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HistoriaReligiónBiografía

Aliaga, Fray Luis de (ca. 1555- ca. 1626).

Religioso español de la Orden de Santo Domingo de Guzmán nacido hacia 1555 en Aliaga (Zaragoza) y muerto hacia 1626 en Zaragoza. Fue confesor del rey Felipe III y antes lo fue del valido o privado del monarca, Francisco Gómez Sandoval y Rojas, duque de Lerma. Fue nombrado por el rey inquisidor general del reino.

La figura de los confesores del rey fue muy importante durante el reinado de los denominados Austrias menores, época en que su prestigio político fue amplio, pues solía ser frecuente que los inquilinos de la monarquía hispánica demandasen orientaciones para su actuación política a sus directores espirituales. De esta forma, los monarcas de la casa de Austria también acallaban los posibles escrúpulos de conciencia que tuviesen ante ciertas decisiones de gobierno, para lo cual colocaban a los confesores en los Consejos y les hicieron intervenir directamente en la resolución de asuntos de la monarquía. Respecto al reinado de Felipe III, se sucedieron, en los veintidós años que duró el mismo, cuatro confesores reales, todos de la orden de los Dominicos. El duque de Lerma vigilaba con gran atención la elección de los mismos. Quiso de esta forma evitar que pudieran influir en las decisiones del rey con consejos o indicaciones que fueran poco favorables a las gestiones de gobierno, que el propio duque realizaba, por lo que procuró que fuesen sus propios confesores los que pasaran a realizar tal tarea cerca del monarca.

Hijo de padres pobres, fray Luis de Aliaga ingresó siendo muy joven en la Orden de Santo Domingo de Guzmán, los dominicos. Fue nombrado confesor de Felipe III en 1608 y sustituyó en este puesto al cardenal Javierre. Contribuyó decisivamente con su fanatismo religioso a las disposiciones legales que, cuando reinó Felipe III, formalizaron la expulsión de los moriscos en todos los territorios peninsulares de la monarquía hispánica. Estas disposiciones fueron entrando en vigor en 1609, 1610, 1611 y 1613, y en ellas se obligaba a los moriscos a su bautismo o a abandonar los territorios donde estaban asentados. Desde su puesto, Aliaga se dedicó a minar el poder y la ascendencia de Lerma, su antiguo mentor y valido del rey, ante el monarca y la corte. Para esto contó con el apoyo tanto del hijo de Lerma, el duque de Uceda, como de un gentilhombre de la casa del Príncipe de Asturias y futuro rey Felipe IV, Gaspar Nuñez de Guzmán, que fue el conde-duque de Olivares.

El enfrentamiento de fray Luis de Aliaga con Lerma se inició cuando los venecianos, a través de su embajador ante la monarquía hispánica, quisieron sustituir al valido debido a que por su política de neutralidad era contrario a los intereses venecianos. Una de las salidas que había visto Lerma para librarse de su caída era la de ser nombrado cardenal primado de Toledo, pretensión que había surgido en 1615 debido al débil estado de salud del entonces primado. Un nuncio apostólico visitó a fray Luis de Aliaga para tantear posibles candidatos pero le ocultó la pretensión de Lerma, que el nuncio conocía. Aliaga también era conocedor de las pretensiones de Lerma, pese a que este quiso mantenerlas en estricto secreto, e indicó directamente al nuncio apostólico que él se opondría a tal nombramiento y que influiría en el rey para evitar que se produjese, además de afirmar ante el nuncio que Lerma no ocuparía la mitra de Toledo mientras él, Aliaga, viviese. Estaba también Aliaga en contra del otro candidato al puesto, el obispo de Cuenca, Andrés Pacheco. Para evitar ambos candidatos propuso al segundo hijo del rey, el infante don Fernando, que era un niño de corta edad, ya que había nacido en 1609, por lo que no supondría un rival. Lerma no fue nombrado cardenal primado de Toledo, pero en compensación el Papa le nombró cardenal en 1618. El 22 de julio de 1619 el papa Paulo V concedió la dignidad cardenalicia al candidato de Aliaga, el infante don Fernando. Sin embargo, el rey estaba disgustado con las condiciones que se habían puesto para tal nombramiento. Ante esto amenazó al papado con que él nombraría un administrador para la diócesis ante el supuesto desorden de la misma. Esta maniobra del rey parecía ser obra de Aliaga, ya que el rey había pensado como administrador de la diócesis de Toledo en el arzobispo de Valencia, que era hermano de fray Luis de Aliaga. Sin embargo finalmente el papado concedió al propio infante la administración del arzobispado de Toledo.

En el acoso contra su padre, Uceda había advertido como en el enfrentamiento entre su progenitor y Aliaga llevaba este último la razón y tenía además la confianza del rey, por lo que las posibilidades de que hundiese sin contemplaciones a su padre eran muy grandes. Ante ello, Uceda se implicó en su destitución pero lo que quiso fue evitar un desastre mayor que implicase a toda su familia y clientela. Aliaga logró influir grandemente en la conciencia del rey, para lo cual adoptó una postura de desinterés y apartamiento respecto a los asuntos de la monarquía, pero lo que realmente hizo fue estar presente en todos. Respecto a sus labores con las que minó el poder de Lerma, destacó su papel en el asunto de don Rodrigo Calderón. A pesar de su amistad con este personaje, a su vez uno de los grandes colaboradores del duque de Lerma, contribuyó decisivamente a la caída del mismo, que fue a su vez impulsada por la reina Margarita de Austria. En la fase de las candidaturas para el puesto de cardenal primado salieron a la luz pública nuevos delitos que se atribuyeron a Rodrigo Calderón. Esto permitió a los rivales de Lerma desatar una poderosa ofensiva contra el mismo. Tanto Aliaga como otros religiosos y religiosas, influyeron enormemente en el ánimo del soberano, que pocos días después de la marcha del conde de Lemos por el escándalo, decretó el destierro de duque de Lerma. Así, con la caída de Lerma, intervino Aliaga en la disputa entre los dos candidatos a ser validos, Uceda, el hijo de Lerma, y Pedro Fernández de Castro, el conde de Lemos. Aliaga, con la intervención a su lado del futuro conde-duque de Olivares, ayudó, al primero.

Tras la caída de Lerma en 1618, se alió en el Consejo de Estado con el marqués de Villafranca, Pedro Franqueza, y con Baltasar de Zúñiga. Gozó por poco tiempo de los beneficios que le supuso la privanza de Uceda, hijo del valido destituido. Incluso logró Uceda que Aliaga fuera nombrado inquisidor general del reino en 1619. Según Fernando de Acevedo, que en aquel momento era presidente del Consejo de Castilla, tanto el recién ascendido duque de Uceda como el confesor real, fray Luis de Aliaga, aconsejaron al monarca que en el verano de 1619 hiciese una visita a Portugal, reino en el que no había estado desde que asumió la corona del mismo al morir su padre, veinte años atrás. Los tratos de las familias nobiliarias portuguesas en la preparación del viaje fueron o bien con Uceda o bien con Aliaga, mientras que Acevedo era partidario de que los lusos tratasen directamente con el monarca. Asimismo, los preparativos que se realizaron para el viaje requirieron de una complicada organización, así como de un séquito con numerosos personajes y servidores varios, entre ellos el propio confesor del rey. Fue en este viaje, más bien en el retorno del mismo, donde se iniciaron los problemas de salud del rey. A partir de enero de 1621, con su enfermedad agravada, el rey tenía numerosos escrúpulos de conciencia que le obligaban a continuas consultas con su confesor respecto a cualquier tema, de tal forma que se llegó a la situación de que no despachaba asunto alguno sin su aprobación, por lo que prevaleció siempre el parecer del Aliaga.

Fray Luis de Aliaga disfrutó de todas las prebendas que el valimiento suponía. Respecto a su rapacidad económica, se había acostumbrado al trasiego cosrtesano y solicitaba continuamente dispensas y permutas de oraciones y de oficios religiosos que él debió celebrar, para así no faltar a sus deberes como hombre del gobierno de la monarquía de su majestad católica. El embajador del Imperio en la corte de Madrid culpaba al confesor del rey de que la monarquía hispánica no enviase con prontitud tropas desde Nápoles para auxiliar al emperador en su lucha contra la rebelión de Bohemia, que había surgido en 1618. El escritor Francisco de Quevedo, quien realizó importantes gestiones políticas relacionadas con el virreinato de Nápoles durante el reinado de Felipe III, le acusó, aunque no de forma abierta, de haber exigido y haber recibido grandes cantidades de plata, alhajas y diamantes por parte del duque de Osuna, mientras éste prestó sus servicios al monarca como virrey en Italia, primero en Sicilia y luego en Nápoles. El fin de estos sobornos era que Aliaga defendiese sus intereses ante la corte durante su ausencia como virrey. El estado de salud del rey empeoraba progresivamente y el lunes 29 de marzo sufrió un gran agravamiento que le llevó a solicitar confesión y el sacramento de la extremaunción, que le fue suministrado por su confesor Aliaga. La agonía del rey se extendió casi cuarenta y ocho horas y fue entonces cuando el monarca reprendió la actitud de su confesor ante su falta de sinceridad y de cuidado. Poco antes de la muerte del monarca se renovó la presión contra Rodrigo Calderón, contra su gestión y contra sus abusos políticos y económicos, presiones en las que Aliaga se mostró nuevamente con especial actividad contra todos los protegidos de Lerma.

Igualmente, poco antes de la muerte del monarca, lo único que le faltaba a Aliaga para consumar su poder era un capelo cardenalicio. Uceda, simple instrumento en sus manos y en la de sus colaboradores, se lo buscó de forma apremiante con numerosas gestiones ante la promoción que se anunciaba a comienzos de 1621, promoción que suscitaba todo tipo de intrigas en la curia romana debido a la avanzada edad del pontífice Paulo V. En esta situación, el gobierno de la monarquía hispánica procuró obtener ventajas y propuso algunos candidatos. Fue aquí donde se enmarcaron las acciones de Uceda en la búsqueda del capelo para fray Luis de Aliaga, acciones que finalmente fracasaron y que supusieron una gran decepción para el confesor real. Ya antes de la muerte del rey, su hijo Felipe mostraba poca atención a la figura de Aliaga. Cuando murió Felipe III y subió al trono Felipe IV, el nuevo valido o privado, Olivares, determinó el inicio de una reacción general contra todo lo que había supuesto el gobierno durante el reinado del anterior monarca. Esta reacción se hizo eco de un clamor público generalizado que acusaba a todos los que tuvieron algo que ver con el anterior gobierno, justa o injustamente, de corrupción. Aliaga no pudo librarse de esta corriente adversa y fue destituido de su cargo de inquisidor general, cargo que pasó a ser ocupado por Andrés Pacheco, obispo de Cuenca y a quien Aliaga había vetado como primado de Toledo. Igualmente, el confesor fue acusado de instigar la muerte del conde de Villamedina y, aunque no se pudo probar tal acusación, recibió, en abril de 1621, la orden de abandonar la corte y exiliarse. Primero lo hizo a un convento de su orden, en Huete, y después a otro de Zaragoza, donde se supone que murió. Se preciaba a sí mismo como gran literato y algún estudioso posterior le atribuyó, aunque sin fundamento sólido, la autoría de la segunda parte del Quijote, publicada por alguien bajo el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda.

Bibliografía

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