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HistoriaPolíticaBiografía

Alejo I Comneno, Emperador de Bizancio (ca. 1057-1118).

Emperador bizantino entre 1081 y 1118, nacido posiblemente en 1057 y muerto el 15 de agosto de 1118 en Bizancio. Fundador de la dinastía de los Comneno, que gobernaría Bizancio durante más de un siglo, Alejo I consiguió restablecer parte del antiguo esplendor bizantino en el momento en que el Imperio parecía abocado a desaparecer.

Pertenecía a una familia de terratenientes de la región de Adrianópolis que había accedido a la clase dominante durante el reinado de Basilio II (960-1025) a través de enlaces matrimoniales con las principales familias de la aristocracia. El propio Alejo fue fruto de uno de estos matrimonios, el formado por Juan Comneno y Ana Dalasena. Durante el reinado de Miguel VII (1071-1078) casó con Irene Ducas, perteneciente al linaje de dicho emperador. Alejo comenzó su carrera como general bajo el reinado de Miguel VII y, posteriormente, sirvió bajo Nicéforo III Botaniates (1078-1081). Durante el reinado de este último destacó por su actuación en la represión de las rebeliones de Nicea y Dirraquio.
Su prestigio militar, sus estrechos vínculos con las principales familias aristocráticas y la debilidad de Nicéforo III le convirtieron en el principal pretendiente al trono. Desde 1080, Alejo manifestó su intención de hacerse con el título imperial. Ya entonces demostró su gran habilidad política, al evitar acceder al trono mediante la violencia. En una entrevista celebrada en Zurulon, consiguió, con el apoyo de los Ducas, que los demás aspirantes al trono abandonaran su propósito. El 14 de febrero de 1081 se rebeló contra Nicéforo III, junto a su hermano, Isaac Comneno. Con la ayuda de mercenarios germanos, los Comneno entraron en Constantinopla el 1º de abril de ese año, lo que permitió que sus tropas saquearan la ciudad durante tres días. El 4 de abril, el patriarca Cosme Hierolimites coronó emperador a Alejo, después de que Nicéforo III fuera enviado a un convento.

El Imperio se hallaba por entonces en un situación catastrófica. Los continuos golpes de estado del período anterior y los ininterrumpidos ataques exteriores a las fronteras bizantinas hacían temblar sus cimientos. El control de la grave situación interna y la recuperación del antiguo potencial militar del Imperio serían, sin duda, los grandes logros del reinado de Alejo. No obstante, en el momento de su entronización, el dominio territorial bizantino se hallaba gravemente mermado por el avance de los turcos selyuqíes, los cuales controlaban la mayor parte de Asia Menor. En las provincias danubianas, los pechenegos realizaban continuas razzias en las fronteras del Imperio. Sin embargo, la principal amenaza eran los normandos de Roberto Guiscardo, que, tras expulsar a los griegos del sur de Italia, preparaban una gran ofensiva contra Constantinopla.

Para asegurar su situación en el flanco oriental, Alejo entregó a los selyuqíes los territorios que habían conquistado, a fin de que se establecieran legítimamente en ellos. Con esto, el emperador conservó al menos la soberanía nominal sobre los antiguos territorios anatolios de Constantinopla y se aseguró la colaboración militar de los turcos contra el inminente ataque normando. En mayo de 1081, Roberto Guiscardo ocupó Corfú y, poco después, sus tropas pusieron sitio a Dirraquio (actual Durres, Albania). La difícil situación financiera del Imperio impidió a Alejo enviar una flota al Adriático para hacer frente a los normandos. Para sufragar la guerra, el emperador recurrió a la confiscación de los bienes de la Iglesia y ordenó fundir el oro y la plata que adornaban los iconos. Ello provocó una grave crisis religiosa, al oponerse el arzobispo León de Calcedonia a las medidas dictadas por el emperador. Sin embargo, éste consiguió imponer su criterio al sínodo ortodoxo y, con el dinero obtenido, financió una ofensiva terrestre y trató de atraerse la alianza de algunos poderes occidentales, como el emperador de Alemania, Enrique IV. Sin embargo, sería finalmente su alianza con Venecia (que no deseaba que los normandos controlaran el Adriático) la auténtica clave de su triunfo sobre Guiscardo. Una flota veneciana infligió una severa derrota a la armada normanda y consiguió levantar el cerco marítimo a Dirraquio. Aún así, en octubre de 1081 el ejército bizantino fue derrotado por los normandos, que consiguieron entrar en la ciudad a comienzos del año siguiente. A partir de ahí ya nada impidió su penetración en territorio bizantino. En los meses siguientes, los normandos inundaron Épiro, Macedonia y Castoria y pusieron sitio a Larisa (Tesalia).

Alejo puso de nuevo en juego su pericia diplomática. Mediante importantes subsidios, consiguió que Enrique IV de Alemania atacara Roma, al tiempo que incitaba una rebelión en el sur de Italia contra el dominio normando. Guiscardo tuvo que regresar a Italia, dejando en Tesalia a su hijo Bohemundo, que derrotó a los bizantinos en Ioannina en mayo de 1082. Alejo entró entonces en negociación con los nobles que dirigían las guarniciones normandas del Danubio y consiguió que parte de ellos se pusieran a su servicio. De esta forma, la defensa bizantina fue recuperando terreno y, cuando Guiscardo retomó la ofensiva en 1085, los bizantinos estaban en una posición de clara superioridad. En julio, el ejército normando fue diezmado por una epidemia de la que fue víctima el propio Guiscardo. Ello supuso la desaparición del peligro normando, al retirarse Bohemundo de los Balcanes para afrontar las luchas civiles que estallaron en su reino.

Casi inmediatamente, Alejo tuvo que afrontar la amenaza que suponían las incursiones de los pechenegos. En la primavera de 1087, éstos penetraron en territorio bizantino con el apoyo de los herejes bogomilos de Tracia, forzando al emperador a firmar un acuerdo de asentamiento. Pero, poco después, Zachas, emir selyuqí de Esmirna, se alió con los pechenegos para atacar Constantinopla por tierra y mar. Para hacer frente a esta nueva ofensiva, Alejo recurrió a una alianza militar con los cumanos, pueblo nómada del sur de las estepas rusas. El 29 de abril de 1091, un ejército conjunto bizantino y cumano derrotó sin paliativos a los pechenegos junto a los montes Levunion. Para romper el cerco marítimo que Zachas había impuesto a Constantinopla, Alejo pagó al emir turco de Nicea, cuyas tropas atacaron Esmirna, obligando a Zachas a retirarse. Poco después, el emperador consiguió sofocar una rebelión de los cumanos en apoyo del pretendiente al trono bizantino Constantino Diógenes.

Tras estas victorias, Alejo intentó restablecer el dominio bizantino sobre Asia Menor, aprovechando el debilitamiento del sultanato selyuqí. Sin embargo, este proyecto quedó truncado por la aparición en sus fronteras de los cruzados de occidente. En noviembre de 1095, el papa Urbano II promulgó la Primera Cruzada (véase Las Cruzadas), en parte como respuesta a las peticiones de ayuda de Alejo I contra los selyuqíes. En 1096 alcanzó Constantinopla la "cruzada de los pobres", conducida por Pedro el Ermitaño. Ante esta inaudita invasión, el emperador trató de evitar el saqueo y ordenó a su ejército que escoltara a la multitud de peregrinos, a los que advirtió del peligro que suponía internarse en territorio turco. En efecto, la mayor parte de los peregrinos pereció en Asia Menor, pero los que sobrevivieron pudieron volver a Europa gracias a la protección del emperador, que les permitió cruzar el Bósforo sin dificultades.

A fines de 1096 llegó a Constantinopla el verdadero ejército cruzado, entre cuyos líderes destacaba, para sorpresa del emperador, el normando Bohemundo. Se produjeron diversas escaramuzas entre los cruzados y las tropas de defensa bizantinas, pero la habilidad política de Alejo I impidió que el paso de los peregrinos occidentales por sus tierras se convirtiera en una auténtica guerra. Alejo agasajó a los caudillos cruzados con regalos y promesas de ayuda militar, arrancando de ellos un juramento de fidelidad y el compromiso de entregarle las ciudades que consiguieran reconquistar y que antaño hubieran pertenecido al Imperio. El emperador declaró, asimismo, su propósito de ponerse al frente de la cruzada tan pronto se lo permitieran las circunstancias políticas (lo cual no fue del agrado de los nobles cruzados). Parte del ejército bizantino acompañó a los peregrinos en su camino por Anatolia, recuperando Nicea y otras plazas, mientras Alejo iniciaba una ofensiva en el Egeo que le permitió tomar Esmirna, Éfeso y Sardes. Sin embargo, cuando, en junio de 1098, los cruzados al frente de Bohemundo conquistaron Antioquía, la antigua metrópoli bizantina de Siria, la ciudad no fue restituida al dominio griego, sino que se convirtió en centro de un nuevo principado latino-normando. Ello supuso la ruptura de los compromisos entre el Imperio y los cruzados, que lograron tomar Jerusalén en 1099 sin ayuda bizantina.

A partir de entonces, Alejo hostigó continuamente a los cruzados de Antioquía, con el apoyo de los selyuqíes. Para hacer frente a la ofensiva griega, Bohemundo regresó a Italia en 1107 y puso en marcha una nueva cruzada, esta vez dirigida directamente contra Constantinopla. En octubre de ese año, Bohemundo atacó de nuevo Dirraquio. El ejército bizantino consiguió derrotar a los cruzados en septiembre de 1108 y el propio Bohemundo fue hecho prisionero. El normando tuvo que prestar juramento de vasallaje al emperador y reconocer la soberanía bizantina sobre Antioquía. Sin embargo, este tratado no fue reconocido por Tancredo, sucesor de Bohemundo en Siria, y la ciudad siguió bajo dominio latino.

Pero los cruzados ya no suponían un peligro para el Imperio y, desde entonces, Alejo pudo entregarse a la recuperación de Anatolia. El avance militar bizantino fue lento y difícil, en gran medida debido a que la mayor parte de la población griega había abandonado Anatolia tras la conquista turca. No obstante, el emperador consiguió en 1116 una importante victoria que permitió abrir un corredor militar entre Sangario y Dorilea. Aunque Bizancio no volvería a recuperar el dominio total de Anatolia, muchos de los antiguos territorios de la mitad oriental del Imperio volvieron a su soberanía y permanecerían en ella durante los dos siglos siguientes.

La política interior de Alejo I estuvo marcada por sus esfuerzos para garantizar la continuidad de su dinastía frente a las conspiraciones cortesanas. Las mujeres desempeñaron un papel esencial en su reinado: primero, su madre, Ana Dalasena, con quien compartió el poder en los primeros años; después, su mujer, Irene, de quien se hacía acompañar en las campañas militares, no tanto por gusto de su compañía, sino porque la emperatriz, apoyada en el poderoso clan de los Ducas, podía promover complots para destronar a su marido; y, posteriormente, su hija, Ana Comneno, que durante largo tiempo fue considerada su sucesora y que trataría de acceder al trono incluso contra el deseo de su padre.

Alejo intentó asegurar la posición de los Comneno mediante enlaces matrimoniales con los grandes linajes aristocráticos (Ducas, Paleólogos, Angelos, etc.). Se apoyó en estas familias para mantener su posición fuerte, mientras aquellos aristócratas que no se unían a la clientela de los Comneno perdían su influencia en la corte. Reforzó el monopolio de la aristocracia sobre el estado mediante una reforma de los títulos nobiliarios, al tiempo que redujo el poder del Senado y de los eunucos sobre la política.

Una de las principales facetas de su gobierno fue la religiosa. Su política eclesiástica fue extremadamente dura en lo que al mantenimiento de la ortodoxia se refiere. En 1082 obligó al filósofo Juan Ítalo a renegar de sus creencias neoplatónicas. Asimismo, condenó las doctrinas de Eustrato de Nicea, e intentó sin éxito convertir a los bogomilos, a cuyo líder, Basilio, envió a la hoguera. Por otra parte, se mostró dispuesto a negociar la reunificación de las Iglesias católica y ortodoxa propuesta por el papado en 1112, e incluso favoreció la fundación de monasterios católicos en su territorio e hizo grabar el nombre del papa en los dípticos religiosos. Alejo, que también escribió algunos textos teológicos, fue un entusiasta del movimiento monacal. Concedió importantes donaciones al monasterio Teólogo de Patmos y al de Eleusa (Macedonia) y, junto a la emperatriz Irene, fundó dos conventos en Constantinopla, de los cuales el de Cristo Filántropo acogería su tumba.

Su política económica dotó a la hacienda bizantina de cierta estabilidad, pese a que, durante los primeros años de su reinado, sometió a la moneda a continuas devaluaciones. El empleo masivo de mercenarios en el ejército y el pago de subsidios para conseguir alianzas exteriores le costaron enormes sumas, pero el emperador trató de racionalizar el sistema hacendístico del Imperio mediante una tímida reforma de los impuestos y, a partir de 1092, a través de una serie de medidas monetarias que lograron estabilizar la moneda.

Al acercarse su muerte, los complots menudearon a su alrededor. La emperatriz Irene y su hija, Ana Comneno, deseaban que el marido de ésta, Nicéforo Brienios, sucediera a Alejo. Pero éste se opuso y designó como sucesor a su hijo Juan. Alejo murió el 15 de agosto de 1118, seguramente a consecuencia de un infarto, mientras su hijo se apoderaba del palacio con su aquiescencia, para evitar el triunfo de los partidarios de su hermana. La historia de su reinado sería posteriormente narrada por Ana Comneno en la Alexiada, que, pese a su carácter apologético, constituye la principal fuente literaria para el estudio de esta época.

Bibliografía

  • MAIER, F.G. Bizancio (Madrid, 1987, 9ª ed.).

  • OSTROGORSKY, Historia del Estado Bizantino (Madrid, 1983).

  • SEWTER, R.A. (ed.), The Alexiad of Anna Comnena (Londres, 1979).

Autor

  • Victoria Horrillo Ledesma