Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba (1507-1582)

Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, nacido el 29 de octubre de 1507 en Piedrahita (Ávila), pertenecía a una de las familias más antiguas y poderosas de la nobleza española. Era hijo de García Álvarez de Toledo, descendiente directo de Fadrique Álvarez de Toledo, el II Duque de Alba, y de Beatriz de Pimentel. Desde su nacimiento, Fernando fue designado para una vida de servicio en el ámbito militar y político, circunstancias que marcarían toda su trayectoria. La familia Álvarez de Toledo era originaria de la región de Castilla, con vastos dominios en torno a la sierra de Gredos, y el título más prominente que poseían, el de Duque de Alba, provenía de Alba de Tormes, en la provincia de Salamanca.

Su infancia estuvo marcada por la prematura pérdida de su padre, quien falleció en 1510, cuando Fernando apenas tenía tres años. El hecho de quedar huérfano de padre a tan temprana edad lo convirtió en el objeto de atención de su abuelo, el veterano Fadrique Álvarez de Toledo, quien asumió la responsabilidad de su educación y formación. Fadrique, además de ser un experimentado soldado, era un hombre de visión amplia, que entendía que la formación de su nieto debía ser integral, tanto en el ámbito de las letras como en el arte de la guerra.

La Educación del Duque: Influencias y Maestros

El Duque de Alba recibió una educación esmerada, que combinaba las enseñanzas clásicas con la formación en artes bélicas. En sus primeros años, fue instruido por un monje benedictino de Mesina, Bernardo Gentile, quien le impartió los primeros conocimientos en la lengua latina y en la obra de autores clásicos. Sin embargo, no sería hasta 1521 que se hizo cargo de su educación un dominico de Piacenza, llamado Severo. Bajo su tutela, Fernando no solo aprendió latín, sino también los principios del erasmismo, que influyeron en su forma de pensar y actuar, dándole una sólida base filosófica y cultural.

El propio Fadrique Álvarez de Toledo, además de preocuparse por su instrucción académica, lo llevó a participar en las numerosas campañas militares que emprendía, tanto por la defensa de sus dominios como por su compromiso con los intereses de la Corona. Esta formación práctica, sumada a las enseñanzas de figuras como Severo, permitió a Fernando combinar un vasto conocimiento de los textos clásicos con una sólida preparación militar. Un personaje que también marcó su vida fue el poeta y militar Juan Boscán, quien fue nombrado ayo de Fernando en 1520. Boscán, además de ser un excelente poeta, lo acompañó durante sus años de juventud y le inculcó el gusto por la literatura, lo que le permitió desarrollar una gran cultura, que, aunque no lo convirtió en un intelectual, sí lo hizo un hombre ilustrado y capaz de mantener conversaciones con los más destacados pensadores de su época.

El Primer Baño de Sangre: La Participación en la Guerra de Fuenterrabía

A la edad de 17 años, en 1524, Fernando Álvarez de Toledo tuvo su primer contacto con la guerra. Sin que su abuelo lo hubiera solicitado formalmente, se escapó de casa para unirse al ejército de Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, quien estaba participando en el asedio de Fuenterrabía. En esa campaña, Fernando demostró no solo valentía, sino también una madurez sorprendente para su edad, comportándose con un valor ejemplar. Tras la caída de la plaza, fue nombrado temporalmente gobernador de la ciudad, lo que no solo consolidó su reputación como joven militar prometedor, sino que también le permitió adquirir su primer aprendizaje práctico en el arte de la administración y el liderazgo.

Este primer éxito en el campo de batalla fue una señal de lo que estaba por venir. Desde ese momento, Fernando Álvarez de Toledo se afianzó como un joven con un futuro brillante en el ámbito militar y político, bajo la mirada atenta de su abuelo, que vio en él el futuro de la familia. La rápida ascensión de Fernando en la corte y su cercanía con los círculos de poder no tardaron en consolidarse, lo que marcaría el inicio de su carrera al servicio de la Corona.

El Matrimonio y La Proyección Familiar: Los Primeros Años de Vida Adulta

El 27 de abril de 1529, con tan solo 21 años, Fernando contrajo matrimonio con María Enríquez de Toledo, hija de Diego Enríquez de Guzmán, III conde de Alba de Liste. Este matrimonio, que consolidaba aún más la influencia de los Álvarez de Toledo en la nobleza española, dio como fruto cuatro hijos: García (1530-1548), Beatriz (1534), Fadrique (1537-1585, IV Duque de Alba), y Diego (1542-1583). El hecho de que sus hijos también siguieran la tradición militar familiar, especialmente Fadrique y Hernando, muestra cómo la familia Álvarez de Toledo priorizó la educación en las armas, aunque en los primeros años de vida del duque de Alba, esta dedicación fue más amplia y abarcó también los estudios literarios.

Sin embargo, la educación que él mismo había recibido no se replicó de la misma manera en la educación de sus hijos. Aunque la herencia intelectual de Fernando Álvarez de Toledo fue indudable, no les ofreció la misma formación humanística que él había tenido bajo la tutela de figuras como Luis Vives o Juan Boscán. Esto puede explicarse, en parte, por su dedicación a la carrera militar, que requería de su presencia constante en el campo de batalla o en la corte, lo que limitaba su capacidad para involucrarse en la formación de sus hijos de manera profunda.

El matrimonio con María Enríquez de Toledo también lo unió a otras casas nobiliarias de gran poder, como los Guzmán, lo que fortaleció aún más su posición dentro del panorama social y político de la época. Con el paso del tiempo, Fernando Álvarez de Toledo se fue consolidando como uno de los grandes nobles de Castilla, y su influencia se extendió más allá de los límites de su tierra natal.

En septiembre de 1531, a la muerte de su abuelo, Fernando heredó los títulos familiares: Duque de Alba, Duque de Huéscar, Marqués de Coria y Conde de Salvatierra. Con tan solo 24 años, ya se encontraba en el cenit de su carrera, heredando un patrimonio y una posición que le permitirían desarrollarse como uno de los militares más destacados de su tiempo. Fue en ese mismo año cuando recibió la llamada del emperador Carlos V, quien lo convocó para unirse a la lucha contra los turcos, una de las amenazas más importantes para el Imperio en ese momento.

El Duque de Alba como General Imperial

De la Liberación de Viena a la Conquista de Túnez

En 1532, con tan solo 25 años, Fernando Álvarez de Toledo comenzó su carrera militar al servicio del emperador Carlos V en uno de los escenarios más dramáticos y peligrosos de su tiempo: la amenaza del Imperio Otomano. El sultán Solimán I había lanzado un ataque masivo contra Viena, lo que puso en peligro el corazón mismo del Sacro Imperio Romano Germánico. En respuesta, Carlos V organizó una coalición de ejércitos europeos con el fin de liberar la ciudad y detener la expansión otomana hacia Europa central.

Fernando, acompañado por su amigo cercano, el poeta y militar Garcilaso de la Vega, se unió al ejército imperial. Sin embargo, al llegar a Viena, la situación cambió drásticamente. Los turcos, al ver que el invierno se aproximaba y que la resistencia de Viena estaba siendo más fuerte de lo previsto, decidieron retirarse antes de que las condiciones empeoraran. Aunque no llegó a combatir en esta campaña, la experiencia le permitió hacer una primera entrada en el círculo cercano del emperador Carlos V, quien se fijó en él por su capacidad para organizar y dirigir tropas.

Después de la retirada de los turcos, Carlos V volvió a Italia, y en 1535, el duque de Alba fue designado para unirse a la expedición contra los piratas berberiscos, liderados por el temido Barbarroja. Estos piratas habían estado atacando las costas del Mediterráneo, incluyendo el Reino de Nápoles y otras regiones de la península itálica. Aunque la participación de Alba en esta campaña fue menor que la de otros comandantes, su implicación le permitió tomar contacto con los altos mandos militares y afianzar su relación con Carlos V.

En esta expedición, la principal misión del duque de Alba fue realizar incursiones y asegurar el control de las costas frente a los ataques de los piratas. La batalla más destacada de este periodo fue la toma del fuerte de La Goleta, en Túnez, que se encontraba en manos del ejército de Barbarroja. Si bien las fuerzas del duque de Alba no fueron las principales en la operación, este fue un paso importante para afianzar su posición como líder militar dentro de las huestes imperiales.

El mayor logro de Fernando Álvarez de Toledo durante esta fase no fue tanto su participación directa en la batalla, sino su capacidad para establecer una red de influencia entre los comandantes italianos y los nobles cercanos a Carlos V. A lo largo de los años siguientes, Alba aprovechó sus contactos para tejer una red de clientelismo que lo posicionó favorablemente dentro de la corte imperial, y se convirtió en uno de los principales consejeros militares del emperador.

La Guerra Contra Francia: El Duque de Alba en el Conflicto Franco-Español

A partir de 1536, el duque de Alba comenzó a involucrarse de manera más directa en las tensiones entre España y Francia, dos grandes potencias rivales en la Europa de la época. Tras la victoria sobre los turcos, la atención de Carlos V se volvió nuevamente hacia el reino de Francia, cuyo rey Francisco I había lanzado varias incursiones en los territorios españoles en Italia. La guerra entre ambos países, que había sido recurrente desde hacía décadas, comenzó a intensificarse nuevamente.

El duque de Alba jugó un papel crucial en este conflicto, asumiendo varios roles tanto en el campo de batalla como en las negociaciones. Durante la campaña contra los franceses en 1536, Alba tuvo que enfrentarse a las fuerzas del rey Enrique II, hijo de Francisco I. En ese momento, Alba fue uno de los principales responsables de las operaciones en el sur de Francia y en los territorios italianos, siendo su misión mantener la seguridad de los dominios españoles en Italia y evitar que los franceses pudieran avanzar hacia el sur.

Una de sus contribuciones más destacadas durante esta guerra fue en 1538, cuando propuso un cambio de estrategia a Carlos V. Alba sugirió que, en lugar de continuar con el asedio de Marsella, que estaba fuertemente defendido por los franceses, sería más prudente concentrarse en Lyon, una ciudad que representaba un objetivo estratégico más accesible y de mayor valor a largo plazo. Sin embargo, el emperador desoyó su consejo, y se optó por un asedio infructuoso de Marsella, que terminó con una retirada de las fuerzas imperiales.

La muerte de su amigo Garcilaso de la Vega en una acción menor de la campaña fue otro golpe significativo para Alba, quien no solo perdía a un compañero de armas, sino también a un hombre que había sido un apoyo constante en su carrera militar. La relación de amistad entre ambos hombres fue profunda, y su muerte marcó un punto de inflexión emocional para el joven duque.

En la primavera de 1538, el duque de Alba participó en las negociaciones de paz con Francia, que culminaron en un tratado de paz temporal firmado en Niza. A pesar de los desacuerdos entre las dos potencias, el acuerdo permitió una breve tregua que duró hasta que las hostilidades se reanudaron poco después.

La Conquista de Argel y el Refuerzo de la Defensa de la Frontera Española

En 1541, una vez más bajo el mando de Carlos V, Fernando Álvarez de Toledo se dirigió a África del Norte para llevar a cabo una operación militar contra los piratas berberiscos que operaban a lo largo de las costas mediterráneas. Esta operación, que tenía como objetivo la toma de Argel, fue parte de un plan más amplio para frenar las incursiones de los corsarios y afianzar el control de España sobre el Mediterráneo occidental.

Aunque la expedición sufrió múltiples problemas logísticos y de coordinación, con la flota imperial sufriendo ataques por parte de los corsarios y las dificultades de avituallamiento, el duque de Alba demostró una vez más su capacidad para adaptarse a las circunstancias y liderar a sus tropas en condiciones extremas. A pesar de que la toma de Argel fracasó, la presencia de Alba en esta campaña consolidó aún más su reputación como líder capaz de actuar en los frentes más difíciles.

Sin embargo, los verdaderos logros del duque de Alba en esta fase de su carrera vinieron más tarde, cuando fue nombrado para una tarea crucial: la protección de la frontera española en los Pirineos y en el Rosellón. A partir de 1542, Alba asumió la responsabilidad de defender estas zonas clave contra los constantes ataques franceses, una tarea que requería no solo habilidades militares, sino también una profunda comprensión estratégica de la geografía y los recursos disponibles.

Una de las victorias más destacadas de Alba durante esta fase fue la defensa de la ciudad de Perpiñán en 1542, donde logró repeler el asedio francés liderado por el delfín Enrique, futuro Enrique II de Francia. Alba había previsto la amenaza y, al retirarse a Gerona, dejó Perpiñán bien fortificada, lo que obligó al ejército francés a retirarse.

De la Victoria en Mühlberg a la Gestión en los Países Bajos

La Gran Victoria de Mühlberg y el Ascenso en la Corte Imperial

El momento más destacado de la carrera militar de Fernando Álvarez de Toledo llegó en 1547, durante la famosa Batalla de Mühlberg, que sería el punto culminante de su vinculación con Carlos V y la consolidación de su fama como un comandante de élite. La batalla tuvo lugar en el contexto de la guerra religiosa que enfrentaba al Sacro Imperio Romano Germánico contra la Liga de Esmalkalda, una coalición de príncipes protestantes alemanes que se había formado en oposición a la autoridad imperial.

La batalla de Mühlberg fue el resultado de una serie de maniobras estratégicas que, bajo el mando de Carlos V y con el apoyo crucial de Alba, lograron desmantelar la resistencia protestante en Alemania. El ejército imperial, que contaba con aproximadamente 40,000 hombres, logró sorprender a las fuerzas protestantes al cruzar el río Elba y atacar por sorpresa al ejército del Elector de Sajonia, Juan Federico, quien estaba al mando de las tropas protestantes. Esta maniobra resultó decisiva, y la victoria fue total para las fuerzas imperiales.

Uno de los momentos más significativos de esta victoria fue la captura del propio Juan Federico, quien fue hecho prisionero por el duque de Alba. Tras la derrota, muchas ciudades y príncipes luteranos hicieron acto de sumisión, lo que significó la desintegración temporal de la Liga de Esmalkalda. La victoria en Mühlberg no solo debilitó la resistencia protestante, sino que también consolidó el poder del emperador Carlos V en el Imperio y reforzó el papel de Alba como uno de sus principales generales.

Gracias a esta victoria, Alba fue recompensado con la entrada en la prestigiosa Orden del Toisón de Oro, un honor reservado solo para los más distinguidos caballeros de la Cristiandad. A nivel personal, esta victoria también significó un notable ascenso dentro de la corte imperial, donde el duque de Alba se convirtió en uno de los consejeros más cercanos de Carlos V. Su posición dentro de la corte fue afianzada aún más por su participación en la reorganización política de los territorios alemanes que acababan de ser sometidos.

Virrey en Nápoles y Capitán General de Milán

El ascenso en la corte imperial no solo le otorgó prestigio, sino que también le permitió asumir responsabilidades más grandes. En 1555, con la abdicación de Carlos V y la ascensión de su hijo Felipe II al trono, Fernando Álvarez de Toledo recibió el cargo de virrey de Nápoles y capitán general de Milán, dos territorios estratégicos en Italia que estaban bajo control imperial y constantemente amenazados por las incursiones francesas.

El contexto era difícil: tanto Nápoles como Milán estaban en una situación delicada, con luchas internas y la constante amenaza de las tropas francesas, que deseaban recuperar el control de estos territorios. Para afrontar estos desafíos, Alba adoptó una serie de medidas para reforzar la defensa de las ciudades y garantizar la estabilidad del dominio imperial en el norte de Italia. Su principal tarea fue defender estos territorios de las incursiones francesas y de la oposición interna, especialmente la creciente animosidad contra la presencia imperial en la región, que era vista con desconfianza por muchos sectores de la población local.

Alba demostró ser un comandante capaz de tomar decisiones rápidas y eficaces en el campo de batalla. Durante su mandato, reforzó las fortificaciones de las ciudades de Nápoles y Milán, expulsando a pequeñas guarniciones francesas y logrando importantes victorias contra las fuerzas francesas. Sin embargo, a pesar de estos éxitos, también se enfrentó a la feroz oposición del Papa Paulo IV, quien no veía con buenos ojos la creciente influencia imperial en Italia.

En 1557, cuando las tensiones con el Papa alcanzaron su punto máximo, y tras la derrota francesa en la batalla de San Quintín, Alba fue enviado por Felipe II a firmar la paz con Francia en el Tratado de Cateau-Cambresis, poniendo fin a un largo período de guerra entre las dos potencias. Esta victoria y la posterior firma de la paz cimentaron la posición de Alba como uno de los más destacados consejeros del rey Felipe II y consolidaron su autoridad en Italia.

Las Tensiones en la Corte y el Ascenso de Ruy Gómez de Silva

A pesar de su éxito en Italia, la carrera de Fernando Álvarez de Toledo comenzó a sufrir un revés en la corte española, donde la figura de Ruy Gómez de Silva, el amigo cercano del rey Felipe II, comenzó a ganar poder. Silva, quien era copero mayor del rey y principal consejero de Felipe II, se convirtió en el principal rival de Alba dentro de la corte, lo que tuvo un impacto negativo en la posición del duque de Alba.

A partir de 1556, con la abdicación de Carlos V y el ascenso de Felipe II al trono, las dinámicas de poder dentro de la corte española se volvieron más complejas. Ruy Gómez de Silva fue favorecido por Felipe II, y rápidamente asumió una posición de gran influencia. Esto relegó a Alba a un segundo plano en la política española y le impidió ejercer una influencia directa sobre las decisiones del monarca. A pesar de sus éxitos militares, la competencia interna y las intrigas en la corte comenzaron a hacer mella en la posición de Alba.

Además, en 1559, Felipe II firmó el Tratado de Cateau-Cambresis, que puso fin a la guerra con Francia. A pesar de que este acuerdo fue una victoria diplomática para España, la firma de la paz resultó en una disminución de la importancia de Alba en los asuntos políticos de la corte, ya que el rey comenzó a confiar más en otros consejeros, como Ruy Gómez de Silva.

La Inestabilidad en los Países Bajos: La Revolución Protestante y la Sublevación de los Países Bajos

Las tensiones en la corte española no fueron la única fuente de problemas para Fernando Álvarez de Toledo. En 1567, tras años de creciente descontento en los Países Bajos, Felipe II decidió enviar al duque de Alba como gobernador general de la región con el objetivo de restaurar el orden y frenar el auge del protestantismo. En los Países Bajos, la resistencia a la autoridad española había ido en aumento desde la década de 1560, cuando una serie de reformas religiosas y políticas impuestas por Felipe II comenzaron a generar un fuerte rechazo entre la población local.

El duque de Alba llegó a los Países Bajos con la misión de sofocar las revueltas y garantizar la obediencia al trono español. Sin embargo, su enfoque fue profundamente autoritario. Alba instauró el Tribunal de Tumultos, conocido en la región como el Tribunal de la Sangre, que se encargó de perseguir, juzgar y ejecutar a los principales líderes de la rebelión, incluidos los nobles que habían mostrado su apoyo al protestantismo. Esta respuesta feroz no hizo más que aumentar la resistencia, y la situación en los Países Bajos se agravó.

A lo largo de su mandato, Alba enfrentó una creciente rebelión encabezada por figuras como Guillermo de Orange, quien logró reunir un ejército considerable y comenzó a disputar el control de las regiones del norte de los Países Bajos. A pesar de las victorias iniciales, como la derrota de los ejércitos de los calvinistas en 1568, la rebelión no fue sofocada, y la resistencia se intensificó. Finalmente, en 1573, Alba fue reemplazado por Luis de Requesens, un nuevo comandante designado por Felipe II para enfrentar la crisis.

Gobernador de los Países Bajos y la Fama de Crueldad

El Gobierno de los Países Bajos: La Tensión y Represión

En 1567, después de varios años de disturbios en los Países Bajos, Felipe II decidió enviar a Fernando Álvarez de Toledo, el Duque de Alba, como gobernador general para restaurar el orden en una región que había comenzado a mostrar signos de desobediencia hacia la Corona española. Los Países Bajos, que eran vitales para el control de la frontera norte de España y sus rutas comerciales, estaban al borde de una rebelión más amplia, alimentada por las tensiones religiosas, políticas y económicas. El ascenso del protestantismo, especialmente el calvinismo, estaba socavando la autoridad de Felipe II, quien se veía a sí mismo como defensor del catolicismo y enemigo mortal de las herejías. La Inquisición, las estrictas reformas religiosas y los altos impuestos eran razones principales de la creciente oposición.

Alba fue elegido para la misión de sofocar esta rebelión de la manera más tajante posible, a pesar de que muchos en la corte española temían que su estilo autoritario y su historial de dureza con los opositores pudieran hacer más daño que bien. A pesar de las advertencias de algunos consejeros, Felipe II consideró que el Duque de Alba era el hombre adecuado para la tarea.

Al llegar a los Países Bajos, el Duque de Alba adoptó un enfoque extremadamente severo para restaurar el orden. En primer lugar, estableció un sistema de gobierno centralizado y procedió a arrestar a los nobles flamencos que se habían alineado con los rebeldes, como los condes de Egmont y Horn. El 5 de septiembre de 1568, Alba convocó lo que se conocería como el Tribunal de Tumultos, conocido popularmente como el Tribunal de la Sangre, un órgano judicial que tenía autoridad absoluta para juzgar y ejecutar a los «traidores» del reino. Este tribunal fue responsable de la ejecución sumaria de cientos de personas, incluidos nobles, clérigos y ciudadanos comunes que se habían opuesto a las políticas del Duque.

A medida que la represión avanzaba, la severidad de Alba aumentaba, con ejecuciones masivas que extendieron la sensación de terror entre la población. Alba pensaba que, al demostrar su autoridad con mano dura, podría evitar una rebelión más amplia y garantizar el regreso de la obediencia a la Corona. Sin embargo, su política de terror solo consiguió avivar las llamas del descontento, creando un ambiente de resistencia aún más violenta. A pesar de las victorias iniciales y la restauración temporal del orden en algunas zonas, la dureza de Alba hizo que su nombre fuera asociado con la represión y la intolerancia religiosa, lo que acrecentó su fama de cruel.

El impacto de la represión fue tal que muchos historiadores lo consideran uno de los capítulos más oscuros de la historia de los Países Bajos. Los métodos de Alba generaron una división profunda en la región, exacerbando los sentimientos de hostilidad y desconfianza hacia España. Mientras tanto, los líderes rebeldes como Guillermo de Orange, quien se encontraba en el exilio, se beneficiaron de la creciente animosidad hacia la corona española, y comenzaron a movilizar fuerzas para continuar la resistencia.

La Resistencia Protestante y la Derrota de Guillermo de Orange

En respuesta a la brutalidad de Alba, Guillermo de Orange, uno de los principales líderes de la resistencia flamenca, organizó una serie de sublevaciones para desafiar la ocupación española. Guillermo era un príncipe protestante, pero también un hábil estratega político, lo que le permitió unir a varios nobles y campesinos bajo una causa común: la lucha contra el dominio español. Gracias a su liderazgo, las fuerzas de Guillermo de Orange comenzaron a ganar terreno en las regiones del norte de los Países Bajos, particularmente en zonas como Holanda y Zelanda, donde la resistencia fue más fuerte.

Alba, consciente del peligro que representaba esta resistencia, adoptó un enfoque más agresivo y continuó sus políticas represivas, incluyendo el saqueo de ciudades como Malinas y Zutphen para enviar un mensaje claro a los rebeldes. A pesar de su brutalidad, Alba no logró sofocar el espíritu de resistencia en los Países Bajos. Las fuerzas de Guillermo de Orange, aunque menos organizadas que las españolas, comenzaron a obtener victorias significativas en 1568, como la captura de la ciudad de Brielle.

En 1569, cuando las fuerzas de Guillermo entraron en contacto con las flotas de los «Mendigos del Mar» (un ejército de calvinistas y exiliados flamencos que luchaban contra los españoles), la situación para Alba comenzó a volverse aún más compleja. A pesar de algunas victorias iniciales, el Duque de Alba no pudo evitar la expansión de la rebelión y el creciente apoyo a Guillermo de Orange en las provincias del norte. De hecho, las tensiones entre los protestantes y los católicos se intensificaron, lo que dificultó aún más la tarea de Alba.

Por otro lado, la creciente presión de la población flamenca y la constante expansión de los rebeldes fueron acompañadas de un desgaste progresivo de la estructura administrativa que Alba había impuesto. El gobierno español en los Países Bajos perdió gradualmente su control sobre varias provincias, y la resistencia protestante se convirtió en una amenaza cada vez mayor para el dominio imperial.

La Resistencia Continúa y el Final de Alba en los Países Bajos

A pesar de su reconocido talento militar, el Duque de Alba no logró sofocar la rebelión en los Países Bajos, y en 1573, debido a la creciente presión, Felipe II decidió reemplazarlo por Luis de Requesens. Este cambio fue tanto un reconocimiento de los fracasos de Alba como una señal del cambio de estrategia que el rey español buscaba implementar en la región.

El hecho de que Alba fuera llamado de vuelta a España en 1573 marcó el final de su mandato como gobernador de los Países Bajos. El reemplazo por Requesens no fue un retroceso para la causa española en la región, ya que los conflictos continuaron hasta mucho después de la salida de Alba, pero su retirada significó una especie de «fin de ciclo» en la política represiva que había caracterizado su tiempo en los Países Bajos. En los años siguientes, las Provincias Unidas (las provincias rebeldes del norte) lograron finalmente alcanzar la independencia, aunque el conflicto con España no se resolvió hasta la firma de la paz de Westfalia en 1648.

A pesar de su fracaso en los Países Bajos, la figura del Duque de Alba no fue olvidada por la historia. De hecho, su nombre pasó a ser asociado con la brutalidad y la intolerancia religiosa de su época. Mientras que en España su reputación de guerrero y leal servidor del rey Felipe II perduró, en los Países Bajos y en gran parte de Europa, el Duque de Alba fue recordado como uno de los máximos exponentes de la «leyenda negra» española, un símbolo de la opresión imperial.

Caída y Última Gran Misión: La Conquista de Portugal

La Caída en Desgracia y la Rehabilitación de Alba

Después de sus años de servicio en los Países Bajos, la carrera de Fernando Álvarez de Toledo, el Duque de Alba, experimentó un giro dramático hacia la caída en desgracia. A pesar de sus éxitos militares previos, la creciente oposición política en la corte española y las intrigas cortesanas hicieron que su influencia disminuyera considerablemente. Durante su tiempo como gobernador en los Países Bajos, Alba había adquirido numerosos enemigos tanto dentro como fuera de la corte, especialmente por su gestión autoritaria y su tendencia a imponer medidas estrictas, lo que provocó el resentimiento de varios nobles y funcionarios de la corte.

Al regresar a España en 1573, Alba fue recibido por Felipe II, pero su retorno no estuvo exento de tensiones. A pesar de haber sido un aliado leal y eficaz, su competencia con otros miembros de la corte, como el influyente Ruy Gómez de Silva, llevó a una serie de conflictos internos. Silva, quien era muy cercano al rey, consiguió ganar el favor de Felipe II, mientras que el poder de Alba se desvanecía poco a poco.

En 1576, la situación empeoró cuando su hijo Fadrique fue arrestado y encarcelado en el castillo de Tordesillas. La acusación principal era que el joven Fadrique había sido responsable de varios fracasos militares durante la lucha en los Países Bajos. Aunque muchos en la corte consideraron que esta acusación era más bien parte de una maniobra para debilitar a la familia Álvarez de Toledo, la medida provocó una fuerte crisis en la familia y contribuyó a la humillación pública del Duque de Alba.

Este periodo de inestabilidad culminó con la caída en desgracia de Fernando Álvarez de Toledo, quien fue desterrado de la corte. En 1579, Alba fue encarcelado en el pequeño pueblo de Uceda, en Guadalajara, un acto que reflejaba la magnitud de su derrota política. A lo largo de su confinamiento, el Duque de Alba estuvo rodeado de una constante presión tanto interna como externa. A pesar de su caída, Alba conservó muchos seguidores leales, y su reputación como líder militar y estratega no se desvaneció por completo.

Sin embargo, la situación de Alba comenzó a cambiar a medida que avanzaban los acontecimientos políticos. En 1580, la muerte del rey de Portugal, Enrique I el Cardenal, presentó una nueva oportunidad para el Duque de Alba. Con la vacante en el trono portugués y la creciente inestabilidad en la región, Felipe II vio en Alba la persona adecuada para asegurar el dominio de la Corona española sobre Portugal. Esta nueva misión sería la última gran tarea de Fernando Álvarez de Toledo.

La Conquista de Portugal: La Última Gran Misión de Alba

La muerte de Enrique I de Portugal en 1580 abrió una oportunidad estratégica para Felipe II de España, quien, como hijo de Isabel de Portugal, tenía derechos legítimos al trono portugués. Sin embargo, el trono portugués estaba siendo reclamado por varios rivales, siendo el más importante el prior de Crato, Antonio de Portugal, quien se autoproclamó rey con el apoyo de algunos sectores de la nobleza portuguesa. Ante esta situación, Felipe II decidió que debía actuar con firmeza para asegurar el trono y consolidar su control sobre el reino vecino.

El monarca español recurrió al Duque de Alba para llevar a cabo esta tarea, a pesar de su reciente caída en desgracia y de las tensiones que aún existían en la corte. Se consideraba que Alba, con su vasta experiencia militar, era el comandante ideal para hacer frente a la sublevación de Antonio de Crato y garantizar la integración de Portugal en la monarquía española. De esta manera, a principios de 1580, Fernando Álvarez de Toledo fue liberado de su confinamiento en Uceda y se le dio el mando de un ejército que debía intervenir en Portugal.

Alba reunió una impresionante fuerza de hasta 40,000 hombres, dispuestos a marchar por la región del Alentejo y asegurar la victoria para Felipe II. El Duque adoptó un enfoque cauteloso, buscando evitar el saqueo y tratar a la población portuguesa con respeto para no avivar el resentimiento hacia el dominio español. Esta actitud difería de su estilo de gestión en los Países Bajos, donde la represión había sido extremadamente dura. En Portugal, Alba intentó ganar a la población por medio de una conquista más política que militar, aunque esto no impidió algunas tensiones a lo largo de la campaña.

El ejército de Alba cruzó la frontera española y se internó en el Alentejo, donde Antonio de Crato se había establecido. Sin embargo, la resistencia fue mínima, y las tropas portuguesas que defendían el territorio se desmoronaron rápidamente. A pesar de algunas escaramuzas menores, la victoria fue casi inmediata para las fuerzas de Alba, que pudieron avanzar sin mayores obstáculos. La situación en Lisboa también se inclinó rápidamente a favor de los españoles, a medida que las tropas portuguesas que apoyaban a Antonio de Crato se retiraban ante la fuerza imparable del Duque de Alba.

Cuando el ejército de Alba llegó a Lisboa, se encontró con un pequeño número de defensores dispuestos a resistir, pero la moral de los portugueses estaba ya muy afectada por las derrotas previas. A medida que los soldados españoles rodeaban la ciudad, la resistencia finalmente se derrumbó, y Antonio de Crato se vio obligado a huir. Tras la caída de Lisboa, Alba se encargó de asegurar la rendición formal de los últimos focos de resistencia, asegurando así la completa victoria para Felipe II. El Duque de Alba entró triunfante en la capital portuguesa en agosto de 1580, consolidando el control español sobre el trono portugués.

El Legado de la Conquista de Portugal y los Últimos Días de Alba

Con la victoria en Lisboa y la consolidación del control de Felipe II sobre Portugal, Fernando Álvarez de Toledo había cumplido con su última misión como comandante militar. La entrada de Felipe II en Lisboa en 1581 marcó el comienzo de una nueva era para el Reino de Portugal, que, a partir de ese momento, pasó a ser parte de la Corona española, aunque sin perder sus particularidades en la administración.

Alba, aunque no regresó a la corte española tras la conquista, fue nombrado consejero de Felipe II, desempeñando un papel importante en los asuntos relacionados con Portugal durante los últimos años de su vida. No obstante, el Duque de Alba, que siempre había sido un hombre de acción, comenzaba a sufrir de una serie de problemas de salud que marcarían el final de su vida. Durante su estancia en Lisboa, Alba sufrió un deterioro progresivo en su salud, lo que lo llevó a caer en un estado de debilidad física considerable.

El 11 de diciembre de 1582, a la edad de 75 años, Fernando Álvarez de Toledo murió en Lisboa, poniendo fin a una vida marcada por las victorias militares, los sacrificios personales y una serie de decisiones controversiales que habían dejado una huella indeleble en la historia de España y de Europa. Su legado, especialmente en los Países Bajos, continuó siendo objeto de controversia, pues su nombre fue asociado tanto con la leyenda negra de la opresión imperial como con la grandeza militar que supo ejercer a lo largo de su carrera.

En España, el Duque de Alba fue reconocido como un héroe nacional, un defensor leal de la monarquía y un estratega excepcional. Su vida y su carrera dejaron una marca profunda en la historia de la Casa de Austria y en la política de los siglos XVI y XVII. A pesar de sus fracasos y controversias, el Duque de Alba sigue siendo recordado como una de las figuras más prominentes del Renacimiento militar europeo.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba (1507-1582)". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alvarez-de-toledo-fernando-iii-duque-de-alba [consulta: 5 de octubre de 2025].