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Blanco-Fombona, Rufino (1874-1944).

Poeta, narrador, ensayista, político y diplomático venezolano, nacido en Caracas en 1874 y fallecido en Buenos Aires (Argentina) en 1944. Adentrado en el panorama literario hispanoamericano de la mano del modernismo de Rubén Darío, evolucionó luego hacia diferentes tendencias estilísticas que, plasmadas en un amplio registro de variedades genéricas, le convirtieron en uno de los escritores de mayor renombre universal dentro de las Letras venezolanas de los últimos años del siglo XIX y la primera mitad de la siguiente centuria. Al mismo tiempo, intervino de forma decisiva en algunos de los episodios históricos más importantes de su patria, en cuya vida pública desempeñó durante muchos años un protagonismo esencial.

Nacido en el seno de una familia muy relevante en los círculos políticos y culturales de Venezuela (era descendiente de remotos conquistadores españoles, de antiguos próceres de la Independencia y de diferentes figuras descollantes en el arte y el pensamiento venezolanos), el joven Rufino se vio desde niño inmerso en la compleja historia política de las nuevas naciones hispanoamericanas de reciente emancipación. Así, vivió una niñez y una juventud marcadas por las guerras civiles, los procesos revolucionarios y los regímenes totalitarios, y con tan sólo dieciocho años de edad ya había adquirido tal conciencia política que intervino de manera activa en la revolución desatada contra las pretensiones continuistas del presidente Raimundo Andueza Palacio.

El gobierno del general Joaquín Crespo -que había resultado vencedor en dicho proceso revolucionario- recompensó al jovencísimo Rufino Blanco-Fombona con su nombramiento como cónsul de Venezuela en Filadelfia, donde pasó un bienio (1893-1894) alejado de la agitada vida pública de su país y, gracias a ello, entregado a su naciente vocación literaria. Aunque, por aquel entonces, ya se había dado a conocer como escritor merced a la publicación de algunos poemas sueltos en diferentes rotativos y revistas de Venezuela (como El Cojo Ilustrado y Cosmópolis), lo cierto es que su primer reconocimiento literario público le llegó durante dicho período de estancia en los Estados Unidos de América, desde donde Blanco-Fombona había enviado su largo poema "Patria" a un certamen convocado en Venezuela con motivo de la celebración del primer centenario del nacimiento del mariscal Antonio José de Sucre (1795-1830). Esta composición, que se alzó con el primer premio concedido en dicho certamen, puede considerarse como el punto de partida de la carrera literaria "oficial" de Rufino Blanco-Fombona.

A grandes rasgos, la primera etapa de la producción literaria del escritor de Caracas se caracteriza por su firme adscripción a la corriente modernista que había triunfado en toda Hispanoamérica y buena parte de Europa; sin embargo, frente a esa evasión de la realidad que adoptó la mayor parte de los poetas modernistas como fórmula de denuncia contra la mediocridad circundante, Rufino Blanco-Fombona no se refugió en el culto a la belleza y el exotismo, sino que volvió los ojos hacia su propia intimidad y, sobre todo, hacia la vida pública que contemplaba a su alrededor, dominada por la vileza y la corrupción. Surgió así una serie de composiciones poéticas que, por un lado, persiguen la afirmación del propio yo del escritor caraqueño, en medio de la exaltación vitalista del gozo sensitivo y pasional; y, por otra parte, vuelven los ojos hacia esa etapa que Blanco-Fombona consideraba heroica en el devenir histórico de su nación, la correspondiente al período protagonizado por la admirada figura del Libertador, Simón Bolívar. En esta línea, tanto su producción literaria inicial como el resto de sus escritos se habrán de caracterizar por su empeño en procurar el desarrollo cultural y económico de Hispanoamérica; su enconada oposición contra cualquier forma de imperialismo; su encendida defensa de la unidad e identidad históricas y culturales de Venezuela; su propuesta de un modelo panhispanista que, al hilo de los designios del susodicho Bolívar, presentaba cara a un panamericanismo tras el cual no era difícil adivinar la poderosa mano de los Estados Unidos de América; y, en definitiva, por la recuperación de un legado histórico, lingüístico, artístico y cultural que, pese a los inevitables episodios de rapiña y crueldad propios de cualquier fase de conquista, dejaron los descubridores y colonizadores españoles.

Todo ello quedó plasmado no sólo en sus brillantes escritos literarios, periodísticos y ensayísticos, sino también en las múltiples labores y misiones que realizó en su faceta de hombre público al servicio de su comunidad. Tras su regreso a Venezuela en 1895, fue destinado a la Embajada de Venezuela en Holanda, donde permaneció durante 1896 y 1897. De nuevo en Caracas, en 1898 sufrió condena de presidio por haberse batido en duelo con uno de los adláteres de un presidente de la República contrario a sus ideas, aunque poco después fue puesto en libertad para que pudiera marchar a Nueva York, donde ejerció la docencia durante algunos meses en calidad de profesor de lengua española. De allí se trasladó a la República Dominicana, en cuya capital cultivó con éxito el periodismo y se integró hasta el extremo de ser nombrado cónsul en Boston de dicho país antillano (1898-1899).

Cumplida esta misión diplomática, regresó a Venezuela para dar a la imprenta un primer poemario titulado Trovadores y trovas (Caracas: Tipografía J. M. Herrera Irigoyen, 1899), obra que incluía también algunos textos en prosa. A los pocos días, fue designado para ocupar el Secretariado General del estado de Zulia, donde se enemistó ferozmente con la primera autoridad del lugar, su gobernador civil y militar. A tal punto llegaron las desavenencias entre ambos, que dicha autoridad se sirvió de su superioridad legal respecto a Blanco-Fombona para ordenar su detención; pero el animoso poeta, haciendo gala de nuevo de ese carácter impulsivo que regía todas sus acciones juveniles, se resistió con firmeza a sus captores y dio muerte a un coronel que había acudido a prenderlo, circunstancia que le acarreó una nueva estancia en prisión, esta vez en Maracaibo. Mas no por ello se redujo el encono de Rufino Blanco-Fombona contra el siniestro mandatario que había ocasionado su desgracia, al que convirtió en protagonista de un airado libelo, titulado De cuerpo entero; el negro Benjamín Ruiz (1900), en el que describía la auténtica catadura del sujeto y le hacía responsable de todo lo acontecido. No era éste, empero, el primer texto político dado a la imprenta por el escritor de Caracas, ya que unos meses antes había publicado otro libelo que, bajo el título de Una página de historia; Ignacio Andrade y su gobierno (1900), culpaba al político de dicho nombre de haber amañado el proceso electoral que, al tiempo que le condujo a la presidencia, dio lugar a una guerra civil en Venezuela. Además, en el transcurso de aquel mismo año de 1900 vio la luz la primera recopilación de sus relatos, publicados bajo el epígrafe genérico de Cuentos de poeta (Maracaibo: Imprenta Americana, 1900).

A su salida del presidio, de nuevo fue llamado a desempeñar misiones diplomáticas en Holanda, donde ejerció de cónsul en la ciudad de Amsterdam. Aprovechó aquel traslado al Viejo Continente para recorrer sus principales países (Alemania, Polonia, Rusia, Italia, Inglaterra, España y Francia), así como para pasar largas estancias en París y en Madrid, donde trabó amistad con los autores modernistas más relevantes (con el mentado Rubén Darío a la cabeza) y protagonizó numerosos episodios rocambolescos -sobre todo, duelos y lances de alcoba- que le consagraron como una de las figuras más pintorescas de las Letras universales de su tiempo. No olvidó, empero, sus inquietudes políticas, que en 1902 dieron como fruto impreso un nuevo libelo que, bajo el título de La americanización del mundo (1902), denunciaba los pactos urdidos entre el Reino Unido y los Estados Unidos de América para imponer su hegemonía en los países hispanoamericanos.

A pesar de sus numerosos desplazamientos, su estancia en Europa fue tan fecunda como el resto de los períodos que pasó en otros lugares del mundo: las impresiones de los diferentes viajes que había realizado hasta la fecha quedaron recogidas en Más allá de los horizontes (Madrid: Casa Editorial de la Vda. de Rodríguez Serra, 1903), un libro que vio la luz prologado por el brillante escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo; sus nuevas narraciones breves aparecieron recopiladas en la obra titulada Cuentos americanos (Madrid: Casa Editorial de la Vda. de Rodríguez Serra, 1904); y algunos de sus poema modernistas, prologados por el propio Rubén, salieron de los tórculos bajo el título de Pequeña ópera lírica (Madrid: Librería de Fernando Fe, 1904).

Se hallaba nuevamente en Venezuela cuando fue nombrado, en 1905, gobernador del Territorio Federal Amazonas, donde muy pronto se significó por su apasionada defensa de los indígenas y por la lucha sin cuartel que entabló contra sus mayores explotadores, los contrabandistas de caucho. En el transcurso de un virulento combate contra estos enemigos se vio forzado a huir a la vecina población de Ciudad Bolívar, donde las autoridades locales no ocultaron su complicidad con los contrabandistas al prender a Blanco-Fombona y conducirlo otra vez a la cárcel, en medio de graves amenazas que le hicieron temer seriamente por su vida. Durante aquella desasosegada permanencia en prisión, el autor caraqueño redactó su primera narración extensa, una novela titulada El hombre de hierro (Caracas: Tipografía Americana, 1907). Trasladado a la capital del país, a comienzos de 1906 recobró nuevamente la libertad y se consagró a la publicación de la mencionada novela, que vio la luz por fin en 1907.

Su desastrosa experiencia política en calidad de gobernador, sumada a la corrupción que afloraba por doquier durante la presidencia del general Cipriano Castro, aconsejó a Rufino Blanco-Fombona un nuevo traslado a Europa, donde fijó su residencia en París y publicó Au-delà des horizons... Más allá de los horizontes; petits poèmes lyriques (1908), una exitosa edición bilingüe de algunos poemas ya recogidos en Trovadores y trovas y en Pequeña ópera lírica, así como de otras composiciones inéditas que posteriormente quedarían englobadas en el poemario titulado Cantos de la prisión y del destierro (París: Librería P. Ollendort, 1911). En la capital gala también dio a la imprenta Letras y letrados de Hispanoamérica (París: Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas, 1908), una colección de artículos y reflexiones personales ya publicados en diferentes medios de comunicación de Venezuela, España y Francia.

Pero el convulso ajetreo político de su patria volvió a recabar su atención durante aquel mismo año de 1908, en el que de nuevo cruzó apresuradamente el Atlántico para tomar parte en el derrocamiento de Cipriano Castro y en el posterior ascenso a la presidencia venezolana de Juan Vicente Gómez. Otra vez inmerso en la vida pública de su nación, en 1909 accedió al cargo de Secretario de la Cámara de los Diputados, desde donde dirigió una dura carta al presidente acusándole de haber violado la soberanía nacional durante el golpe de estado que le había llevado al poder, puesto que había demandado, en su auxilio, la presencia de la flota militar estadounidense en las costas venezolanas. Esta agria epístola le costó un nuevo período de encarcelamiento, al término del cual fue puesto en un barco y desterrado a Europa.

Corría el año de 1910 cuando Rufino Blanco-Fombona arribó por cuarta vez al Viejo Continente, en donde habría de permanecer durante un dilatado período de exilio que se prolongaría a lo largo de veintiséis años. Entre 1910 y 1914, fijó su residencia en París, ciudad en la que protagonizó una fecunda actividad literaria iniciada con la publicación del ya mencionado poemario Cantos de la prisión y del destierro (1911), y proseguida, en el transcurso de aquel mismo año, con un ensayo sobre La evolución política y social de Hispano-América (Madrid: Ed. B. Rodríguez, 1911), constituido por dos textos de sendas conferencias que había pronunciado en Madrid. En ellas, el destacado prócer caraqueño celebraba el primer centenario de la Declaración de la Independencia Venezolana afirmando la identidad cultural que debía unir a todos los pueblos hispanoamericanos frente a las tentaciones hegemónicas de los Estados Unidos de América. Poco después, volvió al género del libelo político con Judas capitolino (Chartres: Imprenta de Edmond Garnier, 1912), una violenta muestra del odio que había ido amasando contra Juan Vicente Gómez, justificada, según el escritor caraqueño, por las calumnias vertidas contra él por parte de los gomecistas venezolanos. A esta obra le siguió una nueva entrega de sus Cuentos americanos (París: Ed. Garnier, 1913), ahora aumentada por nuevos relatos, así como un par de estudios históricos centrados otra vez en la figura del Libertador: Cartas de Bolívar (1799-1822) (1913) y Discursos y proclamas de Simón Bolívar (1913).

En 1914, el virulento estallido de la I Guerra Mundial le obligó a afincarse en Madrid, donde al cabo de un año ya había fundado la Editorial América, una brillante empresa cultural que, a lo largo de dos decenios, iba a servir de puente entre la literatura y el pensamiento hispanoamericanos y europeos. En 1916 contrajo nupcias en la capital de España con su antigua novia caraqueña, quien, en el término de un año, puso fin a su vida tras haber conocido la existencia de una relación extraconyugal de su esposo. Esta desgracia quedó reflejada en los poemas de Cancionero del amor infeliz (Madrid: Ed. América, 1918), obra a la que siguió, dentro del género poético, una reedición de antiguos poemas presentada bajo el título de Pequeña ópera lírica. Trovadores y trovas (1919).

Entretanto, su obra narrativa y ensayística progresaba por ese sendero de exaltación hispano-americana que había comenzado a hollar desde sus primeros escritos. Al poco tiempo de haberse establecido en Madrid había dado a la imprenta la novela El hombre de oro (Madrid: Ed. Renacimiento, 1915), así como una recopilación de notas y artículos titulada La lámpara de Aladino (Notículas) (Madrid: Ed. Renacimiento, 1915); y, dos años después, se había reafirmado en su amor hacia la cultura hispanoamericana a través de Grandes escritores de América (Madrid. Ed. Renacimiento, 1917), obra llamada a ensalzar el espíritu libre y las fértiles dotes intelectuales de algunas figuras de la talla del venezolano Andrés Bello, el puertorriquelo Eugenio María de Hostos y, entre otros muchos próceres, el argentino Domingo Faustino Sarmiento.

Una nueva entrega de sus narraciones breves vio la luz en 1920, bajo el título de Dramas mínimos (Madrid: Ed. Biblioteca Nueva, 1920), libro al que siguió otro texto ensayístico centrado en El conquistador español del siglo XVI (Ensayo de interpretación) (Madrid: Ed. Mundo Latino, 1921). El libelo político reapareció en la bibliografía de Blanco-Fombona en 1923 por medio de La máscara heroica (Madrid: Ed. Mundo Latino, 1923), una obra que, bajo el subtítulo de "Escenas de una barbarocracia", causó tal revuelo en su país natal que las autoridades venezolanas presionaron a las españolas hasta que consiguieron su prohibición. Este proceder de las fuerzas políticas de ambos países suscitó, a su vez, el enojo y la protesta de numerosos intelectuales españoles e hispanoamericanos, que desde sus tribunas literarias y periodísticas acudieron con presteza en defensa de Rufino Blanco-Fombona.

Un año después, la novela titulada La espada del samuray (Madrid: Ed. Mundo Latino, 1924) vino a mostrar de nuevo el interés constante del escritor caraqueño por todos los asuntos relacionados con la historia y la cultura de Hispanoamérica. Posteriormente vieron la luz otras impresiones y anotaciones de Blanco-Fombona, Por los caminos del mundo (Madrid: Ed. Mundo Latino, 1926), que precedieron a una nueva entrega novelesca titulada La mitra en la mano (Madrid: Ed. América, 1927), y a otra recopilación de sus relatos, ahora publicados bajo el epígrafe de Tragedias grotescas (Madrid: Ed. América, 1928). Su marcada tendencia a la autobiografía quedó bien manifiesta al año siguiente, cuando salió a la calle la primera entrega de sus diarios, titulada Diario de mi vida. La novela de dos años. 1904-1905 (Madrid: Compañía Iberoamericana de Publicaciones, 1929), que tendría su continuación, al cabo de cuatro años, con Camino de imperfección. Diario de mi vida. 1906-1913 (Madrid: Ed. América, 1933).

Las interesantes apreciaciones literarias de Rufino Blanco-Fombona hallaron un nuevo cauce de expresión en el ensayo titulado El modernismo y los poetas modernistas (Madrid: Ed. Mundo Latino, 1929), al que siguió otra recopilación de artículos del mismo género, recogidos bajo el título de Motivos y letras de España (Madrid: Ed. Renacimiento, 1930). En 1931 apareció su novela La bella y la fiera (Madrid: Ed. Renacimiento, 1931), agria visión de los estrechos vínculos establecidos entre el sexo y el poder, y dos años después vio la luz otra narración extensa que, bajo el título de El secreto de la felicidad (Madrid: Ed. América, 1933), venía a abundar en la tesis que da sentido a casi toda su obra narrativa: sin la oposición de los más inteligentes, siempre se produce el triunfo de los peores. Ésta fue la última obra publicada por Rufino Blanco-Fombona en suelo español, ya que la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, sobrevenida a finales de 1935, le permitió regresar a Venezuela a comienzos de 1936, después de más de veintiséis años de destierro. Atrás quedaba un larguísimo período de hermanamiento y plena identificación con la sociedad española de su tiempo, que había alcanzado su máxima expresión a partir de 1931, con la proclamación de la II República.

En efecto, su ideología liberal y su insoslayable condición de activista político le habían impulsado a manifestar su firme oposición a la Monarquía española y a la dictadura de Primo de Rivera durante toda la década de los años veinte, en la que se convirtió en el adalid de una serie de intelectuales radicales que, en 1927, llegaron a postular su candidatura al Premio Nobel de Literatura. Tal relevancia había adquirido en los círculos políticos españoles, que, con el apoyo de los republicanos del Partido Radical, fue nombrado gobernador civil de las provincias de Almería (1933) y Navarra (1933-34).

Sin embargo, el regreso de Rufino Blanco-Fombona a su país natal no vino respaldado por el entusiasmo de los jóvenes intelectuales venezolanos, casi todos ellos adscritos a una ortodoxia marxista que chocaba violentamente con el liberalismo propugnado por el escritor de Caracas. Ello no supuso obstáculo alguno para la prosecución de su obra, que en 1937 se incrementó con otra recopilación de ensayos y artículos, El espejo de tres faces, publicada en Santiago de Chile (Ediciones Ercilla, 1937). Posteriormente, dio a los tórculos Dos años y medio de inquietud (Caracas: Impresores Unidos, 1942), obra que venía a sumarse a las dos entregas anteriores de sus diarios, interrumpidos entre 1915 y 1927 debido a que las anotaciones en que debían basarse le habían sido robadas en Madrid (según sospechas del propio autor, por parte de los agentes secretos del dictador Gómez). También aprovechó aquel retorno a su patria para volver a indagar en la figura de su admirado héroe, al que dedicó los libros titulados Mocedades de Bolívar (Buenos Aires: Ed. Inter-Americana, 1942), Bolívar y la guerra a muerte. Época de Boves. 1813.1814 (Caracas: Impresores Unidos, 1942), El espíritu de Bolívar. Ensayo de interpretación psicológica (Caracas: Impresores Unidos, 1943) y Bolívar (publicada, póstumamente, en 1984). Finalmente, dio a los tórculos una última edición de sus poemas, Mazorcas de oro (Caracas: Impresores Unidos, 1943), constituida por composiciones inéditas y una selección de sus mejores poemas anteriores.

A pesar de que no contaba con el apoyo de la clase política emergente, Rufino Blanco-Fombona sí fue objeto de un recibimiento triunfal por parte de las instituciones de su patria, en la que al poco tiempo de haber regresado fue nombrado presidente del estado de Miranda (1936-1937), elegido miembro de número de la Academia Nacional de la Historia (1939) y designado ministro plenipotenciario de Venezuela en Uruguay (1939-1941). Durante su estancia en tierras uruguayas, ya sexagenario, se vio afectado por el agravamiento de una vieja lesión cardíaca, lo que precipitó su regreso a Caracas, donde pronto se halló restablecido y dispuesto a seguir manteniendo la ajetreada vida que había llevado desde su temprana juventud. Pero en 1944, en el transcurso de un viaje por Argentina, se sintió de nuevo gravemente indispuesto y no logró regresar por última vez a suelo venezolano, pues falleció en Buenos Aires a los setenta años de edad.

Bibliografía

  • BARRADAS DE TOVAR, Aura. Rufino Blanco-Fombona. De El hombre de hierro a El hombre de oro. (Caracas: Fondo Editorial Lola de Fuenmayor, 1986).

  • CARMONA NANCLARES, Francisco (et alii). Rufino Blanco-Fombona. Su vida y su obra. (Caracas: Ed. Cecilio Acosta, 1944).

  • CASTELLANOS, Rafael. Rufino Blanco-Fombona. Ensayo biobibliográfico. (Caracas: Ed. Congreso de la República, 1975).

  • RAMA, Ángel. Rufino Blanco-Fombona y el egotismo latinoamericano. (Valencia [Venezuela]: Ed. Universidad de Carabobo, Dirección de Cultura, 1975).

  • RIVAS, Rafael A. Fuentes para el estudio de Rufino Blanco-Fombona. 1874-1944. (Caracas: Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 1979).

J. R. Fernández de Cano

Autor

  • JR