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FilosofíaBiografía

Avicena (980-1037).

Filósofo y científico árabe, Avicena, cuyo nombre original era Abu 'Ali al-Husayn ibn 'Abn Allah ibn Sina, continúa la línea del sincretismo filosófico adoptada por Alkindi y Alfarabi. Bajo la influencia de Aristóteles, los neoplatónicos y los estoicos, lleva a cabo una síntesis precursora de lo que luego serán las sumas en el apogeo de la escolástica cristiana. Fue tal su influencia que puede decirse que la elaboración de la escolástica latina, en sus términos y en sus ideas, es inseparable de su filosofía.

Avicena.

Vida y obra.

Avicena nació en Afshanah, cerca de Bujara (Irán). Su padre, que pertenecía a la administración samánida, lo educó con esmero en Bujara. Dotado de gran inteligencia y de una extraordinaria memoria, Avicena a los catorce años superó a sus maestros. Por su propia cuenta estudió las ciencias naturales y la medicina. A los dieciocho años dominaba todas las ciencias conocidas de tal forma que, según él mismo confiesa, ya no pudo progresar más que en madurez de espíritu. Gracias a que curó al emir del Khorasan, se le permitió el acceso a la magnífica biblioteca de los primeros samánidas. A los veintiún años escribió su primer libro de filosofía. Después de la muerte de su padre, para ganarse la vida ocupó varios puestos administrativos, implicándose así en política. Siempre permaneció fiel a sus ideas y convicciones personales, lo cual le valió envidias y persecuciones e incluso la cárcel. Huido de ésta, pasó catorce años de relativa tranquilidad en la corte de Ispahan, donde murió durante una expedición del príncipe 'Ala 'al-Dawla.

No se conoce exactamente el número de sus obras, pero se sabe que su producción (en persa y sobre todo en árabe) fue inmensa. Se vio obligado a escribir en circunstancias muy incómodas, en medio de viajes y guerras, y sin tener delante las obras de que hablaba, valiéndose solamente de su memoria. Algunas de sus obras fueron destruidas, como El libro del juicio imparcial, que estudiaba veintiocho mil problemas. Otras se han perdido, o quizás existan manuscritos todavía desconocidos en las bibliotecas orientales. Por otro lado, resulta difícil a veces definir su autoría respecto a algunas obras. Actualmente no podemos estar seguros del pensamiento definitivo de Avicena en filosofía, el cual, probablemente, se hallaba contenido en su Filosofía oriental, de la que sólo nos ha llegado un fragmento.
Sus principales obras conocidas son: Canon de la medicina -que es una Summa clara y ordenada de todo el saber médico de la época-; en ella logró conciliar los principios médicos de Hipócrates y Galeno con las teorías biológicas de Aristóteles; Suma filosófica, una verdadera enciclopedia del aristotelismo dividida en cuatro partes: lógica, física, matemática y metafísica; Libro de las normas y anotaciones; Libro de la ciencia para 'Ala, escrito en persa, a petición del príncipe 'Ala al-Dawla; y una parte de la lógica de su Filosofía oriental, que es lo poco que se conoce de esta gran obra. Escribió también algunos relatos simbólicos, algunos poemas como el famoso Poema del alma, y puso en verso algunos resúmenes de medicina y de lógica.

Doctrina filosófica.

Esencia y existencia.

Para los filósofos de la Edad Media, Avicena era el filósofo del ser en cuanto existencia, pero también es el filósofo de la esencia. Toda su metafísica se construye en torno al problema del origen del ser o existencia, y de su transmisión a la esencia. La primera constatación cierta que formula el espíritu humano es la de la existencia. A esa certeza llega por medio de la percepción sensorial. Si por un absurdo nos viéramos privados de toda percepción sensible, todavía podríamos afirmar nuestra existencia. De alguna forma es algo así como un Cogito ergo sum de Descartes. Para Avicena esta afirmación fundamental se explica por medio de la intuición (que es uno de los métodos más familiares a esta inteligencia extraordinaria), y por medio de su concepción del alma como inteligencia "separada". Este ser-existencia aparece en la reflexión como sin propia razón de ser. Por sí misma ella no es más que posible. La existencia le viene dada por una esencia que se da en concreto. Esto significa Ser en acto puro, y por lo tanto necesario. Respecto a las criaturas, el creador es la Causa primera. Se le ha acusado a Avicena de creer en la univocidad del ser, porque salta del ser creado al ser increado, aunque rehúse poner a Dios tanto en el género de sustancia como en el de ser. No obstante, Avicena tiene muy claro que el ser creado no puede recibir el mismo nombre que el ser increado, a no ser por analogía.

El problema de la creación.

Avicena, para explicar el origen del mundo no parte de una voluntad libre de Dios, según el dogma hebreo, cristiano y musulmán, sino que parte de un Ser necesario en todos sus modos, y por lo tanto también como creador. El Ser necesario produce una inteligencia, la cual, por ser causada, ya no es simple, sino compuesta de ser y de conocimiento. Así se introduce la multiplicidad en el mundo. De ella proceden otras Inteligencias que van animando las diversas esferas según el sistema cósmico de Ptolomeo, hasta que el proceso se detiene en la décima y última Inteligencia, el dator formarum de la traducción latina, que es el principio de las almas humanas y del mundo sublunar, y también el Entendimiento agente.

La materia y el alma.

La materia es concebida negativamente, es un elemento de división; por sí misma no participa del ser, es el no-ser y, por tanto, elemento del mal. Es elemento de división y de individualización. Recibe las formas que le da el Entendimiento agente. Se da a entender así una especie de preexistencia metafísica de las formas en el Entendimiento agente. El alma humana cae del mundo intelectual a este mundo material. Este es el tema del poema El alma. Pero el alma conserva una vida intelectual que le viene de arriba. Sigue unida al Entendimiento agente y gracias a esa unión puede desarrollar el conocimiento. Distingue en éste cuatro grandes abstracciones: la sensación (aprehensión no material por medio de los sentidos), imaginación (que abstrae de la materia), aprehensión estimativa (que libera ideas particulares no sensibles) y, por último, la aprehensión intelectual propiamente dicha, el universal. El alma, convertida transitoriamente en forma del cuerpo humano, volverá después de la muerte al mundo intelectual donde seguirá teniendo su propia vida, y donde conservará intacta su individualidad.
A este movimiento descendente del ser, corresponde un movimiento ascendente: el amor y el deseo que sube de toda criatura hacia su Principio. Esta hermosa concepción, sin embargo, no es mística, sino metafísica y, en cierto sentido, también física. Se trata ante todo de explicar el movimiento eternamente circular de las esferas celestes. El hombre también tiende hacia su propio principio, pero, gracias a su alma racional, lo realizará mediante un movimiento consciente de conocimiento y de amor hacia el Entendimiento agente que le dio su alma y que ilumina su espíritu.

Inmortalidad y religión.

Según el grado de preparación que en esta vida haya alcanzado el alma, así será la profundidad en que ésta disfrutará después de la muerte, del conocimiento de los inteligibles. Si no está preparada, en castigo será privada de este conocimiento. Si está totalmente preparada, llegará a conocer al Ser necesario, llegará al más alto conocimiento de Dios, representado como el Rey creador. Hay que advertir que Avicena no ha descrito estas etapas como un alma que se entrega a Dios, sino como un espíritu curioso y comprensivo. Esto no quiere decir que haya que menospreciar el sentimiento religioso de Avicena. Al contrario. Él es un creyente, con una profunda seriedad y un intenso esfuerzo por armonizar su filosofía con su fe, aunque no siempre lo consiga.

Influencia en Occidente.

En el campo de la medicina su influjo fue universal durante muchos siglos. Baste recordar que su libro Canon de la medicina sirvió de texto en las facultades de medicina hasta el s. XVI. En filosofía no fue tan amplia, pero sí más duradera. A mediados del s.XII fue traducida una buena parte de la Suma. Esto quiere decir que todo el pensamiento filosófico de entonces fue alimentado por Avicena, que era tomado como un mero comentarista de Aristóteles. Durante algún tiempo gozó de una admiración absoluta. Se veía en él el complemento de Aristóteles en muchos temas, colocándole por este motivo en la línea neoplatónica y agustiniana. En 1210 se prohibió en París la enseñanza de Aristóteles y sus seguidores, prohibición que se prolongó hasta 1231. Avicena volvió a ocupar el puesto que le correspondía en el pensamiento de Occidente gracias al uso que de él hace Alberto Magno en sus compilaciones científicas, y ese lugar fue confirmado también por la importancia que le dio Santo Tomás, sobre todo en sus primeras obras. (Más adelante, a medida que Santo Tomás se va consolidando, cita menos a Avicena). Su influencia fue también muy notable en la mística española y alemana.

Autor

  • CCG.