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HistoriaBiografía

Blanco de Lema, Fernando (1796-1875).

Empresario y filántropo español nacido en Cee (La Coruña) el 18 de octubre de 1796 y fallecido en La Habana el 8 de agosto de 1875. Fue creador, promotor y mecenas de una de las mayores utopías educativas del siglo XIX en España, pues legó la fabulosa fortuna que había hecho en Cuba a la construcción de un colegio de primera y segunda enseñanza en su pueblo natal.

Vida

En el momento del nacimiento de Blanco de Lema, Cee era un pueblecito de marineros y pescadores enclavado en plena Costa da Morte. La práctica totalidad de las familias llevaban una existencia sencilla, muchas veces marcada por la escasez. Fernando era el menor de cinco hermanos habidos del matrimonio formado por Josefa Suárez y Juan Blanco de Lema. Su padre era un "médico sangrador" (o, dicho de otra forma, un modesto cirujano rural) que murió sólo unos meses después del nacimiento de su hijo pequeño, dejando a su familia en una situación económica delicada. Algunos parientes cercanos ofrecieron su colaboración a la viuda para que pudiese sacar adelante a sus hijos. Uno de ellos fue Fernando Antonio Blanco Giance, padrino de bautismo de Fernando Blanco de Lema, que ejercía como sacerdote en una parroquia cercana a Cee.

El pequeño Fernando pasaba algunas temporadas en la casa de su padrino cura, y es posible que su madre pensase que, con el tiempo, pudiese a su vez tomar los hábitos. Sin embargo, el 12 de abril de 1809 su tío fue degollado por las tropas francesas, que arrasaron y saquearon la villa de Cee. Meses antes, los franceses ya habían estado en la villa, donde exigieron un rescate de 24.000 reales a cambio de su retirada. Cobrado el tributo, se replegaron hasta Santiago de Compostela, de donde volvieron para violentar el pueblo. La muerte del sacerdote, que había amparado a Josefa Suárez y a sus cinco hijos, así como las lamentables consecuencias de la invasión de los franceses, que entre otras muchas casas del pueblo habían quemado en la que vivía la familia Blanco de Lema, hizo desesperada la situación económica de Josefa y de sus hijos. Fernando tenía entonces apenas catorce años, pero vio que existía una salida: la emigración, la búsqueda de una nueva vida en tierras de ultramar. Era un camino que, con desigual fortuna, ya habían emprendido otros vecinos de la zona. En aquella época, la emigración a las colonias era algo así como un viaje a la tierra prometida. Ya se había extendido el mito del indiano rico, aquel que llegaba al Caribe en la pura ruina y volvía años más tarde convertido en un hombre rico. Nada se decía, sin embargo, de todos aquellos que morían en el intento, víctimas del duro trabajo, de los rigores de un clima al que no estaban acostumbrados e incluso de la mala fe de patronos desalmados que condenaban a sus trabajadores a la esclavitud en los ingenios azucareros. Pero Fernando Blanco no tuvo ninguna duda de que él habría de volver cubierto de oro, y en el peor de los casos sería una boca menos que alimentar en casa. Unos parientes de Ferrol, donde de niño había pasado algunas temporadas, se ofrecieron a pagar el importe del pasaje hasta Cuba. Y hacia allí salió a mediados del año 1809.

La ausencia de documentos hace imposible establecer una secuencia exacta de los años que Blanco de Lema pasó en Cuba hasta su muerte en 1875. Al principio, y durante años, trabajó como dependiente en un ultramarinos habanero, para después emprender un negocio de ferretería. Es posible que durante algún tiempo acudiese a una escuela nocturna para completar la rudimentaria formación obtenida en su pueblo natal. Pero la fortuna de Fernando Blanco se fraguó gracias a su olfato y a su capacidad como inversionista, pues a través de Bartolomé Blanco (un familiar, primo suyo en primer grado), que había buscado fortuna en Norteamérica, pudo mover con mucha habilidad sus ahorros en la bolsa de Nueva York. Estas operaciones mercantiles permitieron a Blanco de Lema multiplicar su fortuna personal y reinvertir los beneficios en otros negocios, en especial en la construcción de redes ferroviarias en la isla de Cuba. Ya entonces dio muestras de su carácter filantrópico, al implicarse personalmente en obras sociales como la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia, nacida en 1871.

En 1875, Fernando Blanco de Lema redactó su testamento. Como él mismo reconoce en el texto legal, hacía ya tiempo que estaba enfermo, aunque no puede precisarse las características de su dolencia. Tenía ya setenta y nueve años, y precisamente porque conservaba intactas sus facultades mentales, sabía que su muerte no podía estar muy lejana. No se había casado, no tenía hijos, y hacía ya tiempo que su madre y sus hermanos habían muerto. No le quedaban pues parientes próximos con los que se sintiera obligado, y a sus familiares lejanos ya los había ayudado durante aquellos años siempre que fue necesario. Así las cosas, Fernando Blanco de Lema consignó en su testamento que el grueso de su fortuna debía emplearse en la construcción y mantenimiento de un colegio de primera y segunda enseñanza en su pueblo natal, aunque es cierto que también favoreció a varios parientes dispersos, entre los que hizo distribuir la nada despreciable cantidad de cinco mil pesos. Además, legó a su ahijado Manuel Picetti dos mil pesos, y cincuenta pesos mensuales de por vida a su ahijada María Antonia, hermana del anterior. Blanco de Lema había estado muy unido a la familia Picetti, y de hecho, para estar mejor cuidado, pasó los últimos meses de su vida en la casa que la familia poseía en la calle habanera de Tejadillo. Tampoco olvidó en sus últimas voluntades a la Real Casa de Beneficencia y Maternidad de La Habana, así como a la Sociedad de Beneficencia de Naturales de Galicia. Para el justo cumplimiento de sus deseos testamentarios, Fernando Blanco designó como fideicomisarios a dos grandes amigos de entera confianza: Juan Baldonedo y Brígido Zavala, a los que luego se añadirían los nombres de Antonio Vázquez Queipo y Anselmo Rodríguez y Domínguez.

El proyecto

No puede determinarse con absoluta exactitud el montante de la fortuna de Fernando Blanco de Lema, pero según los documentos aportados por sus fideicomisarios, rondaba los ochocientos mil pesos.

La noticia de su muerte, acaecida en La Habana el 8 de agosto de 1875, y la de su extraordinario legado no tardaron en llegar al pueblo de Cee, que pensó con toda justicia que la villa iba a ser escenario de un milagro. De todas formas, y a pesar de que la voluntad del difunto era que las obras para el colegio empezaran a ejecutarse de inmediato, los problemas legales derivados del testamento y de la labor de los fideicomisarios retrasaron mucho el comienzo del proyecto. El generoso legado de Blanco de Lema, que habría de llevar a Cee una prosperidad desconocida, destapó también los peores instintos de algunas personas, que intentaron entorpecer los trabajos de construcción del colegio con el único objetivo de obtener algún beneficio personal. Según pudo saberse, uno de los puntos del testamento de Fernando Blanco consignaba que, sino era posible llevar a cabo el plan de construir y poner en marcha un colegio de primera y segunda enseñanza, el montante íntegro de la fortuna del filántropo se repartiría a partes iguales entre todos los casi cuatro mil vecinos del pueblo. Hechos los cálculos, resultaba que cada lugareño recibiría una suma próxima a los dos mil quinientos reales, una fortuna para la época. Es fácil comprender que algunas personas pensasen aquello de que "más vale pájaro en mano que ciento volando", y tratasen de boicotear la ejecución de las obras. Es justo destacar aquí la impecable labor llevada a cabo por los fideicomisarios nombrados por Blanco de Lema, que defendieron hasta el final los deseos del millonario, lo que les costó muchos disgustos y también la obligación de salir al paso de duras acusaciones que ponían su honestidad en tela de juicio.

Uno de los problemas surgió, por ejemplo, cuando se comprobó que el deseo expreso de Blanco de Lema era situar el Colegio en el mismo solar donde había estado su casa natal, pero el lugar era demasiado pequeño para albergar un centro escolar. Después de muchas polémicas se decidió ubicar en el edificio de la casa natal del filántropo una Escuela de Niñas dependiente del Colegio. Hubo otras cuestiones, algunas verdaderamente esperpénticas, como decidir que el terreno en el que iba a construirse la escuela de niñas estaba justo enfrente del cementerio municipal, y un grupo de vecinos presentó una instancia en el ayuntamiento para paralizar las obras, alegando que la proximidad del camposanto podía traer problemas para la salud pública; así, no había otra solución que trasladar la necrópolis, aunque la demanda era absurda, pues hasta que se construyó el colegio muchos vecinos vivían enfrente del cementerio sin que eso presentase ningún problema para su salubridad. Fue uno de tantos trucos que usaron algunos vecinos para dilatar todo lo posible el levantamiento del colegio, con la esperanza de que el proyecto acabase por diluirse.

Cabe también señalar en este punto una agria polémica suscitada en 1879 desde La Habana, y más en concreto desde las páginas del periódico El Eco de Galicia por el escritor y periodista Waldo Álvarez Insúa, que acusaba a los albaceas de Blanco de Lema de retrasar innecesariamente la ejecución del testamento, insinuando además que mediaban para ese retraso intereses espurios de los fideicomisarios del magnate. El debate, en el que participaron distintas publicaciones gallegas y cubanas, se extendió hasta tal punto que sus ecos llegaron a Argentina y Uruguay. El caso culminó con una querella por injurias que interpuso contra Álvarez Insúa el albacea Juan Álvarez Baldonedo. En 1893, un tribunal condenaba a Waldo Álvarez al pago de una multa de 625 pesetas y a la pena de destierro por daños al honor de Baldonedo quien, no obstante, pidió que no se ejecutase la sentencia por considerar que una vez limpio su nombre no había otras cuentas que saldar. En defensa de Álvarez Insúa quizá sea justo aclarar que sus sospechas (nunca confirmadas) sobre la honorabilidad del trabajo de los albaceas fue también una forma de asegurar la transparencia de sus acciones. Quizá era eso lo que quería el periodista, poner la venda antes que la herida.

Resueltos ya los engorrosos problemas legales que habían retrasado tanto la ejecución del testamento de Blanco de Lema, las obras para levantar el Colegio comenzaron el día 2 de agosto de 1882, y terminaron cuatro años más tarde. El colegio se construyó en el lugar conocido como Agra de Cee, al pie del monte Armada, y fue el artífice del proyecto el arquitecto de la Escuela de San Fernando José María Aguilar. Las obras tuvieron un coste de 186.000 pesos, y su resultado fue verdaderamente espectacular, en el que destaca el edificio del Colegio por su ubicación, tamaño y majestuosidad, por encima de las otras casas de la villa. El día 2 de octubre de 1886 empezaba en el Centro (que recibió el nombre de Colegio de Santa María de Cee) el curso académico correspondiente al año escolar 86/87. La Escuela de Niñas, donde recibirían educación hasta los catorce años, empezó a funcionar en 1887.

Pero el Colegio impulsado por Blanco de Lema era mucho más que una escuela de primera y segunda enseñanza. Los albaceas testamentarios del filántropo dispusieron también la creación de una escuela para adultos, donde se impartió a hombres y mujeres del pueblo una formación mínima, de forma que años después de abrirse la escuela el índice de alfabetización del pueblo rondaba el 90%. Se creó además un comedor gratuito para los niños que servía de acicate a aquellos padres recelosos que todavía dudaban de las ventajas de una buena educación, pero mandaban a sus hijos a la escuela con la seguridad de que, al menos, recibirían un almuerzo caliente e incluso la merienda antes de regresar a sus casas. Además, el material escolar era gratuito para aquellos niños que no podían comprarlo, y los alumnos más aventajados que estuviesen dispuestos a acceder a estudios superiores, ya fuera del pueblo, eran becados por la institución. Para afirmar todavía más la vocación de mejora de la enseñanza con la que había nacido el centro, se prohibía expresamente a los profesores aplicar a los alumnos castigos físicos, lo cual suponía una novedad en una época donde los correctivos a los alumnos díscolos estaban a la orden del día.

La dotación del colegio era de primer orden. La biblioteca tenía un fondo de más de dos mil volúmenes y varias enciclopedias, y estaba suscrita a decenas de publicaciones periódicas. La escuela contaba también con un aula de dibujo y escultura (para la que se encargaron decenas de láminas para la copia de obras clásicas) y aulas especializadas de física, química y ciencias naturales. Para contribuir a la formación de los alumnos en materia de botánica, se construyó alrededor del colegio un fabuloso jardín (también proyectado por el arquitecto Aguilar) al que se adaptaron distintas especies vegetales, algunas llegadas de otros países, como palmeras canarias, tejos irlandeses, rododendros del Ponto, abetos del Cáucaso, etc. Como complemento, se creó un gabinete de agricultura con noventa modelos de máquinas agrícolas para que los niños pudieran aprender su funcionamiento. Además, el jardín estaba abierto y a disposición de los vecinos del pueblo, que lo convirtieron pronto en su lugar de paseo favorito. Hay que decir que muchas de las especies adaptadas a este jardín han llegado hasta nuestros días, y el ejemplar de abeto griego que se encuentra en el parque está considerado el más importante de Galicia. El aula de ciencias naturales era también ejemplar. El catedrático Jerónimo Macho Velado, autor del primer tratado sobre mariposas escrito en Galicia, se hizo cargo de la colección de insectos, y consiguió reunir una colección de dos mil ejemplares distintos. El aula se dotó con una selección de osamentas de distintas especies animales (desde el de un canguro al de un orangután, pasando por un esqueleto humano completo), dos mil conchas marinas y fluviales, quinientos minerales, cuatrocientos fósiles y mil especies vegetales disecadas y conservadas en nueve herbarios. El laboratorio de física, uno de los mejores de la España decimonónica, se dotó de artefactos de recientísima invención, casi todos ellos encargados y comprados en Francia, concretamente en la prestigiosa casa Fontaine, considerada el primer fabricante europeo de instrumentos de física. Entre los elementos adquiridos (muchos de los cuales han llegado a nuestros días en excelente estado de conservación) destaca el llamado "hombre del doctor Anzoux", completamente desmontable, que tenía señaladas en el cuerpo dos mil partes diferentes; el vibroscopio de Durhamel; el fonógrafo de Édison; el fenaquisticopio de Plateau; o el estereoscopio con vistas de Wheatstone; además de un telescopio, una prensa hidráulica o distintos tipos de máquinas a vapor. Para no descuidar la formación artística de los alumnos, se creó un aula de música que no tardó en poder formar un orfeón de veinticinco voces. Además, se adquirieron numerosos instrumentos musicales que los alumnos mejor dotados para la música aprendieron a tocar. Más adelante se construyó incluso un pequeño teatro con los correspondientes decorados.

Capítulo aparte merece el caso de la capilla del colegio, que fue inaugurada en 1887, un año después de que el colegio iniciase su andadura como centro de enseñanza. El altar se construyó con mármol blanco, y estaba presidido por una imagen de Fernando III El Santo. Para el enriquecimiento de la capilla, donde se encontraban también dos imágenes en mármol de Jesús y la Virgen María, se adquirieron en la fábrica de Meneses distintas piezas de orfebrería religiosa. En esta capilla se instaló un mausoleo destinado a albergar las cenizas de Fernando Blanco de Lema, que llegaron a su pueblo natal en el invierno de 1883.

El colegio contaba también con un botiquín y una farmacia propios. La farmacia, regentada por Francisco Pedrido Pérez, suministraba medicinas tanto a los alumnos del colegio como al resto de los vecinos de Cee, cobrando por los medicamentos sólo el precio que constaba en la receta. Los pobres de solemnidad recibían gratis los medicamentos que necesitaban. Además, la farmacia se responsabilizó también de la obtención de vacunas, como ocurrió durante la epidemia de viruela de 1900, cuando desde la botica del Colegio se emprendió una campaña de vacunación masiva en niños y adultos. La existencia de servicios sanitarios en el Colegio contribuyó decisivamente a la mejora de las condiciones sanitarias de la comarca, incidiendo además en la extensión de determinadas medidas higiénicas y preventivas que no hicieron sino mejorar la salubridad del pueblo.

Pero no fueron los sanitarios los únicos cambios y mejoras que el legado de Fernando Blanco de Lema llevó al pueblo de Cee, ya que no debe olvidarse el salto cualitativo que, para el bienestar de la villa, supuso la instalación en el colegio en 1887 de la primera estación telefónica interurbana que comunicaba a Cee con el resto del país, y que se puso a disposición de todos los habitantes del pueblo. Los gastos de mantenimiento de la estación corrían a cargo del Colegio, pero los pagos que hacían los vecinos cada vez que utilizaban los servicios de telégrafo y teléfono se empleaban en obras públicas, con lo cual revertían en el pueblo.

El paso de los años y los distintos acontecimientos que jalonaron la historia de España, en especial la guerra y la posguerra (véase Guerra Civil Española), fueron introduciendo cambios en las labores educativas del Colegio de Santa María de Cee. En 1953, los patronos de la Fundación Blanco de Lema decidieron ofrecer las instalaciones al Estado Español para albergar un Instituto Laboral, aunque seguían impartiéndose en el centro los correspondientes estudios de Bachillerato. En 1959, distintos conflictos surgidos entre el Ministerio de Educación y los miembros de la Fundación acabaron con la destitución de los últimos fideicomisarios del legado de Blanco de Lema. Se creó, entonces, un patronato para gestionar el rico patrimonio cultural de la Fundación, y una de sus primeras decisiones fue ceder al Estado, de forma gratuita, el edificio del Colegio, que siguió vinculado siempre a diferentes experiencias educativas y es hoy un ejemplar centro de Formación Profesional.

Más de un siglo después de su apertura, la Escuela de niñas funciona hoy como museo de la Fundación Fernando Blanco de Lema, y en ella se exhiben, para asombro de sus visitantes, algunas de las piezas de los laboratorios de física y química que causaron sensación cuando llegaron a Cee en pleno siglo XIX.

La imagen de Blanco de Lema ha llegado a nosotros gracias a un notable óleo obra de Madrazo, que retrató también a los cuatro fideicomisarios del filántropo. Se conserva hoy en el edificio del Colegio.

Enlaces en Internet

http://edu.xunta.es/centros/iesfblanco; página con información sobre el Instituto Fernando Blanco (gallego).

Bibliografía

  • VV.AA. A herdanza dunha Fundación. Edición de la Xunta de Galicia y de la Fundación Fernando Blanco de Lema. La Coruña, 1996

  • BARREIRO FERNÁNDEZ, X. R. "Edade Contemporanea", en Historia de Galicia, tomo IV. Vigo, Editorial Galaxia, 1981

  • CORES TRASMONTE, B. Historia de Cee. Editado por el Ayuntamiento de Cee. La Coruña 1999.

Marta Rivera de la Cruz

Autor

  • 0302 Marta Rivera de la Cruz