Diego de Almagro (1478–1538): El Conquistador Olvidado que Rivalizó con Pizarro y Descubrió Chile
Diego de Almagro, nacido probablemente en 1478 o 1480 en la localidad de Almagro, Ciudad Real, vivió una infancia marcada por la pobreza, la orfandad y el desarraigo. Hijo ilegítimo de Juan de Montenegro y Elvira Gutiérrez, su vida estuvo lejos de las comodidades de la nobleza. Su padre no lo reconoció como hijo, y la madre de Almagro, viuda, vivió en condiciones de escasez. En este entorno, el joven Almagro creció sin recibir educación formal, lo que lo dejó analfabeto, aunque con una gran capacidad para la aventura y el emprendimiento. Esta falta de educación fue un sello que lo acompañó a lo largo de su vida, aunque no le impidió convertirse en uno de los conquistadores más notorios del siglo XVI.
Desde muy joven, Diego de Almagro mostró una naturaleza independiente, ajena a los convencionalismos sociales de la época. Con solo cinco años, su padre falleció y fue acogido por su tío materno, Hernán Gutiérrez, quien lo cuidó hasta que cumplió quince años. Durante este tiempo, Almagro desarrolló habilidades propias de la vida rural, como las labores del campo, pero también experimentó la dureza de vivir en una familia fuera de los círculos de poder. A los quince años, decidió huir y comenzar una vida de aventuras. La falta de estudios y el escaso contacto con la élite de la sociedad española lo empujaron a unirse a diversos trabajos, y su destino lo llevó a Toledo, donde se dice que estuvo al servicio de Luis de Polanco, alcalde de corte de los Reyes Católicos. Sin embargo, su carácter inquieto y su tendencia a los conflictos lo llevaron a protagonizar una pelea en la que mató a un hombre, lo que obligó a Almagro a huir hacia Sevilla, punto de partida de la mayoría de los expedicionarios que partían hacia América.
En 1514, Diego de Almagro emprendió su viaje a las Indias como parte de la expedición de Pedro Arias Dávila, gobernador de Darién (la actual Panamá). Esta fue la primera etapa de su carrera como soldado de a pie, desempeñándose como rodelero, una función básica en los ejércitos de la época. Durante casi una década, Almagro participó en las campañas de conquista y colonización de la región de Darién, una tierra inhóspita y llena de peligros. Aunque su rango era modesto, pronto mostró su valentía, habilidad para el combate y capacidad para resistir las duras condiciones del ambiente tropical. A través de sus méritos en la lucha y la conquista, Almagro ascendió al grado de capitán, adquiriendo fama y una pequeña fortuna, pero su destino aún estaba lejos de cumplirse.
Fue en este período de estancia en Panamá donde Almagro conoció a Francisco Pizarro, otro de los soldados que había llegado a América en busca de fortuna. Aunque los orígenes de ambos eran muy distintos, compartían una serie de afinidades que los unieron rápidamente: ambos eran hijos ilegítimos, huérfanos y de origen humilde, con un pasado marcado por la pobreza y la lucha por sobrevivir. Esta conexión personal fue el inicio de una relación que cambiaría para siempre el curso de la historia del continente. A partir de este momento, los destinos de Almagro y Pizarro estarían inexorablemente ligados, y ambos pasarían a formar una sociedad en la que sus habilidades y ambiciones convergerían.
La relación entre Almagro y Pizarro fue inicialmente de camaradería y colaboración. Ambos, con el apoyo del clérigo Hernando de Luque, formaron una sociedad para explorar y conquistar nuevas tierras al sur de Panamá, en lo que hoy conocemos como Perú. El objetivo era encontrar riquezas, y las leyendas sobre un rico imperio en el sur, el Imperio Inca, alentaban sus aspiraciones. Sin embargo, la vida de un conquistador en las tierras del Nuevo Mundo era sumamente incierta y peligrosa, y las primeras expediciones hacia el sur fueron un fracaso. En 1524, Pizarro, Almagro y Luque decidieron partir en busca de nuevas tierras, pero la expedición de Pizarro fue detenida rápidamente debido a la falta de provisiones y los ataques indígenas. Almagro, por su parte, partió en marzo de 1525 con su propia expedición, pero su viaje también se vio marcado por múltiples dificultades, como el enfrentamiento con los nativos y la pérdida de un ojo por un flechazo. A pesar de todo, Almagro no abandonó la empresa, y su determinación en estos primeros momentos marcaría su carácter en las siguientes etapas de su vida.
Tras un largo proceso de negociaciones y la búsqueda de refuerzos en Panamá, Almagro y Pizarro decidieron unirse nuevamente en 1526 para continuar con las expediciones. En septiembre de ese año, partieron juntos con una expedición más grande, compuesta por dos barcos, tres canoas y 160 hombres. Sin embargo, las dificultades continuaron, y tanto Almagro como Pizarro se vieron obligados a regresar varias veces a Panamá en busca de ayuda y recursos. Fue en este punto donde la relación entre los dos comenzó a complicarse. A pesar de que ambos compartían el mismo objetivo de conquistar el sur, las diferencias de carácter y los desacuerdos sobre el liderazgo fueron una constante en su relación. Mientras Pizarro exploraba el territorio inca, Almagro se encargaba de obtener licencias y apoyo en Panamá, lo que generaba una creciente frustración entre ambos.
A pesar de los desafíos, la expedición de Almagro y Pizarro finalmente llegó a un territorio inca en 1528, un imperio lleno de riquezas y civilización. No obstante, la llegada de los conquistadores al Imperio Inca no fue sencilla. Las primeras incursiones fueron difíciles, y la escasez de recursos y los enfrentamientos con los indígenas marcaron el principio de un largo conflicto. Aunque Almagro jugó un papel crucial en los primeros avances de la conquista del Imperio Inca, la relación entre él y Pizarro se tornó cada vez más tensa. A pesar de que la empresa conjunta parecía avanzar con el tiempo, la falta de un acuerdo claro sobre la distribución del botín y el liderazgo dejaba abierta la posibilidad de conflictos futuros.
Así comenzó la relación entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro, una alianza que prometía grandes logros pero que, como veremos más adelante, se vería marcada por la ambición, la traición y la lucha por el poder. La figura de Almagro, aunque siempre en la sombra de la grandiosidad de Pizarro, fue esencial en los primeros pasos de la conquista del Imperio Inca y, aunque en su tiempo fuera un actor secundario, sus contribuciones no deben ser subestimadas.
Las Expediciones de Almagro y Pizarro en Busca de Perú
La historia de Diego de Almagro está profundamente marcada por su relación con Francisco Pizarro. Desde el inicio de su vida aventurera en América, los dos compartieron la misma ambición de descubrir y conquistar territorios en el continente suramericano. Este capítulo de su biografía abarca los primeros intentos de las expediciones hacia el sur, la búsqueda de riqueza, y las tensiones que comenzaron a surgir entre los dos socios a medida que sus exploraciones se extendían. Para comprender mejor la trayectoria de Almagro, es necesario observar la serie de expediciones que realizó junto a Pizarro para alcanzar lo que finalmente sería el Imperio Inca.
A medida que el conquistador Pedro Arias Dávila consolidaba su dominio sobre Panamá, los rumores sobre la existencia de un gran imperio al sur de la región empezaron a atraer la atención de diversos aventureros. Fue entonces cuando se formó una sociedad entre Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque. Esta sociedad, formalizada en 1524, tenía como objetivo explorar el sur y encontrar el famoso imperio que, según los relatos indígenas, estaba lleno de oro y riquezas. Los tres socios contribuyeron con lo que pudieron para financiar las expediciones, y se dividieron el riesgo de un viaje que se anunciaba complicado.
Almagro y Pizarro compartían una relación de respeto mutuo basada en sus condiciones similares de origen humilde, pero también existían tensiones subyacentes debido a sus diferencias en el carácter y las ambiciones. Pizarro, por un lado, estaba más centrado en la conquista y el dominio de los territorios, mientras que Almagro parecía tener una visión más pragmática de los negocios y de la explotación de los recursos. La sociedad se estructuró de manera que todos los miembros tuvieran voz en las decisiones, pero la naturaleza de las expediciones mostró que existían desacuerdos en cuanto a cómo proceder.
La primera expedición hacia el sur comenzó en noviembre de 1524, cuando Pizarro zarpó con un pequeño contingente hacia lo que se conocería más tarde como el Imperio Inca. Sin embargo, el viaje no fue fácil. Pizarro sufrió problemas severos como la escasez de alimentos, ataques constantes de los pueblos indígenas y la falta de medios de transporte adecuados para cruzar las vastas selvas. Después de varios intentos infructuosos de avanzar hacia el sur, Pizarro se vio obligado a retroceder y buscar ayuda en Panamá, donde se reencontró con Almagro.
En ese momento, Almagro se embarcó en su propia expedición hacia el sur, partiendo en marzo de 1525 con una pequeña flota y alrededor de setenta hombres. La expedición, a pesar de la falta de recursos y las difíciles condiciones de la selva tropical, continuó hacia el sur en busca de la rica tierra de Birú, la región donde se decía que se encontraba el Imperio Inca. Almagro experimentó numerosas dificultades: desde perder un ojo por un flechazo hasta enfrentarse con tribus hostiles, las adversidades no tardaron en aparecer. Sin embargo, su determinación fue tal que, a pesar de los infortunios, no abandonó su empeño. Durante su recorrido, obtuvo algunas noticias sobre el oro que los nativos parecían haber encontrado, lo que lo impulsó a seguir.
Finalmente, en septiembre de 1526, Almagro y Pizarro volvieron a encontrarse, y juntos decidieron organizar una nueva expedición. Para ello, Almagro se encargó de viajar a Panamá para solicitar nuevas licencias de exploración al gobernador Pedro Arias Dávila. Este proceso se vio marcado por nuevas tensiones y dificultades, ya que Dávila había mostrado anteriormente una actitud reticente hacia las exploraciones hacia el sur, temeroso de perder el control sobre el territorio. Sin embargo, tras varias gestiones, Almagro consiguió obtener una nueva licencia y reunió una fuerza adicional para continuar con la empresa.
En marzo de 1527, Almagro, acompañado por Pizarro, partió nuevamente hacia el sur con una expedición reforzada. El grupo, que contaba con dos barcos y más de 160 hombres, navegó hacia el río San Juan, donde se encontró con Bartolomé Ruiz, quien había sido enviado por Pizarro en una misión exploratoria hacia el sur. Ruiz había encontrado evidencias de un gran territorio que pertenecía al Imperio Inca, lo que incentivó aún más la expedición de los dos conquistadores. Pero los problemas no se hicieron esperar. A pesar del entusiasmo por las noticias sobre la riqueza de las tierras, la expedición sufrió nuevos reveses. Fue necesario volver a Panamá una vez más en busca de más recursos y hombres.
En Panamá, la situación de los conquistadores se complicó aún más. La licencia de exploración estaba a punto de caducar, y el gobernador Pedro de los Ríos no estaba dispuesto a renovarla, dada la cantidad de pérdidas sufridas durante las expediciones anteriores. Fue entonces cuando Almagro, decidido a no dejar que la empresa se detuviera, envió un mensaje secreto a Pizarro instándole a continuar con la misión a pesar de los obstáculos. Este fue un momento crucial en la relación entre Almagro y Pizarro. Mientras Almagro permanecía en Panamá gestionando los recursos y tratando de obtener los permisos necesarios, Pizarro continuaba explorando el territorio del Imperio Inca, afianzando su control sobre el área de Cajamarca y capturando al emperador Atahualpa.
En 1528, Pizarro regresó a Panamá tras su gran victoria en Cajamarca, con el emperador Atahualpa prisionero y una enorme cantidad de riquezas obtenidas a cambio del rescate. Esta fue una victoria decisiva, que consolidó la importancia del viaje al sur, pero también significó un punto de inflexión en la relación de los dos socios. Mientras que Almagro había hecho todo lo posible para mantener viva la expedición, su situación en Panamá se volvía cada vez más incierta. La llegada de Pizarro con los tesoros del imperio inca generó tensiones sobre el control de las riquezas y sobre la futura organización del poder en el territorio conquistado.
Durante este período, el destino de la expedición de Almagro y Pizarro dependía del acuerdo con el rey Carlos V. En España, Pizarro había obtenido la autorización para continuar con la conquista del Imperio Inca. Sin embargo, este acuerdo vino acompañado de una serie de dificultades para Almagro, quien veía cómo el reconocimiento de su importancia dentro de la expedición se veía opacado por el protagonismo de Pizarro. Aunque se le otorgaron ciertos privilegios, como la legitimación de su hijo Diego de Almagro el Mozo y el reconocimiento de su hidalguía, Almagro se sentía cada vez más relegado. Los conflictos de liderazgo entre los dos socios comenzaron a aflorar, lo que presagiaba el deterioro de su relación.
Finalmente, tras la llegada de nuevos refuerzos y la consolidación del control sobre las tierras incas, la sociedad entre Almagro y Pizarro se desmoronó. Aunque la expedición inicial al sur había sido una empresa conjunta, el creciente poder de Pizarro y su capacidad para negociar con la corona española comenzaron a generar tensiones irreconciliables. Almagro, al no recibir lo que consideraba su parte justa en la conquista y al ver cómo Pizarro consolidaba su dominio sobre las tierras de Cuzco, comenzó a cuestionar su posición dentro de la sociedad. La lucha por el control de las tierras conquistadas, la riqueza obtenida y la supremacía dentro de la expedición marcarían el inicio de una rivalidad que desembocaría en un conflicto armado de consecuencias fatales para Almagro.
Almagro y la Conquista del Imperio Inca
La conquista del Imperio Inca representó uno de los episodios más cruciales de la historia de América. El impacto de este evento sobre el futuro del continente fue inmenso, y uno de los personajes más importantes en este proceso fue, sin lugar a dudas, Diego de Almagro. Aunque su papel a menudo ha sido opacado por la figura de Francisco Pizarro, la colaboración entre los dos conquistadores fue esencial para la caída del Imperio Inca y la posterior colonización de las vastas tierras que hoy conforman el Perú.
A partir de la captura del emperador Atahualpa, la situación en el Imperio Inca se volvió extremadamente compleja. En 1532, Francisco Pizarro había logrado un gran avance al someter a Atahualpa, quien estaba en medio de una guerra civil con su hermano Huáscar. La captura de Atahualpa no solo significaba una victoria militar, sino también el control efectivo de un vasto imperio con enormes riquezas, que los conquistadores codiciaban. Este triunfo dejó a Pizarro en una posición dominante, pero su estrategia de confrontación y negociación con los nativos de Cajamarca y otras regiones incas fue de gran importancia.
Sin embargo, los avances iniciales de Pizarro no habrían sido suficientes sin el apoyo fundamental de Almagro. Aunque el nombre de Almagro no siempre se asocia con la misma fama que el de Pizarro, su contribución a la conquista de Cuzco y las tierras incas fue determinante. En la etapa posterior a la captura de Atahualpa, Pizarro y Almagro se unieron para garantizar el control de las tierras incas, pero las tensiones dentro de la sociedad entre los dos hombres pronto comenzaron a aflorar.
El reparto de las riquezas obtenidas del rescate de Atahualpa fue uno de los factores que alimentó las desavenencias entre Pizarro y Almagro. A pesar de que ambos habían sido socios en la empresa, el botín obtenido de la captura del emperador inca fue repartido de forma que favoreció a Pizarro, quien, además, consiguió el título de Adelantado y Gobernador de Nueva Castilla. A Almagro le correspondió el título de Mariscal, pero con el tiempo se sintió despojado de la parte que consideraba legítimamente suya. Esta situación fue un punto de inflexión en la relación entre ambos, pues mientras Pizarro veía en Almagro un aliado necesario, Almagro percibía en Pizarro una figura que lo había subordinado a sus propios intereses.
La tensión entre los dos conquistadores creció cuando comenzaron a discutirse las condiciones de la división del territorio. A pesar de que la conquista de Cuzco y otros territorios importantes ya estaba en marcha, las fronteras de las gobernaciones no estaban bien definidas, lo que generó desacuerdos sobre la legitimidad del dominio de cada uno. Almagro, quien esperaba obtener el control de Cuzco y otras tierras en el sur, se vio en una situación incómoda, ya que la autoridad de Pizarro sobre las regiones incas ya estaba firmemente consolidada. A pesar de las promesas hechas por Pizarro durante la firma de las capitulaciones, la realidad sobre el terreno no coincidía con las expectativas de Almagro.
En su afán por obtener un territorio propio, Almagro recibió la encomienda del emperador Carlos V para explorar las tierras de lo que originalmente se conocería como Nueva Toledo y más tarde Chile. Esta concesión fue vista por Almagro como una oportunidad para demostrar su valor y forjar su propia fortuna, separándose de la sombra de Pizarro. En 1535, emprendió la expedición hacia el sur, determinado a encontrar nuevas tierras que pudieran ofrecer riquezas y civilizaciones a la altura de las de los incas. Su visión de encontrar un territorio tan valioso como el Imperio Inca lo llevó a planear cuidadosamente la expedición, reuniendo hombres y recursos, y confiando en que su nueva gobernación sería el premio a sus esfuerzos.
La expedición de Almagro hacia Chile se convirtió en una de las más difíciles de la historia de la conquista de América. Decidido a atravesar los Andes, Almagro inició el viaje con grandes expectativas, pero rápidamente se encontró con dificultades imprevistas. La geografía accidentada, el frío extremo de las montañas andinas y la escasez de alimentos y suministros pusieron a prueba la resistencia de los hombres que lo acompañaban. A pesar de los esfuerzos de Almagro por mantener la moral de sus tropas, el viaje se hizo cada vez más incierto. Para complicar aún más las cosas, las noticias que llegaron a Almagro de los avances en el norte, y especialmente de las luchas de poder con Pizarro, aumentaron sus dudas sobre la viabilidad de la expedición.
La expedición atravesó territorios de difícil acceso, y el contacto con las poblaciones indígenas fue escaso. A lo largo del viaje, Almagro encontró muchas dificultades debido a la resistencia de los pueblos originarios que habitaban la zona. En particular, la expedición sufrió una constante presión de los pueblos mapuches en el actual Chile, quienes atacaron a los soldados y dificultaron el avance hacia el sur. Esto contribuyó a que la percepción de Almagro sobre el territorio fuera negativa, ya que no encontraba las grandes civilizaciones que esperaba, ni las riquezas que imaginaba. De hecho, se sintió frustrado por el escaso progreso en la expedición, que no le permitió completar sus objetivos de manera satisfactoria.
A pesar de las dificultades, Almagro no regresó inmediatamente. En lugar de eso, envió a uno de sus comandantes, Gómez de Alvarado, a explorar más al sur con el objetivo de encontrar ciudades que pudieran rivalizar con el Imperio Inca. Sin embargo, los informes que recibió Almagro sobre los viajes al sur no fueron alentadores. El terreno era difícil, las poblaciones indígenas seguían mostrando resistencia, y no se encontraron grandes tesoros ni civilizaciones avanzadas. Ante esto, Almagro tomó la decisión de regresar a Perú, sintiéndose derrotado en su búsqueda de riquezas y civilizaciones.
Su regreso, sin embargo, marcó un nuevo capítulo en su vida, pues a su regreso a Perú, Almagro se enfrentó a un conflicto sin igual: las disputas con Pizarro sobre la legitimidad de sus gobernaciones y las tierras conquistadas. La situación en Cuzco era aún incierta y la rivalidad entre los dos conquistadores continuaba creciendo. En cuanto llegó a la ciudad, las tensiones alcanzaron su punto máximo. Pizarro había consolidado su poder en la región, y Almagro no solo no recibió el territorio prometido en Nueva Toledo, sino que fue excluido de las decisiones clave sobre la gestión de las tierras incas. Fue entonces cuando, al verse desplazado y despojado de lo que consideraba su derecho, Almagro decidió que tomaría el control de Cuzco, lo que desató un conflicto abierto.
La confrontación entre Almagro y Pizarro por el control de Cuzco llevó a un conflicto armado en 1537. Los regidores de la ciudad, presionados por las circunstancias, terminaron por reconocer a Almagro como gobernador, aunque esta situación fue efímera. Pizarro, al enterarse de los movimientos de su antiguo socio, no tardó en reunir un ejército para enfrentarse a él. Las hostilidades estallaron, dando lugar a la primera guerra civil de Perú.
Descubrimiento y Exploración de Chile
Después de su frustrante regreso de la expedición al sur, Diego de Almagro no desistió de su deseo de explorar nuevas tierras que le brindaran el reconocimiento y las riquezas que sentía que le correspondían. Almagro, quien había sido despojado de los territorios y gobernaciones prometidas por el emperador Carlos V, encontró en la expedición hacia el sur una nueva oportunidad para forjar su destino. En 1535, emprendió el viaje a lo que sería su tan ansiada conquista de Chile, o como él la denominó inicialmente, Nueva Toledo. Este viaje no solo fue importante desde el punto de vista geográfico, sino que también representó un punto de no retorno en su relación con Francisco Pizarro.
La visión de Almagro era clara: se trataba de encontrar nuevas riquezas y nuevas civilizaciones, igual o más grandes que las que había encontrado en el Imperio Inca. La noticia de la existencia de tierras fértiles y ricas al sur de Perú fue suficiente para que Almagro decidiera poner en marcha su proyecto, aún cuando las tensiones entre él y Pizarro, su antiguo socio, estaban comenzando a escalar a niveles insoportables. Almagro quería un territorio propio, un lugar en el que pudiera expandir su influencia sin la sombra de Pizarro. Con esa meta, comenzó a reunir los recursos necesarios para la expedición.
A través de sus contactos y su propia fortuna, Almagro consiguió reunir a unos quinientos hombres para acompañarlo en el viaje. Además de soldados, la expedición incluía diversos artesanos, esclavos e incluso un grupo considerable de indígenas que servirían como guías y ayudantes. Con este grupo, Almagro comenzó su marcha en julio de 1535, dispuesto a atravesar los imponentes Andes, una cordillera conocida por su dureza, sus bajas temperaturas y sus condiciones extremas. Era un viaje audaz y peligroso, y Almagro, como líder, asumió todos los riesgos.
La expedición, sin embargo, pronto se encontró con obstáculos imprevistos. La ruta que Almagro eligió para atravesar los Andes fue particularmente difícil: el paso de montaña a través del lago Titicaca y la actual Sierra Real, que estaba situada a más de 3,000 metros sobre el nivel del mar. El frío extremo y la escasez de recursos hicieron que la travesía fuera aún más ardua. Los soldados de Almagro, que ya se encontraban debilitados por las difíciles condiciones del clima y por el cansancio, empezaron a sufrir bajas considerables debido a las enfermedades y al hambre. Los caballos, esenciales para el transporte de los suministros, comenzaron a morir por el frío y el agotamiento, lo que agravó aún más la situación.
Aunque los hombres que acompañaban a Almagro mostraban signos de agotamiento, el líder no se permitió rendirse. Continuó su marcha a pesar de las dificultades, alimentado por la esperanza de que encontraría la recompensa que tanto anhelaba. El grupo de Almagro cruzó territorios como Paria y el río Desaguadero antes de llegar a Tupiza, en el extremo sur de lo que hoy es Bolivia. Sin embargo, para ese entonces, la moral del grupo estaba ya por los suelos. Había escaseado tanto el alimento como las provisiones, y la falta de contacto con otras poblaciones, tanto indígenas como españolas, hizo que la situación se volviera insostenible.
A pesar de las dificultades, Almagro logró lo que pocos conquistadores habían alcanzado: atravesar la cordillera de los Andes y llegar a una región hasta entonces poco explorada por los europeos. En la zona de Tupiza, Almagro encontró una cierta colaboración de los indígenas, quienes, al principio temerosos de los conquistadores, decidieron unirse a su causa, aunque con reservas. Esta cooperación se debía a la política de Almagro, que procuraba integrar a los pueblos indígenas en sus expediciones mediante el ofrecimiento de tributos, alianzas e incluso ciertas garantías de protección ante otras tribus hostiles.
No obstante, a medida que la expedición avanzaba por los valles andinos, la realidad de la exploración se tornaba más sombría. A pesar de la cooperación inicial de los pueblos indígenas, el territorio que Almagro exploraba no ofrecía ninguna señal de las grandes civilizaciones que él había imaginado. No halló riquezas comparables a las que había encontrado en el Imperio Inca ni estructuras urbanas que pudieran rivalizar con las de los Incas o las de otros pueblos mesoamericanos. De hecho, lo que encontró fueron pueblos nómadas, guerreros como los mapuches, quienes resistieron ferozmente la incursión de los conquistadores.
Las dificultades en la expedición, sumadas a la escasez de recursos y la falta de grandes hallazgos, pronto hicieron que Almagro comenzara a cuestionar la viabilidad de su empresa. Los informes que recibió de sus comandantes y exploradores no fueron alentadores. En lugar de encontrar riquezas, se encontró con una geografía hostil, pueblos indígenas guerreros y tierras tan áridas como vastas. A pesar de sus esfuerzos, la frustración de Almagro comenzó a crecer. No obstante, la expedición continuó en su marcha hacia el sur, hacia lo que hoy es el actual Chile, donde se esperaba encontrar recursos más abundantes.
Uno de los aspectos más interesantes de la expedición de Almagro fue la interacción con las comunidades indígenas locales, especialmente en lo que hoy conocemos como Aconcagua. A pesar de los enfrentamientos, los pueblos originarios de la región se vieron obligados a adaptarse a la presencia de los españoles. Esto no solo fue consecuencia de la superioridad tecnológica de los conquistadores, sino también de la influencia de un traidor español que se había infiltrado entre los pueblos indígenas, un hombre llamado Gonzalo Calvo Barrientos. Este español había huido de la expedición de Almagro y se había unido a los indígenas de Aconcagua, a quienes informó sobre la presencia de los conquistadores. Este acto de traición, aunque dificultó la marcha de la expedición, también favoreció que los pueblos indígenas se aliara más tarde con los conquistadores, pues, al verse amenazados por una rebelión inminente, decidieron negociar con Almagro para evitar una confrontación directa.
Finalmente, la falta de grandes descubrimientos llevó a Almagro a tomar la decisión de regresar a Perú. A pesar de que había logrado pasar por las cordilleras de los Andes y obtener una información valiosa sobre las tierras meridionales, la expedición se vio más como un fracaso que como una victoria. Durante su recorrido de regreso, Almagro envió a su hijo, Diego de Almagro el Mozo, a España para tratar de obtener el reconocimiento real para las tierras que había conquistado. No obstante, en lugar de encontrar riqueza, Almagro regresó a Perú con las manos vacías y la cabeza llena de incertidumbre.
Su retorno a Perú no fue sencillo. A pesar de la lealtad que algunos de sus hombres le profesaban, las tensiones con Francisco Pizarro se incrementaron aún más. La situación política en Cuzco estaba en plena ebullición, y las disputas sobre el control de las tierras recién conquistadas fueron el detonante de una serie de conflictos que culminaron con la guerra civil en Perú.
Almagro, al regresar de su fallida expedición en busca de riquezas en Chile, se dio cuenta de que el conflicto con Pizarro era inevitable. El reparto de territorios y las disputas por el control de Cuzco hicieron que ambos antiguos aliados se enfrentaran en una lucha de poder que sería decisiva no solo para su relación, sino también para el futuro del Perú y la estabilidad del imperio colonial español.
La Primera Guerra Civil de Perú
La llegada de Diego de Almagro a Perú después de su frustrante expedición hacia Chile marcó el inicio de un conflicto abierto con Francisco Pizarro. Las tensiones entre ambos conquistadores se habían estado gestando desde mucho antes, pero el regreso de Almagro y su reclamación sobre el control de Cuzco, el centro de poder más importante de la nueva colonia, fueron el detonante definitivo para lo que se conocería como la Primera Guerra Civil de Perú. Este conflicto no solo definió el futuro de la conquista española en América, sino que también selló el destino de ambos hombres, cuyas ambiciones se habían convertido en una espiral de traiciones, enfrentamientos y deseos insaciables de poder.
Almagro, tras regresar de su expedición infructuosa hacia Chile, se encontró con una situación política compleja en el Perú. Por un lado, la autoridad de Francisco Pizarro, quien había consolidado su poder en Cuzco y otras partes del territorio inca, parecía indiscutible. Pizarro había logrado la captura de Atahualpa, el último emperador inca, y había recibido el reconocimiento real como gobernador del Perú, lo que le otorgaba el control sobre gran parte de los territorios del Imperio Inca. Sin embargo, Almagro, quien consideraba que le habían sido prometidas tierras más fértiles y la gobernación de una vasta extensión del sur, sentía que había sido injustamente relegado.
El hecho de que Almagro no hubiera recibido la gobernación de la zona de Cuzco, que consideraba parte de sus derechos debido a los acuerdos iniciales con Pizarro, lo llevó a tomar medidas extremas. Almagro reclamaba su parte del botín, pero también su legítimo control sobre las tierras que consideraba que le habían sido otorgadas por el emperador Carlos V. La falta de claridad sobre los límites territoriales y el ambiguo reparto de las gobernaciones entre Pizarro y Almagro solo avivaron la discordia.
En 1537, Almagro, con el apoyo de sus seguidores, decidió tomar Cuzco por la fuerza. Al llegar a la ciudad, Almagro logró que los regidores y las autoridades locales lo reconocieran como gobernador, aunque este reconocimiento fue más una necesidad táctica que una aceptación genuina. En este punto, la lucha por el control de la ciudad se convirtió en una cuestión de supervivencia política. Pizarro, al enterarse de la acción de Almagro, no tardó en movilizarse para recuperar la ciudad. La tensión entre los dos viejos socios llegó a un punto álgido, y la guerra civil parecía inevitable.
Almagro, decidido a mantener el control de Cuzco, decidió tomar medidas drásticas. Sabía que su capacidad para enfrentarse a Pizarro no solo dependía de la cantidad de hombres que pudiera reunir, sino también del apoyo que pudiera obtener de los pueblos indígenas que aún no se habían sometido completamente a los conquistadores. Pizarro, por su parte, no dudó en movilizar a sus propios seguidores y se dirigió rápidamente hacia Cuzco para enfrentarse con Almagro.
La batalla que se libró en las cercanías de la ciudad se conoció como la Batalla de Las Salinas, ocurrida el 6 de abril de 1538. Esta confrontación fue decisiva para el destino de ambos conquistadores. Las fuerzas de Almagro, aunque decididas, no pudieron hacer frente a la mayor cantidad de hombres y la experiencia militar de las tropas de Pizarro. A pesar de su esfuerzo, Almagro y sus seguidores fueron completamente derrotados en esta batalla, lo que significó el fin de su intento por arrebatarle el control de Cuzco a Pizarro.
La derrota de Almagro en Las Salinas fue una humillación para él, pero no significó el fin de su resistencia. Tras la batalla, Almagro intentó refugiarse en la fortaleza de Sacsahuamán, situada cerca de Cuzco, pero fue capturado por las fuerzas de Hernando Pizarro, el hermano de Francisco. La captura de Almagro significó su caída definitiva. A pesar de estar herido y exhausto, Almagro fue llevado prisionero a Cuzco, donde las autoridades locales decidieron procesarlo por traición.
En el proceso que se llevó a cabo contra él, Almagro intentó defenderse argumentando que sus acciones habían sido en defensa de sus derechos y que, en ningún momento, había intentado perjudicar a la corona española. Sin embargo, los esfuerzos de Almagro por justificar sus actos fueron en vano. La animosidad entre él y los hermanos Pizarro era tan profunda que la sentencia estaba prácticamente decidida desde el principio. La figura de Almagro, que había sido esencial en los primeros momentos de la conquista del Perú, había quedado relegada a un segundo plano ante el poder absoluto de Francisco Pizarro.
La sentencia final contra Almagro fue rápida y tajante. El líder conquistador fue condenado a muerte por traición y ejecutado el 8 de julio de 1538. La forma de ejecución fue sumaria: Almagro fue asesinado mediante garrote, y su cuerpo fue decapitado como muestra de escarmiento. La ejecución se llevó a cabo de manera pública en Cuzco, y el cadáver de Almagro fue paseado por las calles como una advertencia a todos aquellos que pudieran pensar en desafiar el orden establecido por Pizarro. Su muerte, aunque violenta y cruel, puso fin a la fase más conflictiva de la conquista en Perú, pero no resolvió las tensiones internas entre los conquistadores.
La figura de Diego de Almagro quedó marcada por la contradicción: fue un hombre valiente y determinado, que desempeñó un papel crucial en la conquista del Perú, pero cuya ambición y su deseo de poder lo llevaron a un trágico final. Su muerte no solo significó el fin de su propia vida, sino también el comienzo de una serie de disputas y luchas internas que seguirían durante años, pues el control del Perú seguía siendo una cuestión no resuelta entre los diferentes grupos de conquistadores.
En el testamento de Almagro, se deja claro que su hijo, Diego de Almagro el Mozo, debía heredar su gobernación en el sur, aunque en ese momento la situación política ya se encontraba en plena disyuntiva. A pesar de que la muerte de Almagro significó la victoria de Pizarro, la historia no terminó allí. El hijo de Almagro, en busca de venganza, se levantó contra los seguidores de Pizarro años después y, en una serie de enfrentamientos, llegó a dar muerte al propio Francisco Pizarro, cerrando un ciclo de violencia e intrigas que definió las primeras décadas de la colonización española en América.
La Primera Guerra Civil de Perú no solo fue un enfrentamiento entre dos hombres, sino una batalla por el poder y la riqueza en un territorio recién conquistado. La lucha por el control de Cuzco y las riquezas que de él derivaban fue el reflejo de las tensiones que existían entre los conquistadores españoles, quienes, a pesar de haber logrado la victoria sobre los Incas, continuaban luchando entre sí por los mismos bienes que habían ido a buscar en América.
Este conflicto dejó una marca indeleble en la historia del Perú y en el proceso de colonización. Las disputas entre Pizarro y Almagro mostraron las tensiones inherentes a la empresa colonial y el alto costo humano que pagaron aquellos que participaron en la conquista. A pesar de su muerte, la figura de Almagro perduró, no solo por su valía como conquistador, sino también como símbolo de las luchas internas que definieron el proceso de colonización de América.
MCN Biografías, 2025. "Diego de Almagro (1478–1538): El Conquistador Olvidado que Rivalizó con Pizarro y Descubrió Chile". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/almagro-diego-de1 [consulta: 5 de octubre de 2025].