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LiteraturaBiografía

Azevedo, Manuel Antônio Álvares de (1831-1852).

Poeta, narrador y traductor brasileño, nacido en São Paulo el 12 de septiembre de 1831 y fallecido en Río de Janeiro el 25 de abril de 1852. En su asombrosa precocidad -falleció a los veinte años de edad, dejando inédita una producción literaria tan interesante como fecunda-, está considerado como una de las figuras cimeras del Romanticismo en las Letras de su nación, donde se le conoce por el apelativo de "el Byron brasileño".

Vida

Su peripecia vital, marcada por la angustia, las tribulaciones y las contradicciones internas, está rodeada por un halo de dudas e invenciones que contribuyen a reforzar la dimensión legendaria de su figura. Así, el mismo episodio de su venida al mundo es objeto de disputas y confusiones, ya que algunos biógrafos suyos sitúan su nacimiento en una sala de la biblioteca de la Facultad de Derecho de la Universidad de São Paulo (como si el destino se hubiera complacido en subrayar la singular relación que el neonato habría de mantener con el mundo de los libros), mientras que otros estudiosos de su vida y obra aseguran que su alumbramiento tuvo lugar en la residencia que su abuelo materno, Severo Mota, poseía en São Paulo.

Sus padres -ambos muy jóvenes cuando le concibieron- pertenecían a sendas familias de la alta sociedad brasileña. Ella, Maria Luísa Mota de Azevedo, vivía en São Paulo; y él, Inácio Manuel Álvares de Azevedo, se había instalado en dicha ciudad para cursar estudios superiores de Leyes en la Facultad de Derecho de su prestigiosa universidad. En 1833, cuando el pequeño Manuel Antônio sólo contaba dos años de edad, su familia se trasladó a Río de Janeiro, donde habría de transcurrir la mayor parte de la vida del poeta. Allí sobresalió muy pronto por su apabullante capacidad intelectual, que los psicólogos y pedagogos actuales no dudarían en atribuir a un niño superdotado.

Al cumplir los nueve años (1840), el pequeño Manuel Antônio ingresó en el Colegio Stoll, donde inmediatamente sorprendió a sus profesores y compañeros por los saberes que había acumulado a tan temprana edad. Erigido en el alumno más aventajado del Centro, continuó ampliando sus conocimientos hasta que, en 1844, hubo de interrumpir sus estudios en dicho colegio para retornar a São Paulo y permanecer, durante un año entero, bajo la tutela de un tío suyo, hermano de su progenitora.

A su regreso a Río de Janeiro, el jovencísimo Azevedo se matriculó en el no menos prestigioso Colegio Pedro II, donde quedó interno hasta 1848. Allí tuvo la fortuna de contar, entre sus maestros, con el gran poeta carioca Gonçalves de Magalhães (1811-1882), autor del celebérrimo poema "Suspiros Poéticos e Saudades", por el que ha pasado a la historia como el introductor del Romanticismo en las Letras brasileñas. Merced al magisterio de este y otros profesores, Álvares de Azevedo egresó de dicho Centro de estudios con el título de Licenciado en Letras, y con un perfecto dominio -a sus dieciséis años de edad- del latín, el francés y el inglés, lo que le permitió zambullirse de lleno en las obras de los principales autores clásicos de la Literatura universal.

A esta sólida formación literaria contribuyó el propio Azevedo leyendo con fruición, de forma autodidacta, los libros de autores clásicos y contemporáneos que su madre y su hermana le conseguían en sus frecuentes viajes a Europa. Así, era todavía un adolescente cuando ya conocía a la perfección las páginas más brillantes de Dante, Shakespeare, Goethe, Byron, Lamartine, Heine, George Sand, Allan Poe y, entre otros, del francés Musset; y, al mismo tiempo, leía y estudiaba con inusitado provecho las obras de los principales filósofos antiguos y modernos, y se adiestraba en otras muchas materias humanísticas, como el Arte, la Historia y la Música.

En el transcurso de aquel mismo año de 1848 en el que obtuvo el grado de Licenciado en Letras, el joven Álvares de Azevedo viajó nuevamente a São Paulo, ahora para seguir los pasos de su padre y matricularse en la Facultad de Derecho (la misma Faculdade Jurídica do Sul en la que, según una tradición posterior, se había producido su propio orto). En sus aulas volvió a hacer patente el alcance de su innata capacidad intelectual, a la que ya se sumaba el vasto acopio de conocimientos que había ido acumulando en el internado Pedro II. Pronto quedó perfectamente integrado en la intensa vida artística y literaria de la gran urbe, donde participó en la fundación de una de las publicaciones culturales más relevantes de la primera mitad del siglo XIX: la Revista Mensal da Sociedade Ensaio Filosófico Paulistano.

Comenzó entonces a publicar, en periódicos y revistas literarias, algunos poemas, artículos y discursos que, a la postre, habrían de constituir el único material propio que Álvares de Azevedo vio impreso en vida. Durante aquellos felices años de estudios universitarios en su ciudad natal, el joven poeta estableció estrechos lazos de amistad con otros escritores noveles como José Bonifácio (el Joven), José Aureliano Lessa y Bernardo Guimarães, con los que llegó a fundar una especie de agrupación secreta o sociedad privada estudiantil que enriqueció profundamente la vida literaria paulista, a la par que resquebrajaba los valores morales tradicionales de algunos de los retoños de las mejores familias de la sociedad "bienpensante".

Se trataba de la denominada Sociedad Epicúrea, cuyo ideario anteponía la búsqueda del placer por encima de cualquier otra actividad. Al parecer -y aunque este dato haya sido negado por los biógrafos más conservadores de Azevedo-, este grupo de jóvenes cultos, bohemios, audaces y decadentes convocaba constantes francachelas orgiásticas en las que tenía cabida toda suerte de prácticas desinhibidas, incluidos ciertos juegos sexuales depravados que relacionan indiscutiblemente a Azevedo con la tendencia homosexual. Y muchos estudiosos de su obra han creído ver, con contrastado rigor, en esta tortuosa orientación sexual del poeta romántico una de las causas de la constante propensión de su poesía a la tribulación morbosa, la angustia interior y la tensión contradictoria.

Por aquellos años, los foros y cenáculos literarios de São Paulo estaban impregnados de un fervor romántico que, emulador de las modas y tendencias procedentes de Europa, ponía en lo más alto de un pedestal a lord Byron y, en general, a toda su escuela de imitadores ingleses; e idolatraba asimismo a otras figuras precipuas del romanticismo europeo, como el francés Musset y el alemán Heine (autores todos ellos que, como ya se ha indicado más arriba, figuraban entre los predilectos del poeta de São Paulo). En medio de este rico y fecundo caldo de cultivo, el joven Azevedo -que, sin renunciar jamás a su rigurosa educación el la mejor tradición clásica, continuaba profesando auténtica devoción a los grandes genios del pasado como Shakespeare, Dante e Goethe- se fue revelando como uno de los poetas románticos más intensos y originales de su generación.

En sus versos, marcados por la melancolía, la zozobra interna y la presencia constante de la muerte -que venía ensombreciendo su existencia desde mucho tiempo atrás, cuando sufrió el terrible mazazo de perder a un hermano de corta edad-, laten constantemente esos demonios interiores que, sumados a su perfil de poeta maldito, justifican sobradamente el remoquete de "Byron brasileño" por el que ha pasado a la historia de las Letras de su nación.

Pero hay, además, otras circunstancias de la realidad -ajenas a esa concepción tétrica y morbosa de la existencia (esplín) que le acreditaba como un típico artista de su tiempo-, que contribuyeron a acentuar la dimensión trágica y maldita de su leyenda, y a perfilar con pinceladas detallistas el contorno nítidamente romántico de su figura. Entre ellas, por ejemplo, las dos sombrías oraciones fúnebres que, poco antes de su propio deceso, se encargó de escribir y pronunciar en público para llorar las muertes de sendos compañeros de aula, muertes que le sumieron en una profunda zozobra espiritual en la que a cada paso afloraban los presentimientos de su inminente desaparición (como dejó bien atestiguado en sus poemas postrimeros). Y está, además, para acabar de esbozar un prototipo paradigmático del artista romántico, la delicada salud que acompañó inseparablemente al poeta desde su más tierna infancia, plasmada -cómo no- en graves afecciones pulmonares de origen tuberculoso, y acentuada por los excesos de su vida disoluta y -todo hay que decirlo- por su generosísima entrega al esfuerzo intelectual.

Así las cosas, al concluir el cuarto curso de Derecho Manuel Antônio Álvares de Azevedo marchó a Río de Janeiro para pasar las vacaciones junto a su familia y buscar, en la dulzura de la costa carioca, un clima más benigno para su ya muy deteriorada salud. Los cuidados y atenciones que le prodigaron los suyos, aliados con esa suavidad de la temperie costera y con su alejamiento de la vida depravada que llevaba en São Paulo, recobraron el ánimo y el vigor físico del poeta, hasta el extremo de invitarle a practicar ciertas actividades deportivas de relajación y esparcimiento. Un día salió a dar un paseo a caballo por las calles de Río, y en el transcurso de la marcha sufrió una caída que, según algunos de sus biógrafos, le produjo una grave lesión en la fosa ilíaca que derivó en un tumor y complicó fatalmente su tuberculosis pulmonar. En opinión de otros, el malogrado Azevedo ya padecía tan mortífera dolencia, y la caída que sufrió en Río de Janeiro no hizo otra cosa que ponerla de manifiesto ante los facultativos que le atendieron. Y aún quedan otros estudiosos de su vida y obra que aseguran que el óbito del poeta se debió a un error fatal de esos galenos, que no supieron detectar, oculta tras la crónica dolencia pulmonar del joven escritor, una aguda inflamación del apéndice que degeneró en peritonitis y acabó realmente con su breve existencia.

Sea como fuere -pues también a propósito de su fallecimiento abundan las controversias, para acabar de configurar la complejidad legendaria de su figura y poner un broche cíclico a las especulaciones que arrancan con su nacimiento-, lo cierto es que el desventurado poeta, tras muchas jornadas de terribles padecimientos y una infructuosa intervención quirúrgica que se le practicó sin anestesia alguna, expiró, en brazos de su progenitor, al promediar la tarde del 25 de abril de 1852, después de haber pronunciado, a guisa de frase lapidaria, una exclamación que bien puede servir de síntesis a su corta y desventurada andadura vital: "¡Qué tragedia, padre!".

En sus honras fúnebres, su desconsolado amigo Joaquim Manuel de Macedo -considerado el primer prosista del Romanticismo brasileño- leyó en voz alta el bellísimo e inquietante poema "Se eu morresse amanhã" ("Si yo muriese mañana"), que Álvares de Azevedo había escrito apenas treinta días antes, atormentado por las oscuras premoniciones de su muerte: "¡Si yo muriese mañana! / Si yo muriese mañana, vería al menos / cerrar mis ojos a mi triste hermana. / Mi madre de nostalgia moriría / si yo muriese mañana. / ¡Cuánta gloria presiento en mi futuro! / Qué aurora de porvenir y qué mañana! / Yo perdería llorando esas coronas, / si yo muriese mañana. / [...] / Pero ese dolor de la vida que devora / el ansia de gloria, el dolorido afán... / ¡El dolor en el pecho enmudecerá al menos / si yo muriese mañana!".

Obra

Autor precoz donde los haya habido, Manuel Antônio Álvares de Azevedo, avalado por su espléndida formación académica y sus abundantes lecturas, escribió, a los diecisiete años de edad, una espléndida versión en lengua portuguesa del quinto acto de Otello, de William Shakespeare. Por aquel tiempo firmó también una espléndida traducción de Parisina, de Byron, al tiempo que comenzó a adquirir un asombroso -para su edad- prestigio académico merced a dos lúcidos discursos que pronunció entre 1849 y 1950. En el primero de ellos, abordó con singular clarividencia el espinoso asunto de la misión que han de cumplir el poeta y la poesía; y en el segundo se ocupó de un asunto más terrenal, aunque no menos controvertido: el papel político desempeñado por las Academias.

Simultáneamente, el joven escritor paulista iba pergeñando una rica e intensa producción poética que, compuesta en el breve período que se extiende desde su ingreso en la Facultad de Derecho hasta la fecha de su trágica desaparición (1848-1852), acabaría por situarle a la cabeza del movimiento romántico en Brasil. Inédita en el momento de su muerte, esta labor creativa de Álvares de Azevedo fue publicada por vez primera en forma de libro al cabo de un año de su óbito, cuando vio la luz en Río de Janeiro el volumen titulado Poesias. Lira dos vinte anos (Poesías. Lira de los veinte años, 1853).

Este poemario formaba parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso, concebido por Azevedo y sus compañeros de farra y andadura literaria Aureliano Lessa y Bernardo Guimarães. Se trataba de As três liras, un volumen colectivo que pretendía mostrar el quehacer poético de los enfants terribles de la vida literaria paulista de mediados del siglo XIX. Desde un punto de vista filológico, Lira dos vinte anos posee el innegable valor de ser la única colección de versos de Azevedo seleccionada y preparada por él mismo (aunque conviene tener presente que, en sucesivas ediciones de esta obra, se fueron incorporando nuevas composiciones inéditas a medida que iban siendo descubiertas).

En esta interesantísima muestra de la poesía romántica brasileña en estado puro, Álvares de Azevedo se presenta como un poeta de hondas tribulaciones intimistas, marcado por esa rara complacencia en la tristeza y la melancolía que fue bautizada por los ingleses con el, a partir de entonces, vocablo universal de spleen (en castellano, "esplín", y esplim en la lengua vernácula del malogrado poeta paulista). Pero, con todo, su innegable propensión a la angustia, la desilusión y la melancolía queda matizada -como un primer rasgo de originalidad en su obra- por una sutil concesión a la esperanza, que aparece representada en sus versos por el cariño con que, en ocasiones, Azevedo evoca los lazos familiares (y, en especial, las figuras de su madre y su hermana).

Un segundo rasgo de originalidad -que, en el conjunto de la producción lírica de los románticos brasileños, bien puede señalarse como la auténtica marca distintiva de la poesía de Álvares de Azevedo- viene cifrado en la irrupción, en la segunda parte de la Lira dos vinte anos y en el restos de sus composiciones, de la ironía, la agudeza e, incluso, la sátira. Poeta de lo divino a la hora de abordar la transcendencia de algunos temas clásicos de la lírica universal (como el amor, la muerte, la religión, los sueños, etc.), y de lo humano cuando se complace en presentarse como la encarnación de todas las perversiones, el escritor de São Paulo sabe explotar también este filón terrenal de su personalidad literaria recurriendo a registros satíricos en los que tienen cabida las críticas a la religión y al estamento eclesiástico, la burla del indianismo y el nacionalismo, e, incluso, las diatribas concretas contra la desidia de los políticos locales (así, v. gr., cuando denuncia airadamente en su obra Macário el pésimo estado en que se hallan las calles de São Paulo).

Por esta vía de la ironía, la agudeza y la crítica satírica, la obra de Álvarez de Azevedo se enriquece profundamente y cobra una dimensión genuina y original, en la que hay lugar también para la contemplación burlesca del propio quehacer literario (a través de la autoparodia, el diálogo jocoso con la propia obra, la desacralización de temas y motivos, y, en definitiva, el sostenido proceso de auto-representación caricaturesca que introduce -por extraño que pueda parecer- en la poesía romántica ciertos procedimientos que traen a la mente la eficacia satírica del carnaval).

Aparte de la Lira dos vinte anos, la producción literaria de Álvares de Azevedo comprende otra recopilación de los poemas breves que dejó inéditos al morir, titulada Poesias diversas; los poemas extensos, de carácter narrativo, "O poema do frade" ("El poema del fraile") y "O conde Lopo" ("El conde Lopo"); la extraña pieza Macário, de acusado carácter fantástico, que el propio Azevedo catalogó como "tentativa dramática"; los relatos terroríficos compilados bajo el título de A noite na taverna (La noche en la taberna), donde la constante aparición de monstruos y seres fantasmagóricos pone de manifiesto la vertiente más byroniana de Azevedo; la tercera parte de la novela colectiva O livro de Fra Gondicário; así como diversos estudios sobre Literatura e Historia de Brasil y Portugal, ensayos sobre autores extranjeros (Lucano, George Sand), artículos y discursos varios y un total de sesenta y nueve epístolas.

Bibliografía

  • CÂNDIDO, Antônio. "Álvares de Azevedo, ou Ariel e Caliban", en Formação da literatura brasileira (São Paulo: Martins, 1969), t. 2, págs. 189-193.

  • MOISES, Carlos Felipe. "Álvares de Azevedo", en Poesia e realidade (São Paulo: Cultrix/Secretaria de Cultura, Ciencia y Tecnología, 1977), págs. 83-89.

  • RICHA, Hildon. Álvares de Azevedo: anjo e domonio do romantismo (Río de Janeiro: José Olympio, 1982).

  • SOARES, Angélica. "Álvares de Azevedo: uma poética do velamento", en Ressonâncias veladas da lira. Álvares de Azevedo e o poema ramântico-intimista (Río de Janeiro: Tempo Brasileiro, 1989); págs. 67-95.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.