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LiteraturaBiografía

Angiolieri, Cecco (ca. 1260-ca. 1312).

Poeta italiano, nacido en Siena alrededor del año 1260, y fallecido en su ciudad natal en los primeros años de la segunda década del siglo XIV. Máximo representante de la corriente poética cómico-realista que floreció en Italia a finales de la Edad Media, dejó un agudo, brillante y jocoso legado literario que, en su mayor parte, se aleja de la dimensión trágica y sublime del dolce stil novo para ahondar, con bríos goliardescos, en los aspectos de la condición humana repudiados por los grandes poetas estilnovistas como Dante Alighieri, Cino da Pistoia o Guido Cavalcanti: exaltación de la vida material y terrena; celebración de las mujeres crueles, interesadas y demoníacas; búsqueda ansiosa del placer sexual; elogio de la riqueza; alabanza de la vida tabernaria; y, en general, canto a la sensualidad derivada de los placeres terrenales y lamento ante la inconstancia de la Fortuna (que se complace en privar de ellos a los hombres).

Vida y obra

Nacido en el seno de una familia acomodada que gozaba de una posición de privilegio en la vida comunal de la Siena de finales del siglo XIII (a la sazón, convertida en un floreciente núcleo de la burguesía mercantil y bancaria, merced a su ubicación en el cruce de las principales vías comerciales que iban hasta Roma), Cecco Angiolieri no dejó, empero, muchos testimonios fidedignos de su vida, por lo que resulta necesario reconstruir su azarosa peripecia vital por medio de los datos -más o menos veraces- que se desprenden de la lectura de su obra poética. La condición nobiliaria de su casa procedía, por un lado, del ilustre casato de los Salimbeni, al que pertenecía su madre; por vía paterna, del linaje de los Angiolieri, que, aunque de menos prosapia que el de los ascendientes maternos de Cecco, permitió a su progenitor medrar de forma apresurada en los principales círculos políticos, económicos, religiosos y militares de la Península Itálica: fue -muchos años antes de que naciera el futuro poeta- banquero del papa Gregorio IX, y miembro de la orden de los destacados Frati di Maria (o Frati Gaudenti); además, el progenitor de Cecco -profundamente odiado por su hijo a lo largo de toda su obra poética- formó parte de los dirigentes del Comune de Siena (los Signori) en 1257 y en 1273, y tomó parte activa en la guerra de Arezzo, en 1288, acompañado por el joven poeta. A pesar de esta reputada posición en la vida comunal de la ciudad, el retrato que de él nos ha legado Cecco no puede ser más satírico, cruel y despiadado.

Desde su temprana juventud, Cecco Angiolieri se fue forjando el aura de poeta rebelde y bohemio que, a la hora de su muerte (y durante muchos años después), todavía nimbaba su figura. Su aversión a cualquier forma de disciplina autoritaria quedó patente en 1281, cuando el joven Cecco, con poco más de veinte años de edad, fue multado en varias ocasiones durante el asedio al castillo de Turri (en Maremma), por haberse alejado sin permiso del real; poco después, volvió a ser multado por haber quebrantado el toque de queda, y en 1291 fue objeto de una grave acusación que le imputaba un delito de lesiones. Al parecer, antes de que concluyera el siglo ya había sido expulsado de Siena por razones políticas, circunstancia que volvió a producirse hacia 1303, cuando se vio obligado a cumplir en Roma un nuevo período de destierro, según se desprende de uno de los sonetos que dirigió a Dante ("Dante, si arrastro fama de goliardo, / tú, en maldecir, me pisas los talones; / [...] / voy de maestro, y tú me das lecciones; / yo me he vuelto romano, y tú lombardo").

Entretanto, su penosa administración de los bienes materiales que poseía, agravada por la inmisericorde tacañería de su padre -siempre según el propio Cecco-, le llevó a la ruina en varias ocasiones, hasta el extremo de que, a su muerte, sus hijos renunciaron a la herencia que les correspondía para no tener que afrontar las numerosas deudas que había acumulado el poeta a lo largo de su calamitosa existencia. Vivió, según el testimonio de sus contemporáneos y de algunos escritores posteriores que se ocuparon de su figura (entre ellos, Boccaccio, quien le pintó en el Decamerón como un personaje sobre el que, a los treinta o cuarenta años de su muerte, todavía pesaba una justa leyenda de crápula y bohemio irreverente), como un auténtico vagabundo, volcado hacia la vida de taberna, el juego de los dados y el amor de las mujeres más viles, en un ambiente plebeyo dominado por la blasfemia, la apuesta, la pendencia, el alcohol, el sexo y, sobre todo, la desconfianza y el engaño. Todo ello se advierte a través de la lectura de su producción poética, configurada como un cancionero -bien es verdad que escasamente idealista- cuyo hilo argumental permite recrear su desastrada peripecia vital.

En este contexto literario (que tampoco debe ser identificado plenamente con la auténtica situación personal del poeta), Cecco Angioleri se enamoró de Becchina, la hija de un humilde curtidor que, pese a su baja condición social, se opuso a las relaciones de la "dama" con el mal afamado poeta. Y surgió así la figura más original y deslumbrante (junto a la de su avaro padre) de la obra de Cecco: una "dama" que, situada en el polo opuesto de la donna angelicata de los estilnovistas, se mostraba de continuo cruel, avariciosa y deslenguada, y sólo dispuesta a compartir sus encantos con quienes supieran comprarlos con buenos y abundantes bienes económicos. Arruinado por el juego y el vino, y exprimido -en lo poco que le quedaba- por la avaricia de Becchina, Cecco cometió, además, la torpeza de dejarse seducir por otras mujeres ("Mas otra pera fresca me tentaba / y a morderla llegué en un mal momento [...]"), lo que a la postre acabó por provocar el rechazo total de su amada. Para intentar reconquistarla, el poeta sienés recurrió a todas las estratagemas posibles: reconoció su error, pidió perdón, recordó a Becchina que también ella le había engañado, y, sobre todo, deseó fervientemente la muerte de Messer Angiolieri, con la esperanza de recibir una suculenta herencia que sin duda habría de ablandar el duro pedernal del corazón de la "dama" ("Arrastro un pensamiento harto inútil: / tengo un padre viejísimo y tan rico // que espero muera de un momento a otro").

Pero el viejo no sólo no muere, sino que hace alarde de una salud de hierro que le permite administrar escrupulosamente su hacienda, lo que supone tanto como negar la más mínima cantidad de dinero al hijo perdulario, manirroto, bebedor, jugador y pendenciero. Consumada, finalmente, la traición amorosa de Becchina, ésta reconoce sin ambages que no ama al poeta ("-Cecco, aunque como Troya rica y fuerte / diésenme un ciudad, no la querría / si a cambio he de pagar por complacerte") y se casa con el rival de Cecco, quien a su vez se ve impulsado, por despecho, a buscar consuelo en el sacramento matrimonial. Pero su argucia le supone salir del fuego para caer en las brasas, pues su mujer se empecina en imponerle el mayor suplicio al que se le puede someter: el ahorro ("Espejo soy del sufrimiento humano, / y es mi dolor de tal naturaleza / que día y noche me embarga la tristeza, / pues mi mujer me embarga lo que gano // [...] // Y es que el ahorro es un castigo eterno: / es morir hoy para vivir mañana / y mañana vivir el mismo infierno"). Para colmo de males, su esposa no ve con buenos ojos sus frecuentes visitas a la taberna, y su padre sigue firme en el empeño de conservar su insufrible longevidad ("No puede ser, o es sólo un milagro, / que el padre mío nunca coma oro, / porque está sano y fuerte como un toro / y tiene ya ochenta y tantos años").

Cuando, por fin, sobreviene el óbito de Messer Angiolieri, Cecco se alegra tanto que se apresura a enviar un soneto a otro amigo suyo, también llamado Cecco, en el que celebra la ansiada desaparición del viejo tacaño y hace votos por que no tarde mucho en morir el avaricioso progenitor de su corresponsal ("No desespere el huésped del infierno, / pues de allí ya salió a luz del día / uno, de nombre Cecco, que creía / verse alojado en aposento eterno. // Pero mostró la suerte un rostro alterno / y, para permanente gloria mía, / despellejó a Angiolieri, que afligía / mis días en verano y en invierno"). Pero cuando el desinhibido poeta crea llegada la hora de gozar la anhelada fortuna del viejo, aparecen en el cancionero (y -hay que suponer- en su propia andadura real) nuevos personajes que se encargan de administrar la herencia del finado y privar a Cecco de la parte que legítimamente le corresponde; entre ellos, la más perversa es la madre del poeta, capaz de confabularse con dos falsos amigos de su hijo (Ciampolino y Mino Zeppa) para expoliar al desventurado heredero. Y a tanto llega la maldad de la viuda de Messer Angiolieri, que no duda en mancillar el buen nombre de su casa con -al menos- dos tentativas de asesinar a su propio hijo, ya sea ahogándole mientras duerme ("Descansaba en la cama la otra tarde / haciéndome el dormido, cuando vi / a mi madre acercarse impíamente / con un malvado rostro a asesinarme. // Sobre la cama se lanzó, ¡qué fiera!, / y de un zarpazo se aferró a mi cuello / apretando sus manos [...]"), ya envenenándole con el pretexto de administrarle un medicamento ("Estuve tan enfermo el otro día / que me quedé hasta mudo: perdí el habla / y mi madre intentaba mejorarme / con un veneno de tal fortaleza // que no hubiera a mí solo intoxicado / sino al mar [...]").

En esta tesitura, el malhadado Cecco "inicia (en palabras de uno de sus editores modernos, Juan Varela-Portas de Orduña) un descenso sin freno en el camino de la degradación y la miseria que lo lleva a la más intensa desesperación". Arrastra su penosa existencia por los tugurios más sórdidos de Siena, encadenado a los vicios del alcohol y el juego de dados, enamorado -ahora- de "un tal Corso" que pronto le reemplaza por otro "alegre y lindo compañero", y entregado a una febril actividad creativa que le impulsa a satirizar a cuantos personajes notables o anónimos se mueven en su entorno (el propio Dante; un oficial angevino "que es todo apariencia y nada sustancia"; un nuevo rico; una vieja rancia; etc.). Al final del camino, vuelve los ojos atrás para reconocer, desde el título de uno de sus últimos sonetos, que "De nada vale arrepentirse" ("Il senno di poi non val nulla"), por más que ahora se halle tocando fondo, solo y desamparado en medio de su degradación: "No vale lamentar agua pasada / ni decir luego: 'Esto querría haber hecho'. // [...] // Bajo caí, no puedo levantarme. / Nadie hay en el mundo tan cercano / que la mano me dé para ayudarme".

Pero este Cecco triste y abatido, resignado a sobrellevar penosamente sus últimos días de miseria y abandono, no es el poeta rebelde y maldito que ha pasado a la historia de las Letras italianas como un romántico y bohemio de la Edad Media, un decadente avant la lettre que supo transformar en material poético los lances más amargos de su rocambolesca existencia. A pesar de la hondura reflexiva de esos postreros testimonios, el Cecco más lúcido y sugestivo, el de mayor vigencia en nuestros días, es aquel joven inmoral, arrogante y agresivo que, entre burlas y veras, arremete contra todo y contra todos desde su radical y transgresora disconformidad con el mundo que le rodea: "Si fuese fuego abrasaría el mundo; / si fuese viento lo arrasaría; / si fuese agua lo anegaría; / si fuese dios iría a lo profundo; // si fuese papa lo sería jocundo, / que a los cristianos atosigaría; / si fuese emperador, ¿sabes qué haría? / El cráneo raparía a todo el mundo. // Si fuese muerte iría hacia mi padre; / si fuese vida huiría de su lado: / y otro tanto haría con mi madre. // Si fuese Cecco, como soy y fui, / acopiaría jóvenes y hermosas: / viejas y feas te dejaría a ti".

Véase Italia: Literatura.

Bibliografía

  • BOLOGNA, C. "Poesia del centro e del nord", en MALATO, E. (ed.): Storia della Letteratura Italiana (Roma: Salerno Ed., 1995), vol. I.

  • CAVALLI, Gigi. "Nota", en ANGIOLIERI, Cecco: Rime (Milán: Rizzoli, 1975).

  • PETRONIO, Guiseppe. Historia de la Literatura Italiana (Madrid: Cátedra, 1990).

  • STEINER, Carlo. "Cecco Angiolieri e i suoi sonetti", en ANGIOLIERI, Cecco: Il Canzoniere (Turín: Unione Tipografico-Editrice Torinese, 1928).

  • VARELA-PORTAS DE ORDUÑA, Juan. "Introducción: Cecco Angiolieri, poeta de la desemejanza", en ANGIOLIERI, Cecco: Si yo fuese fuego (San Lorenzo de El Escorial [Madrid]: Ediciones de la Discreta/Departamento de Filología Italiana de la Universidad Complutense de Madrid, 2000).

J. R. Fernández de Cano.

Autor

  • J. R. Fernández de Cano.