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FilosofíaMúsicaBiografía

Arteaga, Esteban de (1747-1799).

Jesuita español dedicado a la Estética. Nació en Moraleja de Coca (Segovia), y no en Madrid, aunque el autor gustara de llamarse matritense, el 27 de diciembre de 1747 y murió en París el 30 de octubre de 1799. Tras ser expulsado de España con sus compañeros de orden, se estableció en Bolonia, donde estudió Filosofía. En 1769, abandonó la Orden sin llegar a recibir el orden sacerdotal. Vivió después en Venecia y Roma, aunque fue en Bolonia donde publicó en 1783 su obra principal: Le rivoluzione del teatro musicale italiano dalla sua origine fino al presente, obra con la que entra de lleno en la polémica sobre la naturaleza de la música y su papel en el teatro, que tanta importancia había de tener en el desarrollo de la música en etapas posteriores. Es la de Arteaga una de las obras más amplias y comentadas al respecto.

Situado en la línea de los sensualistas y los empiristas, en especial de Locke, propone Arteaga una música que se mantenga al servicio del texto sin pretender alcanzar excesivo protagonismo. En su oposición a la utilización de la música como lenguaje autónomo, intuye Arteaga ese posible desarrollo musical, contra el que lucha por considerarlo pernicioso para los hombres que, en lugar de pensar con el texto, se limitan a sentir con la música. De este modo, enuncia de forma clara, aunque sea para prohibirlo, el ideal de la música del Romanticismo que, a través de la Filosofía de Kant, entrará en el campo de la composición ya en la última etapa del Clasicismo.
La crítica de Arteaga abarcaba también a la ópera tal y como se presentaba en aquel momento en Italia: como una suma de números aislados más que como una trama desarrollada de principio a fin. Con ello, y a pesar de lo anterior, se anticipó a la idea de la ópera como obra de arte total que apareció durante el Romanticismo.
Pensionado por la corona y protegido por el embajador español ante la Santa Sede, José Nicolás de Azara, protector de numerosos jesuitas que abandonaron la Compañía, viajó con él por Italia durante los años de la invasión napoleónica y, más adelante, a Francia, donde falleció de forma repentina.
Con todo, la obra de Arteaga no se limita a la estética musical, aunque sea éste el aspecto que más ha destacado de su producción. Son otras obras suyas: Del gusto presente in letteratura italiana (1784); Dialoghi tra il signore Stefano Arteaga e Andrea Rubini in difesa della letteratura italiana (1786); Carta a D. Antonio Ponz sobre la filosofía de Píndaro, Virgilio, Horacio y Lucano (1789); Della influenza degli arabi sull' origine della poesía moderna in Europa (1791); Pinturas de Antonio Allegri, nombrado el Corregio, existentes en Parma en el monasterio de San Pablo (1800); Lettera dell' abate Stefano Arteaga alla contessa Isabella Teotochi Albrizzi intorno la Mirra y, sobre todo, sus Investigaciones filosóficas sobre la belleza ideal considerada como objeto de todas las artes de imitación (1789), obra que, a pesar de sus valiosísimas intuiciones, no tuvo éxito en Europa, tal vez por el escaso conocimiento del español. La obra parte de la mímesis, entendida como recreación y no como copia, para distinguir dos conceptos de belleza: la genérica, inasible, y la que se convierte en modelo arquetípico para las artes. Es esta segunda la que interesa a Arteaga, si bien para negarla. Arteaga cambió el concepto al admitir posibilidades como la influencia de la personalidad del autor o del medio en que vive, la posibilidad de encontrar materia artística en lo feo y lo reprobable, o la crítica al racionalismo que, unida a la valoración del sentimiento, amplía las posibilidades del arte, e intuyó, como sucedía con sus comentarios sobre música, la que será estética del Romanticismo.
Todo ello, no obstante su importancia, no constituye sino comentarios marginales que muestran a Arteaga como un hijo de su siglo, con una mente abierta a las posibilidades del arte que se muestra en la síntesis de neoplatonismo, sensismo y prerromanticismo que lleva a cabo en la elaboración de su pensamiento.

Autor

  • Gerardo Fernández San Emeterio