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Ávila Villafañe, Julio Enrique (1892-1968).

Poeta, narrador, periodista, químico y profesor universitario salvadoreño, nacido en la ciudad de San Miguel (capital del departamento homónimo) el 4 de agosto de 1892, y fallecido en la ciudad de San Salvador el 27 de mayo de 1961. En la más pura tradición humanística del Renacimiento, supo aunar los saberes científicos con su vocación literaria, al tiempo que desplegaba una intensa labor en otros ámbitos tan diferentes entre sí como el de la industria, la administración pública, el periodismo y la docencia.

Fruto del matrimonio formado por León Ávila y Virginia Villafañe -perteneciente a la elite industrial salvadoreña-, recibió desde niño una esmerada formación, tan completa como variada, lo pronto habría de permitirle desarrollar su carácter de humanista fecundo y polifacético.

Cursó estudios superiores de Química y Farmacia en la Universidad Nacional de El Salvador, donde obtuvo el grado de doctor en ambas materias en 1914. A partir de entonces, intensificó su dedicación al cultivo de la literatura, sin dejar por ello de atender otras obligaciones profesionales.

Tras haber contraído nupcias, el 19 de septiembre de 1915, con Lydia Orozco, se consagró durante un tiempo al periodismo, siempre en el ámbito de la prensa cultural. Así, fundó a finales de 1916 la revista Cenit, de la que fue director, cargo que también ocupó en Revista del Istmo (en cuya fundación también había participado). Por aquel tiempo se dio a conocer como escritor, por medio de un poemario titulado Fuentes del alma (San Salvador, 1917), al que pronto sumó una obra en prosa, Los sueños de Alvarado (San Salvador, 1919), a la que el propio Julio Enrique Ávila denominó "novela de grandes amores".

Merced a estas dos obras primerizas y a su brillante papel en las revistas literarias mencionadas en el párrafo anterior, el escritor de San Miguel adquirió un cierto prestigio intelectual que propició su incorporación, a finales de 1921, al conocido diario salvadoreño La Prensa, a la sazón el medio más difundido de la capital. Allí, en calidad de responsable de la sección literaria del periódico, Julio Enrique Ávila tuvo ocasión de entablar contactos con las figuras más destacadas de la intelectualidad salvadoreña del momento; entre ellas estaban Juan Ramón Uriarte y Migue Ángel Espino, a los que se unió el humanista de San Miguel para sacar adelante un ambicioso proyecto editorial concebido como una vía de divulgación de los principales autores nacionales y extranjeros.

Simultáneamente, Ávila desplegaba una fructífera actividad docente que le condujo a ocupar la cátedra de Química y Farmacia en la Facultad de Ciencias de su antigua alma mater, donde también fue decano y secretario general (1928). Muchos años después, cuando se creó en dicho centro de estudios superiores la Facultad de Humanidades, Julio Enrique Ávila se convirtió en su primer decano (1948-1950).

A finales de la década de los años veinte empezó a interesarse vivamente por la política y la vida pública. Nombrado cónsul de El Salvador en Checoslovaquia en 1928, continuó viajando por Europa y, en mayo de 1929, llegó a Sevilla en calidad de delegado salvadoreño en la Exposición Internacional que tuvo lugar en la capital andaluza. A su regreso a El Salvador, fue designado subsecretario de Instrucción Pública durante el breve gobierno del ingeniero Arturo Araujo, y más adelante representó también oficialmente a su país en el I Congreso Farmacéutico Centroamericano (celebrado en Guatemala en 1936).

Seguía, entretanto, componiendo una interesante obra literaria, enriquecida con nuevos títulos poéticos como El poeta egoísta (San Salvador, 1922), El vigía sin luz (San Salvador, 1927) y El mundo de mi jardín (San Salvador, 1927). Este último poemario, considerado unánimemente por críticos y lectores como su obra maestra, fue elogiado por algunos de los escritores españoles e hispanoamericanos más importantes de su tiempo, como la poetisa chilena Gabriela Mistral -galardonada, en 1945, con el primer Premio Nobel que se concedía a un autor de la América hispana-, el genial poeta peruano José Santos Chocano, y el celebérrimo escritor y pensador español Miguel de Unamuno, quien envió a Julio Enrique Ávila una carta, escrita de su puño y letra, en la que celebraba la calidad de su poesía. Desde su segunda edición, El mundo de mi jardín se alhaja con esta epístola unamuniana a guisa de prólogo.

Su condición de humanista polifacético quedó bien patente a comienzos de la década de los años treinta, cuando además de ser conocido por sus escritos literarios y periodísticos, su labor docente y su dedicación a la política y la diplomacia, alcanzó gran notoriedad en todo el país como impulsor del cultivo del henequén, una planta originaria de México que habría de proporcionar un notable impulso a la industria textil salvadoreña. El propio doctor Ávila, haciendo gala de esa tradición industrial de su familia, fundó en 1932 la fábrica Cuscatlán, productora de sacos elaborados con la fibra procedente del henequén.

Su dilatada trayectoria en la vida pública y en la empresa privada salvadoreña se enriqueció con otros cargos y nombramientos como el de director de la radio nacional YSS "Alma Cuscatleca" (1937); asimismo, fue director del rotativo El Diario de Hoy (1941-1944), jefe de la sección de Archivo y Propaganda del Ministerio de Relaciones Exteriores; y titular de esta misma cartera ministerial en 1944, durante en el gobierno provisional del general Andrés Ignacio Menéndez.

A comienzos de 1952, Julio Enrique Ávila Villafañe fue uno de los fundadores del Partido Demócrata. Además, fue miembro del Instituto Salvadoreño de Cultura Hispánica (institución que presidió entre 1955 y 1963), de la Academia Salvadoreña de la Lengua (donde ocupó el sillón señalado con la letra F, y de la Academia Salvadoreña de la Historia (de la que fue director entre 1960 y 1965). El gobierno francés le concedió la Cruz de la Legión de Honor en 1944, a raíz de sus brillantes gestiones como Ministro de Relaciones Exteriores de El Salvador.

Colaborador asiduo en numerosos periódicos y revistas del ámbito geocultural hispanoamericano -y, especialmente, en el rotativo La Prensa, de Buenos Aires-, el doctor Ávila incrementó su producción literaria con algunos escritos ensayísticos tan notables como El himno sin patria: ensayo sobre el origen de la música y su acción social -concebido inicialmente como texto para una conferencia, y más tarde publicado en forma de libro en San Salvador (1936) y traducido con notable éxito al alemán por la escritora Siever Johanna Meyer Abich (1951)-, El alma popular de nuestra universidad 1841-1941 (San Salvador, 1941) y El Pulgarcito de América (obra de carácter cívico-social, hallada entre sus papeles póstumos).

En 1957, Julio Enrique Ávila se vio afectado por una grave dolencia que aconsejó su internamiento en la Policlínica Salvadoreña de la capital del país. Tras un tiempo de permanencia en dicho centro, el humanista de San Miguel viajó, en compañía de su esposa, hasta a los Estados Unidos de América, donde logró restablecerse de su enfermedad en un prestigio centro hospitalario de Nueva Orleáns. Sin embargo, a su regreso a El Salvador su salud experimentó un empeoramiento que le obligó a nuevos períodos de hospitalización, entre los que cabe reseñar, a lo largo de 1960, un complejo tratamiento en una residencia sanitaria de México. Durante más de diez años, estuvo luchando a brazo partido contra su enfermedad, que había conseguido alejarle de las numerosas actividades practicadas por él desde su juventud. Finalmente, perdió la vida en un nosocomio salvadoreño el 16 de noviembre de 1968. En memoria suya, el auditorium de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Salvador fue bautizado con su nombre en 1998, al igual que se había procedido en 1961 con una escuela pública de la pequeña población de La Reina (en el departamento de Chalatenango).

Obra

Desde los inicios de su trayectoria literaria, Julio Enrique Ávila intentó buscar nuevas fórmulas poéticas en el terreno de la estructura y la construcción del poema, pero sin renunciar a esa estela del modernismo tardío que lastró las obras de tantos otros poetas hispanoamericanos de su generación. Así, por un lado logró romper, en parte, con herencia de una métrica demasiado anquilosada ya por el abuso que habían hecho de ellas los numerosos imitadores de Rubén Darío; pero sin renunciar a otros muchos aspectos formales, estilísticos y temáticos de la lírica tradicional que habían sido asimilados por los modernistas hispanoamericanos (como, por ejemplo, la rima consonante, presente en la mayor parte de las composiciones del doctor Ávila).

Buen conocedor, además, de la poesía que, en su tiempo, se estaba escribiendo en Francia, España y otras naciones de Europa, Julio Enrique Ávila intentó incorporar algunas de las novedades de la literatura europea contemporánea a la tradición lírica centroamericana heredada de la generación anterior. En este aspecto, cabe ubicarlo entre los primeros representantes del post-modernismo en América.

Respecto a los rasgos estilísticos más singulares de su obra, cabe destacar, en primer lugar, su acierto en el cultivo de la prosa poética en El mundo de mi jardín, conjunto de escritos que pueden situarse a medio camino entre el relato breve de hondo aliento lírico y el poema prosificado. Ávila ya había ensayado este género en otro de sus libros mayores, El vigía sin luz, obra catalogada por el crítico Luis Gallegos Valdés como "novela dramatizada". Dedicada "a todos los pordioseros que imploran por el cuerpo y los que piden por el espíritu", esta obra muestra, en parte, las preocupaciones sociales del poeta del San Miguel, quien se interesa por los problemas de sus conciudadanos, pero sin profundizar demasiado en un las causas políticas y económicas de la miseria de los desfavorecidos. Su mirada es, por el contrario, la típica del hombre ilustrado perteneciente de una clase social privilegiada, que aborda la injusticia social desde el paternalismo convencional cristiano.

En el momento de su muerte, Julio Enrique Ávila Villafañe dejó inéditas varias obras que incrementan notablemente el conjunto de su producción literaria. Se trata de los poemarios Los ritmos desnudos y Poemas del dolor irreverente; las colecciones de prosas poéticas Un alma frente al espejo y Palomas y gavilanes; del libro de estudio e investigación Génesis de los himnos de América; de Galerías -obra descrita por el propio Ávila como "vidas, almas y obras"-; de la narración Mensajes de utopía -un intento de crear una primera novela regionalista salvadoreña-; y del ya mencionado ensayo El Pulgarcito de América.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.