José Ortega y Gasset (1883-1955): Filósofo, escritor y pensador clave de la modernidad española
I. Primeros años: la formación intelectual y su búsqueda de respuestas para España
José Ortega y Gasset nació el 9 de mayo de 1883 en Madrid, en el seno de una familia influyente, con raíces profundamente vinculadas al periodismo y la política. Su padre, Ortega Munilla, fue director del periódico El Imparcial, y su abuelo, Eduardo Gasset y Artime, fundó el mismo diario, participando activamente en la vida pública española. Esta herencia intelectual, unida al entorno familiar de la alta burguesía de la Restauración, resultó fundamental para la formación temprana de Ortega, quien se vio desde joven rodeado de un ambiente que estimulaba la reflexión y la actividad política.
Desde pequeño, Ortega mostró una inclinación por la filosofía y el pensamiento profundo. Fue enviado al colegio de los jesuitas en Miraflores de El Palo, Málaga, y posteriormente estudió en la Universidad Central de Madrid. Allí obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras en 1902 y, dos años después, defendió su tesis doctoral sobre Los terrores del año mil: Crítica de una leyenda, un trabajo que reflejaba su interés por la historia y la crítica racional.
A partir de 1905, Ortega se trasladó a Alemania, un paso decisivo en su formación intelectual. En la Universidad de Leipzig y más tarde en Marburgo, se sumergió en los estudios de la filosofía neokantiana, bajo la influencia de pensadores como Hermann Cohen y Paul Natorp. Fue en este periodo cuando Ortega forjó su perspectiva filosófica, basada en el racionalismo y el idealismo alemán. Sin embargo, aunque la formación de Ortega fue de marcada influencia alemana, pronto empezaría a rechazar algunas de las ideas de sus maestros. La tensión entre su educación alemana y su preocupación por las condiciones históricas y sociales de España sería una constante en su pensamiento.
Regresó a Madrid en 1907, y fue en ese contexto donde se volcó en la crítica pública y política, iniciando su carrera en el periodismo. En este mismo año, fundó la revista Faro, que, a pesar de su corta duración, representó un punto de partida en la crítica a la vida intelectual y política española. La profunda inquietud de Ortega por la decadencia de la sociedad española, que lo acompañó durante toda su vida, ya estaba en sus primeros escritos. Para él, España era un país profundamente afectado por un atraso cultural y social, lo que quedaría patente en una de sus obras más conocidas, La España invertebrada (1921).
En su actividad académica, Ortega comenzó a ganar notoriedad. En 1910, a los 27 años, obtuvo por oposición la cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid, donde comenzó a impartir clases que marcarían a generaciones de estudiantes. A través de sus conferencias, Ortega mostró sus primeras inquietudes sobre la razón, la vida y la realidad, consolidándose como un pensador original que cuestionaba el paradigma filosófico imperante en Europa.
Su estancia en Alemania había dejado una huella profunda en su forma de pensar, pero también lo empujó a reflexionar sobre las particularidades de España. En lugar de adoptar sin más las ideas que aprendió en el extranjero, Ortega comenzó a formular una visión crítica, cuestionando las bases mismas de la sociedad española. En sus primeras obras filosóficas, como Meditaciones del Quijote (1914), Ortega abordó la vida y la razón desde una perspectiva vitalista, en la que la existencia humana era vista como un proceso continuo de adaptación y cambio.
II. La creación del pensamiento orteguiano: regeneración política y cultural
A medida que Ortega se establecía como una figura prominente del pensamiento español, su preocupación por la cultura y la política de su país se hizo cada vez más evidente. Su contribución más importante en este sentido fue la creación de la Liga de Educación Política de España en 1914, un movimiento que buscaba transformar el panorama político español, haciéndolo más acorde con los valores de la modernidad y la democracia. A través de esta iniciativa, Ortega trató de hacer un llamado a la juventud para que se involucrara activamente en la vida política, renovando el panorama político español. En este sentido, su pensamiento se orientaba a la regeneración de España, una misión que quedaría reflejada en gran parte de su obra.
Ortega no solo fue un filósofo, sino también un activista comprometido con su tiempo. En 1914, fundó la revista España, donde se propuso contribuir a una transformación profunda del país. En sus escritos, Ortega abogó por una “España vital”, que se desprendiera de las estructuras políticas y sociales obsoletas, y abrazara una nueva visión de futuro. Para él, el atraso de España no solo era un problema económico, sino una crisis cultural y de identidad, que debía ser resuelta con una educación integral y una profunda renovación en todos los ámbitos.
Este afán regenerador se reflejó también en su obra más conocida y polémica, La rebelión de las masas (1930), en la que Ortega analizó el auge de las democracias de masas y sus implicaciones para la sociedad europea. Según Ortega, la modernidad había traído consigo una sociedad de masas deshumanizadas, dominadas por el materialismo y el conformismo. Su crítica a las democracias liberales se basaba en la observación de que la masificación había generado un tipo de individuo que no era capaz de liderar ni de tomar decisiones conscientes, sino que simplemente seguía las tendencias populares sin ningún tipo de reflexión crítica.
En La rebelión de las masas, Ortega alertó sobre los peligros de esta tendencia, señalando que la democracia, lejos de ser la expresión más elevada de la voluntad popular, había dado lugar a una sociedad donde la falta de cultura y el predominio de la mediocridad amenazaban el futuro de Europa. Su llamada a la creación de una Europa unida bajo un proyecto común de cooperación fue una respuesta a lo que Ortega percibía como la creciente descomposición de las naciones europeas.
III. El exilio y la madurez filosófica: la consolidación de su obra
Los años 1930 fueron especialmente turbulentos para Ortega. A pesar de su éxito académico y su reconocimiento en el ámbito intelectual, su relación con el poder político español fue cada vez más tensa. Durante la dictadura de Primo de Rivera, Ortega fue apartado de su cátedra en la Universidad de Madrid en 1929. Este hecho, sumado a la creciente polarización política en España, le llevó a alejarse definitivamente de la política activa y a centrarse exclusivamente en su obra filosófica.
El período de la Segunda República Española, que comenzó en 1931, trajo consigo nuevos retos para Ortega. Su visión de la República era la de un espacio de libertad intelectual, pero pronto se desilusionó ante los conflictos internos y las tensiones extremistas que surgieron durante este periodo. La quema de conventos y la violencia política de la época lo llevaron a escribir su famoso artículo ¡No es esto, no es esto! (1931), en el que expresaba su decepción con el rumbo que tomaba el país. Ortega había sido un firme defensor de la República, pero pronto se dio cuenta de que la realidad política no correspondía con sus ideales.
A raíz de la Guerra Civil Española, Ortega se exilió en 1936, primero en Francia y más tarde en Argentina, donde continuó desarrollando su obra filosófica. Durante este periodo, Ortega escribió una serie de libros clave, como Historia como sistema (1941) y En torno a Galileo (1942), que consolidaron su lugar como uno de los filósofos más importantes del siglo XX. En estos trabajos, Ortega profundizó en temas como la historia, la ciencia y la epistemología, buscando siempre comprender el sentido de la vida humana en un contexto histórico y social.
IV. La madurez intelectual: la consolidación del pensamiento orteguiano y su relación con la Europa moderna
La década de los años 40 marcó una etapa de madurez para José Ortega y Gasset. Tras su exilio, que comenzó en 1936 debido a la Guerra Civil española, Ortega se trasladó a París y, posteriormente, a Buenos Aires. A pesar de la distancia con su tierra natal, sus inquietudes filosóficas y políticas continuaron alimentando su producción intelectual. En estos años, Ortega llevó a cabo una serie de reflexiones que profundizaron en su visión de la historia, la cultura y la modernidad, convirtiéndolo en una de las voces más resonantes de la intelectualidad europea.
En Buenos Aires, Ortega continuó su labor como conferencista y escritor, compartiendo sus ideas con la nueva generación de intelectuales latinoamericanos. Su presencia fue crucial para muchos de ellos, quienes encontraron en sus conferencias una fuente de inspiración para sus propios trabajos filosóficos. Ortega no solo fue un pensador profundo, sino un maestro que, a través de sus conferencias, logró transmitir sus ideas con claridad y pasión. Durante estos años, se dedicó a ofrecer conferencias en diversas universidades, como las de Argentina y Estados Unidos, donde sus planteamientos filosóficos encontraron un terreno fértil en el que germinaron.
En estos años, sus obras más relevantes fueron Ensimismamiento y alteración (1939), Historia como sistema (1941) y En torno a Galileo (1942), en las cuales Ortega volvió a abordar cuestiones fundamentales que le interesaban desde sus primeros escritos. En Ensimismamiento y alteración, Ortega reflexiona sobre la condición humana, la relación entre el individuo y el entorno, y cómo los pensamientos y percepciones del hombre se ven moldeados por su contexto social y cultural. Esta obra marca un hito en su evolución filosófica, al desmarcarse del pensamiento puramente racionalista y acercarse más a una perspectiva vitalista, en la que la vida y las circunstancias juegan un papel fundamental en la construcción de la realidad.
Por otro lado, en Historia como sistema, Ortega desarrolla su reflexión sobre la historia humana como un proceso continuo y dinámico, en el que las estructuras sociales, políticas y culturales están en constante transformación. Esta obra tiene un enfoque más sistemático y abarca aspectos filosóficos y epistemológicos, con un énfasis particular en cómo el pensamiento humano debe adaptarse a la evolución de la historia.
Ortega continuó vinculándose con los grandes pensadores de su época, especialmente aquellos con los que compartía su interés por la filosofía de la vida y la epistemología. En estos años, las ideas de filósofos como Max Scheler, Edmund Husserl, y Martín Heidegger dejaron una huella en su pensamiento. Ortega reconoció la influencia de la fenomenología y la filosofía existencialista de estos pensadores, lo que le permitió desarrollar su propia interpretación de la relación entre el ser humano y la realidad. En En torno a Galileo, Ortega realiza un análisis de la ciencia moderna, proponiendo una reflexión sobre el método científico y su evolución histórica.
A pesar de la distancia, Ortega nunca dejó de participar activamente en los debates filosóficos y políticos que tenían lugar en Europa. Su reflexión sobre la realidad española y europea continuó siendo central en su obra. En 1945, Ortega regresó a España después de casi una década de exilio, aunque las circunstancias políticas seguían siendo difíciles. La dictadura de Franco había consolidado su poder, y Ortega se enfrentó a una situación de represión intelectual que dificultaba la libre circulación de sus ideas. Sin embargo, la figura de Ortega seguía siendo relevante tanto en España como en el extranjero, y su influencia se extendió a lo largo de Europa y América Latina.
En su regreso a España, Ortega continuó su actividad intelectual y se centró en la enseñanza y la creación de nuevos proyectos. En 1946, inauguró el Ateneo de Madrid con su conferencia Idea del Teatro, en la que presentó sus reflexiones sobre el arte y la cultura. En este contexto, Ortega también fundó, junto con su discípulo Julián Marías, el Instituto de Humanidades en 1948. Este instituto se convirtió en un centro de pensamiento clave para la vida intelectual española y fue crucial para la transmisión de las ideas orteguianas a una nueva generación de intelectuales y estudiantes.
La obra de Ortega durante estos años no se limitó a la filosofía, sino que también abarcó otras áreas, como la política, la historia y el arte. A lo largo de su vida, Ortega se dedicó a reflexionar sobre la transformación de la sociedad, la crisis de la modernidad y el papel de España en el contexto europeo. Su visión de Europa, como una unidad cultural y política, cobró relevancia durante la década de los 50, cuando sus ideas sobre la creación de los Estados Unidos de Europa comenzaron a ser tomadas más en serio por los intelectuales de la época.
Ortega entendió la Europa de su tiempo como un continente dividido y en crisis, incapaz de encontrar una salida a sus problemas políticos y sociales sin una integración más profunda. En sus escritos, Ortega defendió la idea de una Europa unida, en la que las naciones pudieran colaborar y superar los nacionalismos excluyentes. Su propuesta de los Estados Unidos de Europa se basaba en la idea de que Europa solo podría superar sus dificultades si se unificaba bajo un proyecto común que trascendiera las fronteras nacionales. Esta visión se convirtió en uno de los puntos más destacados de su pensamiento político y fue recogida por intelectuales y políticos de toda Europa.
El proyecto de Ortega no fue recibido de manera unánime, pero su visión de una Europa unida encontró eco en muchos sectores, especialmente en aquellos que compartían su preocupación por el futuro del continente. A pesar de la creciente desilusión política en España y Europa, Ortega se mantuvo firme en sus convicciones y continuó defendiendo la necesidad de una transformación cultural y política profunda. En su obra La rebelión de las masas (1930), ya había advertido sobre el peligro de la deshumanización y la irracionalidad que se apoderaban de las sociedades modernas. La crisis de la civilización europea era, para Ortega, una consecuencia directa de la falta de una élite intelectual capaz de liderar el proceso de modernización y transformación.
A medida que se acercaba al final de su vida, Ortega continuó con su reflexión filosófica y política, sin abandonar su pasión por la enseñanza. En 1955, un año antes de su muerte, Ortega había consolidado su lugar como uno de los filósofos más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Su pensamiento había dejado una huella profunda en la filosofía contemporánea, y su influencia continuó siendo decisiva en la vida intelectual española y europea.
V. La guerra civil y el exilio: el filósofo en la distancia y el desarrollo de sus últimos años
La Guerra Civil Española, que estalló en 1936, marcó un punto de inflexión crucial en la vida de José Ortega y Gasset. Aunque hasta ese momento Ortega había tenido una relación ambigua con la política española, su visión sobre el futuro de España se vería gravemente alterada por los eventos que siguieron al levantamiento militar encabezado por Francisco Franco. Durante el conflicto, Ortega se encontró en una encrucijada: había sido un ferviente defensor de la Segunda República y su idea de modernización, pero la polarización política y el caos que resultaron de la guerra lo dejaron profundamente desilusionado.
Consciente de la represión que se avecinaba bajo el régimen franquista, Ortega abandonó España en el verano de 1936, un año antes de que la victoria franquista fuera definitiva. En su exilio, primero en Francia y luego en Argentina, Ortega se distanció de la política activa, aunque nunca dejó de reflexionar sobre la crisis de su país. En Francia, donde vivió hasta 1939, la situación política era convulsa, especialmente tras el ascenso del fascismo en Europa. Durante este periodo, Ortega continuó escribiendo y publicando artículos, pero fue especialmente prolífico en su labor como conferencista, llevando sus reflexiones filosóficas y políticas a un público más amplio.
En Buenos Aires, donde se estableció en 1939, Ortega encontró un entorno más acogedor para sus ideas. La Argentina de la época era un hervidero intelectual, especialmente después de la llegada de muchos exiliados españoles que se vieron obligados a abandonar su patria debido a la victoria franquista. Durante su estancia en Buenos Aires, Ortega profundizó en su pensamiento sobre la historia, la técnica y el papel de Europa en el mundo moderno. Durante estos años, publicó varias de sus obras más relevantes, como Ensimismamiento y alteración (1939), un trabajo que marcó un giro en su filosofía al alejarse de las influencias del racionalismo puro para centrarse más en la experiencia vivida del individuo.
En Ensimismamiento y alteración, Ortega exploró la relación entre el ser humano y su entorno, y cómo la percepción individual se ve influenciada por el contexto social y cultural. Para Ortega, el individuo no podía ser comprendido aislado de su contexto, y la experiencia humana debía ser entendida como un proceso en constante evolución. Esta obra reflejaba su creciente interés por una filosofía más centrada en la vida y las emociones humanas, alejándose de las abstracciones filosóficas que lo habían marcado en su juventud.
En 1941, Ortega publicó Historia como sistema, una obra en la que proponía un enfoque sistemático para entender la historia. A través de este trabajo, Ortega trató de abordar la historia desde una perspectiva filosófica y epistemológica, poniendo énfasis en la importancia de la razón y la reflexión para interpretar los eventos históricos. En esta obra, Ortega se alejó de la visión tradicional de la historia como una serie de eventos casuales, proponiendo en cambio que la historia debía ser vista como un sistema continuo de evolución y cambio, en el que la humanidad se desarrolla a través de procesos interconectados y dinámicos.
Además de sus estudios filosóficos, Ortega también comenzó a trabajar en la historia de la ciencia, específicamente en su obra En torno a Galileo (1942), donde abordó la figura de Galileo Galilei y su contribución a la revolución científica. En este trabajo, Ortega reflexionó sobre el papel de la ciencia en la modernidad y cómo la visión del mundo que había propuesto Galileo sentó las bases para una nueva forma de pensar sobre el conocimiento. Para Ortega, la ciencia no solo era una herramienta para entender el mundo, sino también una manifestación de la razón humana en su búsqueda constante de verdad.
Durante su exilio, Ortega continuó en contacto con importantes intelectuales europeos y latinoamericanos. Fue una figura clave en el diálogo intelectual entre Europa y América Latina, y sus conferencias y escritos llegaron a ser leídos en una amplia variedad de contextos. La recepción de sus ideas en América Latina fue particularmente significativa, ya que su reflexión sobre la modernización, la historia y la cultura resonaba con los problemas y las luchas que enfrentaban los países de la región. En este sentido, Ortega fue un pensador global que no solo reflexionaba sobre España, sino que también trataba de ofrecer una visión amplia de los problemas de la civilización moderna.
En 1945, tras casi una década de exilio, Ortega regresó a España, aunque las condiciones para el desarrollo libre de su pensamiento seguían siendo muy difíciles bajo el régimen de Franco. La dictadura de Franco no era un entorno propicio para el pensamiento crítico ni para la libertad intelectual, y Ortega sabía que su regreso a España significaba un retorno a un país políticamente convulso, aunque la posibilidad de participar activamente en la vida intelectual era más viable. Durante los años siguientes, Ortega siguió trabajando y reflexionando sobre la situación española, pero sin involucrarse directamente en la política. Prefirió centrarse en la enseñanza y en la creación de proyectos culturales que pudieran enriquecer la vida intelectual del país.
En 1946, Ortega inauguró el Ateneo de Madrid con su conferencia Idea del Teatro, una de sus últimas intervenciones públicas en España. La conferencia se convirtió en una de las más influyentes de su carrera, y su reflexión sobre el teatro y la cultura tuvo un gran impacto en los círculos intelectuales españoles. A través de sus conferencias, Ortega trató de transmitir su visión sobre la importancia del arte y la cultura como elementos fundamentales para el desarrollo de una sociedad. Para Ortega, el arte y la cultura no eran simplemente formas de entretenimiento o de expresión, sino elementos esenciales para la vida humana y para la creación de una civilización más plena y auténtica.
En 1948, Ortega fundó junto a su discípulo Julián Marías el Instituto de Humanidades, un centro de estudios que tenía como objetivo promover el pensamiento crítico y el estudio de las humanidades en España. El instituto se convirtió en un referente en la vida intelectual del país, y fue uno de los pocos espacios en los que se permitió una reflexión libre y profunda sobre los problemas filosóficos, políticos y culturales de la época. En este contexto, Ortega continuó siendo un referente para la nueva generación de intelectuales que comenzaba a formarse en la España de la posguerra.
La vida de Ortega estuvo marcada por su constante búsqueda de respuestas a los grandes interrogantes filosóficos y sociales de su tiempo. Su exilio, aunque doloroso y lleno de dificultades, le permitió profundizar en su obra y extender su influencia más allá de las fronteras de España. Ortega no solo fue un filósofo, sino un pensador comprometido con su época, que trató de entender y transformar las realidades históricas, sociales y culturales que lo rodeaban.
VI. Reflexión sobre la crisis y la transformación: los últimos años de Ortega y Gasset
Los últimos años de la vida de José Ortega y Gasset estuvieron marcados por una intensificación de sus esfuerzos filosóficos y su involucramiento en los debates intelectuales más cruciales del momento, a pesar de las restricciones impuestas por la dictadura de Franco en España. Si bien su situación personal y política era compleja, su labor como filósofo, conferenciante y maestro seguía siendo relevante y profunda. A pesar de las dificultades, Ortega no se apartó de sus principios, continuando su labor académica y filosófica en un ambiente social y político extremadamente difícil.
El regreso de Ortega a España en 1945 fue, en muchos aspectos, un regreso a un país que había cambiado considerablemente desde su exilio. La dictadura de Franco había consolidado su poder, y aunque las libertades políticas seguían siendo limitadas, Ortega se comprometió a revitalizar la vida intelectual española, lo cual se convirtió en uno de los pilares de su proyecto de último tramo. Ortega, consciente de la naturaleza autoritaria del régimen de Franco, nunca se involucró directamente en la política, pero siguió comprometido con la educación y la filosofía, como medios para promover el pensamiento crítico y la reflexión sobre los valores fundamentales de la civilización occidental.
Durante estos años, Ortega continuó con su reflexión sobre la historia, la técnica, el arte y la política, sumando nuevas dimensiones a su enfoque filosófico. En 1946, comenzó una serie de conferencias en las que, a pesar de la censura, pudo compartir sus reflexiones sobre la filosofía y la cultura con la sociedad española. Una de las conferencias más destacadas de este período fue Idea del Teatro, que ofreció como conferencia inaugural del Ateneo de Madrid, el cual había sido restaurado para dar cabida a las principales voces de la intelectualidad española. Esta conferencia constituyó un claro manifiesto de Ortega sobre el papel fundamental del arte en la construcción de una sociedad moderna y reflexiva, aunque sus ideas sobre la cultura estaban orientadas por un enfoque filosófico profundamente ligado a las preocupaciones contemporáneas de la humanidad.
Ortega veía al arte como un motor de cambio cultural, algo más que una simple actividad estética. Para él, el arte tenía el poder de trascender los límites de la inmediatez y ofrecer una reflexión profunda sobre el ser humano y su relación con el mundo. La conferencia Idea del Teatro fue un claro ejemplo de este enfoque. En ella, Ortega propuso un teatro que no solo fuera entretenimiento, sino una manifestación del alma colectiva, que sirviera como espejo de la sociedad. El teatro, al igual que otras formas de arte, debía ser un medio para reflexionar sobre la existencia humana, sus dilemas, contradicciones y aspiraciones.
En el ámbito de la filosofía, Ortega continuó desarrollando y matizando sus ideas anteriores, especialmente en relación con la teoría de la historia y la razón vital. Para Ortega, la historia no era un conjunto de hechos aislados, sino un proceso continuo en el que el hombre y la sociedad se ven inmersos en un flujo constante de cambios. La historia no era algo que sucediera de manera pasiva, sino que era, en muchos aspectos, una creación activa de la humanidad. En su obra Historia como sistema (1941), Ortega defendió la idea de que la historia debía ser comprendida no como una simple sucesión de hechos, sino como un sistema de interacciones complejas entre los diversos actores sociales y culturales, que modelan constantemente el devenir humano. De hecho, Ortega veía la historia como un proceso orgánico que debía ser comprendido de manera global.
A lo largo de estos años, Ortega también dedicó una parte importante de su reflexión a la cuestión de la técnica y la ciencia. En Meditación de la técnica (1939), Ortega abordó la relación entre el hombre y la tecnología, una cuestión de gran relevancia en el contexto del siglo XX, cuando las sociedades industriales y tecnológicas comenzaban a configurar una nueva era de progreso y transformación. Ortega veía la técnica como un elemento crucial para el desarrollo humano, pero también advirtió sobre los peligros de una sociedad excesivamente mecanizada y deshumanizada. La técnica, si no se controla adecuadamente, podría alienar al hombre de su propia naturaleza y de su capacidad para reflexionar sobre su existencia. Ortega hizo un llamado a la necesidad de mantener una relación equilibrada con la técnica, que no fuera simplemente utilitaria, sino que tuviera en cuenta el bienestar y la dignidad del individuo.
En sus últimas reflexiones filosóficas, Ortega continuó defendiendo la idea de que el hombre no debía ser considerado un ser aislado, sino que debía ser entendido como un ser en constante interacción con su entorno social y cultural. La filosofía orteguiana, a lo largo de su evolución, dejó de ser una simple reflexión abstracta sobre la razón y se convirtió en una reflexión más compleja y matizada sobre la vida humana, la cultura y la historia. Ortega abandonó los enfoques puramente racionalistas para adentrarse en un terreno más complejo y vitalista, en el que la razón no era el único factor determinante de la existencia humana, sino que debía ser entendida en el contexto de la vida y las circunstancias históricas de cada individuo.
Un aspecto central de la filosofía de Ortega en estos últimos años fue su noción de «perspectivismo», un concepto que, aunque desarrollado desde sus primeros escritos, alcanzó una mayor madurez en sus obras de los años 30 y 40. Ortega sostenía que la realidad no puede ser comprendida desde un único punto de vista, sino que depende de la perspectiva desde la que se observe. El perspectivismo orteguiano implica que no existe una verdad absoluta e inmutable, sino que la verdad es siempre parcial y relativa a cada individuo y a su contexto. Esta perspectiva rompía con los enfoques dogmáticos de la filosofía tradicional y ofrecía una visión más plural y abierta de la realidad, que tomaba en cuenta la diversidad de experiencias humanas.
La idea del perspectivismo se conectaba también con la crítica que Ortega había realizado a las «masas» en su obra La rebelión de las masas (1930), donde había advertido sobre la homogeneización de la sociedad y la pérdida de individualidad en el contexto de las democracias de masas. Ortega percibió que, en la sociedad moderna, las masas se habían convertido en un bloque homogéneo que no dejaba espacio para la reflexión crítica ni para la diferenciación de puntos de vista. Este fenómeno de homogeneización amenazaba, según Ortega, la libertad individual y la posibilidad de alcanzar una auténtica sabiduría.
La conexión entre el perspectivismo y la crítica de las masas refleja la preocupación central de Ortega por la preservación de la individualidad en una época que parecía estar marcada por la uniformidad y la falta de pensamiento crítico. Para Ortega, el individuo debía ser capaz de ejercer su libertad y reflexionar sobre su existencia desde una perspectiva personal, y no ser absorbido por las tendencias de las masas que, en su opinión, conducían a una falta de autenticidad y profundidad en la vida humana.
El filósofo español siguió siendo una figura clave en la vida intelectual de España, aunque su presencia estaba limitada debido al clima político represivo. Ortega no solo influyó en la teoría política y filosófica de su tiempo, sino que también dejó una marca profunda en la comprensión de la historia, la cultura y la técnica. A medida que se acercaba a los últimos años de su vida, Ortega fue reconocido por su capacidad para comprender las tensiones más profundas de su tiempo y por su compromiso con la reflexión intelectual rigurosa. Sin embargo, el legado de Ortega no fue solo filosófico, sino también cultural y político, ya que sus ideas sobre la regeneración de España y la creación de una Europa unificada siguen siendo, hoy en día, de gran relevancia.
VII. El legado de Ortega: la huella de su pensamiento en la España moderna
José Ortega y Gasset, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, falleció el 18 de octubre de 1955, dejando tras de sí una obra monumental que sigue siendo objeto de estudio y reflexión en el ámbito filosófico, político y cultural. A lo largo de su vida, Ortega se dedicó a transformar la forma en que los españoles entendían su propio país y su lugar en el mundo, defendiendo siempre la necesidad de una regeneración cultural y política. Su pensamiento fue clave para la transición entre el siglo XIX y XX, y sus ideas continúan siendo un referente esencial para los debates sobre la modernidad, la democracia y la identidad nacional.
El pensamiento de Ortega era, en gran medida, una crítica profunda a las estructuras sociales y políticas tradicionales de España. Su diagnóstico sobre la «España invertebrada», que presentó en su famosa obra de 1921, reflejaba la debilidad estructural del país, marcada por la falta de una élite intelectual y cultural capaz de guiar a la sociedad hacia una verdadera modernización. Ortega comprendió que los problemas de España no se resolvían únicamente con reformas políticas o económicas, sino con una transformación cultural que implicara una renovación profunda de las ideas y los valores fundamentales de la sociedad.
En su obra La rebelión de las masas (1930), Ortega describió la emergencia de una sociedad de masas que amenazaba la civilización moderna, especialmente en Europa. Ortega entendió el ascenso de las democracias de masas como una consecuencia de la deshumanización de los individuos, quienes se convirtieron en meros seguidores de las tendencias populares, sin capacidad para reflexionar críticamente sobre sus vidas y decisiones. Esta crítica a las masas fue una de las facetas más polémicas de su obra, pero también una de las más acertadas, ya que la uniformidad y la mediocridad que él denunció se manifestaron en diversas formas de autoritarismo y totalitarismo que marcaron la historia de Europa en el siglo XX.
El diagnóstico orteguiano de la decadencia europea y española no fue solo un lamento por el pasado, sino una llamada de atención sobre el futuro. Ortega sostenía que el avance hacia una sociedad más justa y moderna solo sería posible si Europa se unificaba políticamente y culturalmente. Su propuesta de los Estados Unidos de Europa, formulada en La rebelión de las masas, fue uno de los primeros intentos de concebir una Europa unida como una federación de naciones que compartieran un proyecto común. Aunque esta idea era visionaria en su tiempo, la creación de la Unión Europea en la segunda mitad del siglo XX sirvió como prueba de que el pensamiento de Ortega había anticipado el curso de la historia.
La influencia de Ortega en la cultura española fue, por tanto, profunda y perdurable. A pesar de que su regreso a España se produjo en un contexto de represión intelectual bajo la dictadura de Franco, Ortega siguió siendo una figura central en el debate intelectual del país. Durante la década de 1940 y 1950, su obra fue leída y discutida ampliamente, especialmente en los círculos académicos, donde su visión crítica sobre la sociedad española y europea inspiró a una nueva generación de pensadores e intelectuales. La creación del Instituto de Humanidades en 1948, junto a su discípulo Julián Marías, fue una de las iniciativas más importantes para fomentar el pensamiento crítico en la España de la posguerra. Este instituto se convirtió en un espacio para la reflexión filosófica, donde se discutían los problemas más relevantes de la cultura y la política contemporáneas, y su influencia se sintió no solo en España, sino también en América Latina.
Ortega no solo fue un filósofo de las ideas, sino un pensador comprometido con su tiempo, que entendió la filosofía como una herramienta para transformar la realidad social y política. Su obra no se limitó a la reflexión abstracta, sino que siempre estuvo vinculada a la práctica y al análisis de las condiciones históricas y culturales. A través de su labor como filósofo y escritor, Ortega trató de proporcionar las claves para una regeneración de España, una modernización que fuera capaz de superar las carencias históricas y culturales que el país arrastraba desde siglos atrás. Aunque sus propuestas no siempre fueron bien recibidas por la política española, su legado como pensador comprometido con la modernidad y la racionalidad sigue siendo fundamental.
Uno de los aspectos más relevantes de su legado es, sin duda, su crítica al concepto de «nacionalismo» y su defensa de una Europa unificada. Ortega veía el nacionalismo como una fuerza desintegradora que impedía el avance hacia una comunidad internacional más solidaria y cooperativa. En su visión, Europa debía trascender las fronteras nacionales y crear una nueva identidad basada en los valores comunes de la cultura occidental. Esta idea de una Europa unida fue una de las más revolucionarias de su tiempo, y aunque el proceso de unificación europea que comenzó después de la Segunda Guerra Mundial no fue exactamente como Ortega lo imaginó, su propuesta sigue siendo un modelo de inspiración para quienes creen en la necesidad de superar las divisiones nacionales en un contexto globalizado.
El impacto de Ortega en el pensamiento contemporáneo no se limitó a su época. Su filosofía sigue siendo relevante para los debates sobre la crisis de la democracia y la deshumanización de las sociedades modernas. En el siglo XXI, cuando los problemas de las democracias liberales, la creciente desigualdad social y los movimientos populistas son temas candentes, las advertencias de Ortega sobre los peligros de las «masas» y la falta de una elite cultural y política capaz de liderar la sociedad adquieren una nueva dimensión. Su crítica a la superficialidad y la mediocridad de la cultura de masas resuena hoy en día con los desafíos que enfrenta el mundo contemporáneo, donde la desinformación y el conformismo amenazan las bases de la democracia.
La influencia de Ortega también se extiende más allá de la filosofía, hacia la literatura, la sociología y la política. Su enfoque perspectivista, que reconocía la pluralidad de puntos de vista y la relatividad de la verdad, ha sido adoptado por muchos pensadores contemporáneos como un modelo para comprender las complejidades de la realidad. En sus escritos, Ortega mostró una profunda comprensión de las tensiones sociales y culturales de su tiempo, lo que le permitió formular respuestas innovadoras a los problemas de la modernidad.
Finalmente, el legado de Ortega y Gasset como pensador, maestro y referente intelectual sigue vivo, especialmente en el ámbito académico. Sus obras continúan siendo objeto de estudios y comentarios en universidades de todo el mundo, y su influencia en la filosofía y la política contemporánea es incuestionable. Aunque su vida estuvo marcada por las dificultades y la lucha por sus ideas, Ortega dejó una huella indeleble en el pensamiento del siglo XX. Su legado no solo se limita a su obra escrita, sino a la forma en que sus ideas siguen influyendo en la forma en que entendemos el mundo, la sociedad y el ser humano.
MCN Biografías, 2025. "". Disponible en: https://mcnbiografias.com/app-bio/do/show_key_ortega-y-gasset-jose [consulta: 2 de octubre de 2025].