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HistoriaPolíticaBiografía

Alfonso VIII. Rey de Castilla (1155-1214)

Rey de Castilla desde 31 de julio de 1158 hasta la fecha de su muerte. Nacido probablemente en Soria el 11 de noviembre de 1155 y muerto en Gutiérrez Muñoz (Ávila) en la madrugada del 5 al 6 de octubre de 1214.

Síntesis biográfica

Hijo de Sancho III de Castilla, Alfonso VIII llegó al poder a la edad de 3 años. Durante la mayor parte de su minoría de edad estuvo bajo la supervisión de la familia Lara. Tras asumir personalmente el control de su reino en 1169, Alfonso se enfrentó sucesivamente a los reyes de Navarra y León, con el fin de recuperar los territorios que le habían sido arrebatados durante su minoría de edad. Además de estas campañas el rey de Castilla se enfrentó en varias ocasiones con los ejércitos almohades, a los que derrotó en la batalla de las Navas de Tolosa.

Alfonso VIII, rey de Castilla. Palacio Real. Madrid.

Primeros años

Único hijo del monarca castellano Sancho III y de la esposa de éste, Blanca Garcés, su nacimiento fue motivo de grandes celebraciones en la corte de sus progenitores, que decidieron bautizarle con el nombre de Alfonso en honor a su abuelo paterno, el rey de Castilla y León Alfonso VII.

Muy pronto se apagó el júbilo de la corte del rey de Castilla, puesto que el 12 de agosto de 1156 falleció la reina, circunstancia que impidió al joven infante tener algún recuerdo de su madre, ya que apenas contaba con 9 meses cuando doña Blanca fue enterrada en la iglesia de Santa María de Nájera. Pero éste no iba ser el único acontecimiento triste de su infancia, puesto que el 31 de julio de 1158, cuando apenas contaba con 3 años de edad, murió Sancho III, que tuvo tiempo para designar como regente del reino a su antiguo ayo, Gutierre Fernández de Castro, el cual además de ocuparse de manejar los asuntos del gobierno, debía vigilar que la formación de Alfonso fuera lo más completa posible. Pero a pesar de que el nuevo rey debió estar rodeado de atenciones, no hay duda entre los investigadores a la hora de afirmar que la prematura muerte de sus padres afectó profundamente a su desarrollo personal, ya que se vio obligado a madurar muy deprisa, al calor de los sucesivos enfrentamientos que tuvieron lugar en Castilla para lograr su custodia.

Así a pesar de que don Gutierre se hizo cargo de Alfonso VIII tras la muerte de Sancho III, debido a las fuertes presiones que ejerció sobre él la familia Lara, se vio obligado a renunciar a su cargo y a entregar al rey niño a García García de la Aza, el cual tras aproximadamente un año y medio, entregó al rey a Manrique Pérez de Lara. Ante esta nueva situación las protestas de los Castro fueron en aumento, circunstancia que provocó el estallido de sucesivos episodios violentos, en los que participó activamente desde el año 1162, en apoyo de éstos últimos, Fernando II de León. Los Lara, salvo en breves intervalos, mantuvieron el control sobre Alfonso VIII durante 9 años, a pesar de la violenta muerte de don Manrique en 1164, ya que Nuño Pérez de Lara asumió todas las responsabilidades que había ostentado su hermano mayor, hasta que el monarca tomó el control de su reino personalmente en el año 1169.

Relaciones con el reino de León

A pesar de que durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Fernando II se había apoderado del Infantazgo de Tierra Campos, las relaciones de ambos monarcas fueron cordiales durante los primeros años de gobierno personal del rey de Castilla. Pero las relaciones entre tío y sobrino se fueron enrareciendo con el paso del tiempo, sobre todo a partir del año 1176, cuando Alfonso VIII dio por concluidas sus campañas en Navarra. Así en el otoño de 1178 el monarca castellano al mando de un poderoso ejército, partió de Simancas con la intención de atacar Medina de Rioseco. Fernando II intentó cortarle el paso en las proximidades de Castrodeza, donde según apuntan algunas crónicas castellanas Alfonso VIII obtuvo una importante victoria, que le permitió apoderarse de todas las plazas y villas que formaban parte del ya citado Infantazgo. No obstante el rey de León no se resignó a perder estos territorios, motivo por el cual se sucedieron los enfrentamientos entre las tropas castellanas y leonesas en la frontera de ambos reinos entre los años 1179 y 1180. Muy pronto la falta de resultados animó a ambos monarcas a acercar sus posiciones y finalmente llegaron a un principio de acuerdo el 27 de febrero de 1181, que fue ratificado oficialmente por la paz de Medina de Rioseco el 21 de marzo de ese mismo año. La paz no fue duradera, ya que en 1182 volvieron a reanudarse las hostilidades, por lo cual se hizo necesaria la intervención del maestre de Santiago y del prior de la orden de San Juan, que mediaron para que Fernando II y Alfonso VIII volvieran a negociar, firmándose así el Tratado de Fresno-Lavandera el 1 de junio de 1183.

La llegada al poder de Alfonso IX, tras la muerte de Fernando II, en un principio no fue un obstáculo para el mantenimiento de la paz entre ambos reinos, puesto que por el contrario el nuevo monarca de León intentó afianzar las relaciones de amistad con su primo, en previsión de que éste colaborara con los partidarios de su hermanastro, el infante don Sancho. Así el 19 de marzo de 1188 tuvo lugar una reunión entre ambos monarcas en Carrión de los Condes, en la cual Alfonso IX se comprometió a casarse con una infanta castellana y fue armado caballero por Alfonso VIII, lo cual significaba que el rey de León reconocía la supremacía del rey de Castilla. Poco después Alfonso VIII presidió el matrimonio de su hija primogénita, doña Berenguela, con el príncipe alemán Conrado, tras lo cual ambos fueron jurados como herederos de Castilla, ya que en ese momento todavía no se había producido el nacimiento de ningún infante. Dichos acontecimientos no fueron del agrado de Alfonso IX, que acariciaba la idea de convertirse en el heredero al trono castellano, en el caso de que Alfonso VIII no tuviera ningún hijo varón, motivo por el cual firmó una alianza con el rey de Portugal, a la que se unió poco después el monarca aragonés Alfonso II y Sancho VI de Navarra, que aislaba prácticamente a Castilla. De este modo la situación se fue haciendo cada vez más tensa entre ambos monarcas y fue necesaria la intervención del papa para evitar la guerra, que consiguió su propósito tras la firma del laudo arbitral de Tordehumos el 20 de abril de 1194.

Firmada la paz nuevamente con el rey de León, Alfonso VIII dedicó sus esfuerzos a luchar contra los almohades, aunque no por ello habían desaparecido los problemas entre ambos monarcas cristianos, como lo demuestra el hecho de que Alfonso IX firmara una importante alianza con el califa almohade tras la batalla de Alarcos. Así tras recibir la noticia de que los leoneses estaban preparados para atacar su reino, Alfonso VIII firmó una alianza con Pedro II de Aragón e hizo todo lo que estuvo en su mano para asegurarse que Sancho VII de Navarra se mantuviera neutral. Estos logros diplomáticos permitieron al rey de Castilla enfrentarse con éxito a Alfonso IX, ya que tras recuperar Plasencia, logró tomar una importante fortaleza en las Somozas y la población conocida en la época como Castro de los Judíos. Concluida la campaña Alfonso VIII se quejó enérgicamente ante el papa, el cual amonestó seriamente a Alfonso IX por colaborar con los musulmanes, aunque las amenazas del pontífice de nada sirvieron ya que el rey de león mantuvo sus contactos con éstos. Pero la situación muy pronto iba a cambiar, ya que en el año 1197 Alfonso VIII firmó una tregua de 5 años con el califa almohade, circunstancia que dejó al rey de León completamente aislado.

Todo parecía indicar que Alfonso VIII no tardaría en atacar, pero el monarca castellano, al parecer siguiendo los consejos de su esposa, decidió firmar la paz con su primo, el cual se comprometió en matrimonio con la infanta Berenguela. Dicha unión pretendía asegurar la paz entre ambos reinos, ya que por un lado Alfonso VIII entregó a su hija como dote las plazas fronterizas que le había arrebatado al monarca leones y éste como prueba de sus buenas intenciones, entregó a la infanta castellana las plazas que había arrebatado a su padre. De este modo la paz entre ambos quedaba asegurada mientras el matrimonio fuera efectivo, aunque muy pronto iban a surgir los problemas puesto que tanto el papa Celestino III, como su sucesor Inocencio III, se negaron a reconocer esta unión, dado el grado de parentesco que existía entre ambos. Así a pesar de los intentos por legalizar el matrimonio por parte de ambas cortes, tanto doña Berenguela como Alfonso IX fueron excomulgados, excomunión que se hizo extensible a los hijos que nacieran de esta unión.

La decisión del pontífice causó una gran impresión en Alfonso VIII, que tras recibir la noticia abandonó el asedio que estaba llevando a cabo en Vitoria, para dirigirse a Plasencia donde se reunió con su yerno, el 8 de diciembre de 1199. Allí se firmó un acuerdo por el cual se reconocía a doña Berenguela como dueña de todas las plazas fronterizas hasta su muerte, aunque finalmente se disolviera la unión. La paz con León quedó sólidamente cimentada y durante los años siguientes tan solo se registraron enfrentamientos sin importancia.

Relaciones con el reino de Navarra

Durante la minoría de edad de Alfonso VIII, Sancho VI de Navarra además de vincular a sus posesiones los territorios de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, incorporó a su reino gran parte de la Rioja, Logroño, algunas plazas importantes como la de Santo Domingo de la Calzada y tras penetrar en la Bureba, tomó posesión de Briviesca; tras lo cual firmó una tregua con Nuño Fernández de Lara. Dicha tregua que debía tener una duración de 10 años, fue rota por Alfonso VIII en el año 1172, ya que éste no podía tolerar estas importantes pérdidas territoriales. De este modo aproximadamente en el mes de mayo el rey de Castilla recuperó las plazas de Briviesca y Garañón, entre otras; y en el mes de septiembre había llegado hasta Logroño. Pero a pesar de estos triunfos la guerra no había hecho más que empezar. Así las campañas en contra del reino de Navarra se mantuvieron de forma permanente hasta el año 1176. Pero sin duda el hito fundamental de esta contienda fue el asedio a la plaza de Leguín, puesto que tras su caída el rey navarro decidió contemporizar con su enemigo.

Debido a las dificultades que había para llegar a un acuerdo, fue necesario recurrir a Enrique II de Inglaterra para que mediara en el conflicto. Así gracias a la intervención de éste se firmó el 25 de agosto de 1176, un compromiso arbitral, por el cual ambos monarcas se comprometían a instaurar sus fronteras en el mismo punto en el que se encontraban a comienzos del reinado de Alfonso VIII, aunque dicha decisión no satisfizo las aspiraciones de ninguno de los litigantes, motivo por el cual se mostraron reacios a acatar la sentencia, especialmente Sancho de Navarra, que finalmente se vio forzado a aceptar la nueva situación, por las fuertes presiones que Alfonso VIII ejerció sobre él. Así el 15 de abril de 1179 se firmó un nuevo tratado de paz.

La clama fue la tónica general los años siguientes, aunque tras la muerte de Sancho VI, el 27 de junio de 1194, se reanudaron los enfrentamientos, puesto que el sucesor de éste, Sancho VII, aprovechando la derrota que habían sufrido las tropas de Alfonso en Alarcos, decidió aliarse con el rey de León, llegando a pactar incluso con los almohades. Aunque hay que señalar que Sancho el Fuerte no llegó a intervenir en apoyo de Alfonso IX, ya que en marzo de 1197, a instancias del rey de Aragón, se reunió en Tarazona con el rey de Castilla, restableciéndose nuevamente la concordia entre ambos reinos. Pero la paz una vez más no iba ser duradera, ya que el navarro rompió la tregua ese mismo año, acción que no fue perdonada por Alfonso VIII, que tras firmar la paz con León y con los almohades, llevó a cabo una serie de campañas, entre 1198 y 1200, que tuvieron como principal consecuencia que Alava y Guipúzcoa se incorporaran definitivamente a Castilla.

Relaciones con los almohades

La alianza firmada por Alfonso VII con ibn Mardanis (1124-1172), más conocido como el rey Lobo; no se vio alterada durante la minoría de edad de su nieto, Alfonso VIII. Dicha alianza fue enormemente beneficiosa para los castellanos, que gracias a la intervención de éste, no tuvieron que hacer frente a los ataques almohades, en un momento en que la situación interior estaba marcada por los enfrentamientos entre los Lara y los Castro. Esta situación de calma se trastocó cuando Alfonso VIII llegó a la mayoría de edad, puesto que educado en los ideales de la Reconquista, muy pronto estuvo interesado en enfrentarse a los musulmanes, motivo por el cual entró en contacto con el caudillo luso Geraldo Sempavor y afianzó sus relaciones con el rey Lobo. Así a pesar de que los norteafricanos obtuvieron un importante botín en las campañas que realizaron en el año 1170, decidieron informar al emir de Marruecos, Yacub (1160-1199), del cambio que se había producido en el reino de Castilla, motivo por el cual éste decidió cruzar el Estrecho para encabezar una expedición de castigo personalmente. De este modo en el año 1171 tras atravesar Badajoz, Yacub atacó Toledo aunque su verdadero propósito era acabar definitivamente con la independencia del reino de Murcia, reino que pasó a estar bajo su control el año siguiente, sin que Alfonso VIII pudiera hacer nada por evitarlo.

Desde la muerte del rey Lobo, el principal peso de la guerra en contra de los musulmanes recayó en el reino de Castilla, puesto que tras la desaparición del reino de Murcia sus fronteras quedaban expuestas a los ataques almohades. No tardó en dejarse sentir esta nueva amenaza, ya que ese mismo año (1172) Toledo y Talavera fueron duramente castigadas y se puso sitio, 8 de julio, a la fortaleza de Huete. Ante estos acontecimientos Alfonso VIII no tardó en reaccionar y tras reorganizar sus fuerzas partió para liberar la plaza. Pero no fue necesario llegar a Huete para enfrentarse a los ejércitos del emir, puesto que Yacub se había visto obligado a levantar el asedio, tras quedar devastado su campamento por un fuerte vendaval. De este modo según se puede constatar en las crónicas los ejércitos castellanos y almohades se encontraron el 25 de julio y un día después se iniciaron los enfrentamientos, aunque en esta ocasión no tuvo lugar ninguna batalla campal, ya que los ejércitos de Alfonso VIII abandonaron sus posiciones y se dirigieron a Hita, donde se encontraba el monarca el 29 de agosto. 1173 se inició con nuevas expediciones de castigo de ambos bandos, aunque finalmente Alfonso VIII, debido a los problemas que tenía en sus fronteras tanto con navarros como con leoneses, decidió negociar una tregua con los almohades, la cual se firmó ese mismo año.

A pesar de que Alfonso VIII fue el principal promotor de la mencionada tregua con los musulmanes, no tardó en romperla tras firmar, junto al rey de Navarra el compromiso arbitral que había dictado Enrique II. Así en enero de 1177 encontramos al monarca castellano dirigiendo personalmente el asedio a Cuenca, ciudad que fue rendida por hambre en septiembre de ese mismo año. En este sentido es necesario señalar que desde la conquista de Cuenca hasta el año 1181, a pesar de que se sucedieron las campañas de castigo, el rey de Castilla no participó personalmente en ninguna expedición, quizá por los numerosos enfrentamientos que mantuvo con el rey de León, hasta la firma del tratado de Medina de Rioseco.

Firmada la paz con Fernando II, no tardó Alfonso VIII en reanudar las hostilidades en contra de los musulmanes, motivo por el cual a finales de abril de 1181 encontramos al monarca en ciudad de Toledo preparando una expedición mucho más ambiciosa que las llevadas a cabo en años anteriores. Así en el mes de junio de 1182 condujo a sus hombres a la ciudad de Córdoba, ante el estupor de los almohades que se refugiaron masivamente en las ciudades, al tiempo que el gobernador de Sevilla realizaba los primeros intentos para reorganizar el ejército. Dicha situación animó a Alfonso a seguir con la campaña y tomó la plaza de Setifilla, la cual fue puesta bajo la custodia de una poderosa guarnición, ya que el monarca pretendía conservar esta fortaleza como avanzadilla cristiana, aunque finalmente tuvo que renunciar a la posesión de la misma ante la reacción del citado gobernador de Sevilla, que intentó tomar Talavera, aunque sin ningún éxito. Los años siguientes (1183-1184) los ejércitos castellanos continuaron con sus campañas en territorio enemigo, pero parece poco probable que Alfonso VIII dirigiera alguna expedición, no obstante la inesperada muerte de Yacub puso fin a la ofensiva iniciada por los almohades en el año 1184, circunstancia que animó a los castellanos a penetrar en territorio musulmán entre los años 1185 y 1189. Pasados estos años la situación del imperio almohade se hizo más estable, ya que el nuevo emir, Muhammad al-Nasir, decidió cruzar el Estrecho para iniciar la guerra santa en contra de los castellanos, circunstancia que impulsó a Alfonso VIII a solicitar una tregua, que fue aceptada por éste en el año 1190.

Entre los años 1190 y 1193 la tregua fue renovada puntualmente por los emisarios enviados por Alfonso VIII a Marruecos, pero tras la firma del tratado de Tordehumos (20 de abril de 1194), el rey de Castilla decidió organizar una nueva expedición por tierras del Guadalquivir, en la que obtuvo unos resultados brillantes. La reacción del emir almohade no se hizo esperar y en la primavera del año siguiente (1195) éste llegó a la Península, tras lo cual volvió a convocar a todos los musulmanes para emprender la guerra santa. No tardó Alfonso VIII en conocer las intenciones de Muhammad al-Nasir, motivo por el cual convocó a los magnates castellanos más importantes y a todos los miembros de las ordenes militares, para que junto a él plantaran cara al enemigo. No obstante, a pesar de que logró reunir un poderoso ejército en Toledo, Alfonso sufrió una de las derrotas más importantes de su reinado en la batalla de Alarcos, celebrada el 18 de junio de 1195, derrota que tuvo amplias repercusiones, ya que la debilidad de Alfonso fue aprovechada por los reyes de León y de Navarra para firmar una alianza con los musulmanes los cuales envalentonados por su triunfo se negaron a firmar la paz con Castilla. En el año 1196 los almohades iniciaron una expedición en contra de Toledo, que pudo resistir el ataque aunque no sin dificultad. Finalmente en el año 1197 el emir consintió en firmar una tregua con Alfonso VIII, que logró salir airosos de la complicada situación a pesar de que había estado en juego la integridad de su reino.

La tregua con los almohades se mantuvo desde el año 1197 hasta 1210, sin que se registrara ningún enfrentamiento entre los musulmanes y los castellanos durante este largo periodo, en gran parte debido al interés que demostró sentir Alfonso VIII por Gascuña. A pesar de todo es posible percibir como las relaciones entre almohades y castellanos se fueron enrareciendo con el paso de los años, especialmente en los territorios fronterizos, por lo que no es extraño que la repoblación emprendida por el monarca de Castilla en la plaza de Moya, encendiera nuevamente la mecha de la guerra. Así el emir almohade llegó a al-Andalus a principios del año 1211, tras haber ordenado que se predicara la guerra santa, aunque según las crónicas los primeros ataques partieron del bando cristiano, ya que un grupo de caballeros de la Orden de Calatrava, atacaron Baeza, Andújar y Jaén. De este modo rota definitivamente la paz los almohades iniciaron una incursión por territorio castellano y pusieron sitio en junio de ese mismo año a la fortaleza de Salvatierra. Tras conocer la noticia Alfonso VIII puso en pie de guerra a todos sus hombres, aunque no logró liberar la mencionada fortaleza que cayó en poder de los musulmanes. Pero la caída de Salvatierra iba provocar que gran cantidad de hombres de todos los reinos cristianos de la Península, e incluso muchos caballeros europeos, acudieran a luchar en defensa de su religión y se unieran a las tropas de Alfonso VIII en Toledo el día 20 de mayo de 1212. Así el 20 de junio de 1212 un poderoso ejército abandonó la ciudad con la intención de derrotar a los ejércitos norteafricanos, los cuales salieron a su encuentro en el llamado paso del Muradal, lugar donde tuvo lugar el día 16 julio, la famosa batalla de las Navas de Tolosa. Pero a pesar de la derrota de los almohades, la mencionada batalla no marcó el final de los enfrentamientos, ya que durante dos años continuaron abiertas las hostilidades, siendo el hambre que se vivía en tierras de Castilla el detonante que impulsó a Alfonso a firmar una tregua con sus enemigos en el año 1214.

Relaciones con el reino de Aragón e intervención en Gascuña

Es posible afirmar que las relaciones entre Alfonso VIII y Alfonso II de Aragón fueron sumamente cordiales desde 1169 hasta 1179, aunque naturalmente existieron algunas diferencias entre ellos que fueron resueltas sin dificultad. Así ambos monarcas se enfrentaron de forma conjunta al rey de Navarra entre 1174 y 1177, por no mencionar que Alfonso II colaboró decisivamente en la conquista de Cuenca. Pero tras la firma del tratado de Cazorla, el 20 de marzo de 1179, las relaciones entre ellos se fueron enfriando, ya que el 15 de abril de ese mismo año, Alfonso VIII firmó la paz por separado con el rey de Navarra, acto que no gustó al aragonés que se sintió defraudado. A pesar de estas circunstancias, el rey de Castilla y el rey Aragón intentaron resolver un pequeño conflicto fronterizo de forma pacífica y acordaron que el primero ayudaría al segundo a afianzar su autoridad sobre el Albarracín. No obstante Alfonso VIII mostró poco interés en participar en los proyectos de Alfonso II, circunstancia que indujo a éste a aliarse con el rey de Navarra, el 7 de septiembre de 1190 en Borja. Simultáneamente Alfonso IX de León firmó un tratado con el rey de Portugal, alianza que no tardó en fundirse a la ya firmada por el aragonés y el navarro, en el tratado de Huesca, firmado el 12 de mayo de 1191. De este modo en el mes de julio de ese mismo año los reyes de Aragón y de Navarra iniciaron una expedición por tierras sorianas, aunque muy pronto Alfonso II tuvo que abandonar a su aliado, ya que Teruel fue atacado por los castellanos. Éste nada pudo hacer por defender sus posesiones, ya que fue hecho prisionero tras caer en una emboscada, aunque gracias a la intervención de los obispos de Osma y Tarazona, se restableció la concordia entre ambos reinos de forma permanente, ya que tras la muerte de Alfonso II en 1196, su sucesor Pedro II, se convirtió en uno de los principales aliados de Alfonso VIII hasta el año 1213.

Por lo que respecta a Gascuña, territorio que formaba parte de la dote de su esposa, doña Leonor, hay que señalar que el monarca castellano apenas prestó atención a este territorio hasta el año 1199, año en que estaba prácticamente consolidado el dominio castellano de las tierras de Álava y Guipúzcoa. Así no tomó ninguna medida en contra del vizconde de Bearn, cuando este juró fidelidad al rey de Aragón en el año 1170 y no pudo o no quiso hacer nada, para frenar las actuaciones de los nobles gascones tras la llegada al trono de su cuñado, Ricardo Corazón de León. Pero la llegada de las tropas castellanas a la frontera del Bidasoa, marcó un antes y un después en las relaciones de Alfonso VIII con Juan Sin Tierra y con Felipe Augusto de Francia, que buscaron la amistad del castellano, puesto que ambos se encontraban en guerra. Al mismo tiempo algunos nobles gascones buscaron el favor de Alfonso, lo cual favoreció que éste mostrara un interés creciente por este territorio, aunque hasta la muerte de Leonor de Aquitania, el 4 de abril de 1204, no dejó sentir su autoridad. No obstante, a pesar de que encabezó una expedición para reforzar su posición en 1205, apenas un año después abandonó sus pretensiones sobre Gascuña.

Vida familiar y últimos años

En virtud de una de las cláusulas del tratado de Sahagún, firmado por Sancho III de Castilla y Fernando II de León en el año 1157, sí alguno de los monarcas fallecía sin descendencia, la corona revertiría directamente en aquel que sobreviviera. Dicha cláusula mantendría su vigor entre los descendientes de ambos, motivo por el cual era urgente dar a la corona de Castilla un heredero lo más rápido posible, ya que Alfonso VIII carecía de hermanos. Así en opinión de Gonzalo Martínez Diez la cuestión sucesoria fue abordada en la primera curia que presidió en Burgos Alfonso VIII, tras alcanzar oficialmente la mayoría de edad, puesto que desde fechas muy tempranas se inició la búsqueda de una esposa para el joven monarca. La elegida fue doña Leonor, la hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, con la que Alfonso VIII contrajo matrimonio en septiembre de 1170. Pero a pesar de la rapidez con la que se celebraron los esponsales, el matrimonio no debió consumarse hasta algunos años más tarde, ya que Leonor tenía 10 años cuando se celebró el enlace. Aunque parece poco probable que ambos monarcas consumaran su unión en torno al año 1179, ya que debido al elevado índice de mortalidad infantil de la época, es posible que algunos de sus hijos no superaran los primeros días de vida, por lo que no quedó registrada su presencia en la documentación. Así el primer nacimiento del que tenemos constancia es el de doña Berenguela (1180-1240), después de esta fecha conocemos la identidad de al menos 9 hijos más, entre los que podríamos destacar por su importancia al infante Fernando (1189-1211), cuya muerte causó una profunda tristeza en su padre; y al futuro Enrique I (1204-1217).

En opinión de los biógrafos de Alfonso VIII la vida familiar del monarca fue feliz, aunque la muerte de algunos de sus hijos enturbió en ocasiones esta felicidad. De este modo el rey se mostró satisfecho con su matrimonio y sobre todo con las grandes cualidades de su esposa, a la que respetó durante los 44 años que duró su unión. A pesar de todo existen algunas referencias literarias, que hablan de una supuesta relación de Alfonso VIII con una judía de Toledo, aunque dicha relación no ha podido ser corroborada.

Por lo que respecta a los últimos años del monarca hay que señalar que tras la citada batalla de las Navas de Tolosa, la salud de Alfonso VIII se encontraba muy deteriorada, debido fundamentalmente a las numerosas campañas guerreras que éste había dirigido a lo largo de su reinado. Pero su delicado estado de salud no le impidió continuar ejerciendo sus responsabilidades. Así a pesar de que entre octubre y noviembre del año 1213 había estado a punto de morir, a causa de una grave enfermedad, a finales de éste último mes emprendió viaje a Toledo, ciudad donde debía reunirse con su ejército para marchar sobre Baeza. El asedio de Baeza se prolongó durante algunos meses y Alfonso VIII permaneció en el mismo hasta el 2 de febrero de 1214, fecha en la que inició el regreso a Castilla. De este modo a pesar de las duras condiciones que había tenido que soportar, no permaneció mucho tiempo descansando en la capital de su reino, puesto que pocos días después de su llegada viajó a Carrión de los Condes. Instalado nuevamente en Burgos a principios del mes de mayo, durante todo el verano estuvo muy pendiente de las negociaciones para firmar una tregua con los almohades, tras lo cual, a principios de septiembre de ese mismo año (1214), inició el que sería su último viaje.

Gravemente enfermo, apenas podía cabalgar sin ayuda, Alfonso VIII se obstinó en viajar a Palencia, donde debía reunirse con su yerno Alfonso II de Portugal. Pero el viaje iba estar rodeado de sinsabores para la familia real y especialmente para el rey, que recibió con pesar la noticia de la muerte de uno de sus más fieles colaboradores, Diego López de Haro, personaje al que pensaba entregar la custodia del infante Enrique, por lo que una vez más quedaban trastocados sus planes sucesorios. Aunque hay que tener en cuenta que continuaba teniendo vigencia el testamento elaborado por el monarca en el año 1201, por el cual la reina Leonor se convertía en tutora del monarca y en regente en caso de que se produjera su fallecimiento, ya que había confirmado nuevamente el mencionado documento tras la muerte del infante Fernando.

La muerte de Alfonso VIII tuvo lugar en una pequeña aldea situada entre Arevalo y Avila, llamada Gutierre Muñoz, donde su séquito se detuvo, dado que el monarca aquejado de fuertes fiebres era incapaz de seguir. Acompañado por su esposa, su hija doña Berenguela y su heredero el infante Enrique, tras solicitar una última confesión, recibió la extremaunción de manos del arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada. Pocas horas después, en la madrugada del 5 al 6 de octubre fallecía el rey de Castilla a punto de cumplir los 59 años. Debido a la falta de medios de la mencionada aldea, como comenta Jiménez de Rada en su crónica, tras encontrar un ataúd adecuado para transportar sus restos, Alfonso VIII fue conducido a Valladolid, donde fue embalsamado. Pocos días más tarde fue enterrado con toda solemnidad en el panteón real del monasterio de las Huelgas.

Bibliografía

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Autor

  • Cristina García Sánchez