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LiteraturaBiografía

Bisticci, Vespasiano da (ca.1421-1498).

Librero, bibliófilo e intelectual italiano del renacimiento cuatrocentista. Era hijo de Filippo y nieto de Lionardo, de quienes tomó su segundo y tercer nombres. Nació seguramente en Florencia en 1421 (acaso en 1422) y trabajó largos años en esa ciudad en su taller de copista, en el que había numerosos oficiales de prestigio. Gozó de buena fortuna y de fama, lo que le valió no pocos elogios, como el que le dedicara en cierta ocasión el mismísimo Federico da Montefeltro, Duque de Urbino, su verdadero ídolo, cuya figura destaca con nitidez entre todas las semblanzas agavilladas en la obra que escribió: las Vite degli huomini illustri dall secolo XV.

La redacción de las Vite

Llegada la ruina a su negocio, Vespasiano se retiró a una villa y, en la soledad del campo, se dio a recopilar sus recuerdos; allí, encontró el lugar indicado para la escritura, como recordaba a su amigo Pier Filippo Pandolfini en una invitación para que visitase Antella, luogho ameno e felice, dove boschi, monti degnissimi, fonti, torrenti, rivi chiarissimi t’aspettano. En ese marco, idóneo para la eclosión y desarrollo de un mito arcádico que estaba en el ambiente, su memoria se encontró en una situación inmejorable para ejercitarse y traer hasta el presente las anécdotas de aquellos grandes hombres de estado, de aquellos príncipes de la Iglesia y, antes de nada, de aquellos sabios con quienes él había tenido trato, directo y hasta íntimo en la mayoría de los casos, a lo largo de los años pasados.

Con esos datos, reunidos y dispuestos en una galería de semblanzas, Vespasiano creó sus Vite degli huomini illustri dall secolo Quindici. Para su compilación, el librero precisó de un buen número de años, que van aproximadamente desde comienzos de la década de los 80 hasta las postrimerías del siglo XV, tal vez hasta su misma muerte, acaecida en 1498. La falta de cohesión y de proporción en el conjunto (y hasta la presencia de alusiones que muestran un desorden innegable) revelan que nunca hubo una revisión final, tal vez porque la muerte lo fue a buscar antes de que hubiese dado inicio a esa tarea. No obstante, Vespasiano había tenido tiempo para disponer los materiales de acuerdo con la triple división arriba indicada; en ella, el orden y presentación de los mismos muestra cierta coherencia pero también no pocas fisuras y puntos flacos, pues varias vite no pasan de ser un simple esbozo que nunca habría cabido en la obra de haber quedado perfectamente perfilada, esto es, de haberse procurado la necesaria homogeneidad del conjunto.

Lo que Vespasiano presenta es, de acuerdo con su testimonio, un variado muestrario de recuerdos personales, aunque también confiesa que muchas de las noticias que aduce son indirectas, si bien proceden de personas de toda confianza. No obstante, aunque en ningún caso reconoce abiertamente el recurso a fuentes escritas para apuntalar sus biografías, Vespasiano echó mano de otras vite, de crónicas particulares y anecdotarios, hasta el punto de que en varias de sus biografías ésas constituyen la fuente de información primaria y casi la única de que se sirve. Los materiales están ordenados con arreglo al criterio señalado: en primer lugar, van los hombres de Iglesia; después, se presenta a los estadistas y hombres de armas; sólo en último término, vienen los hombres de letras propiamente dichos.

El ideario de Vespasiano

Se observa así cómo, frente a cualquier idea heredada, Vespasiano puso énfasis especial en el ideal de la vida cristiana por delante de cualquier otro; por eso, en su presentación del material procedió del modo siguiente: perchè lo spirituale debba tenere il principato in ogni cosa, metterò papa Nicola come capo e guida di tutti. Esa misma idea la mantuvo a lo largo de todas sus vite, en las que los tres grandes biografiados pertenecientes al mundo laico se revelan como unos devotísimos varones; son, por supuesto, el Duque Federico da Montefeltro, el humanista Gianozzo Manetti y el rey de Nápoles, Alfonso el Magnánimo, de quien dice que molto si dilettò della Scrittura Sancta, et maxime dela Bibia, che l’aveva quasi tutta a mente y a quien presenta como piatosissimo y religiosissimo.

No obstante, y sin ningún tipo de ambages, nuestro autor cerró filas con los valedores de los principios humanísticos: elogió a cuantos dominaban el latín, a quienes se mostraban maestros consumados en la lengua griega y, ya en la cima de la sabiduría, a aquellos intelectuales capaces de participar en las controversias judeo-cristianas por su dominio del hebreo. Con un espíritu curioso y cosmopolita, no es de extrañar que a Vespasiano le causasen admiración los políglotos, como cierto truchimán al que alude en la vida de Giuliano Cesarini. No obstante, a los grandes sabios de sus días les bastaba con satisfacer el ideal del homo trilinguis, con un dominio magistral del latín y el griego, en compañía de una lengua vernácula cuidada con esmero; el deseo último se cifraba en la posesión de un precioso complemento: la lengua hebrea. De todos los personajes de las Vite, es Giannozo Manetti quien mejor responde a tales señas de identidad y, por ello, es a quien Vespasiano más admira entre todos los intelectuales retratados en su galería.

Como librero relacionado con los círculos humanísticos de Italia y Europa (en los que, en definitiva, tenía su clientela), no es de extrañar que dedicase encendidos elogios a los buscadores de manuscritos (de seguro, recordaba la labor de Poggio Bracciolini en tierras de Francia, Alemania, Suiza y norte de Italia); de hecho, gracias a la abnegada labor de unos pocos, Occidente estaba avanzando en todos los órdenes. Sin embargo, el entusiasmo de Vespasiano en ese punto no era desinteresado por completo, ya que él había encontrado su modus vivendi, precisamente, en esa magna empresa cultural. Su rechazo hacia el libro impreso cabe justificarlo igualmente por razones de mercado y no sólo por el gusto exquisito de un artesano que trabajaba con códices confeccionados con la más fina de las vitelas, con una elegante letrería humanística, y adornados con orlas y capitales de finísimo trazo, como era norma en los grandes escritorios italianos al servicio de los bibliófilos de toda Europa.

Ese combinado es el que obra también en sus exaltadas alusiones a los amantes de los códices, en especial cuando se trata de hombres de estado o príncipes; no obstante, Vespasiano no se movía sólo por intereses mezquinos, por lo que sus piropos alcanzan a esos mismos individuos por darse a coleccionar vetera vestigia o hacer las veces de protectores o mecenas de escritores y artistas. En definitiva, son las señas de identidad del humanista y las del prohombre, laico o religioso, inclinado por las “cosas de humanidad” las que estimulan la pluma de nuestro autor; sin embargo, a quienes Vespasiano tiene más presentes es a los mecenas, que le recuerdan la labor protectora de los emperadores biografiados por Suetonio y recordados con insistencia en el Trecento y Quattrocento.

Para el pasado inmediato, casi para el presente, contaba con un par de sólidos puntales, con dos ejemplos conspicuos de quienes habían sabido conjugar las armas y las letras. Sus nombres se han citado ya: Alfonso V el Magnánimo y Federico da Montefeltro. Ahora bien, el aplauso era el mismo en el caso de los hombres de Iglesia dados a los studia humanitatis, como la mayoría de los recogidos tras la magna labor de Nicolás V y Bessarion, Cardenal de Nicea. De sus biografiados, le interesan múltiples detalles de su vida privada o doméstica, lo que le permitía adobar su discurso con un rico conjunto de anécdotas o facecias, rasgo éste en el que nuestro autor muestra estar al tanto de los gustos del público del momento.

Una galería de retratos contemporáneos

La conciencia genérica de Vespasiano era enorme y se revela en un breve excurso incorporado al final de algunos de los manuscritos de las Vite. Es el capítulo que se titula Breve descriptione di Vespasiano di tutti quegli ch’hanno scripto istorie, donde parte de los nombres de Plutarco, griego, y Suetonio, latino, para centrarse de inmediato en los modelos italianos desde el Humanismo más temprano. Por su parte, Boccaccio, con sus galerías masculinas y femeninas, le era conocido de sobra y le ayudó a lo largo de sus horas de trabajo. El resto de las citas amasadas no hace sino aleccionar sobre el profundo conocimiento de sus modelos que se percibe a lo largo de su colección de retratos; no obstante, basta recordar que, para el cierre del siglo XV, las biografías o semblanzas dispuestas a modo de galería estaban de moda, como ha mostrado Gómez Moreno en España y la Italia de los humanistas. Primeros ecos, Madrid: Gredos, 1994.

Tan sólo conviene precisar que Vespasiano escogió retratar exclusivamente a sus contemporáneos, sin mezclarlos con otros personajes ilustres del mundo clásico; así, la línea seguida era la del papa Pío II en su De viris aetatis suae claris, donde el Pontífice apela sobre todo a su propia memoria y a los escritos de algunos humanistas contemporáneos; idéntica disposición presenta el De viris illustribus de Bartolomeo Fazio, fuente bien conocida por el librero florentino; sus modelos declarados se cierran con Donato Acciaiuoli (1429-1478).

Como otros tantos humanistas, Vespasiano reivindica la Roma republicana y, lógicamente, abomina de los grandes dictadores, Mario, Sila y César. En un punto, Vespasiano apela al mito de la Segunda Roma, esto es, la gran Florencia, con Bruni y frente a Lorenzo Valla; para ello, nada mejor había que el recurso al tópico de los antiguos frente a los modernos. El futuro se prometía esplendoroso; por ello, las generaciones futuras debían recordar (y de ahí sus Vite) el nombre de los artífices del milagro. En ese plan, encaja perfectamente su idea de exaltar a los grandes hombres del pasado inmediato (sus contemporáneos, en realidad, si se tiene en cuenta la edad con la que escribe), sin necesidad de entremezclarlos con los del mundo antiguo; a estos últimos, aludirá tan sólo, y de modo fugaz, en otro proemio, dedicado esta vez a Niccolò Pandolfini, en el que reivindica de nuevo la preeminencia florentina por su plétora de grandes hombres.

Federico da Montefeltro y los humanistas italianos

Las páginas más recordadas son las que dedica a Federico, el Duque de Urbino, auténtico dechado de virtudes en todos los órdenes; sin embargo, lo que más interesa a Vespasiano es su condición de polímata y su pasión por los studia humanitatis, lo que da pie a que añada la lista de sus libros, en la que no faltan los principales sabios del momento, que en su mayoría cuentan con una biografía particular en las Vite. En este epítome, se echan de menos, eso sí, ciertos rasgos de especial relevancia en el cuerpo de su semblanza: primero, su condición de experimentado jurisprudente y de maestro en la impartición de justicia en sus dominios; por añadidura, el hecho de que, a ojos de Vespasiano, Federico era el estadista ideal. A tal efecto, no se debe escapar lo mucho que pesaban los ideales de la sociedad florentina del momento, imbuida como estaba del espíritu del humanismo cívico tras la reivindicación de la vita activa et civilis de Coluccio Salutati y Bruni.

Precisamente la de los intelectuales y humanistas es la tercera y última sección de la obra. Por las Vite desfilan, entre otros intelectuales de merecido renombre, el exitosísimo humanista Ambrogio Traversari, el gran Leonardo Bruni, su admirado Gianozzo Manetti (cuya biografía no admite comparación con el resto, por su mayor extensión, por la riqueza de sus detalles y el número de sus elogios), Poggio Bracciolini, Giorgio da Trebisonda, Il Sozomeno, Matteo Palmieri, Maffeo Vegio, Vittorino da Feltre, Lapo da Castiglionchio, Guarino Guarini da Verona, Carlo Marsuppini, Benedetto Accolti, Piero Acciaiuoli, Donato Acciaiuoli, Alberto Enoch d’Ascholi, Francesco Filelfo (...), Biondo Flavio o, hacia el final, Niccolò Niccoli, con su biblioteca y su magnífica colección de antigüedades. En la sección dedicada a los representantes de la Iglesia, habían aparecido los nombres de algún que otro gran valedor de los studia humanitatis, como el de Niccolò Perotti, Obispo de Siponto.

La vida de Manetti cuenta con un impresionante Comentario que envió a Bernardo del Nero, fundamental para conocer el ideario de Vespasiano, de acuerdo con el cual se encumbra la virtus por excelencia: la conjugación de la sabiduría con la abnegación en el estudio, necesarios para superar cualquier escollo (el primero de todos, la oposición paterna) y, más tarde, ponerse al servicio de la comunidad. Aquí tenemos, igualmente, a un Manetti que, como Dante, Petrarca y el Magnánimo, se sometió a una rígida disciplina para sacar el máximo tiempo para el estudio y que, incluso, se olvidaba de comer y hasta de dormir por leer; en breve, afirma que Manetti acabó por dominar el conjunto de las siete artes liberales. Dueño ya de los saberes que le daba la tradición medieval, al humanista le restaba avanzar un grado más en consonancia con los nuevos tiempos, para hacerse con un latín depurado, profundizar en el estudio del griego y entregarse al estudio del hebreo, conocido casi exclusivamente por los judíos y los conversos. De ese modo, Manetti fue capaz de rebasar el ideal del homo trilinguis, pues, como era de ley, también fue un consumado maestro en el uso de la lengua vernácula.

Los españoles en las Vite

Además de su rico ramillete de semblanzas, las Vite reúnen algo que las enriquece más si cabe: un sinfín de anécdotas de personajes y de sucesos dignos de recuerdo, acaecidos en Italia y otros puntos de Europa. Vespasiano tira de esa materia aun cuando, de entrada, se ofrece ajena a su propósito inicial; y obra así por mor de una saludable variatio y por la atracción que determinados relatos podían ejercer en sus lectores. Por ello, no dudó en incorporar la crónica breve de un magnicidio acaecido tiempo atrás en España: el de don Álvaro de Luna, cuyo desastrado final fue automáticamente conocido en Italia y el resto de Europa. Esta página de la historia reciente le impresionó tanto que Vespasiano determinó dedicarle una vida exenta en el conjunto, aunque no dedica una sola palabra a su labor intelectual, como escritor y como mecenas (habría merecido la pena citar su Libro de las virtuosas y claras mujeres si no la traducción del Arbre des batailles de Honnoré Bouvet que encargara a Diego de Valera).

Frente a la vida del Condestable, la presencia del resto de los de nación española (castellanos, aragoneses y portugueses) se justifica, ahora sí, por sus méritos intelectuales o por su dignidad. Los españoles aparecen entremezclados, aquí y allá, por razones históricas fáciles de entender, como Juan Soler, que fuera Obispo de Barcelona y uno de los maestros del Magnánimo, en cuya corte se le recuerda disputando con Manetti; Arnau Roger de Pallás, Obispo de Urgel, mencionado tan sólo como testigo de la muerte del Magnánimo; o dos grandes sabios de la talla de Joan Margarit, Obispo de Gerona, y Ferrán Valentí, a quien el Magnánimo hizo Obispo de Nápoles. Como se ha indicado más arriba, todos quedan ligados a la vida de Alfonso V, aunque sólo a los dos últimos se dedican sendas biografías.

La de Margarit destaca claramente por su notable extensión, que le permite incluir un elogio del aragonés Fernando el Católico, cuya mujer, Isabel, sólo aparece citada de paso; en este caso, Vespasiano revela de forma implícita la relación privilegiada entre Italia y la Corona de Aragón, lo que explica que postergue a la Reina de Castilla a diferencia de lo que acontece en el conjunto de la literatura peninsular de la época, donde Isabel pasa a ser su musa primera. Por otra parte, la alusión a Fernando el Católico permite la inclusión de un par de facecias que recogen dos casos de justicia enderezados por este monarca, en los que se le dibuja con una sagacidad salomónica.

Vespasiano conoce, además, los escritos principales de Margarit, el De corona principum y su Paralipomenon, obras que presenta con cierto detalle. Otros españoles reunidos en las Vite son Juan de Torquemada, Cardenal de San Sixto, uno de los intelectuales que la Corona de Aragón desplazó al Concilio de Basilea; Juan de Mella, Obispo de Zaragoza y auditor de la Rota, al que apenas dedica unas líneas pues poco o nada sabe Vespasiano sobre su persona; el Cardenal de San Eustaquio, que no era sino el noble portugués Jacobo de Portugal, para cuya extensa vita trazó un proemio dirigido a Giacoppo Gianfigliazzi; su compatriota Álvaro Afonso de Coimbra, Obispo de Algarbe y Silves a la vez que doctor en ambos Derechos. En fin, también portugués y de noble cuna era un tal Meser Valasco o Velasco de Portugal, eminente y elocuentísimo jurista a quien algunos identificamos con un jurisprudente converso y castellano de nación aunque al servicio de Portugal llamado Vasco Fernández de Lucena (¿1410?-1495); además, es el mismo Velascus Portugalensis que aparece en la correspondencia de Poggio Bracciolini.

Catalán también era Cosme de Montserrat, Obispo de Vich, bibliófilo y doctísimo maestro in utroque. De esa nación eran también Miquel Ferrer, a la sazón secretario pontificio, y Ferrán Valentí, citado en la biografía del Magnánimo y ahora retratado en una semblanza individual; para trazarla, Vespasiano parte, básicamente, de la obra de Fazio, pues pronto se echa de ver que todos los datos que aduce se hallan incorporados a la vida del monarca napolitano de este conspicuo humanista. Una vita breve pero importante es la que hace del llamado Gran Cardenal de España, Pedro González de Mendoza, de quien por desgracia Vespasiano sabe poco. Lo elogia por su magnífica biblioteca, con libros traídos de Italia, y sobre todo por la colección de manuscritos de su padre, de idéntica procedencia y con copias en lengua italiana porque no sabía suficiente latín, dato que conocemos de sobra por éste y otros testimonios.

De Íñigo de Ávalos, quien fue a Nápoles en pos del rey Alfonso, dice que fue un generoso mecenas que amò molto gli uomini dotti, buen músico y dueño de una magnífica biblioteca manuscrita, con libros bellamente miniados que recogían a los mejores escritores de Italia; también comenta que, para adquirirla, gastó todo un caudal; en último término, como en otras biografías de nobles letrados, Vespasiano le echa el piropo obligado: era un gran militar. A pesar de la importancia del personaje, el que se nos ofrece no es nada más que un proyecto de vita que, de seguro, le habría gustado rematar. Ciertamente, el hijo del Condestable Ruy López de Ávalos. Distinta, sin embargo, es la semblanza de Nuño de Guzmán, en la que ya reparó Mario Schiff y que ha sido estudiada a conciencia por Jeremy Lawrance. Aparte, poco es lo que sabemos sobre el jurista mallorquín, doctor in utroque, llamado Matteo Malferit, que aparece como un humanista de pro a las órdenes de Alfonso el Magnánimo; por otros documentos, se tiene noticia de que Filelfo dedicó una elegía a este enigmático personaje, mientras Pier Candido Decembrio hizo en su honor el opúsculo Super Iliadibus.

Hombres ilustres de otras naciones

Junto a ellos, aparecen intelectuales procedentes de diversas naciones: alemanes, ingleses (como Williams Grey o Andrew Holes, que se formaron con Guarino, o John Tiptof, Conde de Worcester, que estudió griego con Argiropulos), húngaros o polacos. En definitiva, las páginas de Vespasiano revelan a algunos de los principales personajes de la Europa culta de finales del siglo XV a la par que muestran los derroteros seguidos por el Humanismo en su avance por tierras de Europa, en los dominios del Imperio o en el Norte y el Este bárbaros.

Las Vite constituyen un magnífico reflejo del final de Quattrocento, una preciosa fuente para el estudio de la expansión de los ideales humanísticos en Europa. Dejadas a un lado en la misma Italia e ignoradas por el conjunto de la crítica histórico-filológica en el resto de los casos, las noticias de las Vite sirven para que autores marginados se revaloricen automáticamente, como ha ocurrido en España con el catalán Joan Margarit o el castellano Nuño de Guzmán. En el conjunto, se echa claramente en falta a los intelectuales y bibliófilos franceses, acaso no por mero accidente: de Francia procedía la principal de las amenazas para la Italia septentrional; también con Francia se hallaba en pleito la culta Italia en una eterna disputa sobre la translatio studii, como percibimos en la obra de Petrarca (sobre todo, en la Invectiva contra Galli calumnias).

Un simple vistazo al conjunto demuestra que los principales beneficiarios del esfuerzo compilador de Vespasiano son, por este orden, los súbditos de la Corona de Aragón, de Castilla y de Portugal, esto es, los tres pueblos a los que, por esa época, se conocen por el nombre de españoles. Así, el librero florentino manifiesta los vínculos poderosos que ligan a España e Italia por esos años en todos los órdenes; por otra parte, las Vite permiten intuir esa preeminencia hispánica que los intelectuales peninsulares se estaban encargando de proclamar a los cuatro vientos y que, ya en el reinado de los Reyes Católicos, cuajó en un discurso de tipo claramente mesiánico.

Bibliografía

  • BISTICCI, Vespasiano da: Le vite. ed. de Aulo Greco, Florencia: Istituto Nazionale di Studi sul Rinascimento, 1970.

  • GÓMEZ MORENO, Ángel: "Los intelectuales europeos y españoles a ojos de un librero florentino: las Vite de Vespasiano da Bisticci (1421-1498)", en Studi Ispanici, número extraordinario "Italia y la literatura hispánica" (1997-1998) [1999], pp. 33-47.

Ángel GÓMEZ MORENO

Autor

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