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PinturaBiografía

Benítez, Isaac (1927-1968).

Pintor panameño, nacido en la ciudad de Panamá el 5 de septiembre de 1927 y fallecido en su lugar de origen el 6 de noviembre de 1968. A pesar de su prematura desaparición (falleció a los cuarenta y un años de edad), dejó una espléndida producción pictórica que le convierte en uno de los grandes artistas plásticos istmeños del siglo XX.

Inclinado desde su temprana infancia al manejo de los pinceles, cursó sus estudios primarios en la Escuela Nicolás Pacheco (a la sazón dirigida por el ilustre pedagogo panameño Ernesto Jiménez), donde tuvo ocasión de dar algunas precoces muestras de su innata vocación artística. Pasó luego a realizar sus estudios de enseñanza media en el prestigioso Instituto Nacional de la ciudad de Panamá, en donde sólo concluyó tres cursos, pues su ya evidente necesidad de dedicarse a la creación plástica le forzó a buscar nuevos centros de aprendizaje más acordes con su vocación. Se matriculó, pues, en la Academia de Bellas Artes de la capital del país, donde se reveló como uno de los alumnos más aventajados desde el momento de su llegada y admiró por igual a sus maestros (con el malogrado Humberto Vivaldi a la cabeza, que se convirtió en uno de los principales mentores del prometedor artista) y a sus compañeros de aulas.

Considerado, por aquel tiempo, como una de las grandes revelaciones de la joven pintura panameña, Isaac Benítez atrajo también sobre sus primeros lienzos la atención de la crítica y el público, y comenzó a ver colgados sus cuadros en los salones más importantes de la ciudad de Panamá. Entre las figuras más destacadas de esa alta sociedad capitalina que había empezado a frecuentar, conoció en esta primera etapa de su trayectoria artística al joyero Moisés Stern, quien de inmediato se convirtió en uno de sus máximos valedores y lo introdujo en algunos de los círculos más importantes del país (como la sociedad Pen Women). Merced al valioso apoyo material y espiritual de su protector, Isaac Benítez pudo viajar a Europa para ampliar su formación artística en una de las capitales mundiales del arte, la ciudad italiana de Florencia, en la que permaneció por espacio de dos años. Fue durante este período de formación y perfeccionamiento de sus técnicas pictóricas en el Viejo Continente cuando empezaron a manifestársele los primeros síntomas de una enfermedad psíquica que, como primera consecuencia, le obligó a regresar a su Panamá natal, donde el alcance de esta dolencia se fue agravando progresivamente.

A pesar de encontrarse en un penoso estado de salud, por aquellos años siguió pintando con verdadera inspiración y logró el apoyo de varios patrocinadores particulares que hicieron posibles sus exposiciones en diferentes galerías privadas de Panamá; además, contó también con la ayuda de varias instituciones nacionales e internacionales que contribuyeron a la difusión de su obra por canales públicos (fue, en esta línea de divulgación, fundamental para su pintura el empuje que le dio la UNESCO). Mas no por ello frecuentaba los círculos intelectuales y artísticos más relumbrantes del país, ni concurría a los salones y tertulias culturales de la clase dominante; antes bien, Isaac Benítez se refugió en su soledad y, a vueltas siempre con sus recaídas en su enfermedad mental, se hizo huraño y taciturno, áspero incluso con una sociedad que, en el fondo, no había sabido entender su arte. Y es que, en efecto, cuando sus cuadros habían alcanzado ya una alta cotización en las principales galerías panameñas y en otros muchos foros internacionales, buena parte de la crítica y el público se volvió contra su obra y le negó el apoyo necesario para haber llevado adelante la iniciada evolución de sus innovadoras técnicas pictóricas, basadas en un complejo estudio previo que incluía, en la preparación del cuadro, ecuaciones aritméticas o combinaciones de notas musicales orientadas a potenciar la exactitud y la armonía de los contenidos plasmados en el lienzo.

Nadie negaba -porque hubiera resultado ridículo- la calidad y la categoría de su obra, tenida ya por el mejor exponente de la pintura panameña contemporánea; pero sí cabía la posibilidad de poner pegas a su estilo y, por la envidia y el recelo que siempre causa el triunfador, hacer lo posible por evitar su definitivo despegue internacional. Este desprecio de la mayor parte de sus contemporáneos fue lo que indujo al artista de la ciudad de Panamá a refugiarse en la soledad y permanecer durante horas y horas sentado en alguno de los bancos de los parques de Santa Ana o de Anayansi, en donde dejaba patente su preferencia por la compañía de los seres de la naturaleza antes que por el acompañamiento de seres humanos. Esta profunda decepción respecto a las personas que le rodeaban le empujó también a malbaratar su obra -que podía haber alcanzado las cimas superiores de cotización en los mercados de arte centroamericanos-, y llegó al extremo de ofrecer algunos de sus cuadros a cambio de la exigua cantidad que le aseguraba su sustento por un corto espacio de tiempo. Según sus principales biógrafos, ésta fue la forma elegida por Isaac Benítez para protestar contra la sociedad prosaica y mercantil que le rodeaba, así como para ejemplificar en su propia vida la revolución estética e ideológica que pretendía implantar con su arte.

Entre los temas predilectos de este radical y personalísimo artista panameño que tenía su humilde estudio en un miserable apartamento del populoso barrio de El Chorrillo figuran los bodegones y, sobre todo, las representaciones abstractas de cualquier idea. En la soledad de este cuarto, cayó enfermo de tuberculosis en la década de los años sesenta y falleció prematuramente en medio del abandono de quienes lo habían agasajado en su juventud.

Bibliografía

  • LÓPEZ, Santiago: "Vida y honra de Isaac Benítez", en Estrella de Panamá (Panamá), 5 de diciembre de 1972.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.