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FísicaBiografía

Becquerel, Antoine Henri (1852-1908).

Físico francés nacido en París el 15 de diciembre de 1852 y fallecido en Le Croissic el 25 de agosto de 1908. Miembro de una de las más ilustres dinastías científicas de Francia, en 1903 fue galardonado con el Premio Nobel de Física -que compartió con Pierre (1859-1906) y Marie Curie (1867-1934)- por el descubrimiento de la radiactividad natural.

La familia Becquerel

La vocación científica del joven Antoine-Henri estuvo marcada, prácticamente desde su nacimiento, por sus ilustres antecedentes familiares. Su abuelo, Antoine-César Becquerel (1788-1878), se había licenciado en la Escuela Politécnica y, tras luchar activamente en España con las tropas napoleónicas, dedicó a la investigación científica casi sesenta años de su longeva existencia. Colaboró con André-Marie Ampère (1775-1836) y Jean-Baptiste Biot (1774-1862) en el estudio de la electricidad, fue elegido miembro de Academia de las Ciencias (1829) y ocupó el cargo de profesor de Física en el Museo de Historia Natural de París.

Su segundo hijo, Alexandre-Edmond Becquerel (1820-1891), fue el padre del futuro descubridor de la radiactividad. Sus trabajos se centraron en el estudio de la naturaleza de la luz y sus interacciones con la materia y el magnetismo. Miembro, también, de la Academia de las Ciencias, sucedió a su padre en el cargo de profesor de Física del Museo de Historia Natural, que luego habría de ocupar su hijo Antoine-Henri.

Jean Becquerel (1878-1953), bisnieto de Antoine-César, nieto de Alexandre-Edmond e hijo del descubridor de la radiactividad, fue también un brillante físico que dedicó la mayor parte de sus investigaciones a la cristalografía. Ocupó, en el Museo de Historia Natural, el cargo que habían ostentado anteriormente su bisabuelo, su abuelo y su padre, y fue asimismo miembro de la Academia de las Ciencias (1946).

Además, Antoine-Henri Becquerel fue padre de otro destacado científico, Paul Becquerel, que estudió los efectos de las bajas temperaturas en los seres vivos y contribuyó a invalidar la teoría de la radiopanspermia, al demostrar la imposibilidad de que los gérmenes viajasen por el espacio bajo el impulso de la radiación luminosa de las estrellas, ya que, de ser así, quedarían destruidos por las radiaciones ultravioletas, las bajas temperaturas y el vacío casi absoluto.

Antoine-Henri Becquerel y la radiactividad

El futuro Premio Nobel vino al mundo en París a finales de 1852, en las dependencias de ese Museo de Historia Natural donde vivía y trabajaba su padre. Cursó su estudios secundarios en el prestigioso instituto Luis el Grande (Lycée Louis-le-Grand) de la ciudad del Sena, donde tuvo por maestro al célebre matemático Gastón Darboux (1842-1917); y pasó luego, siguiendo la tradición familiar, a la Escuela Politécnica (École Polytechnique), a la que habría de regresar años después en calidad de profesor. En dicha escuela fue alumno del afamado óptico -y miembro de la Academia de Ciencias- Jamin, padre de la futura esposa de Becquerel, Lucie Jamin.

Tras su paso por la Escuela Politécnica (1872-1874), el joven Antoine-Henri se matriculó en la Escuela de Ingenieros de Caminos, Puertos y Canales, de la que egresó con su título correspondiente en 1877. Durante algunos años compaginó sus labores docentes en la Escuela Politécnica (en la que era profesor adjunto desde 1876) y en el Museo de Historia Natural (donde sucedió a su padre, como profesor de Física, en 1892) con su trabajo de ingeniero en el Departamento de Puentes y Caminos del Estado francés, cuya jefatura ocupó en 1894; pero a partir de 1895, año en el que obtuvo la cátedra de Física en la Escuela Politécnica, abandonó sus labores de ingeniería y se dedicó de lleno a la docencia y la investigación.

Sus primeros estudios, influidos por su padre y sus maestros, se centraron en la óptica. Amplió los hallazgos de su progenitor sobre la constitución de la materia y sus relaciones con la luz y el magnetismo, con especial atención a los efectos de la luz infrarroja sobre substancias fluorescentes (como las sales de uranio), y se interesó también por la polarización rotatoria inducida por campos magnéticos (materia en la que trabajó entre 1875 y 1882).

Fue a partir de 1883 cuando centró su interés en los rayos infrarrojos y, poco después, en el efectos de la luz en los cristales (tema al que dedicó su tesis doctoral, leída en 1888). Un año después, Becquerel fue elegido miembro de la Academia de las Ciencias.

A partir de 1895, después de que Röntgen (1845-1923) descubriera los rayos-X y su capacidad de velar una película fotográfica a través del papel opaco, Becquerel se propuso averiguar si la fluorescencia de las sales de uranio (que venían siendo estudiadas por sus antepasados, en el Museo de Historia Natural, desde hacía dos generaciones) era capaz de generar ese tipo de radiaciones. Animado por el prestigioso científico y matemático Jules-Henri Poincaré (1854-1912), emprendió sus experimentos sometiendo la sal de uranio a los efectos de la luz del sol durante algunas horas, para provocar la fluorescencia, y colocándola luego sobre las placas fotográficas rodeadas de total obscuridad.

Dentro de una caja opaca, en ausencia total de luz, las sales de uranio parecían emanar, en efecto, unos rayos X que impresionaron las placas. El lunes 24 de febrero de 1896, Becquerel informó oficialmente a la Academia de las Ciencias de los resultados de este experimento. Pero, al cabo de uno días, descubrió con asombro que, en el mismo cajón opaco donde conservaba las placas fotográficas, había guardado también, de manera casual, un trozo de mineral de uranio sin irradiar, es decir, no expuesto previamente a la acción de los rayos solares. Las placas con las que había sido guardado este mineral carente de fluorescencia estaban también impresionadas, por lo que Becquerel llegó a la conclusión de que el uranio producía radiaciones propias, naturales y espontáneas.

El lunes 2 de marzo de 1896, cuando sólo habían transcurrido siete días desde que presentara su último informe ante los académicos, el investigador parisino compareció de nuevo en la sesión semanal de la Academia de las Ciencias para anunciar el descubrimiento de dichas radiaciones naturales del uranio (es decir, de lo que en breve tiempo habría de ser bautizado por Marie Curie como radiactividad). Becquerel se adelantó en muy pocos días a un hallazgo semejante descubierto, en Londres, por Sylvanus P. Thompson, que estaba investigando la fluorescencia del nitrato de uranio.

Una vez verificado que, en el caso del uranio, la fluorescencia no era necesaria para la emisión de radiaciones, ya que éstas emanaban espontáneamente del propio mineral, quedaba abierto el camino para innumerables investigaciones. Una científica polaca, María Sklodowska, casada con el reputado físico Pierre Curie, escogió los descubrimientos de Becquerel como tema para su tesis doctoral, lo que le llevó a confirmar, en un informe presentado ante la Academia de las Ciencias, que estas irradiaciones naturales del uranio eran -como ya había apuntado el científico parisino- una propiedad que poseían también los compuestos del torio y ciertas sales minerales. Como ya se ha indicado más arriba, Madame Curie dio a esta propiedad el nombre de radiactividad.

Gracias a los hallazgos de Becquerel, Pierre y Marie Curie descubrieron, a finales del siglo XIX, dos nuevos elementos: el polonio (hallado en julio de 1898) y el radio (en diciembre del mismo año). A partir de entonces, los descubrimientos sobre la radiactividad se sucedieron sin solución de continuidad: el propio Becquerel constató, en 1900, que una parte de la radiación natural del uranio, a la que denominó radiación beta, es idéntica a las partículas descubiertas en 1897 por el químico británico Joseph John Thomson (1856-1940), bautizadas por el físico irlandés George Johnstone Stoney (1826-1911) como electrones. Gracias a este hallazgo se pudo determinar que el electrón se hallaba asociado también al átomo, y no sólo a las corrientes eléctricas, como se había venido creyendo hasta entonces.

Al poco tiempo, también fue Becquerel quien comprobó cómo la radiactividad del uranio va menguando y acaba por desaparecer con el paso del tiempo, lo que habría de permitir al brillante científico británico Ernest Rutherford (1871-1937) formular su teoría de la transmutación.

En 1901, después de haberse desplazado durante algún tiempo con un partícula de uranio en un bolsillo de su indumentaria, Antoine-Henri Becquerel experimentó una quemadura en su piel que le llevó a interesarse por la posible utilidad de este elemento para eliminar tumores cancerosos. Con este hallazgo, el científico parisino acababa de sentar las bases de la quimioterapia, ampliamente desarrollada por la Medicina del siglo XX.

Becquerel siguió colaborando estrechamente con el matrimonio Curie, con el que compartió el Premio Nobel de Física en 1903. Pero su ingente labor intelectual no pudo dar mucho más de sí, ya que su vida se truncó prematuramente el 25 de agosto de 1908, de forma inesperada, mientras descansaba en una cama de su residencia de Le Croissic.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.