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PolíticaBiografía

Bonnemaison Farriols, Francesca (1872-1949).

Dirigente feminista y promotora cultural española, nacida en Barcelona el 1 de abril de 1872 y fallecida en su ciudad natal el 12 de octubre de 1949. Luchadora tenaz e infatigable, se convirtió en uno de los mejores exponentes de las inquietudes feministas y las preocupaciones sociales e intelectuales que manifestó, hasta el estallido de la Guerra Civil, el nacionalismo catalán.

Nacida en el seno de una familia acomodada perteneciente a la burguesía mercantil catalana (su padre era un pastor francés de Cerdeña que había triunfado como comerciante en Barcelona), recibió desde niña una esmerada educación que, aunque poco frecuente en otras niñas de su época, estuvo lastrada por el problema común que arrastraba la escasa educación femenina que se impartía entonces en España: una excesiva dependencia de la moral católica, incrementada -en el caso de la niña Francesca- por el hondo fervor religioso de que hacía gala su madre, que antes incluso de enviarla a la escuela ya llevaba consigo a su pequeña hija a algunas obras piadosas -como la visita a orfanatos y a asilos de menesterosos- de improbable asimilación para una niña que aún no había cumplido los cinco años de edad. Creció, pues, marcada por un lado por estas inquietudes espirituales transmitidas por su madre y la escuela católica a la que asistía, y, por otro lado, por el talante libre y las aficiones deportivas que le inculcó su progenitor, a quien acompañaba asiduamente (tal vez por ser hija única) a sus frecuentes cacerías y excursiones campestres.

Precisamente el hecho de pertenecer a una familia de la alta burguesía barcelonesa favoreció también su temprana adscripción ideológica al nacionalismo catalán, ya que en los salones de su hogar se reunían con asiduidad algunos de los prohombres más relevantes de este movimiento político, social y cultural. Entre ellos figuraba el brillante abogado y periodista Narcís Verdaguer i Caller, nueve años mayor que la joven Francesca, quien se enamoró de él tan pronto como lo conoció en 1885, cuando apenas contaba trece años de edad. Narcís Verdaguer, fundador y director del semanario catalanista La Veu de Catalunya, pasaba por ser una de las figuras más relevantes de ese nacionalismo catalán que empezó a emerger con inusitada pujanza en las últimas décadas del siglo XIX; en 1893, casado ya con la joven Francesca, se instaló en la gran casa familiar de sus suegros y aprovechó sus amplios salones para convocar a su alrededor a los principales políticos, artistas y escritores que comulgaban con sus postulados catalanistas. Fue así como, inmersa en este rico flujo ideológico e intelectual, Francesca Bonnemaison comenzó a publicar sus primeros artículos en La Veu de Catalunya, y a darse a conocer como una de las figuras femeninas más destacadas de esa amplia corriente de renovación y regeneración social y cultural que pretendía ser el catalanismo.

Sus primeros actos sociales se habían producido, empero, unos años atrás, promovidos más por su conciencia religiosa que por unas convicciones ideológicas que, en su temprana juventud, aún no poseía. En efecto, los sólidos lazos que unían a la joven Francesca Bonnemaison, antes de casarse, con la organización católica Acción Social Popular le permitieron intervenir activamente en el desarrollo de las denominadas Semanas Sociales, en las que se intentaba remediar, siquiera temporalmente, las necesidades básicas de los menos favorecidos. Asimismo, su estrecha relación con Acción Católica la impulsó a colaborar en el proyecto cultural conocido como Obra de Buenas Lecturas de la parroquia de Santa Ana, consistente en la puesta en marcha de una modesta biblioteca en la que pudieran encontrar material para el ejercicio de su vocación las catequistas de la diócesis. Este primer contacto con los libros habría de marcar, de forma indeleble, gran parte de su futura obra social.

Después del nacimiento de su conciencia política, Francesca Bonnemaison siguió firmemente apegada a su religión católica y vinculada a las parroquias y asociaciones con las que venía colaborando casi desde su niñez. Así las cosas, en 1909 fue nombrada bibliotecaria de la citada Obra de Buenas Lecturas, circunstancia que aprovechó para conseguir un permiso de la junta parroquial que hacía posible el préstamo de volúmenes no sólo a las catequistas y colaboradoras religiosas, sino a cualquier mujer que lo solicitase. La obtención de este permiso dio pie al nacimiento de una de las instituciones culturales más representativas de la labor social del catalanismo, la Biblioteca Popular per a la Dona, que entre sus objetivos básicos cifraba, antes que cualquier otro, el de facilitar el acceso de la mujer a la cultura, el arte, la ciencia, las técnicas manuales y, en suma, contribuir así a la mejora de las condiciones de vida de las mujeres, especialmente de las pertenecientes a la clase obrera (que carecían del patrimonio cultural heredado por las mujeres de la alta burguesía).

No faltaron quienes, desde posturas ideológicas liberales, criticaron esta iniciativa de la Iglesia católica, encuadrada -según dichos detractores- en un ambicioso proyecto reaccionario y proselitista que, so capa de ofrecer nuevas oportunidades a los miembros de la clase trabajadora, en el fondo lo que perseguía era ganarlos para su causa y apartarlos, así, de otras organizaciones políticas radicales más capacitadas para la defensa de sus auténticas reivindicaciones (como las organizaciones políticas y sindicales de izquierda). A pesar de estas críticas, Francesca Bonnemaison siguió adelante con su empeño de hacer llegar los servicios de la Biblioteca Popular per a la Dona a todas las mujeres barcelonesas, y en apenas un año consiguió interesar a tal número de personas que necesitó trasladar la primitiva sede a un local mayor, en el que su iniciativa cambió también de denominación y adquirió el relevante grado de Institut de Cultura i Biblioteca Popular per a la Dona. Ya en aquel mismo año de 1910 había logrado la animosa luchadora social barcelonesa lanzar a la calle un modesto órgano de expresión que, bajo la cabecera de Comida Explicada, apenas podía cubrir otras inquietudes de la mujer de su tiempo que el comentario de las labores domésticas, con especial atención a la actividad culinaria. Era, sin duda alguna, un primer paso, pero harto insatisfactorio para una feminista tan tenaz y combativa como Francesca Bonnemaison, quien desde su flamante Institut de Cultura consiguió, también a partir de 1910, ofrecer a las mujeres más necesitadas clases gratuitas de idiomas, gramática, danza, taquigrafía, fotografía, comercio y -entre otras disciplinas de gran provecho formativo y utilidad laboral- cálculo mercantil. Para poder financiar esta enseñanza gratuita, Bonnemaison consiguió que diferentes personas e instituciones se convirtiesen en patrocinadores de las diversas materias impartidas, asumiendo la responsabilidad de sufragar los gastos de material y el sueldo del profesorado; con esta audaz iniciativa logró también reducir la dependencia del Institut de Cultura respecto a esas organizaciones católicas que lo habían hecho posible, dependencia que quedó prácticamente anulada cuando la animosa promotora cultural consiguió también nombrar un patronato que, integrado únicamente por mujeres, asumía plenamente la gestión del centro.

Cada vez más alentada por estos logros, Francesca Bonnemaison captó luego la colaboración de La Caixa per a la Vellesa i d'Estalvis, un espléndido patrocinio que hizo posible la conversión del Institut de Cultura en uno de los centros educativos más importantes de Barcelona, en el que -gracias a este apoyo de La Caixa- se empezaron a impartir clases de enseñanza secundaria oficial y se formó una útil bolsa de trabajo que intentaba cubrir las expectativas laborales de las alumnas egresadas; asimismo, el patrocinio de La Caixa dio lugar al establecimiento de un generoso sistema de becas que propició el ingreso en el Institut de Cultura de una cantidad de alumnas muy superior a la que había albergado en sus aulas en años anteriores, lo que a su vez dio pie a un nuevo traslado del centro a un local de mayor amplitud.

Fue el propio Narcís Verdaguer i Caller quien, poco antes de su fallecimiento (sobrevenido en 1918), gestionó personalmente la adquisición de los terrenos que habrían de alojar la nueva sede del Institut de Cultura, que se irguió finalmente junto a la Via Laietana, cerca del domicilio social de La Caixa. A pesar de la independencia que tanto Francesca Bonnemaison como su esposo quisieron conservar respecto a las instituciones financieras y religiosas, la consolidación de lo que ya era uno de los centros educativos más importantes de toda Cataluña pasaba necesariamente por el patrocinio de empresas, particulares e instituciones tan relevantes como la citada Caixa o la Abadía de Montserrat, que a la postre se significó como el mayor donante en la suscripción abierta para la construcción de la nueva sede. Merced a las aportaciones de unos y otros, la buena marcha y el veloz crecimiento del Institut de Cultura era ya algo imparable, y en 1922 -con una Francesca Bonnemaison al frente que, viuda desde hacía ya tres años, se había consagrado plenamente a su gran obra cultural- se procedió a la inauguración del nuevo edificio por parte del presidente de la Mancomunitat de Catalunya, Enric Prat de la Riba.

A partir de aquí, la importancia del Institut de Cultura dentro de los planes educativos de la Cataluña del primer tercio del siglo XX fue algo incuestionable. Antes de que concluyera aquel año de 1922, Francesca Bonnemaison ya había conseguido abrir una delegación en la playa de Badalona, en la que comenzaron a impartirse clases de natación y de otras actividades acuáticas. Considerado pronto como uno de los centros privilegiados dentro de la enseñanza femenina, el Institut de Cultura fue abriendo otras sedes en diferentes localidades catalanas como Igualada, Reus, Vilafranca del Penedès y Vic, al tiempo que seguía manteniendo plenamente activa esa fructífera bolsa de trabajo que, entre 1920 y 1933, logró emplear, anualmente, a unas mil seiscientas mujeres. Por sus aulas pasaron algunas intelectuales tan prestigiosas como la escritora santanderina Concha Espina, tan combativas como María Domènech de Cañellas (fundadora de la Federación Sindical de Obreras de los Sindicatos Libres), y tan reconocidas en todo el mundo como la pedagoga italiana María Montessori, cuyas modernas propuestas educativas inspiraron los modelos pedagógicos del centro dirigido por Francesca Bonnemaison. Tan creciente fue su protagonismo dentro del mundo cultural y educativo del primer tercio del siglo XX, que en el curso de 1934/35 contaba en sus aulas con más de seis mil doscientas alumnas, muchas de ellas interesadas en recibir no sólo la densa formación cultural que proporcionaban sus maestras, sino también esas nociones deportivas que revelaban la modernidad y la amplitud de miras de su directora, una de las primeras responsables de centros educativos que introdujo la educación física en sus programas. En recuerdo de las marchas campestres que había compartido de niña con su padre, Francesca Bonnemaison estableció también el excursionismo como una de las actividades básicas en la formación de la mujer moderna; no es de extrañar, por ende, que la suma de todas estas inquietudes sobre la educación física provocara que el recién creado Club Femení i d'Esports (1928) acudiera al Institut de Cultura para buscar en él sus primeras asociadas. Pero, además, el prestigio cultural de sus alumnas comenzó a extenderse por todas las empresas privadas y los organismos públicos catalanes, y unas y otros comenzaron a dirigirse a su bolsa de trabajo para cubrir sus necesidades de personal (fue, en este sentido, muy significativo que las primeras bibliotecarias de la recién fundada Biblioteca de Catalunya, dependiente de la Mancomunitat, procedieran de las aulas del Institut de Cultura).

En medio de este imparable aumento de prestigio social y cultural, Francesca Bonnemaison suprimió el viejo boletín de labores y cocina por una publicación de tirada mensual que se llamó, primero, Vida Femenina, y que a partir de 1928 amplió su cabecera hasta convertirse en Vida Social Femenina. Boletín del Instituto de la Mujer que Trabaja, cuya vida periodística se mantuvo hasta el estallido de la Guerra Civil. Pero, además de este órgano de expresión de su exclusiva propiedad, el Institut alcanzó tal repercusión en los medios culturales barceloneses que contó, a partir de 1932, con un espacio de noticias de periodicidad quincenal en Radio Asociación de Cataluña; y en 1935 lanzó otra publicación propia que, bajo la cabecera de Claror, vino a sumarse a Vida Social Femenina para ofrecer un mayor número de tribunas libres a las pedagogas y feministas más relevantes de la década de los años treinta.

Françesc Cambó, que en su juventud frecuentó los animados salones del matrimonio Verdaguer-Bonnemaison y había llegado a convertirse en secretario personal de don Narcís, requirió en 1931 los servicios de Francesca para que se pusiera al frente de la Sección Femenina de la Lliga Regionalista (más tarde rebautizada por el propio líder gerundense como Lliga Catalana). Dentro de esta sección feminista un tanto peculiar (pues estaba constituida únicamente por las esposas y las viudas de los miembros de la Lliga), Francesca desplegó una intensa labor que contribuyó notablemente a incrementar el número de feministas dentro del nacionalismo catalán, si bien es cierto que esta militancia femenina de los partidos catalanistas apenas aportó grandes novedades ideológicas a los programas elaborados por los hombres, ya que, en buena medida, se circunscribía a labores de representación (como organización de fiestas y banquetes, o promoción de campañas de solidaridad y beneficencia).

En este sentido, este papel eminentemente social que reservaba la Lliga Catalana a las mujeres encajaba perfectamente dentro de la particular concepción del feminismo que albergaba Francesca Bonnemaison, quien, siempre apegada a sus firmes convicciones católicas, estimaba que la mujer podía contribuir al progreso y desarrollo de la patria apoyando siempre al hombre con el que compartía su vida y proporcionándole una descendencia sana y prolífica (paradójicamente, ella no tuvo hijos). Luchó siempre, eso sí, por el acceso de la mujer a la cultura y la educación en idénticas condiciones que los hombres, así como por la incorporación de la mujer al trabajo y a otras actividades de la vida moderna (como el deporte); pero también consideró desde su juventud hasta el final de sus días que la plena igualdad de ambos sexos era una idea disparatada que iba en contra de lo dispuesto por la Naturaleza y, en último término, por Dios.

El estallido de la Guerra Civil la obligó a emprender el camino del exilio rumbo a Suiza, donde se integró en el amplio círculo de refugiados catalanes que habían elegido el país alpino como residencia provisional en tanto las revueltas aguas políticas españolas volvían a su cauce. Tras colaborar estrechamente con Cambó en la asistencia a este núcleo de exiliados, regresó a Barcelona en 1940 para comprobar con inconsolable tristeza que su gran obra social y educativa, el Institut de Cultura, había sido transformado en la ahora llamada Institución de Cultura para la Mujer de la Sección Femenina de FET y de las JONS; y que su querida Biblioteca Popular per a la Dona había sido entregada a la Diputación Provincial de Barcelona, en manos también de los falangistas que habían salido victoriosos de la contienda fratricida. Desolada, renunció a cualquier actividad pública, se encerró en su domicilio barcelonés y se refugió en su intacta fe católica, hasta que la muerte vino a llevársela cuando estaba próxima a cumplir los ochenta años de edad.

Bibliografía

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J. R. Fernández de Cano.

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  • J. R. Fernández de Cano.