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PolíticaHistoriaBiografía

Alcántara Téllez Girón y Guzmán, Pedro de. Duque de Osuna (1574-1624).

Noble, militar y hombre de estado español de entre los siglos XVI y XVII. Nacido en Osuna (Sevilla) el 17 de diciembre de 1574 y muerto en Madrid el 25 de septiembre de 1624. Nombrado, por el favor del duque de Lerma, virrey de Sicilia en 1610, y de Nápoles en 1616. Fue segundo marqués de Peñafiel y tercer duque de Osuna. Se le conoció con el apelativo de el Grande o el Gran Duque de Osuna.

Formación y primeros años

Era hijo de Juan Téllez Girón, que era el primer marqués de Peñafiel desde 1568, además de segundo duque de Osuna. Su madre era Ana María de Velasco, que era también prima de su marido y de la que quedó huérfano desde muy niño. También a muy tierna edad su padre se lo llevó a Nápoles, donde era virrey su abuelo, el primer duque de Osuna. Allí tuvo como preceptor al prestigioso humanista italiano Andrés Savone. Este le enseñó latín y el joven Pedro de Alcántara Téllez Girón y Guzmán demostró desde el principio unas muy buenas cualidades intelectuales así como una prodigiosa memoria que aplicaba en los estudios. Una famosa anecdota, nos da cuenta de su prodigiosa memoria, en 1585, cuando aún no había cumplido los once años, oyó como un padre franciscano predicaba un sermón. Al día siguiente, el fraile fue invitado a comer por el virrey y en la comida el joven Téllez Girón le recordó el sermón completo, lo que levantó gran admiración entre todos los concurrentes.

Poco antes de acabarse el tiempo del virreinato del viejo duque, este hizo que su nieto visitase la región de Calabria, además de otras provincias italianas. Allí cayó preso en manos de uno de los numerosos grupos de bandoleros de la zona, en concreto el que mandaba el bandolero que conocido como Cicetto, que había alcanzado cierta fama por sus fechorías. Cicetto quedó prendado del buen ánimo del joven, por lo que no le hizo daño alguno ni solicitó dinero de rescate para su liberación, dejándole libre sin más. Cuando Téllez Girón regresó a España, inició hacia el año 1587 sus estudios universitarios en la Universidad de Salamanca, pero a finales de 1588 regresó á Madrid donde se inició en ejercicios y estudios referentes a las actividades bélicas. Su abuelo vio que su nieto mostraba inclinación hacia las letras, así como a otras aficiones menos confesables, por lo que hizo que Luis Barahona de Soto, que era tanto buen poeta como cazador, compusiera en su obsequio la obra Diálogos de la Montería.

Sin embargo el viejo primer duque de Osuna falleció en 1590 y le sucedió su hijo, el padre de Téllez Girón, al cual le faltó el carácter del viejo primer duque. Téllez Girón lejos de entregarse a los ejercicios de la caza, comenzó tanto en Sevilla como en cualquier lugar donde estuvo, una larga serie de escándalos y actuaciones prácticamente delictivas. Hacia 1592 era habitual que entre los muchos mancebos nobles y ricos de la nobleza andaluza que se encontraban en Sevilla, se daban a los desórdenes y escándalos. Uno de los cabecillas de estos jóvenes era Téllez Girón, pese a que aún no había cumplido los dieciocho años. Su padre se había manifestado en más de una ocasión incapaz de contener los desmanes de su hijo.

El joven se caracterizaba por que tenía un genio muy vivo, se mostraba valiente, quizás hasta temerario, y muy amigo de bromas y francachelas. Todo esto hizo que se formase en torno a su figura una leyenda, que fue recogida después de su muerte por Cristóbal de Monroy y Silva, en la comedia que tituló Las mocedades del duque de Osuna. En 1593 el joven contrajo matrimonio con doña Catalina Enríquez de Ribera, pero sin embargo esto no impidió que siguiera realizando correrías, ya que dos años más tarde fue desterrado de Sevilla, de tal forma que se tuvo que ocultar en la localidad de la Puebla de Cazalla. Igualmente estuvo preso en Arévalo en el año 1600 y posteriormente en 1602 en Peñafiel.

Tal situación continuó hasta mediados del mencionado año 1602 en que huyó a Francia, allí realizó graves disturbios en París, y desde allí se dirigió a los Países Bajos, donde sentó plaza de soldado raso en los ejércitos del archiduque Alberto. Continuó en tan humilde puesto en el que dio ejemplo de disciplina y valor, ya que incluso recibió una grave herida de arcabuz y que además había sido el primero en el peligro cuando logró sofocar uno de los numerosos motines de tropas en solitario y en medio de cinco mil soldados. Todo esto hizo que se le ascendiera y que se le encomendaran dos compañías de caballos. En las campañas de Flandes sus servicios fueron tantos y tan notables que finalmente Felipe III, que además tuvo en cuante los servicios que prestó su abuelo, le nombró en 1610 virrey y capitán general de Sicilia, estando ya el duque en la corte, adonde había regresado en 1608 y en el que casó a su entonces único hijo y heredero, que se llamaba igual que su abuelo, Juan Téllez Girón, con Isabel de Sandoval, que era la hija del duque de Uceda y por lo tanto nieta del duque de Lerma, el valido del rey. Fue igualmente por esta época cuando trabó amistad con el poeta Francisco de Quevedo, al que tomó bajo su servicio como secretario personal. También se mostró partidario de la Tregua de los Doce Años que se había alcanzado con los rebeldes de las Provincias Unidas tras la firma de la Paz de La Haya en 1609.

Virrey de Sicilia

Pedro de Alcántara Téllez Girón y Sandoval se hizo cargo de su virreinato en abril de 1611. Permaneció en el mismo a lo largo de cinco años. Procedió en su gobierno con gran prudencia, además de otras buenas cualidades tanto en la paz como en la guerra. Sus buenas formas tuvieron eco y repercusión incluso en la corte de Madrid, de tal forma que se contaba que tanto el rey Felipe III como los miembros del Consejo de Italia dijeron en algunas ocasiones que en muchos años no había tenido Sicilia mejor virrey gobernador. Una de sus mayores preocupaciones era referida al estado de la flotilla de galeras y barcos con la que Sicilia colaboraba en la defensa del Mediterráneo. En una inspección encontró siete galeras mal armadas e igualmente ordenó la reforma de otras diez. Con la flotilla y a lo largo de su virreinado se apresaron numerosas galeras, bajeles y bergantines tanto de los enemigos, especialmente turcos, como de los corsarios, a los que consiguió erradicar de las aguas sicilianas. Pero también actuó en el campo terrestre, ya que aumentó considerablemente la infantería e igualmente hizo importantes socorros en las guerras que se venían desarrollando en el Piamonte. En otro orden de cosas, remedió el daño que causaba la acuñación de falsa moneda en su territorio, también libró el reino de ladrones y salteadores, de los que había tantos en Sicilia y que además gozaban de un gran grado de impunidad, de tal forma que nadie se atrevía a viajar. Su gobierno dejó una muy buena impresión en la isla de forma que todos conocieron y confesaron que nunca habla estado Sicilia mejor gobernada.

El Parlamento de Sicilia no sólo confirmó los donativos ordinarios y extraordinarios concedidos al rey de España por nueve años, sino que añadió otros trescientos mil ducados que en el anterior Congreso se había aprobado pero no se habían liberado, además aprobó con grandes elogios el acertado gobierno del duque. Tan contentos estaban que enviaron a la corte de Madrid al emisario Pedro Celeste para que lo defendiera y disipase las quejas y calumnias que se habían levantado contra Téllez Girón. Hacia el verano de 1613, inició conversaciones secretas con los ministros de Nápoles y Milán e igualmente con el papa y otros potentados sobre la campaña que se abría en el Piamonte. Para estas conversaciones y tratos se valió de su secretario personal Francisco de Quevedo, al que envió en numerosas ocasiones como emisario. Atendiendo a estos planes hubiera logrado la toma de Onela y Niza sino hubiera sucedido que el marqués de Hinojosa, que era el gobernador de Milán, hubiera concertado con el duque de Saboya Carlos Manuel I, una paz, que tanto en los dominios meridionales italianos de la monarquía hispánica como en la propia España se consideraba deshonrosa.

Arreglada la situación, obtuvo del rey Felipe IIl licencia con la que le permitió armar bajeles y galeras de su propiedad, con la intención de dedicarlos a actividades corsarias (véase: patente de corso). En las mismas sacó un gran provecho económico, aunque por derecho de presa tradicional un quinto de las mismas pertenecía a la Corona. Pese a que de sus ganancias tuvo que entregar una parte al duque de Uceda, su suegro y por cuya influencia se había conseguido la gracia y a pesar de que el de Uceda le reclamó no sólo su parte, sino la mitad de lo obtenido, las ganancias de Téllez Girón siguieron siendo cuantiosas. En el proceso que, años después, se realizó contra Uceda se encontraron cartas de Téllez Girón en las que se daba cuenta al de Uceda de haber vuelto del corso las galeras y de la considerable parte que le correspondía en la presa. Esta licencia para armar corso que se le concedió al duque, la aprovechó durante su gobierno de Sicilia y también en el de Nápoles, y con ella tenía ocupada, ejercitada y en buena disciplina la gente de guerra, que no sufrió ni un solo descalabro, volviendo sus bajeles siempre triunfantes y cargados de riquezas. En 1615 hizo que Quevedo marchará a España para indagar la opinión de la corte sobre las quejas y los descontentos que su gobierno levantaba, y así mismo le encargó la misión de hacerse en la corte con numerosas y excelentes amistades, entre ellas la del confesor del rey, fray Luis de Aliaga, que solicitó al duque grandes cantidades a cambio de actuar en su favor.

Virrey de Nápoles

La misión de Francisco de Quevedo en la corte fue un completo éxito y las recomendaciones de Uceda y Aliaga, instigadas por Quevedo, ante Felipe III, fructificaron en el nombramiento de Téllez Girón como virrey de Nápoles, que por otra parte siempre fue considerado como ascenso inmediato del de Sicilia. El duque desde antiguo ambicionaba al ascenso y no paró hasta que el 26 de Septiembre de 1615 le fue dado en la localidad de Lerma el nuevo cargo. Para ello había empleado toda clase de medios pero sin embargo no tomó posesión hasta muy entrado el año siguiente, ya que enfermó de la antigua herida de arcabuz que había recibido durante el tiempo que prestó sus servicios en los Países Bajos. Su nombramiento había levantado entre la población de Nápoles grandes expectativas y esta esperaba con impaciencia la llegada del nuevo virrey, que venía precedido de fama de guerrero ilustre y además se contaban unos a otros lo acertado que había sido su período de gobierno en Sicilia. Esperaban los napolitanos que el nuevo virrey actuara de igual forma en su nuevo destino. Cuando llegó a su nuevo virreinato se dedicó de inmediato a reforzar la dotación naval del mismo, ya que tenía el objetivo de frenar la expansión de los turcos, pero igualmente a los venecianos y todos los enemigos de la monarquía hispánica. Entabló contacto con el marqués de Villafranca, que era el gobernador de Milán, y con el marqués de Bedmar, quien era el embajador en Venecia. Estos contactos se relacionaban con el propósito que tenía de dominar por completo Italia en provecho de España y contra Venecia, Estado italiano con el que el gobierno de Madrid tenía más de un motivo de agravio, entre ellos su alianza con las Provincias Unidas de los Países Bajos, e igualmente los secretos auxilios, en alientos y dinero, que prestó a Carlos Manuel I de Saboya.

Téllez Girón mandó la construcción de galeones, hasta entonces poco usados en el Mediterráneo y los mismos le dieron un gran juego cuando derrotó a la flota veneciana en aguas de Gravosa y se presentó en el Adriático, o también en la batalla de cabo Celidonia, y así mismo apoyó a los piratas uscoques, que eran enemigos de Venecia. Su escuadra particular, mantenida y equipada a sus expensas, llegó a tener 20 galeones, 22 galeras y otras 30 naves menores. Intervenía en las negociaciones de los tres personajes el sagaz y discreto Francisco de Quevedo y Villegas, amigo íntimo de Osuna. Los venecianos temían de un momento otro que la poderosa escuadra del duque de Osuna atacara directamente su ciudad. Pero cuando mayores fueron sus apuros, acudió a otro tipo de armas, de carácter propagandístico y difamador y labró la historia de la desmedida ambición de Osuna, que, según los agentes venecianos, proyectaba proclamarse soberano de Nápoles. No se detuvieron en tal invención los venecianos sino que extremaron más sus intrigas, y se inventó una supuesta conjuración que habría sido fraguada por el de Bedmar y sus dos compañeros y que tenía por objeto acabar con Venecia. Una y otra leyenda fueron creídas, los enemigos de Osuna prepararon su caída, y fue sustituido en el cargo de Virrey por don Gaspar de Borja cuando menos lo esperaba. Por lo demás Téllez Girón gobernó Nápoles, sino con paz absoluta, cosa que no era posible con una nobleza levantisca, por lo menos teniendo la ciudad bien provista de recursos económicos, también se encargó de proteger los puertos e igualmente, como había hecho en Sicilia, mantuvo los mares limpios de corsarios enemigos. Solía recorrer en persona la ciudad e igualmente asistía a los tribunales y la celebración de juicios, donde oía las quejas de los encarcelados y hacia rápida justicia. Apercibía a los carceleros, multaba y procesaba á los escribanos, señalaba términos perentorios a los jueces que dictaba medidas relacionadas con la administración de la justicia. Por todo ello tuvo un amplio reconocimiento entre el pueblo.

Caída en desgracia

Volvió a España Téllez Girón en 1620, y llegó a Madrid el 10 de octubre, pero cuando el monarca se disponía a recibir sus descargos de defensa, murió Felipe III, y le sucedió su hijo, el rey Felipe IV, y con él su nuevo valido, el conde-duque de Olivares. Éste buscaba popularidad, por lo que a los siete días del nuevo reinado mandó detener a Téllez Girón, que fue conducido en un coche a la fortaleza de la Alameda, donde quedó con mucha guarda. El fundamento de los cargos que se le hacían estaba en el lujo de que, tanto él corno su esposa, descendiente de Hernán Cortés, habían hecho una gran ostentación de riquezas. Aunque el duque de Osuna no ignoraba las acusaciones que contra su conducta se dirigían, presumió que su conciencia valía por todos los testigos y que su grandeza y servicios eran de satisfacción de todos, por lo que no hizo defensa alguna, remitiéndose al desprecio que hacia de estas persecuciones. Tal actuación fue vista por sus jueces como una muestra de culpabilidad. Nombró el rey una Junta para entender en su proceso, que le acusó de gastos innecesarios así como de malversación de fondos. Mientras su esposa la duquesa se trasladó a la corte para atender la defensa de su esposo y entregó al rey un memorial en el que la defensa de su marido se hacía de forma enérgica. Pero si lo que quería el conde-duque era popularidad, el pueblo llevó muy mal aquella prisión en concreto y se mostraba extrañando que no se tuviesen en cuenta, en descargo del acusado, los eminentes servicios que había prestado a la monarquía y el buen gobierno del que había hecho gala. Todo fui inútil ante la saña con que Olivares se cebó en el duque, temeroso como estaba de que la popularidad de este fuera una amenaza para su poder.

En este estado de cosas enfermó Téllez Girón de calentura y gota por lo que fue trasladado a la casa de don Iñigo de Cárdenas, que estaba situada entre las localidades de Carabanchel Alto y Carabanchel Bajo. Cuando mejoró levemente su estado de salud volvió a ser encarcelado, llevándole a la huerta del condestable y trasladado por último a Madrid, a las casas de Gilemón de la Mota, en las que murió. Pocos días después de morir en la cárcel el gran duque de Osuna, el rey Felipe IV escribía cínicamente a su hijo y sucesor dándole el pésame, mientras que Quevedo dedicó a su amigo y protector cuatro sonetos fúnebres.

Bibliografía

  • BARBE, L., Don Pedro Téllez Girón, duc d’Osuna, vice-roi de Sicilie: 1610-1616: contribution à l’étude du règne de Philippe III. Grenoble, ELLUG, 1992.

  • ELLIOTT, J. H., El conde-duque de Olivares. Crítica, Barcelona, 1990.

  • VV. AA., Introducción a la Historia Moderna. Madrid, Istmo, 1991.

Autor

  • MFD