista a través de la formación política que mejor lo representaba en el espectro ideológico español, el Partido Tradicionalista Católico, creado por Vázquez de Mella en 1919. Por mediación del abogado y político onubense Manuel José Fal Conde -a quien el propio duque de San Jaime había puesto al frente de dicho partido en 1930, cuando todavía residía en Sevilla-, el nuevo pretendiente carlista al trono español conspiró agriamente contra la República al lado del general Sanjurjo, hasta el extremo de colaborar activamente en la preparación del alzamiento militar que dio lugar al estallido de la Guerra Civil Española. A cambio de este apoyo de las fuerzas requetés, Alfonso Carlos de Borbón consiguió el compromiso de Sanjurjo de implantar en España, tan pronto como acabase la contienda bélica, una nueva Monarquía encarnada en la persona del anciano duque de San Jaime y sujeta a un gobierno provisional presidido por el propio general. La muerte de ambos conspiradores en 1936 acabó de un plumazo con sus ambiciosas pretensiones.

Pero antes de que sobreviniera la desaparición de su esposo, doña María de las Nieves de Braganza había tenido ocasión de volver a demostrar la firmeza de su carácter en la defensa de una ideología política que no había aminorado su acérrimo conservadurismo con el paso de los años. En efecto, durante ese período de oscuros pactos antirrepublicanos y secretas conspiraciones monárquicas entre su marido y el general Sanjurjo, la aristócrata lusa volvió a ocupar un papel relevante en la organización logística y propagandística del carlismo, ahora convertida en una de sus memorialistas de mayor alcurnia. A partir de las anotaciones que había estampado en las páginas de un cuaderno durante su aventura militar en España, doña María de las Nieves redactó durante el primer lustro de los años treinta una interesante obra titulada Mis memorias sobre nuestra campaña en Cataluña en 1872 y 1873 y en el centro en 1874 (Madrid: Espasa Calpe, 1934), en la que no sólo exponía su firme compromiso con los postulados legitimistas, sino también su confianza en que el mantenimiento de una serie de valores tradicionales (como la fiel entrega a la causa del esposo, la diligencia en el cumplimiento de las labores domésticas y la severa observancia de los dogmas católicos) acabaría por otorgar al movimiento carlista esa razón y ese triunfo que la historia se empecinaba en hurtarle. Fruto de esta intensa colaboración en las campañas propagandísticas de su esposo fueron también las poses fotográficas de la anciana doña María de las Nieves vistiendo el uniforme requeté, al lado de quien, a pesar de su avanzada edad, seguía empeñado en postularse como el próximo monarca de los españoles.

Bibliografía

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Autor

  • J. R. Fernández de Cano.