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LiteraturaBiografía

Aranda Nicolás, Rosa María (1920-2005).

Poetisa, narradora, dramaturga y periodista española, nacida en Zaragoza en 1920 y fallecida en su ciudad natal el 21 de septiembre de 2005. Además de cultivar con notable acierto la literatura y el periodismo, sobresalió como deportista en las modalidades de esquí y natación, y se convirtió en una de las pioneras en la emancipación de la mujer en la España contemporánea. En reconocimiento de sus muchos méritos, sus paisanos le dedicaron una calle en su Zaragoza natal.

Vino al mundo en el seno del matrimonio formado por Manuel Aranda -un industrial partidario de la Monarquía, que comerciaba con maderas y viajaba constantemente por todo el mundo- y María Nicolás -un mujer de ideología republicana, muy aficionada a la lectura, que inculcó su amor a los libros a todos sus hijos-. Fue la cuarta de seis hermanos.

Su niñez y juventud estuvieron marcadas por diversos desplazamientos en los que, siguiendo a su familia, tuvo ocasión de impregnarse de las costumbres y los modos de vida de diferentes lugares de España. Así, pronto pasó de Aragón al País Vasco, para afincarse durante algún tiempo en San Sebastián, donde apenas tuvo tiempo de dar sus primeros pasos antes de que los negocios paternos obligasen a toda la familia a un hacer una nueva mudanza.

Marchó, en efecto, a Madrid cuando sólo era una niña de corta edad, y allí, andando el tiempo, acabó siendo compañera de infancia y adolescencia del futuro premio Nobel Camilo José Cela (1916-2002) y, entre otros jóvenes llamados a convertirse en grandes protagonistas de la cultura española del siglo XX, de la actriz Amparo Rivelles (1925- ). Por aquel tiempo, animada ya por una incipiente vocación creativa, la joven Rosa María comenzó a frecuentar el estudio de pintura que ocupaba su hermana Pilar, donde pudo codearse con otros artistas e intelectuales de la época. También frecuentaba las tertulias del Casablanca y la famosa terraza del Ritz; además, entró en contacto con las principales figuras del mundo de la farándula, pues su inquieto progenitor probó fortuna como empresario teatral.

Manuel Aranda perdió mucho dinero en esta aventura empresarial, lo que, sumado al ambiente político tan enrarecido que se respiraba en el Madrid de 1936, le aconsejó retirarse con los suyos a Zaragoza. A su regreso a su ciudad natal, aún en plena juventud, la futura escritora empezó a trabajar como dependienta en la tienda regentada por su familia en la capital aragonesa. Luego cambió de oficio y se convirtió en enfermera, lo que le permitió viajar de nuevo por España, prestando sus servicios en diferentes centros sanitarios. Procuró siempre pasar largas temporadas a la orilla del Mediterráneo, en tierras levantinas de las que se confesó siempre enamorada (hasta el extremo de convertirlas en escenarios de muchos de sus textos de ficción).

Entretanto, Rosa María Aranda desplegaba un intensa actividad deportiva que, en la modalidad de natación, la condujo hasta la Selección Aragonesa, equipo con el que, representando a sus paisanos, llegó a competir en algunos campeonatos de España. Esta constante compaginación de la actividad intelectual con la deportiva -fue también una consumada esquiadora- habría de serle de gran utilidad al cabo de unos años, cuando comenzó a cultivar con asiduidad el periodismo.

A pesar de verse involucrada en tantas actividades laborales, deportivas y sociales, Rosa María Aranda siempre encontraba tiempo para dedicarse al cultivo de la Literatura, materia en la que se inició como lectora en plena niñez, después de que su madre le inculcara el amor a los libros. Muchos años después, a la hora de redactar sus memorias, la anciana escritora reflejaba así esta constante y prolongada relación con las Letras que marcó toda su vida: “Soy una escritora de vocación. Empecé muy jovencilla. He escrito comedias en prosa y dramas en verso, revistas atrevidas para vedettes y graciosos profesionales, novelas, relatos cortos y largos, poemas y artículos periodísticos con temas para todos los gustos: sobre fútbol, sobre deportes, sobre cosas que pasan todos los días, entrevistas a gentes famosas; he dado charlas y conferencias, he asistido a tertulias, sesiones de lectura y poesía, mesas redondas”.

Ante esta entrega total a la creación literaria -tanto en el ámbito de la ficción como en el de la no ficción-, no es de extrañar que su primera incursión en el terreno de la narrativa extensa, publicada bajo el título de Boda en el infierno (1942), cosechara de inmediato un notable éxito entre los lectores que propició su pronta conversión en un largometraje (igualmente aplaudido por la crítica y el público). Alentada por esta buena acogida que había tenido como novelista, Rosa María Aranda decidió dar un paso ciertamente arriesgado y, a comienzos de los años cuarenta, cuando aún no se hablaba en España del tráfico de drogas, abordó esta compleja lacra social en su segunda novela, titulada Cabotaje (1943). Esta obra también despertó el interés de la industria cinematográfica española, aunque, después de que una productora hubiera adquirido los derechos para llevarla al cine, no llegó a ser rodada. Y tampoco se llevó a la gran pantalla Tebib (1945), la tercera narración extensa de la escritor maña.

Casada con el militar y escritor Fernando de la Figuera, con el que fue madre de cinco hijos, Rosa María Aranda Nicolás no tuvo en cuenta la buena marcha de su matrimonio y su vida familiar para poner en cuestión la institución matrimonial en su cuarta entrega narrativa, una valiente y arriesgada novela publicada bajo el elocuente título de El grito (1950). Esta obra, que llegó a quedar finalista en cinco certámenes literarios de gran relieve en la vida cultural española de mediados del siglo XX, nunca llegó a publicarse debido al riguroso celo inquisitorial de los censores franquistas, que obligaron de paso a la autora zaragozana a redactar tres versiones distintas de la novela en cuestión. El motivo de escándalo para la censura era la libertad y claridad con que Aranda afrontaba el problema de la crisis matrimonial de sus protagonistas, adobada con un abandono de los hijos y del hogar conyugal, una apasionada relación amorosa adulterina, y otros ingredientes perturbadores -como un trágico suicidio- que se antojaban demasiado transgresores para la pacata moral de la España nacionalcatolicista y “bienpensante”.

A pesar de este y otros violentos “encontronazos” con la censura franquista, Rosa María Aranda continuó cultivando con vigor y entusiasmo la novela, género en el que, ya sexagenaria, alcanzó un notable reconocimiento en la década de los ochenta, con obras como Alguien en alguna parte y Esta noche y todas las noches, dos espléndidas narraciones galardonadas -respectivamente- con los premios Ciudad de Calatayud (1984) y Constitución (1989) -este último otorgado por la Junta de Extremadura.

Autora, además, de varios poemarios de notable calidad -entre los que cabe destacar los titulados Tiempo de cristal y Fiera solitaria-, Rosa María Aranda Nicolás cultivó también la narrativa breve en diferentes cuentos cortos y relatos extensos que publicó en algunas de las revistas literarias difundidas por su entorno geocultural, como El Español, Lecturas y Estafeta Literaria. Gran animadora de la vida cultural de su región, se sumó con entusiasmo -en calidad de miembro numerario- a la Agrupación Artística Aragonesa, y participó asiduamente en las tertulias literarias de Radio Zaragoza, así como en todos los foros y debates del “Taller de Teatro y Poesía Miguel Labordeta”, del Ateneo Zaragozano.

Sus principales trabajos periodísticos vieron la luz entre las páginas de diferentes diarios y revistas de su ámbito regional, como El Noticiero, Amanecer, Zaragoza Deportiva y Cierzo.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.