Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1640–1717): El Noble Piadoso que Gobernó Nueva España en la Era de la Transición Borbónica

Un noble de linaje ibérico en tiempos de cambio dinástico

Orígenes aristocráticos y herencia familiar

Fernando de Alencastre Noroña y Silva nació en 1640 en una ubicación no documentada, aunque su linaje deja claro que pertenecía a la alta nobleza ibérica. Hijo del segundo duque de Abrantes, ostentaba el rango de Grande de España, uno de los títulos más elevados de la aristocracia hispánica. La genealogía de los Alencastre remonta sus raíces al reino de Inglaterra, a través de la variante portuguesa del apellido “Lancaster”, lo cual vinculaba a Fernando con las casas reales europeas desde tiempos de Eduardo III de Inglaterra. Esta conexión dinástica se había reforzado en el contexto de las alianzas entre la corona portuguesa y la castellana durante los siglos XV y XVI.

El título de duque de Linares, que Fernando heredaría con orgullo, fue una concesión de Felipe II, otorgada a su abuelo por servicios prestados a la monarquía. Esta distinción reafirmaba el carácter militar, administrativo y cortesano de su familia, afianzada en la élite del poder imperial. Al mismo tiempo, su posición como marqués de Valdefuentes y comendador de la Orden de Santiago completaba un perfil de alto prestigio nobiliario en la corte española.

En 1685, Fernando de Alencastre contrajo matrimonio con su parienta Leonor de Silva, fortaleciendo los lazos internos entre casas nobles. Sin embargo, la tragedia personal no tardó en marcar su historia: sus dos hijos murieron prematuramente, dejándolo sin herederos directos. Esta circunstancia no solo determinó su herencia patrimonial, sino que también influyó en su perfil como virrey, caracterizado por un sentido profundo de deber público y resignación cristiana ante las pérdidas personales.

Formación, valores e influencias religiosas

Aunque no se conservan detalles específicos sobre su educación, es razonable suponer que Fernando de Alencastre recibió una formación acorde a su linaje. Como noble del siglo XVII, habría sido instruido en teología, derecho canónico, filosofía escolástica, humanidades clásicas y habilidades de gobierno. Además, su pertenencia a la Orden de Santiago, institución militar-religiosa con fuerte peso en la monarquía hispánica, da indicios de una orientación profundamente espiritual y militarista.

La religiosidad marcó todos los aspectos de su vida. Según testimonios contemporáneos, el virrey se mostraba devoto, austero y cercano a las prácticas piadosas. Fue un gobernante que se apoyó notablemente en la Compañía de Jesús, y su administración, aunque limitada en algunos aspectos políticos, se guio por preceptos cristianos. La historiografía posterior ha resaltado esta dimensión religiosa como clave para entender tanto sus decisiones como su talante gobernante.

Su inclinación por el mecenazgo cultural y la fundación de instituciones educativas y científicas en Nueva España —como la primera biblioteca pública y un museo natural— también pueden entenderse como parte de un ethos cristiano ilustrado, que valoraba el conocimiento como servicio a Dios y a la comunidad.

El ascenso al virreinato: contexto político de Felipe V

El nombramiento de Fernando de Alencastre como virrey de Nueva España se inscribe en un contexto clave: el ascenso de la dinastía borbónica al trono español tras la muerte de Carlos II y el estallido de la Guerra de Sucesión (1701–1714). El conflicto culminaría con el Tratado de Utrecht (1713), que reconocía a Felipe V como monarca legítimo, a cambio de múltiples concesiones territoriales a potencias europeas como Inglaterra y Francia.

En este escenario incierto, Felipe V buscó rodearse de funcionarios leales, experimentados y de noble cuna. El 16 de mayo de 1710, firmó el nombramiento oficial de Fernando como trigésimo quinto virrey de Nueva España, una decisión interpretada como muestra de confianza personal y política. El nuevo virrey representaba para el joven monarca una figura de integridad, religiosidad y nobleza, cualidades necesarias para reafirmar el control sobre las colonias en un periodo de transición institucional.

Fernando de Alencastre emprendió su viaje al Nuevo Mundo a mediados de ese año, en una travesía que lo llevó hasta el puerto de Veracruz, donde desembarcó en octubre de 1711. Desde allí, siguió el recorrido ceremonial hacia la capital, siendo recibido en San Cristóbal Ecatepec por el cabildo y demás autoridades virreinales. En la villa de Guadalupe y más tarde en el palacio de Chapultepec, recibió los honores correspondientes a su investidura.

Finalmente, el 13 de noviembre de 1711 tomó posesión formal del cargo, y dos días después hizo su entrada solemne en la ciudad de México. Así iniciaba una administración de poco más de cinco años, marcada por un intento de restaurar el orden moral, enfrentar amenazas exteriores y estabilizar una economía frágil, todo ello desde una postura de autoridad serena, pero también limitada en recursos.

El virreinato de Fernando de Alencastre: tensiones, reformas y desafíos

Toma de posesión y primeras emergencias

La administración de Fernando de Alencastre comenzó bajo señales adversas. El mismo día de su toma de posesión, una inusual nevada cayó sobre la ciudad de México, afectando seriamente a sus habitantes. Poco tiempo después, el 16 de agosto de 1711, un potente terremoto sacudió la capital, causando numerosas víctimas y el derrumbe de muchos edificios. Estas tragedias naturales obligaron al virrey a actuar con prontitud. En un gesto que fue ampliamente valorado, dispuso de su propio patrimonio para socorrer a los damnificados, reparando viviendas y atendiendo las necesidades de los más desfavorecidos.

No obstante, más allá de los desastres naturales, su visión sobre el estado del virreinato fue severa. En una memoria confidencial dirigida a su sucesor, describió una sociedad corrompida y descompuesta: los nobles “solo tratan de acaudalar tesoros”, la plebe era “pusilánime y mal inclinada”, los eclesiásticos vivían en “escandalosos amancebamientos”, y los alcaldes mayores eran calificados como “plaga de las provincias”. Esta mirada pesimista revela un intento —aunque frustrado— por introducir reformas morales y administrativas en una estructura que, según él mismo admitía, le era en gran parte hostil. Aun así, aconsejaba a su sucesor mantener el ánimo ante las calumnias y sátiras, reconociendo la dificultad del cargo y aceptando con ironía los rumores que lo involucraban.

Política territorial y defensa de las fronteras

Durante su mandato, Fernando de Alencastre enfrentó importantes tensiones fronterizas. Uno de los focos principales fue el norte del virreinato, en especial las regiones de Sonora y California, donde los jesuitas mantenían una labor misionera activa, incluso tras la muerte del célebre padre Eusebio Kino en 1711. Gracias al ingreso de nuevos sacerdotes y al respaldo de cédulas reales, los misioneros continuaron su labor, aunque con recursos escasos por parte de la Corona. En California, el padre Salvatierra lideraba una organización teocrática en la que incluso los soldados obedecían a la autoridad eclesiástica.

Al este, la situación era aún más delicada. La presencia francesa en Luisiana inquietaba al gobierno virreinal. En 1714, Louis de Saint Denis, partiendo desde el Mississippi, alcanzó los establecimientos españoles del Río Grande por rutas interiores. Esta incursión fue facilitada por la ingenuidad del fray Francisco Hidalgo, quien había solicitado apoyo a los franceses para evangelizar Texas, sin prever las implicaciones geopolíticas de su propuesta. El gobernador francés Cadillac no dudó en aprovechar esta situación como excusa para extender su influencia.

La respuesta de Fernando fue rápida y estratégica. Encomendó al capitán Domingo Ramón la reocupación del territorio texano, partiendo desde el presidio del Río Grande. Lo acompañaban franciscanos dirigidos por fray Antonio Margil, lo que convirtió la expedición en una cruzada tanto religiosa como militar. A principios de 1716, se fundaron seis nuevas misiones con la intención de llegar hasta Natchitoches, bastión francés en la región. Esta campaña también sirvió para revelar el amplio contrabando que mantenían los franceses con las tribus indígenas, desafiando la soberanía española en el área.

En el reino de Nuevo León, el virrey fundó la colonia de San Felipe de Linares, un esfuerzo por consolidar la presencia española en la región norteña y darle continuidad al proyecto colonizador. Esta fundación no solo llevaba su nombre, sino también su aspiración de dejar una huella duradera en la cartografía del virreinato.

Otro conflicto crítico se desarrolló en la laguna de Términos, en el sureste del virreinato, donde los colonos británicos, amparados por la ambigüedad de los tratados de Utrecht, reanudaron la explotación maderera. En respuesta, el virrey reforzó la Armada de Barlovento, construyó cuatro barcos de navegación ligera en Coatzacoalcos y organizó una expedición naval. El 7 de diciembre de 1716, una escuadra al mando del sargento mayor Alonso Felipe de Andrade sorprendió y expulsó a los británicos, consolidando temporalmente el control español sobre la zona. Cuando los ingleses intentaron reconquistarla en julio de 1717, fueron nuevamente derrotados. Con ello, la laguna de Términos quedó finalmente libre de colonos extranjeros.

Administración interna y reformas económicas

A nivel administrativo, el virrey enfrentó el desafío constante de una hacienda virreinal endeudada. Las fuentes principales de ingresos —como los tributos indígenas, la alcabala, el asiento del pulque, el quinto real y el juego de naipes— eran insuficientes para cubrir los crecientes situados (remesas enviadas a otras posesiones imperiales). Esta situación obligó a cobros por adelantado de tributos, lo cual agravó la deuda estructural del virreinato.

Además, tras la firma del Tratado de Utrecht, se autorizó la instalación en Veracruz de una factoría británica con el monopolio para la introducción de esclavos africanos en territorios españoles, bajo un nuevo “Asiento”. Aunque se prohibió la venta de otros bienes, los comerciantes ingleses pronto violaron esta cláusula, intensificando el contrabando de mercancías de consumo y debilitando el comercio con la metrópoli.

Pese a estas dificultades, el virrey impulsó algunas obras públicas destacadas, como la continuación del desagüe del valle de México. Esta monumental tarea, conocida como el tajo de Nochistongo, había comenzado siglos atrás para evitar inundaciones en la capital. El científico ilustrado Alexander von Humboldt elogiaría esta obra años más tarde como una de las “más gigantescas jamás ejecutadas por el hombre”, subrayando el esfuerzo conjunto de la monarquía y los virreyes novohispanos. Esta continuidad en la infraestructura hidráulica reflejaba tanto la voluntad reformista del virrey como su conciencia de las limitaciones naturales del altiplano mexicano.

Últimos años, muerte en México y huellas del marqués de Linares

Cultura, ciencia y espiritualidad en el virreinato

Durante su mandato, Fernando de Alencastre no solo se concentró en la política territorial y económica, sino que también fomentó el desarrollo cultural y científico de la Nueva España. En un gesto notable que lo distingue de varios de sus predecesores, fundó la primera biblioteca pública del virreinato, así como un museo de animales y plantas, instituciones pioneras en su tipo que señalaban una apertura hacia las corrientes del pensamiento ilustrado, aún en un contexto profundamente religioso.

Este interés por el conocimiento se enmarcaba dentro de su cosmovisión cristiana, donde el estudio del mundo natural era también un modo de glorificar la obra divina. La Compañía de Jesús, con la que mantenía una estrecha relación, fue clave en este proceso, pues los jesuitas se encontraban entre los principales promotores del saber científico y la educación en las colonias americanas.

En este sentido, su virreinato representa una etapa de transición cultural en la que el escolasticismo comenzaba a convivir con los primeros impulsos de la Ilustración. La recepción que más tarde haría Alexander von Humboldt de las obras hidráulicas iniciadas y continuadas bajo el patrocinio virreinal —en especial el tajo de Nochistongo— da cuenta de la magnitud del esfuerzo técnico desarrollado y de su relevancia para la ingeniería y la ciencia del siglo XVIII.

Final del mandato y preparación de la sucesión

Hacia el final de su gobierno, el marqués de Linares ya mostraba signos evidentes de agotamiento físico, pero no por ello descuidó la transición del poder. En junio de 1716, participó activamente en las discusiones del Cabildo sobre cómo financiar los costosos festejos de bienvenida para su sucesor, el marqués de Valero. Aceptó sin objeciones que se dispusieran los fondos procedentes de las pensiones de carnicerías, a pagarse en un plazo de tres años, demostrando una disposición conciliadora y práctica hasta el final de su mandato.

El 16 de julio de 1716, recibió personalmente al nuevo virrey, marcando una transición pacífica y ordenada. Este acto simbólico reflejaba no solo el respeto institucional sino también el compromiso de Alencastre con la estabilidad del virreinato. A diferencia de otros gobernantes que buscaron prolongar su permanencia o ejercer poder tras bastidores, él optó por retirarse con dignidad, dejando un legado más institucional que personalista.

Incluso en sus últimos actos como virrey, Fernando demostró una ética del servicio. En medio de un contexto geopolítico tenso, con la monarquía borbónica consolidándose, las amenazas externas persistiendo y la economía colonial enfrentando restricciones, supo mantener una administración estable, evitando mayores conflictos y promoviendo reformas en la medida de sus posibilidades.

Declive físico, muerte y legado

Cuando Fernando de Alencastre arribó a Nueva España ya era un hombre mayor, viudo y sin hijos, con una salud frágil que se deterioró progresivamente durante su estadía en el virreinato. Creyó, con esperanza, que el clima templado de México podría mejorar su estado físico, pero la realidad fue distinta. Tras ceder el cargo, se mantuvo en la capital, acompañado por unos pocos allegados y por su fe religiosa.

El nuevo virrey, al ver su estado de salud, ordenó un acto profundamente simbólico: que se trasladara la imagen de Nuestra Señora de los Remedios desde su santuario hasta la residencia del duque, en un intento de brindarle consuelo espiritual. Este gesto, a la vez político y religioso, subrayaba la profunda devoción que compartían ambos gobernantes y que definía una parte fundamental de la cultura novohispana de la época.

Finalmente, el 3 de junio de 1717, Fernando de Alencastre falleció en la ciudad de México, cerrando una vida marcada por la fe, la nobleza y el deber público. El Cabildo asistió en pleno a su entierro, celebrado en la iglesia de San Sebastián, del monasterio de carmelitas descalzos. Este homenaje solemne testificaba el respeto que había ganado, a pesar de las limitaciones de su mandato.

La valoración histórica de su figura ha oscilado entre quienes lo consideraron un gobernante piadoso, justo y benévolo, y aquellos que han subrayado su falta de energía política y escasa capacidad reformadora. Sin embargo, a la luz de los documentos y testimonios disponibles, puede afirmarse que su virreinato representó una etapa de estabilidad relativa en tiempos de cambio, caracterizada por una moral rigurosa, una inclinación humanista y un claro sentido de responsabilidad institucional.

A diferencia de virreyes más ambiciosos o autoritarios, Fernando de Alencastre dejó un legado más sereno que espectacular, más ético que militar, más intelectual que político. Su interés por la cultura, su tolerancia ante las críticas, su apoyo a los necesitados y su manejo prudente de los conflictos fronterizos configuran la imagen de un noble ilustrado que supo gobernar con dignidad en una época de grandes transformaciones para el Imperio español y sus colonias americanas.

Cómo citar este artículo:
MCN Biografías, 2025. "Fernando de Alencastre Noroña y Silva (1640–1717): El Noble Piadoso que Gobernó Nueva España en la Era de la Transición Borbónica". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/alencastre-noronna-y-silva-fernando-de [consulta: 4 de octubre de 2025].