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Anglada i Sarriera, Dolors, o "Lola Anglada" (1892-1984).

Pintora, ceramista y escritora española, nacida en Barcelona el 29 de octubre de 1892 y fallecida en su ciudad natal el 12 de septiembre de 1984. Firmó sus obras plásticas y literarias con el nombre de "Lola Anglada". Humanista fecunda y polifacética, dotada de una honda sensibilidad artística y unas sinceras preocupaciones sociopolíticas que la llevaron a comprometerse firmemente con las causas progresistas que afloraron en la turbulenta etapa histórica que le tocó vivir, se distinguió como una de las mujeres más combativas del catalanismo republicano y llegó a convertir algunas de sus creaciones plásticas en auténticos símbolos populares de la resistencia antifascista.

El desarrollo de su innata vocación artística, manifiesta en ella desde su primera niñez, fue posible debido a la buena situación económica de su familia, perteneciente a la acomodada burguesía catalana. Muy pronto tuvo a su disposición varios maestros de pintura y dibujo que, como Antonio Utrillo -primo del gran pintor Miguel Utrillo- y Joan Llaverias, la iniciaron en los secretos de la ilustración paisajística, género en el que la pequeña Dolors Anglada descolló con asombrosa precocidad. En esta línea de acelerado aprendizaje, pasó después a tomar lecciones de dibujo del gran escritor e ilustrador barcelonés Apel·les Mestres, quien inculcó a la joven pintora la técnica figurativa de copiar flores y animales, con tal aprovechamiento por parte de Lola Anglada que pronto echó de ver su maestro la necesidad de que ingresara en la prestigiosa Escuela de la Llotja, especializada en la enseñanza de dibujo al natural. El acceso a dicho centro exigía, entre otras rigurosas pruebas, superar un especie de oposición a la que la pintora barcelonesa se enfrentó con notable éxito, por lo que fue admitida de inmediato; pero, comoquiera que la técnica de dibujo al natural implicaba la presencia en las aulas de modelos desnudos, las señoras de la activa Defensa Social barcelonesa lograron que Lola Anglada fuera expulsada de la Escuela de la Llotja tras haber alegado su minoría de edad.

Lejos de desanimarse por estas gazmoñas zancadillas morales, la joven pintora siguió ejercitándose en su vocación artística hasta que logró ver publicadas sus primeras ilustraciones, aparecidas en 1905 (es decir, cuando Dolors Anglada contaba trece años de edad) en la revista infantil Cu-cut! A partir de entonces, su firma comenzó a ser habitual en diferentes publicaciones de su ámbito regional, como En Patufet, D'Ací d'Allà, La Mainada, La Rondalla del Dijous y La Dona Catalana, y en 1911 tuvo ocasión de colgar una de sus primeras obras, titulada Ball de Festa, en la Exposició Internacional d'Art celebrada en Barcelona. Un año después, también en la Ciudad Condal, sumó sus obras a las de su antiguo maestro Joan Llaverias para exponer una muestra conjunta en la célebre Sala Parés, donde cosechó un éxito de crítica y público poco frecuente en aquella época en una artista española que acababa de cumplir los veinte años. Protagonista, ya por aquel entonces, de una ascensión vertiginosa en el panorama cultural catalán de comienzos del siglo XX, en 1916 consiguió exhibir su obra en su primera exposición individual, colgada en las paredes de las Galeries Laietanes; y, en el transcurso de aquel mismo año, fue admitida en la famosa Academia de Francesc Galí, en la que se encontró con otros artistas tan prometedores como el ceramista Lloréns Artigas y los pintores Enric C. Ricart y Joan Miró. Integrada, a partir de entonces, en los principales cenáculos plásticos catalanes, Lola Anglada llegó a compartir estudio, en su Barcelona natal, con el citado Miró.

Un año después de su ingreso en la Academia de Francesc Galí salieron de la imprenta los primeros libros ilustrados por la pintora barcelonesa, publicados bajo los títulos de Magraneta y Taronges d'or; y, al cabo de otro año, todos estos progresos se vieron refrendados por la obtención de una beca del gobierno francés, que le permitía instalarse en París y ampliar allí sus ya dilatados conocimientos plásticos. Por aquel tiempo, Dolors Anglada comenzó a enviar sus obras a algunos certámenes como la Exposición Nacional de Bellas Artes y los salones de Primavera y Otoño, pero otras inquietudes de mayor alcance (como el proyectado viaje a la capital francesa) la hicieron desistir del empeño de buscar el reconocimiento en esta suerte de convocatorias.

A la hora de partir hacia París, su padre se mostró firme en su oposición a que Dolors abandonara el hogar familiar, por lo que la pintora, tras mucho insistir, hubo de transigir con la imposición paterna de viajar a Francia acompañada de su madre. Aun así, su estancia en la capital gala fue harto provechosa, ya que tuvo ocasión de matricularse en la Academia de la Grande Chuamière y de entablar relación con personajes señeros de la cultura y la política catalanas, como el gerundense Josep Clarà y el barcelonés Julio González Pellicer -ambos escultores-, y el político de Vilanova i la Geltrú Francesc Macià i Llusà -llamado a presidir la Generalitat durante la II República, y a la sazón exiliado en Francia por sus desavenencias con el régimen político impuesto por el general Miguel Primo de Rivera-. En contacto con éste, Lola Anglada acentuó el ideario republicano que había alentado desde su juventud, y a su regreso a España se convirtió en una de las voces femeninas más destacadas del movimiento catalanista contrario al dictador y partidario del Estatuto de Autonomía.

En realidad, ese retorno a la Península Ibérica fue sólo el último capítulo de una serie de viajes constantes que, entre París y Barcelona, habían regulado la estancia de la pintora en territorio francés, debido a que su padre seguía exigiendo que pasara en la capital gala el menor tiempo posible. Al hilo de estos continuos desplazamientos, Dolors Anglada estableció contactos entre los sectores políticos progresistas de una y otra ciudad, lo que le permitió, cuando ya estuvo afincada de nuevo en Barcelona, afiliarse a la organización sindical UGT, integrarse en los colectivos radicales del feminismo y el catalanismo, y tomar parte activa en cuantos acontecimientos se organizaban con el objetivo de conspirar contra la dictadura de Primo de Rivera. Así las cosas, su nombre comenzó a ser popular después de sus airadas intervenciones en diferentes emisiones radiofónicas, y, muy especialmente, a raíz de la solicitud de firmas -promovida, entre otras feministas radicales, por la propia pintora- dirigida a las mujeres catalanas, en demanda de la amnistía de un grupo de catalanistas implicados en el denominado "complot del Garraf", y condenados a treinta años de reclusión bajo la acusación de haber participado en el atentado fallido contra un tren costero, en la primavera de 1925. La labor de Dolors Anglada y sus correligionarias fue tan encomiable, que en poco tiempo consiguieron reunir más de cuatro mil firmas que reclamaban la puesta en libertad de los condenados.

Al tiempo que se entregaba a esta frenética actividad en la vida pública de su ámbito catalán, Lola Anglada seguía desplegando una intensa labor artística e intelectual que la situó en la primera plana de la ilustración editorial tanto en Francia como en España. En Barcelona habían salido de los tórculos varios libros firmados por la artista local, como Contes de Paradís (1920) -que no sólo contaba con su aportación gráfica, sino que había sido escrito por la propia ilustradora- y una bellísima edición en lengua catalana de la obra maestra de Lewis Carroll, publicada bajo el título de Alícia en terra de meravelles (1927). Las cabeceras periódicas La Mainada y La Rondalla del Dijous seguían nutriéndose de sus colaboraciones plásticas, así como otras revistas como Virolet y, muy especialmente, La Nuri, una publicación fundada y dirigida (entre 1925 y 1926) por la propia Lola Anglada, y destinada a las jóvenes lectoras. Su prestigio como escritora cobró auge en 1928, cuando vieron la luz sus narraciones fantásticas tituladas En Peret y Margarida, ilustradas por ella, a las que vinieron a sumarse, en años posteriores, otros relatos de la autora y dibujante catalana dirigidos al público infantil: Monsenyor Llargandaix (1929) y Narcís (1930). Su éxito como escritora alcanzó sus cotas más altas en la década de los años treinta, cuando publicó nuevas narraciones infantiles que, como las tituladas Calvellina i Crisantem, El príncep teixidor y Ametllonet, tuvieron una enorme difusión en las librerías barcelonesas.

Entretanto, la calidad de sus ilustraciones no pasaba inadvertida en territorio galo, donde Lola Anglada fue contratada por varias editoriales que requerían sus colaboraciones para sus colecciones de libros de texto y narrativa infantil y juvenil. Trabajó para los sellos editores Nathan, Laffite, Roudanez y, sobre todo, Hachette, donde quedó encargada de ilustrar algunas de las obras más leídas de la famosa escritora decimonónica Sophie Rostopchin, Contemsse de Ségur, como Histoire de Blondine (1930), Le bon petit Henri (1931) e Histoire de Rosette (1932).

El gozoso advenimiento de la II República renovó los afanes políticos de Dolors Anglada i Sarriera, que apoyó sin reservas a su amigo Francesc Macià en el gobierno de la Generalitat y entabló relaciones con otros destacados políticos e intelectuales de sesgo catalanista, como el filólogo barcelonés Pompeu Fabra. Puso al servicio de la causa nacionalista sus dotes artísticas, colaborando con el dibujante Josep Obiols en la ilustración de Lectures per infants (1931), de Maria Assumpció Pasqual, un volumen dirigido a los escolares del país catalán y editado por la Associació Protectora de l'Ensenyança Catalana; pero no se contentó con aportar a la causa catalanista sus esfuerzos creativos, y trabajó también activamente en la política regional de la época, donde ocupó el cargo de Secretaria de Acció Cultural i Social dentro de la junta directiva del partido Unió Catalanista.

El estallido de la penosa Guerra Civil Española no la impulsó a despojarse de sus convicciones políticas, seriamente amenazadas por todos los sectores reaccionarios del país; antes bien, mientras seguía colaborando como ilustradora en las escasas publicaciones infantiles en lengua catalana que todavía salían a la luz (como Estel y Mirbal), aceptó un encargo del Comissariat de Propaganda de la Generalitat orientado a la producción de una obra que mantuviera vivo el espíritu catalanista. Fue así como salió de la imprenta, en plena contienda fratricida, la narración titulada El més petit de tots (1937), escrita e ilustrada por Dolors Anglada i Sarriera, obra que, reforzada por una canción homónima compuesta por la propia autora, pronto se convirtió en uno de los símbolos de la militancia antifascista catalana. La imagen emblemática de un muchacho con gorro frigio que, con el puño izquierdo alzado, enarbola la bandera catalana y arenga a sus compañeros milicianos para que no desfallezcan en la defensa de la patria se convirtió de inmediato en el mejor referente icónico del ideario revolucionario y de la oposición del catalanismo republicano a los regímenes totalitarios; en un símbolo que, muchos años después -ya en plena transición hacia la democracia- la propia Dolors Anglada definió como "el hijo de la Revolución [...], nacido, como una chispa, de la fragua donde nuestros hombres, tenaces y abnegados, forjan la gran obra humana y regeneradora de la liberación de nuestro pueblo" (Diari de Barcelona, 24-V-1978).

Como era previsible, el triunfo en el conflicto bélico del bando reaccionario puso en serios aprietos a una artista valiente y comprometida que, además de haberse significado por esa actividad política y creativa descrita en parágrafos anteriores, había dejado estampado en varios óleos y dibujos un crudo testimonio personal del dramatismo de la guerra, compuesto por retratos y apuntes al natural de aguerridas milicianas, combatientes de las fuerzas anarquistas, soldados de la Brigada Karl Marx y voluntarios rusos de la célebre columna Tellman. Bajo la imputación de separatista, Dolors Anglada fue víctima de las persecuciones desatadas contra los rojos y se vio forzada a recluirse, atemorizada, en su domicilio barcelonés, donde logró instalar una prensa litográfica que le permitía seguir trabajando sin tener que salir a una vía pública en la que se sentía constantemente amenazada. La necesidad la obligó entonces a aceptar cualquier petición de los sectores conservadores que ostentaban su impúdica victoria -los únicos que, a la sazón, podían permitirse el lujo de hacer encargos artísticos-, por lo que, durante aquellos primeros años de la postguerra, sus dotes creativas se vieron sujetas a labores de tan hondo calado intelectual como el diseño de letras iniciales para las camisas de los vencedores o la realización -a petición de la abadía de Montserrat- de estampas conmemorativas de la entronización de la Virgen. Desolada por esta forzada reclusión y por el alarmante estado de postración en que había caído la cultura en España, decidió entregarse a un discreto exilio interior que la condujo a la masía que conservaba su familia en la pequeña localidad barcelonesa de Tiana, donde permaneció retirada de la vida pública durante todo el régimen dictatorial franquista.

Este forzoso retiro interior no supuso el silencio creativo de Lola Anglada, aunque sí introdujo -por mor de la celosa represión política, cultural y moral de los primeros años del franquismo- considerables variaciones en la temática de su producción plástica. Volcada, entonces, en la ilustración de lujosas ediciones destinadas al capricho de los coleccionistas bibliófilos, estampó su firma en las bellas carpetas litográficas de la serie Barcelona Vuitcentista (1948), que recogía las investigaciones realizadas por su compañero Francesc Curet, quien, hasta el momento de su muerte (sobrevenida en 1970) residió con la artista en la masía de Tiana. Ambos se centraron en el estudio de las costumbres y las formas de vida de sus paisanos remotos y contemporáneos, reflejadas en otras primorosas publicaciones como La Barcelona dels nostres avis (1949) y Visions barcelonines 1760-1860 (editada en diez volúmenes entre 1952 y 1958). Lola Anglada compaginó estos trabajos colectivos con la continuación de su trayectoria artística y literaria individual, que arrojó frutos tan sazonados como la colección de apuntes autobiográficos titulada La meva casa i el meu jardí (1958) o el relato Martinet (1962), con el que daba continuidad a ese universo de personajes catalanes populares que había empezado a crear a finales de los años veinte, a raíz de la escritura de En Peret (1928). Al mismo tiempo, procuró -dentro de los estrechos límites del exilio interior- no perder del todo el contacto con el desolado panorama cultural del momento, por lo que realizó algunas tareas de decoración y varios proyectos escenográficos; trabajos que, aunque no exentos de un aliento creativo procedente de la infatigable inspiración de la artista, también obedecían a la necesidad de procurarse el sustento mínimo para mantener su casa y atender los gastos de sus hermanas, que residían con ella en Tiana.

Así las cosas, en 1961 -cuando sólo le faltaba un año para alcanzar la condición de septuagenaria-, Dolors Anglada se decidió a salir ocasionalmente de su retiro interior para intervenir en un acto público en el que hizo generosa cesión, a la Diputación de Barcelona, de la magnífica serie de muñecas antiguas que atesoraba en su masía, producto de los desvelos coleccionistas de su padre y, una vez muerto éste, preservada e incrementada por la propia ilustradora. A esta desinteresada donación -que actualmente puede contemplarse en el Museu Romàntic de Sitges (Barcelona)- le siguió, poco después, la entrega al patrimonio catalán de su masía familiar de Tiana, pero esta vez a cambio de la compensación económica imprescindible para el sostenimiento de la anciana escritora y sus hermanas. Años después, los organismos públicos encargados de la gerencia de esta histórica mansión la convirtieron en restaurante-museo.

Estas borrascosas penurias económicas que amenazaban con ensombrecer sus últimos años de vida comenzaron a disiparse en el primer lustro de los años setenta, cuando la notoria debilidad del régimen franquista preludiaba ya unos aires de cambio político y apertura ideológica que, entre otras consecuencias benefactoras para el asolado campo de la cultura catalana, trajeron consigo la rehabilitación de la obra y la figura histórica de Dolors Anglada i Sarriera. En efecto, en 1973 la Diputación de Barcelona convocó unos certámenes anuales de dibujo que fueron bautizados con el nombre de la ilustradora barcelonesa, y, dos años después, la misma institución reconoció los valores de su obra con la concesión de la Medalla al Mérito Cultural. A partir de entonces, los honores rendidos a Lola Anglada se sucedieron, sin solución de continuidad, hasta el término de su longeva existencia: tras un emotivo homenaje que convocó, en torno a su figura, a toda la intelectualidad catalana de los albores de la transición (1977), la V Convenció de Cinema Infantil i Juvenil (1978) le otorgó la Venus de Barcelona. Dos años después, la veterana artista fue honrada con la Medalla del Foment de les Arts Decoratives (FAD), y en 1981 la Galería Laurent de Barcelona volvió a convocar a todos los medios artísticos y culturales catalanes en torno una magna exposición antológica de la extensa producción artística de la ilustradora local. En 1982 recibió una de las mayores distinciones concedidas en su tierra natal, la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, y al cabo de dos años, con motivo de la desaparición de la brillante artista y aguerrida luchadora cívica, la Caixa de Terrassa creó una serie de certámenes plásticos convocados bajo el nombre de "Premios Lola Anglada".

Bibliografía

  • CANALS, Enric: "Conversa amb Lola Anglada", en L'Avenç (Barcelona), nº 13, 1979, pp. 15-18.

  • GRANELL, Francesc: Lola Anglada, Barcelona: Nou Art Thor, 1988.

  • IBERO CONSTANSÓ, Alba: "Anglada i Sarreira, Dolors", en MARTÍNEZ, Cándida-PASTOR, Reyna-PASCUA, Mª José de la-TAVERA, Susana [directoras]: Mujeres en la Historia de España, Madrid: Planeta, 2000, pp. 396-400.

  • "El libro: un mundo mágico. 13 ilustradores exponen", Barcelona: Generalitat de Catalunya, 1994 (catálogo de la exposición realizada en la Sala Blanquerna de Madrid).

  • UCELAY DA CAL, Enric: La Catalunya populista. Imatge, cultura i política en l'etapa republicana (1931-1939), Barcelona: La Magrana, 1982.

  • VINTRÓ, Àngel-GASSÓ, Lluís: 50 dibuixants de Catalunya que formare època, Barcelona: Glossa, 1981.

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.