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Barbey d'Aurevilly, Jules-Amédée (1808-1889).

Narrador, ensayista y articulista francés, nacido en Saint-Sauveur-le-Vicomte (en el departamento de Manche, perteneciente a a región de la Baja Normandía) el 2 de noviembre de 1808 y fallecido en París el 23 de abril de 1889. Furibundo defensor de unas ideas románticas tan exaltadas y reaccionarias como anacrónicas, y de una espiritualidad católica aferrada a una religiosidad tradicional que estaba claramente desfasada en la Francia positivista del Realismo y el Naturalismo, fue muy conocido en su tiempo por sus apasionados dicterios contra la democracia y sus particulares formas de buscar, a toda costa, una serie de poses y rasgos originales que le distinguieran del común de los mortales (como la elegancia extrema en el vestir y la exquisitez -también demasiado artificiosa y rebuscada- en la expresión lingüística).

Vida.

Perteneciente a una familia acomodada que presumía de su linaje normando, vino al mundo en la casa solariega regentada por su abuelo paterno, el caballero de Montressel, mientras se disputaba en los salones una elegante partida de whist (un juego de naipes de origen británico, parecido el bridge). Primogénito de una prole de cuatro hermanos, recibió desde su temprana niñez una severa y estricta formación académica, sólo animada de vez en cuando por los cuentos y leyendas de la tradición normanda que le relataba Jeanne Roussel, una de las sirvientas de su casa. Fue este su primer contacto con la literatura -disfrazada, aquí, de tradición oral-, aunque no el único que tuvo durante su infancia y adolescencia, ya que su madre era una de las grandes animadoras de la vida cultural del lugar, gracias a su papel de anfitriona de una especie de salón literario que había abierto en su propia casa.

Entre el tedio y la rutina de provincias transcurrieron los primeros años de la vida del futuro escritor, hasta que, cumplidos ya los diecinueve, se trasladó a París para concluir sus estudios secundarios en el Collège Stanislas, donde coincidió con otro joven provinciano tentado por la aventura literaria, el poeta romántico Maurice de Guérin (1810-1839). A partir de entonces, los jóvenes Jules-Amédée y Maurice habrían de compartir una intensa amistad que quedó brusca y trágicamente interrumpida a finales de la década de los años treinta, con la prematura desaparición del malogrado poeta.

Una vez obtenido el título de bachiller, Barbey d'Aurevilly regresó a su tierra normanda para emprender estudios superiores de Derecho en la Universidad de Caen, ciudad en la que, a partir de 1832, se dio a conocer como escritor merced a la publicación de sus primeros trabajos periodísticos, aparecidos en la Revue de Caen (una revista que había sido fundada por el bibliotecario Trébutien, en colaboración con un primo del joven escritor). Durante más de un cuarto de siglo (concretamente, desde aquel año de 1832 hasta el de 1858), Barbey d'Aurevilly y el susodicho Trébutien permanecieron unidos por firmes vínculos de amistad que dieron lugar a una intensa y copiosa correspondencia, hoy en día imprescindible para conocer los postulados estéticos e ideológicos del atrabiliario escritor normando. Además, la relación con este destacado animador cultural permitió al joven escritor publicar también, junto a sus trabajos periodísticos, sus primeros textos de ficción en la Revue de Caen, en cuyas páginas vio la luz la primera narración de Barbey d'Aurevilly, una novela corta titulada Léa.

Esta obra primeriza del autor de Saint-Sauveur-le-Vicomte no alcanzó gran difusión, pero sí lo hizo su siguiente novelita, escrita por aquellas mismas fechas y publicada, algún tiempo después, bajo el título de Le cachet d'onyx. Se trata de una ficción romántica de inspiración autobiográfica, basada en su reciente fracaso amoroso en el intento de conquistar a una mujer que atendía al nombre de Louise Cantru des Costils. Al tiempo que se enzarzaba en esta penosa aventura sentimental, el joven Jules-Amédée completaba sus estudios de Leyes en la Universidad de Caen, en la que obtuvo su título de licenciado en agosto de 1833. Poco después, valiéndose de la fortuna que había heredado de su abuelo (aquel acaudalado chevalier de Montressel en cuya casa había venido al mundo el escritor), Barbey d'Aurevilly viajó de nuevo a París para instalarse finalmente en la Ciudad del Sena, en donde, bien relacionado en los mentideros artísticos e intelectuales de la capital francesa, empezó a escribir con rigor y asiduidad, aunque sin preocuparse por dar a los tórculos sus obras (pues la herencia recibida le permitía vivir con holgura sin la necesidad de andar pendiente del fruto de sus escritos). Simultáneamente, se iba adentrando en la agitada vida política parisina y escorándose poco a poco hacia unas posiciones conservadoras partidarias del orden del Antiguo Régimen y contrarias a las convicciones democráticas difundidas por toda Francia a raíz de la Revolución de finales del siglo XVIII; fruto de esta defensa de los privilegios de que gozaban los estamentos sociales superiores de antaño fue su adopción definitiva, en 1836, del apellido d'Aurevilly, con el que anunciaba públicamente la condición aristocrática de su linaje.

Entre románticos exaltados y románticos católicos y tradicionalistas, Jules-Amédée Barbey d'Aurevilly tomó partido por los segundos y participó activamente en las tertulias, los salones y los debates culturales e ideológicos del París del segundo tercio del siglo XIX, avalado por sus exquisitos modales y su amena y brillante conversación. Pronto se convirtió en una de las figuras asiduas en los principales salones literarios del momento -como los de Madame de Fayet y Madame de Vallon-, en los que hizo gala no sólo de sus firmes convicciones antidemocráticas y su singular capacidad intelectual, sino de una tendencia progresiva al refinamiento extremo en lo referido a cualquier detalle de su indumentaria, avalado también por sus propias circunstancias familiares (su hermano Ernest, que acababa de contraer matrimonio, poseía todos los privilegios del mayorazgo, mientras que su hermano León había tomado los hábitos: a él le quedaba reservado, pues, dentro de la familia, el papel del artista sensible, exquisito, extravagante y mundano). Estaba, además, fascinado en aquel tiempo por dos modelos universales del Romanticismo inglés, a los que procuraba emular en los salones románticos parisinos: el poeta lord Byron (1788-1824) y el dandy George Brummell, figura -esta última- a la que llegó a dedicar un minucioso ensayo publicado por Trébutien en 1844.

Consiguió, en fin, su propósito de encarnar por aquel tiempo el paradigma del dandismo en Francia, pero sin descuidar por ello la atención extrema a una obra literaria que, con el paso del tiempo, habría de propiciar que no fuera únicamente recordado por su elegante -bien es verdad que, para muchos, rebuscada y estrafalaria- manera de vestir, sino también por la coherencia de sus ideas, la libérrima fantasía de sus textos y la variada riqueza verbal de que hacía gala tanto en su lenguaje oral como en su obra escrita. El ejercicio del dandismo llevaba aparejada la asunción de un cierto malditismo que, sumado a su extravagancia en el vestir, le llevó a ser mal visto en los sectores más reaccionarios de su familia; pero el escritor, atento sólo al amplio protagonismo que había alcanzado ya en la vida pública de la capital, no se arredró por estas críticas de sus parientes y siguió desplegando una intensa actividad intelectual que fue quedando plasmada en algunas de las principales publicaciones de su tiempo, como las revistas Le Nouvelliste, Le Globe y Revue du Monde Catholique, en la última de las cuales llegó a ocupar un puesto fijo como redactor. Fruto de esta fecunda actividad periodística fueron no sólo sus excelentes trabajos de crítica, sino también algunas de sus obras creativas que vieron la luz entre las páginas de diferentes publicaciones periódicas, como las narraciones tituladas L'amour impossible, La bague d'Annibal, Les prophètes du Passè y Les dessous de cartes d'une partie de whist, esta última presentada más tarde como la primera entraga de su celebérrima colección de narraciones publicada bajo el título de Les diaboliques (Las diabólicas, 1874).

En la prensa periódica vio la luz también la narración Une vielle maîtresse, obra que cosechó, a la par, el aplauso entusiasta de quienes sabían apreciar las innegables cualidades de Barbey d'Aurevilly como escritor, y las críticas furibundas de los que se indignaban por sus ideas políticas y sus convicciones morales. En cualquier caso, la aparición de esta obra supuso la definitiva consagración del autor normando entre las grandes celebridades literarias de mediados del siglo XIX, aunque, a partir de entonces, cualquier publicación suya habría de suscitar enconadas polémicas entre sus partidarios y sus detractores. Entretanto, el ya maduro Jules-Amádée había conocido a la baronesa de Bouglon, a la que él mismo apodó "Ange blanc" ("Ángel blanco"), y bajo cuya influencia logró apartarse de sus forzada pose "malditista", recuperar su antiguo fervor religioso (de un catolicismo ultramontano) y reconciliarse, incluso, con aquellos miembros de su familia que se habían alejado de él durante sus años de mayor extravagancia. A pesar del larguísimo noviazgo que mantuvo con la Baronesa -a la que también llamaba, ya en su edad provecta, "ma éternelle fiancée" ("mi eterna novia")-, Barbey d'Aurevilly jamás llegó a contraer matrimonio con ella.

La aparición, a comienzos de los años cincuenta, de L'ensorcelée (La hechizada, 1852) confirmó la calidad literaria de la prosa de Barbey d'Aurevilly, cada vez más inserta en una vieja tradición romántica claramente adscrita a la estética regionalista (que, en su producción particular, se materializaba en argumentos, situaciones, leyendas y personajes propios de su Normandía natal). Entre narración y narración, el escritor normando seguía desplegando una incesante actividad periodística que le condujo, en 1860, a iniciar el reagrupamiento todos sus artículos en una vasta recopilación titulada Des oeuvres et des hommes (Sobre las obras y los hombres), integrada a la postre por veintitrés volúmenes que fueron apareciendo durante más de cuarenta años (1860-1902), muchos de ellos después de la muerte del autor. Por medio de los mil trescientos artículos que conforman esta extensa recopilación de su quehacer periodístico -centrados en los temas más diversos, pero con predominio de los contenidos políticos y temáticos y de la crítica literaria-, Barbey d'Aurevilly se presenta como un escritor apegado férreamente a un romanticismo exaltado que, sumado a la tensión reaccionaria de sus convicciones religiosas, le convierten en un intelectual verdaderamente singuralizado en la época en que le tocó vivir, marcada por la irrupción de nuevas corrientes estéticas e ideológicas (como el Realismo, el Naturalismo y el Positivismo) contra las que el autor normando se empecinó en seguir luchando anacrónicamente hasta el final de sus días. Individualizado, además, del resto de los escritores de su generación por la exuberancia formal de su prosa, se erigió -aupado por esa condición de raro que ya se había ganado también por sus modales y su indumentaria- en el último baluarte de un romanticismo arcaico y exasperado como el del ya citado lord Byron, y en el bastión postrero del pensamiento del conde de Maistre (1753-1821), quien se había significado en su tiempo por su enconada condena a la Revolución Francesa y sus propuestas de regresar al absolutismo y reunificar todas las iglesias cristianas.

En la década de los sesenta aparecieron otras narraciones de Barbey d'Aurevilly que mantuvieron incólume su prestigio como prosista; entre ellas, cabe destacar Le Chevalier des Touches (1864) y, de manera muy especial, Une prête marié (Un cura casado, 1865), obra que despertó las iras del estamento eclesiástico, a pesar del probado catolicismo del autor normando. Tres años después de la aparición de esta famosa novela de Barbey d'Aurevilly se produjo un seria crisis en las finanzas del escritor, ya que la muerte de su padre, Théophile Barbey, sacó a la luz las numerosas deudas que venía arrastrando la familia, que se vio obligada a malvender sus posesiones solariegas en Saint Sauver-le-Vicomte. Años después, ya en plena vejez, el escritor hubo de alojarse en Valognes durante sus frecuentes visitas a su querida tierra normanda.

Un nuevo escándalo relacionado con su escritura de ficción tuvo lugar a mediados de la década de los setenta, cuando dio a la imprenta la que está unánimemente considerada por críticos y lectores como su obra maestra. Se trata de Les diaboliques (Las diabólicas, 1874), una espléndida colección de narraciones breves que, marcadas por los rasgos más representativos de ese romanticismo oscuro, misterioso, pasional y desgarrado que constituía el único referente estético de Barbey d'Aurevilly, fueron consideradas por los sectores más conservadores de la sociedad francesa -entre los que, paradójicamente, se hallaba el propio escritor normando- como una auténtico ataque contra la moral y los valores de la sociedad establecida. Tras la publicación de Las diabólicas, sus escandalizados detractores consiguieron que Barbey d'Aurevilly fuera llevado a un proceso judicial bajo la imputación de haber corrompido con su obra la moral pública; entretanto, el escritor no se cansaba de proclamar que el ataque contra él y contra esta obra no era más que un ajuste de cuentas de la sociedad del momento contra la estética romántica -de la que se consideraba ya el último representante-, y, sobre todo, que quienes le habían llevado ante los tribunales estaban vengándose, en la figura del novelista, del rigor, la dureza y la severidad con que el crítico había juzgado sus obras. Y es que, en efecto, Barbey d'Aurevilly era conocido, respetado y temido entre sus coetáneos por sus despiadadas opiniones como crítico literario, entre las que cabe recordar aquí alguna tan acertada como su defensa a ultranza de los valores literarios de la poesía de Baudelaire (1821-1867), y alguna tan poco afortunada como su descalificación de la prosa de Flaubert (1821-1880).

El expediente judicial incoado contra Jules-Amédée Barbey d'Aurevilly pronto quedó sobreseído, a falta de argumentos jurídicos más razonables que el mero escándalo moral suscitado por Las diabólicas entre sus detractores. Sin embargo, estos ataques tan directos hicieron mella en el escritor de Saint-Sauveur-le-Vicomte, que habría de dejar que transcurrieran ocho años hasta decidirse a ofrecer nuevos volúmenes de Des oeuvres et des hommes, ante el temor de recrudecer las iras de sus enemigos. Ya en plena vejez, en 1879 conoció a Louise Read, quien, convertida en su secretaria, consagró todos sus afanes a los últimos años de la vida del escritor, y se empeñó en reanudar la publicación de dicha recopilación de sus artículos, que volvieron a pasar por la imprenta -merced al tesón de esta mujer- en la década de los años ochenta. Ella fue la heredera universal de la obra de Barbey d'Aurevilly, y en buena medida la responsable de que el autor normando recuperara, ya septuagenario, su afición a la prosa de ficción, género en el que volvió a adentrarse con su habitual audacia y pericia con la narración titulada Une histoire sans nom. Ce que ne meurt pas (1883), versión definitiva de una obra que había comenzado a escribir hacía casi medio siglo -concretamente, en 1835- bajo el título de Germaine.

Entretanto, ya recuperado del susto que le había ocasionado su citación en los juzgados, el Barbey d'Aurevilly anciano había recuperado todo el renombre y el esplendor de los años pasados, y seguía siendo en París el máximo exponente de la conversación aguda, refinada e ingeniosa, así el árbitro de la elegancia y el paradigma indiscutible de la apariencia y la personalidad del dandy. El pequeño apartamento parisino en que vivía desde la muerte de su padre y la venta de los bienes familiares seguía siendo asiduamente frecuentado por jóvenes artistas, escritores e intelectuales que acudían a conocer al maestro, a someter sus obras al terrible juicio del maestro y a recibir sus consejos, tanto en materia creativa como en lo referente a la moda en el vestir y el comportarse en público. Así, rodeado de sus admiradores y consagrado como una anacrónico modelo vivo de un período de la historia plenamente superado (el Romanticismo), continuó viviendo en su reducido piso de París hasta que un derrame cerebral acabó con él en la primavera de 1889.

A modo de recapitulación de las obras ya mencionadas e información sobre las que no se han citado en parágrafos superiores, se ofrece a continuación el desglose de los títulos que conforman la edición de las Oeuvres romanesques complétes (Obras narrativas completas) de Barbey d'Aurevilly publicadas por el prestigioso sello L'Edition de la Pléiade, en dos volúmenes, a mediados del siglo XX. Tomo I (1964): Le cachet d'onyx, Léa, L'amour impossible, La bague d'Annibal, Une vieille maîtresse, L'ensorcelée, Le chevalier des touches y Un prêtre marié. Tomo II (1966): Les diaboliques, Le rideau cramoisi, Le plus bel amour de Don Juan, Le bonheur dans le crime, Le dessous de cartes d'une partie de whist, A un dîner d'athées, La vengeance d'une femme, Une histoire sans nom, Une page d'histoire, Ce qui ne meurt pas, Du dandysme et de George Brummell, Memoranda, Poèmes y Pensées détachées.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.