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Ocio y entretenimientoBiografía

Borrero Morano, Antonio, o "Chamaco" (1935-VVVV).

Matador de toros español, nacido en Huelva el 13 de septiembre de 1935. En el planeta de los toros es conocido por su sobrenombre artístico de "Chamaco".

Aficionado a los toros desde muy temprana edad, pronto abandonó el empleo que desempeñaba en su primera juventud -mozo de pastelería- para empezar a probar suerte en cuantas tientas, capeas y demás celebraciones taurinas menores se verificaban a su alrededor; y así, tras superar las numerosas dificultades que se cruzan en el camino de aquellos muchachos humildes que pretenden iniciarse en el Arte de Cúchares sin contar con grandes antecedentes taurinos en la familia -como era caso del joven "Chamaco"-, el día 3 de mayo de 1953 logró vestirse de luces en el coso de su ciudad natal, donde se le permitió tomar parte en un festejo para novilleros noveles. A partir de entonces, Antonio Borrero Morano inició una exitosa andadura novilleril que, al cabo de un mes (concretamente, el día 4 de junio de 1953), le llevó nuevamente a hacer el paseíllo a través de la arena del coliseo de Huelva, pero esta vez anunciado ya en un festejo con picadores. Compartió cartel, en este su debut con los del castoreño, con Joselito Romero y José Moreno, y entre los tres dieron cuenta de un encierro criado en las dehesas de doña Julia Cossío.

El día 7 de marzo de 1954, en compañía de Carlos Corpas y "el Turia" y frente a novillos de Galache, "Chamaco" pisó por vez primera el redondel de la Monumental de Barcelona, plaza llamada a convertirse en el principal escenario de los grandes éxitos de su carrera taurina. El toreo valiente y arrojado del joven novillero onubense, con constantes concesiones a un tremendismo exagerado que hacía las delicias del público de la época, cautivó de inmediato a la afición de la Ciudad Condal, que exigió la reaparición constante de "Chamaco" en las arenas de la citada plaza. Fue así como el joven e impulsivo Antonio Borrero protagonizó nada menos que veinticuatro festejos de novillos en la Monumental de Barcelona durante aquella arrolladora campaña de 1954, en la que llegó a enfundarse el terno de alamares en cincuenta y cuatro ocasiones, cifra elevadísima para un principiante como él. Por desgracia, al tiempo que se sellaba este singularísimo pacto entre el público barcelonés y quien pasó a ser -mucho antes de haber pensado incluso en tomar la alternativa- su torero predilecto, se iban generando también las causas por las que "Chamaco" iba a tener cada vez más difícil su inscripción en la historia del Arte de Cúchares como una gran figura del toreo.

Era la primera de ellas -según cuentan las crónicas de la época- su excesiva propensión a ese tremendismo efectista y populachero que, si bien arrancaba los aplausos de un público fascinado por el arrojo temerario de sus ídolos, despertaba al mismo tiempo los reproches de los aficionados más entendidos, sabedores de que el auténtico dominio que debe exhibir un lidiador poderoso y eficaz está reñido con los alardes de bravuconería que parecen responder únicamente a la fórmula circense del "más difícil todavía"; y conocedores también de que esa desmesurada tendencia al tremendismo, cuando no sirve únicamente para suplir la escasez de conocimientos técnicos y la falta de inspiración artística, está solapando las virtudes de quien -como era el caso de "Chamaco"- podía haber triunfado por otros caminos más ortodoxos (aunque bien es verdad que no tan directos como el que otorga de inmediato el aplauso del público menos exigente, a cambio de darle a cada paso grandes dosis de carnaza).

La segunda causa de que el éxito de "Chamaco" quedase reducido, al cabo, al fervor "regional" de su incondicional público barcelonés fue su persistente negativa -más que por su propia voluntad, debido al mal asesoramiento de sus promotores- a torear en Madrid, ante la primera afición del mundo, a la postre -y como ha ocurrido siempre en la historia del Arte de Cúchares- la única capaz de elevar a un torero hasta el Olimpo de las figuras míticas. Temiendo que el joven torero onubense no fuera capaz de revalidar en Las Ventas los reiterados triunfos que le reconocía el público de Barcelona, sus mentores retrasaron su presentación en las arenas capitalinas hasta 1958, es decir, cuatro años después de su arrolladora campaña novilleril en la Monumental de Barcelona, y cuando habían transcurrido ya dos años desde su ingreso en el escalafón superior de los matadores de reses bravas (al que se hará referencia más abajo). Resulta imperdonable que un aspirante a gran figura del toreo tarde tanto tiempo en comparecer ante el único tribunal capacitado para otorgarle este título.

Hay que anotar, por último, como un tercer handicap que se interpuso en la carrera de "Chamaco" hasta impedir su definitiva consagración entre los grandes hitos del toreo de todos los tiempos, la enorme cantidad de percances graves que sufrió el diestro onubense ante las astas de las reses; pero este factor negativo -que signó dolorosamente su trayectoria desde su etapa novilleril- fue consecuencia directa de su ya comentada propensión al tremendismo inconsciente y populista, por lo que cabe achacarlo tanto al propio torero como a quienes le reclamaban únicamente esos alardes temerarios (público, apoderados, empresarios, etc.).

Sea como fuere, lo cierto es que, tras su vertiginosa ascensión hasta los primeros puestos del escalafón novilleril durante aquella campaña de 1954, "Chamaco" abordó la siguiente temporada con bríos aun mayores, lo que se tradujo en nada menos que sesenta y nueve ajustes cumplidos al término de 1955, año en el que de nuevo hizo el paseíllo en la Ciudad Condal en veinticuatro ocasiones. El empresario de la plaza Monumental Barcelona -el célebre don Pedro Balañá-, consciente del filón que había hallado en la figura del joven novillero onubense, quiso explotar al máximo su talante arrojado y le buscó en otro principiante de la época, Joaquín Bernadó, un contrapunto estilista que, bien apreciado por el sector más purista de la afición barcelonesa, dio lugar a una encrespada rivalidad novilleril que hizo las delicias de unos y otros a lo largo de once "enfrentamientos" sostenidos entre ambos novilleros en la Monumental de Barcelona durante aquella campaña de 1955. La anécdota recogida por el gran estudioso de la Tauromaquia Carlos Abella, a propósito de la importancia que llegó a adquirir "Chamaco" para las arcas de Balañá, no tiene desperdicio: una tarde de 1954 en la que el empresario catalán no pudo contar con ese arrollador novillero que causaba el delirio de la afición barcelonesa, incluyó en el cartel a un desconocido torerillo apellidado Camacho, con la esperanza de que la socorrida metátesis de la h sirviera de burdo reclamo para atraer hasta las taquillas de la Monumental de Barcelona a algún aficionado despistado (o, simplemente, disléxico).

Claro que no todo eran aplausos y ovaciones en esa meteórica andadura novilleril de Antonio Borrero Morano, quien en 1954 visitó el hule de la enfermería barcelonesa en dos ocasiones: el día 25 de mayo, alcanzado gravemente en el vientre por un astado de Bohórquez; y, el 28 de julio, con el muslo izquierdo sangrando por dos heridas. En 1955 volvió a ser corneado en dicha pierna, y en la temporada siguiente resultó herido de consideración en las plazas de Jerez y de Tolosa. Seguía, entretanto, sin comparecer en la Villa y Corte, pero tampoco en otros cosos señeros del planeta de los toros, como el de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, en el que no se presentó hasta el día 12 de octubre de 1956, en compañía de "Carriles" y "Rafaelito Chicuelo" y todavía en calidad de novillero, pues tenía anunciada su alternativa para dos días más tarde. La fortuna acompañó al reticente "Chamaco" en esta su primera actuación en las arenas hispalenses, donde amputó un apéndice auricular a cada uno de sus dos oponentes.

Se doctoró, en efecto, en su querida plaza de Barcelona el día 14 de octubre de 1956, fecha en la que hizo el paseíllo acompañado por su padrino, el coletudo valenciano Miguel Báez y Espuny ("Litri"); el cual, bajo la atenta mirada del genial diestro rondeño Antonio Ordóñez Araujo, que hacía las veces de testigo, puso en las manos del toricantano la flámula y el acero con los que había de muletear y estoquear a Larguirucho, un burel negro procedente de la ganadería de don Antonio Urquijo. Al término de esta campaña de 1956, en la que había tomado parte en sesenta y una novilladas, Antonio Borrero cruzó el Atlántico y emprendió una exitosa campaña por diferentes plazas de Ultramar, con triunfos tan notables como el cosechado en diciembre de aquel año en el transcurso de su presentación en la mexicana plaza de El Toreo.

A su regreso a España, sus mentores siguieron ternes en su obcecación de no dejarle pisar el ruedo venteño, tal vez conscientes de que en la primera plaza del mundo no era tan fácil cosechar esos aplausos generosos que en otros coliseos prodigaba un público más benevolente y menos entendido. Cierto era que, para aquella campaña de 1957, el toreo de "Chamaco" ya había adquirido mayores fundamentos técnicos; pero no lo era menos que los espectadores poco avisados seguían reclamando al diestro onubense el numerito tremendista que él mismo -y sus ventajistas promotores- se había encargado de repetir hasta la saciedad; a saber -y según el fiable testimonio del citado Abella-: "el brazo contrario siempre en alto, los bruscos giros de espalda, la permanente sensación de desprecio ante el peligro". Seguían vivos, pues -en palabras del mismo crítico- "los ritos del chamaquismo", que ahora se volvían contra el propio torero y le impedían desarrollar, so pena de defraudar a su legión de partidarios, su incipiente concepción de un toreo más sobrio y depurado. No es de extrañar, por ende, que a la postre haya quedado el recuerdo de un "Chamaco" aclamado siempre por el público exaltado y poco exigente, tal y como lo describe Cossíoen su monumental tratado Los Toros: "Chamaco es, a mi entender, un caso típico del toreo de este tiempo, pródigo en personalidades, más o menos interesantes, de diestros acogidos por el público con expectación y entusiasmo o con desdén igualmente desproporcionado. Chamaco tiene todos los inconvenientes, pero muchas de las ventajas de la concepción del toreo actual. Chamaco ha pisado un terreno inverosímilmente próximo al toro, y con una seguridad que llegaba a los públicos con impresionante evidencia. Chamaco ha toreado siempre en el centro de una pasión del público incontenida [...] y cuando el torero practicaba otras maneras de signo más ortodoxo no llegaba a las masas".

Cuarenta y nueve funciones protagonizó el coletudo onubense durante aquella campaña de 1957, en la que, además de eludir el obligado compromiso con Las Ventas, tampoco pisó el albero sevillano. El 21 de agosto de dicho año, en el redondel de Bilbao, volvió a caer herido por asta de toro, esta vez en el epigastrio, con una cornada tan tremenda que los facultativos llegaron a temer por su vida. Pero el animoso "Chamaco", acostumbrado a las gestas más penosas, pronto se repuso de este gravísimo percance para afrontar con el mismo coraje de siempre la temporada de 1958, en la que ya le resultó imposible seguir dando esquinazo a la afición de la Villa y Corte.

Se anunció, pues, en Madrid el día 21 de mayo de 1958, dispuesto a confirmar su ya lejana alternativa con la preceptiva autorización de su padrino, el diestro madrileño Julio Aparicio Martínez. Actuó como testigo en aquella esperada ceremonia el también madrileño Luis Segura, quien tuvo ocasión de presenciar cómo los alardes de valentía realizados por "Chamaco" ante sus dos enemigos (Sevillano se llamaba el de la confirmación, un negro bragado procedente -al igual que el resto de los jugados aquella tarde- de la vacada de don Alipio Pérez-Tabernero Sanchón) no causaban entre la afición venteña el mismo efecto explosivo que provocaban en otras latitudes. Tampoco había triunfado un mes antes en la Feria de Abril de Sevilla (en la que se vistió de luces los días 18 y 19), y no llegó a convencer en su siguiente intervención en Las Ventas (22 de mayo), a pesar de que fue premiado con una oreja en reconocimiento de ese valor desmesurado que nadie le discutía. Anunciado nuevamente en Madrid para la Corrida de la Prensa (3 de julio), volvió a pasar inadvertido para lo más selecto de la afición capitalina, por lo que se acogió otra vez al favor de sus numerosos partidarios barceloneses y llegó a torear catorce festejos en la Ciudad Condal, de un total de ochenta ajustes que llegó a cumplir en esa campaña de 1958. Casi como un dato curioso dentro del sostenido parte de lesiones que es su carrera, hay que anotar que en el transcurso de ese año no cayó herido de importancia en ninguna ocasión.

No tuvo tanta suerte en la temporada de 1959, al término de la cual -y después de haber vuelto a ignorar las plazas de Madrid y Sevilla durante aquel año- cayó herido en las arenas barcelonesas, en el transcurso de un festejo que solemnizaba el día de la Merced (24 de septiembre). Tras el fracaso de su temido paso por Las Ventas, la estrella de "Chamaco" había comenzado a declinar, como quedó bien patente en los veintisiete contratos que se le ofrecieron aquel año, una cantidad ciertamente reducida al lado de los ochenta festejos que había protagonizado en la campaña anterior. Dispuesto a enderezar su trayectoria, en 1960 se anunció en dos carteles de la madrileña Feria de San Isidro, pero volvió a fracasar en su intento de cautivar al público de la Villa y Corte; y tampoco salió bien parado aquel año en su enfrentamiento con las reses, pues una de ellas le hirió de nuevo gravemente en un muslo el día 3 de julio, en el redondel de Palma de Mallorca.

Su anhelado triunfo en la Real Maestranza hispalense llegó, finalmente, el día 11 de mayo de 1961, en la clásica corrida en beneficio de Cruz Roja, después de haber arrumbado con decisión todo su repertorio de lances extravagantes y su heterodoxia tremendista para ensayar -tanto con el capote como por medio de la muleta- un toreo clásico y puro que hizo las delicias de la afición sevillana. También cayó herido aquella tarde el castigado "Chamaco", pero esta vez no a causa de sus excéntricos alardes, sino por querer entrar a matar de frente y por derecho, con la pureza y rectitud que exige la ejecución cabal de la suerte suprema. Al término de aquella temporada, tras haber lidiado el día 12 de octubre -cómo no, en Barcelona- su trigésimo séptima corrida de aquel año (en la que fue premiado con un oreja de su segundo oponente), anunció su retirada del ejercicio activo de la profesión, si bien no llegó a cortarse simbólicamente la coleta. Una de las razones que le impulsaron a este prematuro abandono cuando sólo llevaba cinco años como matador de reses bravas fue el excesivo número de cornadas que le habían asestado los toros, culminado aquel año de 1961 con una nueva herida grave en las arenas de Pamplona, producida esta vez por un sañudo pupilo de Pablo Romero.

Pero sólo pasó un año alejado de los cosos, pues el día 14 de julio de 1963, en la pequeña localidad gerundense de San Feliú de Guixols, "Chamaco" volvió a hacer el paseíllo acompañado por su antiguo compañero de rivalidad novilleril, Joaquín Bernardó, y dispuesto a enfrentarse -al lado de Francisco Camino Sánchez ("Paco Camino"), que completaba el cartel de aquella tarde- con reses procedentes de la vacada de Prieto de la Cal. Tras haber cumplido diez ajustes durante aquella fugaz reaparición, volvió a permanecer inactivo en la campaña de 1964, lo que no fue óbice para que regresara a los ruedos con renovado ímpetu en la temporada siguiente, en la que, el día 26 de mayo, en compañía de Diego Puerta Diánez y del citado "Paco Camino", atravesó el redondel de la Monumental de Las Ventas para cosechar, por todo triunfo, una vuelta al ruedo que supuso su último recorrido por el anillo madrileño (al que ya sólo habría de volver, años después, para tomar parte en algún festival benéfico).

Con un balance de treinta y siete festejos toreados se saldó en 1965 esa segunda reaparición de "Chamaco", quien siguió enfundándose el terno de alamares en 1966 (con veintiocho ajustes cumplidos) y en 1967 (veintiuno). El día 14 de septiembre de este último año, después de haber despachado en la Monumental de Barcelona dos toros de Joaquín Buendía, bajo la atenta mirada de los espadas Rafael Ortega y Juan García Jiménez ("Mondeño") y del caballero rejoneador Álvaro Domecq Romero, Antonio Borrero Morano ("Chamaco") se retiró definitivamente del toreo.

J. R. Fernández de Cano.

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  • J. R. Fernández de Cano.