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LiteraturaBiografía

Bazil Leiva, Osvaldo (1884-1946).

Poeta, narrador, ensayista, periodista y diplomático dominicano, nacido en Santo Domingo el 9 de octubre de 1884 y fallecido en su ciudad natal el 5 de octubre de 1946. Figura destacada en la lírica antillana de la primera mitad del siglo XX, compartió amistad y complicidades estéticas con Rubén Darío, de quien escribió espléndidos y reveladores textos biográficos.

Fruto del matrimonio formado por Isidoro Bazil y Mercedes Leiva, recibió de sus padres una esmerada formación académica, que habría de permitirle ganarse la vida ejerciendo el periodismo y desempeñando misiones diplomáticas en diferentes lugares del mundo.

Viajó, en efecto, como representante de su país a España, donde tuvo ocasión de asimilar las principales corrientes literarias que florecieron en Europa en las primeras décadas del siglo XX. Y se empapó, además, de esa estética modernista que, aunque procedente de América, tenía en España numerosos cultivadores (entre ellos su máximo exponente, Rubén Darío, que residió en la Península Ibérica durante largas temporadas).

A continuación, Osvaldo Bazil fue enviado a La Habana como encargado de los negocios del gobierno dominicano en Cuba. Allí conoció personalmente al gran poeta nicaragüense, con el que pronto entabló fuertes vínculos de amistad. El propio Darío -a quien Bazil admiraba profundamente desde mucho antes de su encuentro en Cuba- dejó testimonio impreso de la buena impresión que le había causado el joven poeta dominicano: “En La Habana he conocido a Osvaldo Bazil, y me fue personalmente, como me había sido intelectualmente, grato”. Y es que, por aquel entonces, Darío ya había leído los versos primerizos del joven autor de Santo Domingo, publicados en dos poemarios titulados Rosales en flor (Santo Domingo: Imprenta La Cuna de América, 1906) y Arcos votivos (La Habana: Imprenta Avisador Comercial, 1907). Con estas obras, Bazil se reveló como el principal cultivador del Modernismo en las Letras dominicanas, por lo que no es de extrañar que sus versos -como, más tarde, su propia persona- resultaran especialmente gratos al gran maestro Rubén.

Consagrado, en efecto, tras la publicación de Arcos votivos, como una de las grandes revelaciones de la lírica hispanoamericana de comienzos del siglo XX, Osvaldo Bazil pasó a formar parte de ese ilustre cuarteto de escritores dominicanos que podían enorgullecerse con el título de discípulos -e, incluso, amigos- de Rubén Darío. Pero ninguno de los otros tres -Tulio M. Cestero, Ricardo Pérez Alfonseca y Fabio Fiallo- llegó a compartir con el genial vate nicaragüense tantos momentos de intimidad como lo hizo Bazil, quien en La Habana pasó muchas horas de desenfreno, alcohol y bohemia literaria con un Rubén Darío peligrosamente escorado hacia la sordidez, la desesperanza y la autoaniquilación (según el testimonio impreso del propio Bazil, el autor de Prosas profanas estuvo, durante aquel sombrío y turbulento período de su vida, al borde mismo del suicidio).

Merced a esta cercanía y a la intimidad que hubo entre ambos poetas, Osvaldo Bazil se atrevió a escribir dos obras que, en la actualidad, poseen un vivo interés para los estudiosos de la vida y obra de Darío. La primera de ellas fue rescatada del olvido por el susodicho Tulio M. Cestero, quien, tras la muerte de Bazil, la puso en manos del investigador Emilio Rodríguez Demorizi para que éste la incluyera en su libro Rubén Darío y sus amigos dominicanos (Colombia, 1948). Se trata de Biografía de Rubén Darío, obra en la que Bazil relata pormenorizadamente los últimos días de la vida de su maestro y amigo, marcados por el alcoholismo y los excesos de una bohemia patética.

También vio la luz entre las páginas de la excepcional obra de Rodríguez Demorizi el otro texto biográfico dedicado por Osvaldo Bazil a la figura del gran patriarca del Modernismo hispanoamericano. Se trata de Las mujeres de Rubén Darío, texto que, en una primera y reducida formulación, había publicado en vida el propio poeta dominicano dentro del libro Tarea literaria y patricia (La Habana, 1943), quien luego lo amplió considerablemente y lo depositó -como otros muchos escritos suyos- en manos del ya citado Tulio M. Cestero. Osvaldo Bazil no aporta, en ninguno de estos dos acercamientos biográficos a la figura de Rubén Darío, ningún detalle o documento que pueda considerarse esclarecedor a la hora de interpretar algún episodio de su vida o cierto pasaje de su obra; sin embargo -y al margen de una excesiva propensión al ditirambo que resulta fácil de entender entre dos personas a las que unió un fuerte lazo de amistad-, sí ofrece interesantes pinceladas de la vida cotidiana que ayudan a comprender el perfil psicológico y espiritual del genial maestro del Modernismo.

En el ámbito de la poesía propiamente dicha, Osvaldo Bazil también rindió sinceros tributos a su maestro y amigo nicaragüense. De 1907 datan dos poemas que el dominicano dedicó a Darío (“Los cisnes de Rubén Darío” y “Canto a Rubén Darío”), y de 1916 -o algo más tarde- es “Rubén Darío, muerto”, la elegía con la que el poeta de las Antillas lloró la desaparición del centroamericano.

Como era de esperar, el propio Darío tampoco escatimó palabras de elogio a la hora de ensalzar la obra y la persona de Osvaldo Bazil. En una nota que publicó en el rotativo Listín Diario (de Santo Domingo) el 9 de mayo de 1911, además de reseñar -como ya se ha consignado más arriba- que tanto el poeta como sus versos le resultaban especialmente gratos, Rubén Darío honró al joven autor caribeño con los honrosos títulos poéticos de “paladín de ensueños” y “amador de ritmos e imaginaciones”. Bazil eligió esta halagüeña nota del maestro del Modernismo para situarla, a guisa de prólogo, al frente de su tercer poemario, Campanas de la tarde (La Habana: s.n., 1922), que publicó tras un largo silencio poético de tres lustros (recuérdese que Arcos votivos, su segunda entrega poética, había visto la luz en 1907).

Además de esa nota aparecida en el rotativo dominicano Listín Diario, Rubén Darío también dedicó a Osvaldo Bazil un laudatorio artículo en La Nación (de Buenos Aires), donde hizo hincapié en la rara habilidad de su amigo y discípulo a la hora de combinar la exultante alegría de vivir con ciertas notas elegíacas o melancólicas, como las dictadas por la añoranza de la amada (huella romántica que no resulta difícil de rastrear en otros muchos poetas modernistas).

Otras notas características de la poesía de Osvaldo Bazil -muchas de ellas apuntadas también por Rubén Darío en las notas y artículos que le dedicó- son la tendencia a la ensoñación y al delirio amoroso, y la atenuación de la melancolía amorosa por medio de la introducción de pequeñas dosis de ternura y humor que apelan a fibra sentimental del lector. Todo ello queda bien patente en los restantes poemarios que completan su rica e interesante producción lírica, entre los que cabe recordar -amén de los tres citados más arriba- Lienzo Pascual (Caracas: Ed. Elite, 1925), Huerto de inquietud (París: Editorial Excelsior, 1926), La cruz transparente (Buenos Aires: Editorial Tor, 1939) y Remos de la sombra (Santiago de los Caballeros [República Dominicana]: Editorial El Diario, 1944).

En lo tocante a sus composiciones poéticas propiamente dichas, cabe indicar, antes que nada, el gusto de Bazil por las formas breves y asonantadas, de corte becqueriano, entre las que resulta obligado recordar su famoso poemilla "Pequeño nocturno", que, en un principio, formaba parte de una pieza más larga, "Cadencias interiores", escrita por el vate dominicano en 1908. De este poema extenso, compuesto por siete cuartetas endecasílabas, el propio Bazil extrajo los versos que se le antojaron más rematados y configuró con ellos uno de los textos poéticos más célebres de la lírica dominicana (su recién citado "Pequeño nocturno"): "Ella, la que yo hubiera amado tanto, / la que hechizó de músicas mi alma, / la que más blando susurrar de égloga / derramó en el azul de mis mañanas, / me dice con ternura que la olvide, / que la olvide sin odios y sin lágrimas. // Ella, la que me ha dado más ensueños / y más noches amargas, / se aleja dulcemente, / como una vela blanca. // Yo, que llevo enterrados tantos sueños / que cuento tantas tumbas en el alma, / no sé por qué sollozo y por qué tiemblo / al cavar una más en mis entrañas".

A la vista de estos versos, no es necesario insistir en la ya apuntada continuidad del romanticismo tardío, de estirpe becqueriana, en la obra de Osvaldo Bazil (quien, por cierto, también experimentó en su vida real, al margen de ensoñaciones literarias, la tiranía dolorosa del fracaso amoroso, pues, según la leyenda que corrió por el mundo de las Letras dominicanas, fue al amor imposible de la poetisa Altagracia Saviñón, que perdió la razón a muy temprana la edad y falleció en una celda del manicomio Padre Billini). Pero, al margen de esta huella indeleble del sentimentalismo romántico, en la poesía de Bazil se advierten nítidamente otros rasgos que le encuadran por derecho propio en la corriente modernista; véase, v. gr., el léxico, el tono y el talante con que el poeta de Santo Domingo evoca la doliente figura de un Oscar Wilde ya caído en desgracia: "Bajo los claros ópalos de la tarde que vaga / melancólicamente sobre la lejanía / bebo el celeste vino de tu lírica aciaga, / y siento que me enferma tu gran melancolía. // Leo tu «De Profundis», bajo un lírico alarde. / Es un jazmín heráldico que saludo y venero, / se ve entre sus páginas lo que se ve en la tarde, / ¡cuando sobre las nubes se desnuda un lucero! [...]" ("El «De Profundis» de Oscar Wilde").

En términos semejantes glosó Osvaldo Bazil, en sus poemas, las vidas y obras de Rimbaud, de su idolatrado Rubén Darío, y de otros autores de ambas orillas del Atlánticos nimbados por ese sino de esplín, malditismo y fatalidad tan caro a la estética decadente del Modernismo. Por su parte, él y sus versos fueron celebrados por los principales intelectuales de su ámbito geo-cultural, como los críticos y poetas Pedro y Max Henríquez Ureña, el político y doctor en Leyes y Ciencias Económicas Joaquín Balaguer -que presidió la República Dominicana en varias ocasiones-, y otros grandes estudiosos de las Letras dominicanas, como Pedro René Contín Aybar, Manuel de Jesús Goico Castro y el ya varias veces citado Emilio Rodríguez Demorizi.

Al margen de su entrega a la creación poética, Bazil cultivó otros géneros literarios en los que no rayó a tanta altura. Probó fortuna como narrador con la novela El relicario del alma (Santo Domingo: La Opinión, 1936), un tardío ejercicio de prosa modernista que pasó inadvertido para la crítica y los lectores; y se adentró, también en el género del ensayo, donde alcanzó mayores aciertos con obras como Movimiento intelectual dominicano (Washington: Unión Panamericana, 1924), La apoteosis de las lágrimas (La Habana: s.n., 1932), Vidas de iluminación (La Habana: s.n., 1932), Cabezas de América (La Habana: s.n., 1933), Tarea literaria y patricia (La Habana: Editora La Verónica, 1943) y Santo Domingo y su jefe (1943).

Sumamente interesante resulta, en cambio, su labor como antólogo, en la que dejó títulos tan valiosos como Parnaso dominicano: compilación completa de los mejores poetas de la República de Santo Domingo (Barcelona: Editorial Maucci, 1915) -la más completa muestra antológica de la lírica dominicana que se había editado hasta entonces- y Parnaso antillano: compilación de lo mejores poetas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo (Barcelona: Editorial Maucci, 1917).

Colaborador asiduo en el diario argentino La Nación, el revista cultural dominicana La Cuna de América y en otros medios de comunicación nacionales y extranjeros, Osvaldo Bazil desempeñó también misiones diplomáticas en Boston, donde tuvo ocasión de familiarizarse con las obras de sus poetas norteamericanos predilectos: Edgar Allan Poe y Walt Whitman. Y ejerció, en su país natal, algún cargo político de gran relevancia, como el de Secretario de Estado de Trabajo (que ocupó entre el 30 de diciembre de 1933 y el 1 de mayo de 1935). Pero en el postrer trecho de su vida volvió a abandonarse en los brazo de esa bohemia amarga y despreocupada que había conocido en La Habana al lado de Rubén Darío, y acabó sus días tristemente en Santo Domingo, a comienzos de octubre de 1946, devorado por la apatía y el desencanto. En su honor, el Instituto de Poesía regentado en San Cristóbal por el poeta Domingo Moreno Jimenes fue bautizado con su nombre, así como una calle de su ciudad natal.

Bibliografía

  • BISONÓ, Pedro R. "Osvaldo Bazil", en Cien dominicanos célebres (Santo Domingo: Publicaciones América, 1974), 2º ed., págs. 318-320.

  • CONTÍN AYBAR, Pedro René. "La poesía de Osvaldo Bazil", en Revista Dominicana de Cultura (Santo Domingo), nº 1 (1955), págs. 45-51.

  • GOICO CASTRO, Manuel de Jesús. "Osvaldo Bazil", en La prosa artística en Santo Domingo (Santo Domingo: Editora Corripio, 1982), págs. 69-71.

  • MOTA MEDRANO, Fabio Amable. "Osvaldo Bazil", en Relieves alumbrados (Santo Domingo: Impresora La Isabela, 1971), págs. 79-102.

  • PÉREZ, Carlos Federico. "Modernismo y postmodernismo: Osvaldo Bazil", en Evolución poética dominicana (Buenos Aires: Editorial Poblet, 1956), págs. 243-248.

  • NOLASCO, Flérida. "Osvaldo Bazil", en Ruta de nuestra poesía (Ciudad Trujillo: Impresora dominicana, 1953), págs. 115-122.

  • RODRÍGUEZ DEMORIZI, Emilio. Rubén Darío y sus amigos dominicanos (Colombia: Edición Espiral, 1948).

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.