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Blomberg, Héctor Pedro (1889-1955).

Poeta, narrador, traductor, comediógrafo y periodista argentino, nacido en Buenos Aires el 18 de marzo de 1889 y fallecido en su ciudad natal el 3 de abril de 1955. Figura destacada de ese pintoresquismo porteño que luego habría de constituir una de las principales señas de identidad del denominado Grupo Boedo, gozó de enorme popularidad durante las décadas de los años veinte y treinta debido a los numerosos tangos, valses y milongas que se compusieron con sus letras.

Vino al mundo en el seno de una familia ilustre y acomodada, formada por la escritora y traductora paraguaya Ercilia López -nieta del presidente Carlos Antonio López y sobrina del mariscal Francisco Solano López- y el ingeniero naval Pedro Blomberg -miembro de una estirpe noruega de marineros y pescadores.

Su infancia transcurrió felizmente en la casa bonaerense donde había tenido lugar su alumbramiento, sita en el número 236 de la calle Santiago del Estero (en el lujoso barrio de Monserrat). Allí empezó a cultivar esa vocación literaria que había heredado de su madre, al tiempo que se interesaba por los relatos viajeros que, acerca de sus antepasados, le narraba su progenitor. Estas dos aficiones -la literatura y los viajes- habrían de jugar un papel determinante a lo largo de toda su vida.

Cursó sus estudios primarios y secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, donde pronto dio muestras de poseer una innata vocación poética que le permitió obtener su primer premio literario en 1906, cuando sólo tenía diecisiete años. Fueron los miembros de la Asociación Patriótica Española quienes le otorgaron su Medalla de Oro, por un inflamado poema titulado "Oda a España".

Ya en plena juventud, inició sin demasiado entusiasmo la carrera de Leyes en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, que pronto abandonó al reconocer que se sentía mucho más atraído por la creación literaria y el descubrimiento del ancho mundo que el océano Atlántico le ofrecía, como una tentación irresistible, ante sus ojos. Así las cosas, una mañana de 1911, cuando contaba poco más de veinte años de edad, avistó en el puerto bonaerense un barco que estaba a punto de zarpar rumbo a Europa y preguntó a su tripulación el destino final de la embarcación. Gratamente sorprendido al conocer que la nave se dirigía a la Noruega de sus ancestros, partió con premura hacia su casa, preparó una pequeña maleta y a las doce del mediodía -hora a la que estaba prevista la partida del barco- ya se encontraba a bordo, dando así inicio a una primera aventura viajera que habría de prolongarse durante dos largos años.

A su regreso a Buenos Aires, Héctor Pedro Blomberg traía consigo el recuerdo de numerosos lugares recorridos y el deseo de perderse por otras latitudes del mundo que aún no había tenido ocasión de visitar. Fiel a este propósito, durante el resto de su vida continuó viajando sin descanso, ora a conocer la costa pacífica de América, ora a descubrir la belleza natural del Brasil, luego de nuevo a Europa, más tarde a las exóticas tierras del Norte de África, etc.

Durante su primer periplo a Europa redactó numerosos poemas que, a su regreso a Argentina, empezó a publicar en diferentes periódicos y revistas de gran aceptación entre los lectores del momento, como Caras y Caretas y Fray Mocho. Surgió, así, su primer libro de versos, La canción lejana (1913), que Blomberg dio a la imprenta mientras iniciaba una intensa actividad profesional como periodista que, convertida en su principal dedicación durante aquella segunda década del siglo XX, quedó plasmada en una recopilación de sus artículos y relatos que publicó bajo el título de La puerta de Babel (Buenos Aires, 1920). Se trata de una interesante colección de narraciones breves, a medio camino entre la crónica urbana y el cuento literario, en las que Héctor Pedro Blomberg hacía notables concesiones al tremendismo de las historias ciudadanas que tanto gustaban al público de la época. Antes de presentarlas agrupadas en este volumen, el escritor argentino las había divulgado a través de las páginas de la publicación La Novela Semanal, bajo el formato típico del relato folletinesco por entregas.

En el transcurso de aquel mismo año de 1920 tuvo lugar un curioso episodio socio-literario que define a la perfección la personalidad del poeta bonaerense. Alentado por el creciente reconocimiento que se le venía tributando en sus facetas de periodista y escritor, Blomberg presentó un poemario inédito al Premio Municipal de Poesía que otorgaba anualmente la ciudad de Buenos Aires. Unos minutos antes de que se hiciera público el fallo oficial del jurado, Blomberg recibió la comunicación secreta de que su obra había sido proclamada vencedora, por delante de un original de Alfonsina Storni al que se había honrado con el segundo premio. Blomberg se apresuró a entrevistarse con el jurado antes de que tuviera lugar la proclamación oficial de su decisión, y le convenció para que cambiase el orden de los galardones y situase el poemario de la Storni en primer lugar, en detrimento de su propia obra. Los miembros del jurado reconocieron que no tenían inconveniente alguno en mudar su dictamen, siempre y cuando Blomberg supiese proporcionarles una sola razón que justificase su extraña demanda. "Las damas primero", se limitó a comentar el poeta bonaerense, lacónica explicación que reportó a Alfonsina Storni el Premio Municipal de Poesía de aquel año.

El poemario relegado al segundo lugar por el propio Blomberg salió a la luz bajo el título de A la deriva (Buenos Aires: Ed. Sel. América, 1920), y acompañado por un elocuente subtítulo que dejaba bien patente la decisión del poeta de aunar sus dos aficiones (la literatura y los viajes): Canciones de los puertos, de las tierras y de los mares. Más adelante, el escritor de Buenos Aires habría de ampliar su producción lírica con otros volúmenes de versos que habrían de recordar también, desde el privilegiado foco de la cubierta, su pasión marina y viajera: Gaviotas perdidas (Buenos Aires, 1921), Bajo la Cruz del Sur (Buenos Aires, 1923), Las islas de la inquietud (Buenos Aires, 1924) y Los peregrinos de la espuma (Buenos Aires, 1924).

En esta obras de su primera etapa poética, Blomberg recurre constantemente a los temas y motivos portuarios, portadores de desgarradas historias arrabaleras, propias de los ambientes promiscuos, tabernarios y melodramáticos de los puertos de todo el mundo (aunque especialmente ancladas en el pintoresquismo de los muelles de Buenos Aires). No es de extrañar, por ende, que sus versos se convirtiesen de inmediato en letras musicadas por algunos de los principales compositores de tangos y milongas, quienes convirtieron a Blomberg en uno de los escritores argentinos más populares de las décadas de los veinte y los treinta. En la actualidad, se han registrado más de cuarenta temas musicales grabados cuyas letras corresponden al caballeroso poeta de Buenos Aires, algunos tan conocidos como "Barrio Viejo del 80", "La canción de Amalia", "La china de la mazorca", "La hija del mazorquero", "La mazorquera de Montserrat", "La que murió en París", "La viajera perdida" ("Vestida de blanco, sentada en el puente, / leía novelas y versos de amor / o, si no, miraba la espuma que hirviente / cantaba en la estela del viejo vapor"), "Novia del mar", "Rosa Morena", "Los jazmines de San Ignacio", "Tirana unitaria" y, sobre todo, "La pulpera de Santa Lucía", tal vez su vals más célebre, cuya letra gustó tanto a los convecinos de Blomberg que quedó incorporada de inmediato al acervo popular porteño: "Era rubia y sus ojos celestes / reflejaban la gloria del día, // y cantaba como una calandria / la pulpera de Santa Lucía. // Era flor de la vieja parroquia... / ¿Quién fue el gaucho que no la quería? / Los soldados de cuatro cuarteles / suspiraban en la pulpería. // Le cantó el payador mazorquero / con un dulce gemir de vihuelas, // en la reja que olía a jazmines // en el patio que olía a diamelas [...]".

Transcurrida la década de los años veinte, Blomberg inició una segunda etapa poética centrada en la Argentina decimonónica del período rosista, en la que las luchas intestinas, los episodios trágicos y los avatares sangrientos entre unitarios y federales suministraban numerosos ingredientes románticos fácilmente adaptables al colorido populista que el autor bonaerense había adoptado en su poética particular. Mezclando sabiamente figuras y sucesos reales con abundantes elementos extraídos de su propia fantasía literaria, Blomberg supo eludir el compromiso político y las enconadas inquinas de quienes interpretaban este pasado turbulento desde posturas encontradas; y así, velando siempre para no herir susceptibilidades ni perder lectores de uno y otro sesgo ideológico, acertó a configurar un variopinto y sugerente universo histórico-poético en el que, más que buenos y malos o vencedores y vencidos, dominaba una tensión telúrica entre las fuerzas del bien (encarnadas en virtudes que, como el valor y la nobleza, podían adornar a personajes de ambos bandos) y las del mal (odios, venganzas, iras, rencores y ferocidades que, inherentes a la condición humana, también se repartían alternativamente entre unitarios y federales). Todo ello queda bien patente en sus poemarios Cancionero federal (Buenos Aires, 1934) y Canciones históricas (Buenos Aires, 1936).

En su condición de afamado letrista de canciones populares, Héctor Pedro Blomberg había entablado amistad y vínculos profesionales con varias figuras destacadas del mundo de la música y el espectáculo. Entre ellas estaba el periodista y autor teatral Carlos Schaeffer Gallo, quien empujó al escritor bonaerense al Arte de Talía y al ámbito de la radiodifusión. Por mediación de Schaeffer, Blomberg empezó a escribir unos interesantes relatos que se retransmitieron por Radio Splendid a partir de 1929; en ellos, ofreció una vertiente de su creatividad totalmente distinta a ese universo de aventuras marinas, tierras exóticas y lances de taberna portuaria que, hasta entonces, venía caracterizando su labor literaria. Por la radio, las clases populares de Buenos Aires tuvieron ocasión de descubrir a un Blomberg interesado por lugares, episodios y situaciones que tenían lugar en tierra firme, lejos del exotismo marino de sus versos, protagonizados por unos personajes tan reales y cercanos al lector/oyente como los que podía encontrarse a cada paso a la vuelta de la esquina. Se trata de historias que relatan sucesos acontecidos unos años antes en el mismo barrio del escritor, reflejados con una clara voluntad realista que, como cabía esperar de la pluma de Blomberg, no elude la detención morosa y complacida en el sabor local y el colorido pintoresco.

El citado Schaeffer Gallo y otros amigos del mundo del espectáculo -como el famoso actor Elías Alippi o el cineasta Carlos Max Viale Paz, que escribió el guión de La sangre de las guitarras (1937), dirigida por Vicente G. Retta, a partir de un texto de Blomberg- introdujeron al escritor bonaerense en el mundo del teatro. Por sugerencias suyas, Blomberg se animó a cultivar el sainete musical -entonces conocido en Buenos Aires como "género chico"-, al que aportó unas amenas piezas que contaban con algunos ingredientes infalibles para despertar el interés de público de pie: el perfecto conocimiento, por parte, del autor, de los gustos populares; la inclusión de canciones que dotaban a las obras de gran variedad; la alternancia de elementos cómicos y dramáticos; etc.

En colaboración con Pablo Suero, Héctor Pedro Blomberg escribió una pieza de este género que incrementó notablemente la celebridad de que ya gozaba como escritor popular. Se trata de Barcos amarrados, que se puso en escena con un reparto en el que figuraba, como actor principal, el también cantante Ignacio Corsini (a la sazón, uno de los vocalistas más queridos y admirados en todo el país). Nació, a partir de entonces, una estrecha relación artística y profesional entre Blomberg y Corsini, plasmada en numerosas letras del primero que fueron popularizadas en boca del afamado cantante (entre ellas, la ya citada "La pulpera de Santa Lucía" y "El Caballero Cantor", canción-bandera de Corsini, que fue estrenada por él, por vez primera, en una emisión de Radio Prieto en 1929, para pasar luego al teatro y, posteriormente, dado su insospechado éxito, a los estudios de grabación).

Blomberg fue autor de otras piezas dramáticas como La mulata del restaurador y la ya mencionada La sangre de las guitarras (que, estrenada primero como emisión radiofónica, se representó luego en el célebre Teatro Colón de Buenos Aires, con gran éxito de crítica y público). Además, escribió varias obras destinadas exclusivamente a familiarizar con la lectura a los jóvenes lectores, como El sembrador, El surco, Mundo americano y Vendimia y pensamientos. Pero como el poeta de hondo calado que era -perfecto representante de la corriente postmodernista que se impuso en la lírica hispanoamericana en la década de los años veinte, y precursor de algunas de las preocupaciones temáticas que habrían de caracterizar a los autores del Grupo Boedo-, no empezó a ser reconocido hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando el también poeta y crítico literario Raúl González Tuñón rescató de las bibliotecas y las hemerotecas sus escritos líricos más profundos (que habían quedado eclipsados por la enorme fama popular de sus letras para canciones).

Casado con Elena Smith y residente, durante sus últimos años de vida, en el número 731 de la bonaerense calle Caseros -donde habría de perder la vida a comienzos de abril de 1955-, Héctor Pedro Blomberg colaboró en numeraciones publicaciones periódicas a lo largo de todo su vida profesional, como las ya mencionadas Caras y Caretas y Fray Mocho, y La Nación, El Hogar y La Razón (diario, este último, que le envió durante algún tiempo como corresponsal a París). Humanista políglota y cosmopolita, dominó varios idiomas, lo que le permitió profundizar en las obras de algunos de los grandes autores de la Literatura universal, y traducir al castellano textos de Heine, Byron, Longfellow y, entre otros, Zangwill.

Bibliografía

  • GONZÁLEZ TUÑÓN, Raúl. La literatura resplandeciente (Buenos Aires: Ed. Boedo-Silbalba, 1976).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.