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PolíticaLiteraturaBiografía

Bertrana i Salazar, Aurora (1899-1974).

Escritora española, nacida en Gerona en octubre de 1899 y fallecida en Berga (Barcelona) el 3 de septiembre de 1974. Mujer de talante inquieto, espíritu aventurero e ideología liberal, dejó impresa una interesante producción prosística que, en clave biográfica, da cuenta de su rica y variada peripecia vital, plagada de largos y fecundos recorridos por diversos países del mundo.

Nacida en el seno de una familia acomodada que, en el momento de la llegada al mundo de la pequeña Aurora, no atravesaba por sus mejores momentos, padeció desde su temprana infancia las apreturas económicas que afectaban a todo el núcleo familiar por culpa del progenitor, el pintor y escritor tardío Prudenci Bertrana, un antiguo estudiante de ingeniería que, después de haber dilapidado la herencia de su padre (un rico hacendado carlista que vivía de las rentas generadas por sus propiedades rurales), decidió probar fortuna en el ámbito de la creación plástica y literaria. Comoquiera que las actividades pictóricas del impulsivo Prudenci Bertrana (anteriores a su vocación literaria de madurez) no bastaban para lograr el sostenimiento del hogar, su esposa decidió montar una academia de costura que, durante muchos años, constituyó la base principal del sustento de la familia Bertrana.

A pesar de las relativas estrecheces que pasó en su infancia, la pequeña Aurora siempre contó con el apoyo decisivo de sus padres a la hora de acceder a una instrucción pareja a la que recibían los niños de su época, empeño que no era fácil de lograr en la España de aquellos primeros años del siglo XX. La niña contó, empero, con un maestro particular dentro de su propia casa, el profesor Josep Dalmau, un gran humanista que, antes de desplegar una interesante labor editorial en su entorno geo-cultural catalán, inculcó a la pequeña Aurora el amor por las Letras y el convencimiento de que la vida era una efímera posesión que debía gozarse plenamente. Fue así como la futura escritora comenzó a asimilar algunas de las claves que, con el paso de los años, no sólo habrían de ser determinantes en su obra, sino también en el gobierno de las directrices de su trayectoria vital.

El veleidoso y antojadizo Prudenci Bertrana, al advertir la temprana vocación literaria que afloraba en su hija, se empecinó en hacerla desistir en sus afanes por llegar a convertirse en escritora, tal vez aleccionado por las dificultades que se cernían a diario sobre su tardía dedicación a la escritura creativa. Por obedecer este designio paterno, la joven Aurora se apartó en un principio del cultivo de las Letras y se entregó al estudio y la práctica de la música, actividad para la que también estaba suficientemente dotada, como dejó bien patente cuando, al poco tiempo de asistir a las clases de uno de los más afamados maestros violinistas de su localidad, se reveló como la alumna más destacada. Llamada a intervenir, poco después, en diferentes conciertos organizados siempre dentro de su reducido ámbito local, decidió ampliar sus horizontes estudiantiles y profesionales y se instaló en Barcelona, para matricularse en la prestigiosa Academia Arnaud y, simultáneamente, seguir los cursos oficiales de la Escuela Municipal de Música.

Afincada, pues, en la Ciudad Condal, su acusada sensibilidad artística y su gran facilidad para las relaciones públicas permitió a la joven violinista integrarse plenamente en los principales foros culturales de la capital catalana, donde, bajo la protección inicial de la escritora Carme Karr -que mantenía desde hacía mucho tiempo una espléndida relación con su familia-, fue conociendo a otras grandes mujeres que, a la sazón, protagonizaban la vida cultural y social de la Barcelona del primer tercio del siglo XX, como la escritora y feminista Dolors Monserdà, la también líder del movimiento feminista Francesca Bonnemaison y, entre otras mujeres destacadas, la pintora Lluïsa Vidal. El contacto directo con estas figuras señeras del feminismo catalán de comienzos del siglo XX espoleó el talante liberal y la conciencia libertaria de la joven Aurora Bertrana, quien compartió también amistad con otras grandes personalidades de la cultura regional, como el escritor e ilustrador Apel·les Mestres, el violonchelista Pau Casals y el poeta, editor y periodista Francesc Matheu. Dentro de este fecundo círculo de amistades, fueron decisivas durante esta primera estancia de Aurora Bertrana en Barcelona sus relaciones con las familias Riquer y Pi Sunyer.

Un contratiempo amoroso le hizo regresar precipitadamente a su Gerona natal, donde permaneció en compañía de los suyos hasta que toda la familia se vio obligada a instalarse en Barcelona, donde Prudenci Bertrana había conseguido el puesto de director de dos publicaciones locales, L'Esquella de Torratxa y La Campana de Gràcia. Durante este segundo período de residencia en la Ciudad Condal, la futura escritora recuperó sus amistades barcelonesas y se zambulló de nuevo en la vida cultural y artística de la capital catalana, bien como protagonista (por medio de su inclusión en un terceto musical y de la organización de unas famosas veladas semanales conocidas como "los sábados musicales"), bien como comparsa en los foros y cenáculos de escritores, periodistas y creadores varios que, apegados por aquel entonces a la vida bohemia, frecuentaban la amistad de Prudenci Bertrana. Cada vez más solidaria con los entorchados de la izquierda intelectual, al lado de la citada Francesca Bonnemaison se convirtió en una abanderada del feminismo y en una defensora a ultranza de su lengua vernácula, convicciones ideológicas que pronto tuvo ocasión de llevar a la práctica en su propia vida social y laboral, absorbida a la sazón por su intensa colaboración con la Associació Protectora de l'Ensenyança Catalana y por sus labores docentes desempeñadas en el Institut de Cultura per a la Dona (organismo sujeto a la tutela de su amiga Francesca Bonnemaison).

En la década de los años veinte, sus vastas inquietudes intelectuales le hicieron considerar que, a pesar de la riqueza intelectual y artística que le rodeaba en su privilegiado entorno barcelonés, necesitaba salir al extranjero para ampliar conocimientos y, sobre todo, horizontes mentales. Así pues, en 1923 marchó a Suiza y se matriculó en la celebérrima Escuela Dalcroze, donde pronto tuvo ocasión de comprobar que su espíritu libre y abierto a cualquier nueva experimentación chocaba frontalmente con las directrices impuestas por el maestro helvético, por lo que decidió abandonar con presteza la citada escuela y emprender un viaje iniciático a París, donde, durante una breve estancia, se ganó la vida tocando en una banda de jazz formada únicamente por mujeres. De regreso a Suiza, entabló relaciones con varias figuras de la cultura catalana que, a causa de su disconformidad con la política autoritaria del general Primo de Rivera, habían constituido un bullicioso círculo de exiliados en el país alpino; entre estas personalidades se encontraba el político y escritor barcelonés Lluis Nicolau d'Olwer, quien, en colaboración con otros destacados personajes de la cultura catalana en el exilio, alimentó aún más la radicalidad bohemia e inconformista de la joven Aurora Bertrana i Salazar, tanto en sus postulados estéticos como en sus convicciones ideológicas.

De nuevo en Barcelona, en 1925 contrajo nupcias con un ingeniero suizo perteneciente a las clases más elevadas del pequeño país europeo, en compañía del cual abandonó la Ciudad Condal para instarse en Ginebra, donde Aurora Bertrana emprendió unos estudios superiores de Letras que pronto dejó inconclusos, ante la perspectiva de ampliar horizontes por vía de los numerosos desplazamientos que podía realizar al lado de su esposo. Tras residir durante un tiempo en la Alta Saboya, el matrimonio viajó en 1926 hasta la isla de Tahití, donde se instaló para emprender desde allí numerosos desplazamientos hacia el resto de las islas de la Polinesia. Dos años después, Aurora y su esposo regresaron al Viejo Continente y se afincaron en España, primero en la localidad barcelonesa de Montcada i Reixac y, poco después, en la Ciudad Condal, donde la inquieta humanista gerundense decidió recuperar esa antigua vocación literaria que había mantenido latente desde su adolescencia, a causa de la severa oposición paterna.

En efecto, de nuevo en Barcelona, Aurora Bertrana comenzó a publicar una serie de amenos reportajes en diferentes publicaciones que se servían del catalán como vehículo de expresión, como La Veu de Catalunya y D'Ací i d'Allà, reportajes en los que fue relatando algunas de sus experiencias viajeras por Europa y, sobre todo, por la Polinesia. El recuerdo de su estancia en Tahití y sus periplos por los mares del Sur le inspiró también su primer libro, publicado bajo el título de Paradisos Oceànics (1930) y, con el paso de los años, tenido en escasa consideración por la escritora gerundense, que lo tildaba de obra primeriza propia de una autora todavía inmadura. A pesar de esta severa autocrítica, Aurora Bertrana fue enseguida celebrada como una de las mejores exponentes de las Letras catalanas escritas por mujeres, y llamada por ello a colaborar en los principales rotativos y revistas de su ámbito geo-cultural, como L'Opinió, La Humanitat, Mirador y Pamflet, en los que se convirtió en una de las voces periodísticas más leídas en Cataluña durante la II República. Plenamente identificada con los movimientos catalanistas de sesgo izquierdista y feminista, hacia mediados de la década de los treinta colaboró también en Bondat-Bonté, órgano de expresión de la Unión Femenina Franco-Catalana, y se integró en otros movimientos y organizaciones contrarios al espíritu fascista que se iba extendiendo por toda Europa (al parecer, llegó a pertenecer a una logia de la francmasonería). En 1933 fue candidata por Esquerra Republicana de Catalunya a las elecciones generales celebradas en noviembre, y por aquel tiempo colaboró activamente con otras precipuas feministas catalanas (como Maria Pi de Folch, Came Monturiol, Enriqueta Sèculi, Maria Carratalà y Montserrat Graner) para trazar los proyectos de la Universitat Obrera Femenina y del famoso Lyceum Club de Catalunya. Elegida por aclamación para ser la primera presidenta de este selecto foro, pronto tuvo ocasión de sacar a relucir su genio y su integridad moral e intelectual sin atender a compromisos de amistad, y acabó abandonando indignada el Lyceum Club porque, en su opinión, no era el espacio de debate ideológico que debía ser, sino una "amable tertulia intelectual recreativa" (como dejó escrito en sus memorias).

Seguía, entretanto, cultivando su faceta de escritora, ahora ya inevitablemente asumida por su progenitor, quien llegó incluso a colaborar con ella en la redacción del libro titulado L'illa perduda (1935). Sin duda indignada por la encrespada situación política y por otros disgustos personales como el recibido durante su breve presidencia del Lyceum Club de Catalunya, decidió abandonar de nuevo el país para satisfacer otra vez su espíritu viajero, ahora por medio de un viaje a través del norte de África que dio pie a su siguiente publicación, Marroc sensual i fanàtic (1936).

Acababa de regresar a España cuando le sorprendió el estallido de la Guerra Civil, cuya primera consecuencia personal fue la ruptura de su matrimonio, ya que su marido -educado en la estricta moral católica de su aristocrática familia- decidió pasarse a la zona tomada por las tropas militares sublevadas. Instalada, por aquel entonces, en la pequeña población gerundense de Sant Martí d'Empúries, se refugió en su vocación literaria y comenzó a redactar un diario que habría de servirle, andando el tiempo, como fuente indispensable para el segundo volumen de sus memorias. Inmersa en la escasa actividad intelectual que la contienda fratricida permitía, colaboró de forma entusiasta en el lanzamiento de la colección "La Novel·la Femenina", aunque también dedicó gran parte de sus esfuerzos a la lucha política en defensa de sus ideales izquierdistas, catalanistas y feministas, que siguió haciendo públicos durante la guerra a través de las páginas de Companya, órgano de expresión de la Unió de Dones, financiado por el Partido Comunista Catalán (PSUC). Tras refugiarse durante varios meses en el interior montañoso de su región (donde aprovechó para poner en orden las notas de su diario), el empeoramiento de la situación bélica la obligó a emprender el camino del exilio en 1938, rumbo a la ciudad suiza de Ginebra, donde, a pesar de las diferencias ideológicas, pensaba encontrar amparo en la familia de su esposo.

Su situación pronto pasó a ser desesperada, ya que su suegra y sus cuñadas mostraron su firme oposición a la trayectoria política y a la actividad laboral de Aurora Bertrana y acabaron por expulsarla de la mansión familiar en la que, en un principio, le habían dado refugio. Su esposo -que, definitivamente, ya la había abandonado a su suerte- tampoco acudió en su ayuda, por lo que se vio sola y empobrecida en la misma ciudad suiza que, años atrás, había conocido en todo su esplendor, invitada y agasajada en los salones de artistas, intelectuales y políticos. Merced al auxilio del editor catalán Josep Millàs-Raurell, que le encargó varias traducciones, la humanista gerundense logró subsistir hasta que pudo integrarse de nuevo en los círculos de exiliados catalanes en Suiza, entre los que se encontraban el poeta Ventura Gassol y el político Josep Tarradellas, ambos afincados en Lausana. Ya algo más estabilizada en medio de la dureza del exilio, volvió a matricularse en la Facultad de Letras que había abandonado en su juventud y desarrolló una valiosa labor dentro de la cátedra de lengua castellana; además, conoció a importantes figuras de la vida intelectual y artística europea (sobre todo, creadores y pensadores de la Vanguardia francesa que, durante la Segunda Guerra Mundial, buscaron refugio en la neutral Suiza), y fue llamada a colaborar en algunas importantes publicaciones periódicas de Ginebra y Lausana.

Acabada la guerra, volvió a viajar de forma incansable por Europa. Tras visitar París y Prada, en 1948 se reunió en Andorra con su madre y regresaron juntas a Ginebra, donde Aurora Bertrana encontró trabajo en el consulado de la República Dominicana. En 1949, la humanista gerundense retornó discretamente a España y, sin levantar ningún ruido, se refugió en el domicilio de su familia en Barcelona, donde se consagró nuevamente a la escritura para redactar dos novelas inspiradas en la visita que, al término de la Segunda Guerra Mundial, había realizado a un pueblo de la Alta Saona que había quedado totalmente destruido a causa de la contienda. Se trata de las narraciones tituladas Tres presoner (1957) y Entre dos silencis (1958), a las que después siguieron otras prosas de ficción como La nimfa d'argila (1959), Araitea (1960), Oviri (1965) y La ciutat dels joves (1971), así como sus dos famosos volúmenes de memorias, publicados bajo los títulos de Memòries fins el 1935 (Barcelona: Pòrtic, 1973) y Memòries del 1935 fins al retorn a Catalunya (que vio la luz, a título póstumo, en 1975).

Relegada, a pesar de esta fecunda actividad literaria de madurez, a un segundo plano de la vida política y cultural catalana, falleció en el modesto hospital de la localidad barcelonesa de Berga a finales del verano de 1974, cuando las circunstancia políticas de la nación española aún no permitían el rescate y la rehabilitación de su figura y su obra.

Bibliografía

  • BERTRANA, Prudenci-BERTRANA, Aurora: Proses bàrberes. Els herois/Una vida, Barcelona: Vergara, 1965.

  • CAPMANY, Maria Aurélia: "Introducción" a BERTRANA, Aurora: Paradisos Oceànics, Barcelona: La Sal, 1988.

  • TAVERA GARCÍA, Sussana: "Bertrana i Salazar, Aurora", en MARTÍNEZ, Cándida-PASTOR, Reyna-PASCUA, Mª José de la-TAVERA, Susanna [directoras]: Mujeres en la Historia de España, Madrid: Planeta, 2000, pp. 426-429.

J. R. Fernández de Cano.

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  • J. R. Fernández de Cano.